tag:blogger.com,1999:blog-80830274583057632742024-03-13T21:21:43.724-07:00TIRANDO PIEDRAS"Nadie ha recorrido el corazón de un hombre" (Juan Rulfo)TIRA PIEDRAShttp://www.blogger.com/profile/00515629599509667286noreply@blogger.comBlogger48125tag:blogger.com,1999:blog-8083027458305763274.post-1357532873663382902014-12-01T10:16:00.000-08:002014-12-02T07:50:20.305-08:00EL OCASO DE LA TRISTEZA (Octavo Capítulo)<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;">
<b><span style="font-family: "Cooper Black","serif"; font-size: 14.0pt; line-height: 115%;">VIII<o:p></o:p></span></b></div>
<b><i>“Porque no es nuestra pelea solamente contra hombres
de carne y sangre: sino contra los príncipes, y potestades, contra los adalides
de estas tinieblas del mundo, contra los espíritus malignos esparcidos en los
aires”.</i></b> (Efesios 6:12). Encontré el versículo resaltado con amarillo en
la inmensa Biblia que tenía sobre el escritorio de mi habitación. Mamá debió
haber hecho uso del resaltador fosforescente sobre este corto párrafo cuando el
libro sagrado estaba en su poder. La tinta parecía ser de hace varios años; así
que lo más probable es que su origen esté relacionado con los ataques de
hechicería lanzados contra nuestro hogar. Mi madre solía combatir el peso de su
tristeza por la muerte de Juanchi leyendo pasajes de la Biblia; yo la había
sorprendido en más de una ocasión entregada a la lectura por las tardes,
horario en el que usualmente daba una siesta. Seguro que la angustia que sentía
en el alma superaba al cansancio que le producía su ajetreada rutina diaria,
pues aunque notaba que el sueño la derrumbaba a ratos, ella persistía en su
afán de sosegar la pena con versículos esperanzadores. La quedaba mirando un
buen rato sin que lo notara. La veía con ternura pero al mismo tiempo con
piedad. “¡Cuánto debe sufrir mamá!”… Desde que se vino a vivir a esta casa en
el barrio de Pueblo Libre, apenas al día siguiente de haberse casado con papá,
se topó con un tumulto de personas acaloradas que reñían a diario frente a los
cinco burdeles que funcionaban ilícitamente en la avenida aviación. La zona estaba
infestada, por entonces, de drogadictos y meretrices. Las peleas descomunales
eran frecuentes; casi siempre terminaban con alguna cara cortada, cabezas rotas
chorreando sangre caliente en las veredas y una cuantiosa cantidad de borrachos
meándose en los postes. Así recordaba mamá
sus primeros días en este lugar colindante con el centro de la ciudad, donde
parecían haberse reunido todas las lacras del mundo. Hablaba siempre con
cautela para no lastimar el orgullo de mi padre, quien por años encabezó la
lucha para desterrar los males del barrio. Pero no solo contaba anécdotas sobre
burdeles en los que parroquianos con el tufo de cerveza reventándoles por la
boca se liaban a golpes, sino que sacaba a relucir la presencia de brujos y
curanderos que realizaban sus rituales a escasos metros de nosotros. La
hechicera más mentada en los relatos de mamá era Doña Paredes, a quien ella
misma creyó sorprender, un amanecer, pegada a nuestra ventana pronunciando
rezos malévolos mientras regaba partículas de sal en el frontis de la casa. Esta
mujer de rostro cuarteado, piel marrón, que andaba casi a rastras había
obtenido su fama de bruja a mediados de
la década del setenta, en pleno apogeo del boom pesquero. Por entonces, ella y
su comadre Emperatriz, quien vivía en la morada de enfrente, vendían comida afuera
del terminal portuario. Ambas salían de sus casas antes de las cuatro de la
mañana; parecían estar sincronizadas o haber realizado un pacto de solidaridad,
pues cuando una sufría algún apremio que la hacía tardarse en la salida, la
otra esperaba con paciencia en la esquina, para así llegar juntas al terminal. Ante
los ojos del barrio y de cualquiera que las viera empujando esforzadamente sus
triciclos adaptados como mini puestos de comida ambulante, estas mujeres - más
allá del vínculo espiritual que las unía - , eran dos grandes amigas y
compañeras. Sin embargo, como diría Juan Rulfo, “nadie ha recorrido el corazón
de un hombre”; así que nadie puede saber lo que se siembra en ese guerrero
solitario donde están almacenadas nuestras emociones. Aunque tratemos de
distinguir los propósitos de un ser humano, estos terminan siendo siempre indescifrables.
