lunes, 16 de noviembre de 2009

EL ULTIMO DÍA DEL AÑO




Llevaba más de cinco cuadras esquivando gentes a toda prisa. A pesar de tener la respiración agitada, él sabía que dejar de correr significaba no poder cumplir con lo prometido. Ni siquiera tenía la intención de voltear a ver quiénes lo seguían. Sus manos sujetaban como tenazas unas coloridas bolsas impresas con el logo de un importante centro comercial. En cada esquina que transitaba velozmente, brillaban prendas y objetos amarillos que se ofrecían como amuletos para tener un buen año. Entre la confusión de los cánticos festivos y la voz ruidosa de la ciudad, se oyó el grotesco freno de un vehículo. El cuerpo rodó por la pista y cayó de golpe contra el borde de la acera. Por unos minutos ese tramo de la ciudad se detuvo. El hombre con el cráneo destrozado se convirtió - a la mañana siguiente - en el personaje principal de una decena de crónicas periodísticas. Apenas recogieron el cadáver la ciudad siguió moviéndose igual. En casa, cuatro niños continuaban esperando los obsequios que papá prometió entregarles a fin de año por haber obtenido buenas calificaciones en la escuela.

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