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- !Rodrigo!...!Rodrigo! - llama mi madre mientras le da golpecitos a la puerta de mi habitación
No tengo ganas de responder. Es más ni siquiera tendría porque hacerlo, pues para esta hora este cuerpo desbalijado de ilusiones, de anhelos, sin esperanza, no debía ser más mío sino de la muerte. Hace varias semanas que me armé de un pequeño arsenal de pastillas: Nascarat Sódico de 500 mg. Una dosis exagerada del medicamento puede paralizar, en poco menos de una hora, el corazón más fuerte. Desaparecer el sufrimiento empernado en el alma. Acabar, a punta de convulsiones, con la frustración. Que lástima que hasta ahora no haya podido armarme del valor suficiente para descascarar las tabletas y zamparme de un solo porrazo el Nascarat.
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EL OCASO DE LA TRISTEZA (Octavo Capítulo)
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