Ni siquiera la bondad puede reconocerse a través de rasgos como una mirada
dócil o una sonrisa amigable; ya habrán oído el dicho: “caras vemos, corazones
no sabemos”. Lo cierto es que doña Emperatriz, una mujer de carácter blando que
se ganaba el aprecio de los comensales con su buena sazón y carisma, enfermó un
día sin razones aparentes. Le aparecieron unos cólicos fortísimos que acabaron
por tumbarla a la cama. Sólo una semana después de haber presentado ese mal que
la hacía estrujarse hasta producir un
alarido lacerante, falleció. El doctor que la atendió escribió en el certificado de defunción: <b><i>“muerte
a causa de una fuerte infección estomacal producida por la ingestión de un
alimento en mal estado”</i></b>. Tan
pronto como fueron enterrados los restos, alguien cercano a la difunta contó de
que varios días atrás las comadres y amigas inseparables habían tenido un
altercado en las afueras del terminal. Doña Paredes le reclamó a su comadre por
la desmedida coquetería en el modo con que trataba a los clientes para
ganárselos. La señora Emperatriz alegó en su defensa, con una calma angelical
que <b><i>“sólo
soy amable con estos hombres que vienen de tan lejos para pescar. Aquí no tienen
mujer ni hijos que les sonrían”</i></b>. Las palabras apaciguadoras no
consiguieron calmar la rabia de Segundina Paredes, quien la culpó, con palabras
de grueso calibre, de que durante las últimas semanas su comida se hubiera
quedado en las ollas. A pesar de la conocida tranquilidad de Emperatriz Montero,
esta respondió a los insultos con vehemencia, generándose una discusión que por
poco y espanta a los comensales. Aquella fue la primera y única vez que las
vieron pelearse en serio. Al día siguiente cada una llegó por separado al
terminal. Durante la mañana ni se miraron y al atardecer ninguna se decidía a retornar
al barrio, aguardando que la otra diera el primer empujón a su carreta. Era un
tira y afloja ridículo, como si se tratara de dos adolescentes peleadas por
haberse quitado el novio. Sólo un día después de la riña, doña Paredes se
apareció en el puesto de Emperatriz Montero y le ofreció disculpas por el mal
rato que la había hecho pasar. Se abrazaron como dos hermanas que se
reencuentran después de varios años, comprometiéndose a solucionar, en
adelante, las diferencias de manera armoniosa. Aquella reconciliación fue sellada con un
suculento picante de cuy que Segundina le entregó a su comadre, quien para demostrar
que aceptaba las dispensas allí mismo devoró el platillo. Para el hombre que
contó los detalles de aquél incidente, resultaba sospechoso que al poco tiempo
de haber probado la comida, Emperatriz comenzara a quejarse de dolores
estomacales que con el paso de los días se hicieron más intensos, hasta terminar
por tumbarla a la cama. Pero era más extraño aún, que doña Paredes no se
hubiera acercado al velatorio para dar los pésames a la familia de quien
consideraban como su mejor amiga. Tampoco acudió al entierro y por semanas dejó
de aparecerse en el barrio, ausentándose también del terminal portuario. Por
esos días se corrió el rumor de que la mujer había fugado a Bolivia, donde aún
vivía su madre, oriunda de la tierra del altiplano; pero fue sólo cuestión de
tiempo para volverla a ver andando en Pueblo Libre, con ese rostro duro que
espantaba a quien quisiera hacerle frente. Nadie se atrevió nunca a culparla
directamente por la muerte de Emperatriz Montero. Todo lo que se decía de ella eran
cuchicheos de esquina o murmuraciones en la bodega “Juanita” a la hora en que
todas las mujeres se encontraban allí para surtir sus alacenas. Cada vez que la
veían aparecer cambiaban rápidamente el tema de conversación y la saludaban con
cortesía, pues aunque tampoco lo dijeran, temían terminar envenenadas con
cualquier menjunje, tal y como le ocurrió a la comadre Emperatriz. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
</div>
<a name='more'></a><br />
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Con los años Segundina Paredes acrecentó
su fama de hechicera. Cualquier suceso paranormal que aconteciera en Pueblo
Libre debía tener su sello malévolo. Podía decirse que hasta su semblante
endureció más de la cuenta, dando la
impresión de que odiaba a todo aquél que prosperase frente a sus narices. El
odio parecía habérsele grabado en el corazón como una marca registrada. En el
barrio estaban convencidos de que poseía poderes para pactar con el demonio,
algo que de seguro aprendió en Bolivia, la tierra donde había nacido; allá en
las alturas del altiplano la mayoría de brujos ostentaban fama de maleros, y otros cuantos eran considerados mejores sanadores
que los propios médicos. Luego de la muerte de Emperatriz Montero y pasado un corto periodo de
ausencia, Segundina Paredes decidió abandonar por completo la venta de comida
