Las mañanas son tristes a veces,
cuando no penetra ni un ápice de sol
por sus rendijas
y entristecen mis manos al ver
que las tuyas aprietan otras manos.
Las tardes también me miran tristes;
asomadas con su tatuaje gris van
llorando su dolor sobre la tierra,
así como llueve la tristeza en mis ojos
cuando estos dejan de entenderte
o al ya no poder descifrar
el acertijo dibujado en tu cuerpo.
A diario crece mi desconsuelo anclado en esta otra orilla,
mientras muere tu sonrisa a manos de un amor pagano.
Si me abrieras tus brazos correría a salvarte,
te amaría, abandonaría este silencioso rincón
en el que habito anhelando aquél tiempo invisible
donde me querrás.
Por ahora son tristes las noches de invierno,
caminando sólo por sus calles vacías
sintiendo el feroz gorgoteo de la lluvia
que va enlodando mis zapatos.
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