en el terminal portuario y montó una tiendita a la que se dedicó con esmero. A
partir de entonces cualquier bodega o tienda que se abriese en la cuadra once
de Espinar terminaba cerrando a los pocos meses. No se trataba de una simple
casualidad, pues en reiteradas ocasiones habían aparecido en el frontis de
estos inmuebles muñecos con alfileres incrustados, restos de flores que habían sido
sometidas a algún tipo artilugio mágico, ñiscas de sal que atraían la mala
suerte y literalmente “salaban” el negocio; por si fuera poco cada vez cobraba
más fuerza la versión espantosa de que una mujer vestida de negro, a la que era
imposible verle el rostro, recorría las calles de Pueblo Libre. Esta extraña aparición había terminado por espantar a cinco celadores,
quienes aseguraban haber visto la imagen flotando en el aire como si se tratara
de un espectro. El “gordo” Aliaga fue el
primero en toparse de cerca, una madrugada en los inicios de Junio, con la
silueta de lo que parecía ser una mujer ataviada con un manto oscuro que andaba
sigilosamente a paso de procesión. A simple vista creyó que se trataba de una
recolectora de basura que aprovechaba el silencio de la madrugada para escudriñar
en los montículos malolientes aglomerados en las esquinas, tratando de rescatar
cualquier objeto que pudiera serle útil. Pero su sorpresa fue grande cuando, al tratar
de acercarse al cuerpo, descubrió que el
rostro que tenía al frente no era de este mundo. Lo que vio fue tan espantoso
que de la impresión cayó a la pista y empezó a patalear, como si hubiese
sufrido un ataque de epilepsia. Cuando lo encontraron tenía el cuerpo helado, botaba
espuma por la boca y temblaba como un perro rabioso. Para reincorporarlo hubo
que tirarle un poco de agua en la cara y frotarle las manos hasta que
recuperase una temperatura normal. Lo
primero que dijo cuando estuvo otra vez consciente fue: “era el diablo, el
mismísimo diablo. Esa mujer de negro es el diablo”. A pesar de que el gordito
juraba a cada momento de que había visto un ser espantoso, nadie le creyó, pues
todos sabían que sus guardias nocturnas las acompañaba con una botella de
caliche. Esa madrugada había bebido más de la cuenta; primero en un cumpleaños
que terminó antes de las dos; luego sorbió el caliche mientras rondaba las
calles, hasta que cerca de las cinco de la mañana - cuando se aprestaba a dar
su última ronda -, se topó con la misteriosa mujer de negro; el exceso de
alcohol pudo haber hecho que alucinara y viese al frente un demonio, por eso su
versión no resultaba del todo creíble. Quizás otras personas se habían topado
antes con esa mujer tenebrosa que hacía siempre el mismo recorrido lúgubre,
confundiéndola con una simple ropavejera; sin embargo al “gordo” Aliaga le tocó
enfrentarse a la penumbra de aquél rostro endemoniado que debía ser el mismo
que mi madre sorprendió detrás de nuestra ventana pronunciando rezos - que bien
podrían haber sido satánicos -, con el propósito de atraer la mala suerte hacia
el negocio que por entonces teníamos. <o:p></o:p><br />
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Durante mucho tiempo se tomó por
loco al “gordo” Aliaga; quien cada vez que era interrogado por los sucesos de
aquella madrugada, reafirmaba haber visto el rostro del demonio en esa mujer sombría.
Ahora ya no bebía y abandonó de manera
definitiva el trabajo de custodio por las noches. Solía vérsele a diario
recorriendo las avenidas y jirones del centro de la ciudad fumando un cigarro a
plena luz del día; lucía ojeroso y con el paso de las semanas se iba haciendo
más flaco. Caminaba imperturbable ante el ruido de las gentes y los bocinazos
de los automóviles, siguiendo una ruta que lo llevaba a ninguna parte; incluso
en algunas ocasiones ni siquiera respondía al saludo de sus amigos, quienes empezaban a
convencerse de que lo que vio esa madrugada de Junio, le comió los sesos. Al
cabo de unos meses el gordito desapareció por completo; no se despidió de su
familia ni de sus amigos más cercanos, con los que solía compartir juegos de
baraja y tardes de fulbito; se marchó en silencio, convencido de haber visto al
mismísimo diablo encarnado en esa mujer que recorría las calles de Pueblo Libre
durante la madrugada. Carlitos Luján lo sucedió en el puesto de vigilante
nocturno; no duró mucho tiempo, pues por entonces se hizo más frecuente la
presencia de la mujer de negro. Sus apariciones coincidieron con la apertura de
tres nuevas bodegas en la cuadra 11 de Espinar. Aunque el barrio tenía un
aspecto aterrador por la presencia de bares que eran en realidad burdeles
clandestinos donde se prostituían barranquinas, chiclayanas e incluso alguna
ecuatoriana o colombiana que llegaban a probar suerte al puerto; atraía – por
su cercanía al centro de la ciudad - a muchos foráneos, que por diversos
motivos llegaban a Chimbote. Al menos una docena de casas habían sido diseñadas
como mini departamentos o viviendas con múltiples habitaciones para ser
arrendadas; por eso era frecuente ver en Espinar siempre caras nuevas, gente
que llegaba a vivir por estos lares ignorando la presencia de una oscura mujer que
recorría las calles antes del amanecer. El corto tiempo que Carlitos Luján
custodió la cuadra por las noches, una treintena de nuevas personas ocupaban
los espacios de alquiler; ese auge de inmigrantes motivó a que algunos vecinos
abrieran negocios de comida y bodegas en sus casas. Incluso Segundina Paredes
se animó a retomar sus antiguas labores de cocinera y colocó en las afueras de
su bodeguita un par de mesas y varias sillas para expender combinado (mezcla de
ceviche, tallarines y papa la huancaína). Aunque nadie la relacionada aún con
las andanzas nocturnas de esa sombría silueta que había espantado al “gordo”
Aliaga, el vecindario seguía creyendo que Segundina, empujada por un
incontrolable sentimiento de envidia, vertió algún menjunje en aquél picante de
cuyes que terminó por mandar a una tumba a su comadre Emperatriz Montero. Por
eso, desde la primera aparición de un muñeco apuñalado con alfileres en el
frontis de la bodega “Honores”, todas
las conjeturas apuntaron a que ella había sido la autora de ese juguete
maléfico. Pero una vez más nadie tuvo el valor de acusarla directamente. Segundida
Paredes atendía en su pequeña tiendita y transitaba por el barrio emitiendo un hálito
lúgubre que sólo las gentes que anidan
malicia en el corazón suelen tener. En una ocasión el “chato” Orlando Macedo hizo
rodar un balón de fútbol hasta uno de sus mostradores donde exhibía galletas y
chocolates. Cuando fue a recoger la pelota se topó con la agria mujer, quien lo
aguardaba erigida como una efigie egipcia. “Señora, me entrega mi pelota por favor”,
le pidió respetuosamente. La mujer le clavó una mirada devastadora que convirtió
en gelatina las rodillas del pequeño
Orlandito. “Me… me… me … me da mi pelota…” volvió a repetir, esta vez
balbuceante. Segundina abrió la boca y soltó esa víbora que mantenía escondida
detrás de los dientes. El “chato” sintió un estupor al escucharla; fue tan
fuerte esa sensación que perdió por completo las fuerzas y se desplomó en la
acera tibia. “Sentí como si un soplo maligno ingresara en mi cuerpo…”, contó
después, ya reincorporado, pero aturdido aún por el regañamiento recibido.
Desde entonces todos los niños del barrio evitábamos acercarnos a los límites
de la bodega de Segundina Paredes. El único que noche a noche se aproximaba hasta
la frontera de aquél inmueble era
Carlitos Luján, quien por sus labores de celador nocturno debía, cada cierto
rato durante la madrugada, constatar que las puertas y ventanas de las casas,
que tenían el afiche pegado de: CASA VIGILADA, estuvieran bien cerradas. Una
ola de robos se había desatado en el barrio durante los últimos meses, lo que
obligó a reemplazar a la brevedad al “gordo” Aliaga. Los vecinos eligieron a Carlitos entre cinco
candidatos, quienes luego de enterarse sobre los espantos que sufrió durante el
corto tiempo que duró en el empleo, se alegraron de haber sido descartados. Fue
justamente el “flaco” Carlos Luján quien estuvo a punto de descubrir la
procedencia de la misteriosa mujer de negro. Antes de tomar el trabajo de
guardianía sabía del espantoso suceso que había sufrido su antecesor; pero al
igual que la mayoría de vecinos, no le daba crédito a la versión del gordito
“Aliaga”. Carlitos recorría la cuadra montado en una pequeña bicicleta que
brincaba como un saltamontes en cada bache de la polvorienta calle, que por
entonces aún no había sido asfaltada. Cada cinco minutos hacía sonar un silbato
anunciando su presencia nocturna. El ambiente era de por sí tétrico, envuelto
en tinieblas, pues varias bombillas en los postes de alumbrado público estaban
quemadas y la empresa de electrificación solía tardar meses en reponerlas. Además
los cortes de fluido eléctrico ocurrían con frecuencia en la ciudad; algunos a
causa de desperfectos en la estación eléctrica y otros producidos por la caída
de alguna torre de alta tensión que sucumbían ante la explosión de las bombas
que los senderistas colocaban casi quincenalmente para desestabilizar al
gobierno, demostrando la frágil seguridad en el país; sea cual fuere el motivo,
Chimbote llegaba a permanecer en la más completa oscuridad durante varias horas.
Los chicos más pillos, aprovechábamos ese tiempo para salir a la calle con
linternas que nosotros mismos fabricábamos colocando una vela dentro de tarros
de pintura; con ellas recorríamos el barrio en busca de seres monstruosos
que sólo existían en nuestra imaginación.
Poco antes de la media noche el grito acalorado de nuestros padres nos devolvía
a casa. A partir de ese momento Carlitos Luján se quedaba solo, aparentemente
solo, pues aunque al principio no lo notara, una misteriosa mujer de negro merodeaba
a sus espaldas. La primera sensación clara de que alguien deambulaba junto a él
en medio de la negrura ocurrió una media noche de abril a inicios del invierno;
uno de esos días en que los desperfectos eléctricos dejaban el barrio a oscuras
y obligaban a la gente a guarecerse en sus casas después de las once. El
“flaco” Luján rondaba inquieto iluminando con su linterna aquellos rincones en
los que pudiera esconderse algún ladronzuelo, cuando sintió un taconeo
incesante. Paró de golpe la bicicleta y
apuntó la luz hacia donde procedía el zapateo. El golpe de los pasos se fue
haciendo más fuerte, como si la persona a quien le pertenecían se acercase cada
vez más; sin embargo, a pesar de que Carlitos Luján iluminó en diferentes
direcciones tratando de ubicar al sujeto, nadie apareció. Alcanzó a oír el
taconeo frente a sus narices, luego lo sintió alejarse al mismo compás con el
que había aparecido, produciéndole un escalofrío en el cuerpo que le duró hasta
la mañana. Ese mismo día quiso renunciar al empleo, convencido de que el
“gordo” Aliaga siempre dijo la verdad sobre la presencia de un misterioso ser
con apariencia de mujer que merodeaba en el barrio durante la madrugada; pero
Carlitos Luján tenía un poderoso motivo que le sonreía cada tarde para
continuar en el trabajo, aún si apareciesen todos los demonios de la tierra. Miró
juguetear a su pequeña Malena el resto del día y no pegó un ojo hasta que
dieron las once, hora en que debía salir a la calle para custodiar el barrio. La
vio bostezar anunciando la pronta llegada del sueño, esperó a que se durmiera y
luego de darle un beso en la frente salió a la calle en la bicicleta para hacer
sonar su silbato cada cinco minutos. Las siguientes tres semanas que permaneció
como guardián nocturno fueron aterrorizadoras para el “flaco” Luján. La mujer
de negro rondaba insistentemente por el barrio de madrugada, caminaba de aquí
para allá como si tuviera urgencia de hacer algo. Al principio, cuando aún le
sobraba el coraje para enfrentarse a cualquier demonio disfrazado de mujer que
osara espantarlo, Carlitos se dedicó a perseguir las huellas del sombrío ser.
Notó que siempre aparecía pasada la media noche, sobre todo durante la
madrugada de los martes y viernes;
aunque también la habían visto pasearse algún lunes y según el
testimonio del “gordo” Aliaga, la mujer de negro lo espantó en el albor de un
domingo. Decidido a hacerle frente y
descifrar el origen de esta misteriosa dama, pasó tres semanas siguiéndole los
pasos, apuntando la luz de su linterna en todas las direcciones, husmeando en
los rincones más oscuros como un sabueso tras su presa, armado en el cuello con
un rosario de madera que le obsequiaron el día que recibió la primera comunión.
Trató de convocar a otros guardianes nocturnos aledaños para que lo acompañasen
en su osada casería pero nadie quiso comprometerse con la causa del “flaco” Luján,
pues temían acabar siendo presa de algún
maleficio. Su solitario esfuerzo terminó sucumbiendo un amanecer, cuando en el
frontis de la vivienda que ocupaba apareció una muñeca de trapo vestida con
ropas similares a las que usaba su pequeña Malena. El juguete, a diferencia de
otros muñecos encontrados en los límites de las bodegas recientemente abiertas,
no venía incrustado con alfileres, pero
conservaba el mismo aire tétrico que el resto de hallazgos. Carlitos Luján la
vio horrorizado, los ojos se le saltaron como búho y antes de tomarla por el
brazo, trató de golpearla con una enorme piedra que había a su costado; sin
embargo un papel doblado que resaltaba por entre el vestido lo hizo desistir.
Apenas y amanecía, cuando el corazón le explotó
de pánico. Nunca antes había sentido tanto espanto como el que experimentó
aquella mañana al toparse con esa inscripción hecha con sangre, que parecía ser
de algún animal. “<b>Tú decides”</b>, se
leía en la amplitud de la hoja. El “flaco” Luján apretó los puños y sintió la
necesidad de golpear la pared. Lo hizo hasta que los nudillos de los dedos le
quedaron tan ampollados que estuvo con las manos vendadas por varios días. Sin
dar alguna explicación, esa misma tarde presentó su renuncia al puesto de
guardián nocturno. Aunque no contó en ese momento lo que llegó a descubrir en
esas madrugadas de persecución incesante, en el barrio afloró un nuevo rumor que lo colocó
como otra víctima de la mujer de negro. Sólo varios años más tarde, durante la celebración
de los carnavales, Carlos Luján, sacudido por el alcohol se atrevió a hablar de la muñeca hallada en
su frontera, y contó, además, algunos de los sucesos inéditos que le tocó vivir
durante el corto tiempo que estuvo a cargo de la vigilancia en la cuadra once
de Espinar; lo hizo tembloroso, atascándose a cada momento, mientras que con
ademanes y gestos describía detalles de lo que había visto. El relato se oía
espantoso, tan real y escalofriante como un cuento de Edgar Allan Poe. A
diferencia de la ocasión en que el “gordo” Aliaga narró su experiencia con la
dama oscura, ahora los vecinos escuchaban atentos al “flaco” Luján, quien a
punto estuvo de revelar la identidad de la misteriosa mujer que recorría el
barrio durante la madrugada, de no haber sido porque justo cuando iba a
hacerlo, el paso de Segundina Paredes lo estremeció a tal punto que casi se atraganta con su
saliva. Allí mismo pidió que lo llevasen a su casa aduciendo que el exceso de
alcohol empezaba a descomponerlo. Luego de ese día nunca más volvió a mencionar
detalles de lo ocurrido. Unos meses más tarde, Carlitos abandonó el barrio y se fue a
vivir junto a su familia a una de las invasiones de Nuevo Chimbote. <o:p></o:p><br />
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<div class="MsoNormal">
Así como les ocurrió al “gordo”
Aliaga y a Carlitos Luján, los siguientes tres celadores que cuidaron la cuadra
once de Espinar tuvieron que abandonar la guardianía a los pocos meses,
aturdidos por la presencia de esta misteriosa mujer de negro, dejando la calle a
merced de los ladronzuelos. Las historias eran repetidas: aparición de objetos
que tenían el aspecto de ser trabajos de brujería; la silueta oscura de una
dama que transitaba a sus anchas durante la madrugada pero que nadie podía
identificar ni determinar de dónde procedía; hombres espantados que abandonaban
el barrio atemorizados por la amenaza de recibir una maldición. Por años los
relatos acerca de la mujer de negro se convirtieron en las historias
predilectas de nuestra mesa. Mi madre narraba los detalles con apasionamiento
vívido. Para ella, como para otros vecinos, la dama de negro tenía estrecha
relación con Segundina Paredes. Mamá era una de las pocas personas que se topó
de frente con la negrura de esta mujer y creyó reconocer en su aspecto crudo
algunos rasgos de Segundina. Además de aquél encuentro inesperado, basaba su
hipótesis en la simple conjetura de que mientras la otrora vendedora de comida
mantenía las fuerzas para pasearse por la calle, la mujer de negro era vista
con frecuencia; pero una vez que el cáncer al hígado mermó su salud postrándola
a una cama, el barrio dejó de sufrir la presencia de muñecos apuñalados por alfileres.
Aquella era una coincidencia que despertaba suspicacias en mi madre. Aunque nadie nunca tuvo el atrevimiento de
decírselo, fueron muchas las gargantas atragantadas con el deseo de gritarle en
la cara a Segundina Paredes que era la responsable de la muerte de Emperatriz
Montero y de los objetos de brujería hallados por años en el frontis de las
bodegas. Admito que luego de que aquella paloma con mirada psicótica se posó en
el gimnasio, tuve la ligera sospecha de que Segundina Paredes estaba detrás de
ese macabro trabajo de brujería iniciado con el hallazgo del muñeco decapitado.
¿Pero acaso ella no tenía los días contados víctima de un cáncer irremediable? Ya
no tenía dudas de que algo siniestro estaba siendo maquinado en mi contra. Volví a
leer el versículo resaltado de la Biblia: <b><i>“Porque no es nuestra pelea solamente contra hombres
de carne y sangre: sino contra los príncipes, y potestades, contra los adalides
de estas tinieblas del mundo, contra los espíritus malignos esparcidos en los
aires”.</i></b> (Efesios 6:12). Debía prepararme, pues una gran batalla
espiritual estaba por empezar. <o:p></o:p></div>
</div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="http://1.bp.blogspot.com/-qZN8pF2mNbU/VHywZCvTWbI/AAAAAAAAAVk/oXBsqggQVeE/s1600/la-dama-de-negro%2B087.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="http://1.bp.blogspot.com/-qZN8pF2mNbU/VHywZCvTWbI/AAAAAAAAAVk/oXBsqggQVeE/s1600/la-dama-de-negro%2B087.jpg" /></a></div>
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<span style="font-family: Times, Times New Roman, serif;"><span style="font-size: 11pt; line-height: 115%;"><br /></span></span></div>
<span style="font-family: "Calibri","sans-serif"; font-size: 11.0pt; line-height: 115%; mso-ansi-language: ES-PE; mso-ascii-theme-font: minor-latin; mso-bidi-font-family: "Times New Roman"; mso-bidi-language: AR-SA; mso-bidi-theme-font: minor-bidi; mso-fareast-font-family: Calibri; mso-fareast-language: EN-US; mso-fareast-theme-font: minor-latin; mso-hansi-theme-font: minor-latin;"><br /></span>
<span style="font-family: "Calibri","sans-serif"; font-size: 11.0pt; line-height: 115%; mso-ansi-language: ES-PE; mso-ascii-theme-font: minor-latin; mso-bidi-font-family: "Times New Roman"; mso-bidi-language: AR-SA; mso-bidi-theme-font: minor-bidi; mso-fareast-font-family: Calibri; mso-fareast-language: EN-US; mso-fareast-theme-font: minor-latin; mso-hansi-theme-font: minor-latin;"><br /></span>TIRA PIEDRAShttp://www.blogger.com/profile/00515629599509667286noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-8083027458305763274.post-20282635080410588782014-08-26T21:49:00.000-07:002015-01-05T17:53:15.580-08:00EL OCASO DE LA TRISTEZA (Séptimo Capítulo)<div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;">
<b><span style="font-family: "Cooper Black","serif"; font-size: 14.0pt; line-height: 115%;">VII<o:p></o:p></span></b></div>
<div class="MsoListParagraphCxSpFirst" style="margin-left: 0cm; mso-add-space: auto; text-align: justify;">
<div class="MsoListParagraphCxSpFirst" style="margin-left: 0cm; mso-add-space: auto; text-align: justify;">
La cercanía de la Navidad distrajo mi atención, haciéndome
olvidar, que una caja conteniendo un malévolo trabajo de brujería, había
aparecido en la parte posterior del gimnasio. Fue como si todo quedara de
pronto en blanco, como si alguien arrancara la página del libro donde estaba
escrito ese capítulo misterioso de mi vida. No es que disfrutara las
celebraciones de la Pascua, pues desde que Juanchi dejó de sentarse en nuestra
mesa, la navidad se convirtió en un acontecimiento pálido. La última Nochebuena
que pasamos juntos hubo más de un motivo para celebrar. Dos días antes culminé
con éxito la primaria y en mérito a mis buenas calificaciones papá me obsequió cinco
mil intis, un billete color azul con el rostro imponente de Miguel Grau. Por
primera vez tenía tanto dinero como para comprar un arsenal de cohetones,
cohetecillos, bombardas y luces de bengala. Las noches previas a esa navidad
hicimos temblar el barrio, haciendo explotar debajo de las puertas los
pirotécnicos que compramos con mi premio. Resultaba muy gracioso ver salir
espantada a la gente, presumiendo que algún explosivo había sido detonado en su
frontis, ya que por entonces los grupos subversivos aún operaban en la ciudad y
la ciudadanía andaba al pendiente de cualquier ataque terrorista; mientras nosotros
mirábamos el barullo, agazapados en los arbustos del jardín de la familia
Fernández. Pero ya está dicho que no existe crimen perfecto. Cuando fuimos descubiertos
papá recibió las quejas de la señora Izaguirre, también de la renegona Paredes
y doña Emperatriz, sumándose a esa horda de acusadoras doña Risco, una mujer
que tenía cuatro hijas muy guapetonas, a las que por entonces todos en el
barrio rondaban con fines amorosos. Este cuarteto de mujeres le advirtieron a
mi padre que si continuábamos espantando a su prole con tremendas explosiones, harían
justicia por su cuenta, lo que significaba una persecución incansable hasta
vernos pidiendo perdón de rodillas. Papá las escuchó con atención en la puerta
de casa mientras nosotros aguardábamos el inminente castigo en el dormitorio.
Conociendo a mi padre, nos esperaba una buena latiguera. Pero nada de eso
ocurrió. Creo que esa fue la única vez que nos salvamos del castigo por una
travesura cometida y debió ser porque papá se encontraba orgulloso de lo que
Juanchi y yo habíamos hecho en la escuela aquél año, pues además de las buenas
calificaciones y haber obtenido el primer lugar en el torneo de fulbito
intersecciones, a finales de diciembre estrené en la clausura escolar mi
primera obra de teatro. El guión se titulaba: <b><i>El drama de los ricos y los pobres</i></b>. Una
representación cuyo reparto estuvo conformado por dos compañeros del sexto
grado y seis alumnos del quinto grado, entre ellos mi hermano. Esa ocasión Juanchi
demostró un talento histriónico inédito representando con maestría al hijo
mayor de la familia pobre. Pasada la clausura, no recuerdo con claridad si fue idea de
Juanchi o mía continuar con nuestra carrera explosiva en el barrio; pero ese
afán casi le cuesta un pie a la hija mayor de doña Risco. El cohete perseguilón
que colocamos debajo de su puerta salió
disparado a una velocidad inusual y alcanzó la mesa donde cenaban, explotando
justo en el pie de Mechita. Por suerte la detonación solo alcanzó a negrearle
los dedos. A pesar de que no fuimos vistos infraganti, cualquiera podía
asegurar que los responsables éramos nosotros, los pequeños demonios de la
cuadra once de Espinar. Teníamos la suficiente cantidad de antecedentes para
ser inculpados, así que esta vez ninguna excusa pudo librarnos de la buena
tunda de correazos que papá nos dio. Desde ese tiempo hasta ahora, la navidad
fue destiñéndose en el barrio. Cada vez eran menos las casas decoradas con
luces navideñas en sus ventanas y poquísimos los niños que se arriesgaban a
jugar con pirotécnicos en la calle. Diciembre transcurría como un mes
nostálgico y triste. Mucho más en mi casa, donde las cenas navideñas se
volvieron un compartir parco. Pero esta nueva Navidad el embarazo de mi hermana
Angela trajo nuevos bríos a la familia; después de varios años las ventanas
lucían adornadas con luces de colores, volvieron a colocarse adornos
decorativos en las paredes y desempolvamos el viejo árbol navideño para lucirlo
en la entrada de casa. La forma puntiaguda que había adoptado la barriga de
Angela indicaba que dentro de pocos meses se sumaría una niña a la familia. Eso
era lo que mi madre vaticinaba, aún mucho antes de que una ecografía diese el
veredicto final. Después de cinco alumbramientos mamá podía determinar el sexo
del bebé con sólo observar la forma del vientre. Supongo que esa debe ser una
cualidad especial, que algunas mujeres desarrollan debido a su vasta
experiencia maternal. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoListParagraphCxSpMiddle" style="margin-left: 0cm; mso-add-space: auto; text-align: justify;">
<br /></div>
<a name='more'></a><br />
<div class="MsoListParagraphCxSpMiddle" style="margin-left: 0cm; mso-add-space: auto; text-align: justify;">
Por esos días previos a la noche buena, me ocupé de buscar
obsequios para mis tres ahijados. El menor de todos es Lucas, un nene de tres
años, primogénito de Carlín, amigo del barrio con el que crecimos jugando
fútbol en todos los rincones de la ciudad; estaba también Briseida, hija de
Puchuro, uno de mis mejores amigos de infancia, a quien apadriné el día de su
primer añito; hace poco había cumplido los seis y lucía encantadora; y desde
luego, Jazmín, una guapa quinceañera que conocí cuando trabajé en una escuela
como Auxiliar de Educación. La jovencita se encariñó conmigo desde el primer
día de clases y en octubre pasado nuestro lazo amical se consolidó al
convertirme en su padrino. También debía
comprar regalos para mis sobrinos Fabrizio y Antuanette, que son como dos hermanos pequeños, pues viven
en el inmueble de al lado y suelen pasar gran parte del tiempo en casa
jugueteando. Fue una búsqueda alegre acompañado de Luz. Recorrimos los súper
mercados, atiborrados de gente y mercaderías, tratando de elegir entre juguetes
mecánicos, prendas de niño y peluches el regalo ideal. Era feliz tomándole la mano,
abrazándola cuando notaba que el frío invernal prolongado hasta diciembre,
empezaba a calar en su pequeño cuerpo que parecía haber sido delineado con un
cincel. Después de mucho tiempo podía afirmar que tenía a mi lado una mujer con
la que me arriesgaría a compartir la vida en cualquier lugar del planeta. Para
ella la navidad tampoco tenía un significado emotivo, sus recuerdos de esa
fecha eran melancólicos. Los veinticinco de diciembre a las cero horas en su
pequeña casa de Carricillo habían sido noches sin cena ni regalos ni abrazos.
Las bombillas solían apagarse antes de las diez, tal y como en los otros días,
por una disposición de su padre, Severino. La pequeña Lucecita, escuchaba desde
su cama, junto a su hermano Mateo, el reventar de los cohetones y bombardas que provenían de los anexos vecinos y del
mismo Tocache. Afuera mucha gente se estaría abrazando a esa hora, deseándose
una feliz navidad; luego partirían un pavo o un pollo bien horneados, comerían
panetón y mojarían sus labios con el chocolate caliente. Lo único que ella
anhelaba en ese momento era tener cerca a su mamá Justina y decirle que la
amaba, apretujar su espalda y quedarse así un largo rato, sintiendo su calor,
el amor de sus manos. Aunque la mesa estuviese vacía y no hubiera un árbol de
navidad adornado en la sala ni regalos aguardando detrás de la puerta, la
ilusión de Lucecita era ver reunida a su familia la noche de navidad. Ese deseo
lo vio cumplido cuando se instalaron en San Jacinto, lejos de las guerrillas
subversivas y los narcos. Fue un viaje largo el que emprendieron desde la
selva. Debió durar varios días, puesto que el primer tramo lo hicieron a pie,
escondiéndose entre la mata selvática para no ser descubiertos por los
terroristas, quienes buscaban a Severino para cobrarle una afrenta que nunca
quiso revelar. El hombre apareció una tarde sofocado con los pantalones
remangados hasta la rodilla y la camisa sujetada apenas por dos botones,
mostrando su pecho cobrizo. Traía el rostro impregnado de sudor, castigado por
el pánico. <b><i>“¡Al amanecer nos vamos de aquí! No
pregunten por qué. ¡Empaquen y punto!”</i></b>. Nadie se atrevió a objetar
tamaña decisión que iba a cambiar el curso de sus vidas. Al rayar del alba se marcharon, llevando apenas
unas cuantas pertenencias; todo lo demás: la casa, el terreno agrícola donde
sembraban la coca, los objetos más pesados, quedaron al cuidado de un
pariente. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoListParagraphCxSpMiddle" style="margin-left: 0cm; mso-add-space: auto; text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoListParagraphCxSpMiddle" style="margin-left: 0cm; mso-add-space: auto; text-align: justify;">
La vida de Lucecita no fue tan diferente en la ciudad costera
de lo que había sido en Carricillo. En San Jacinto también tuvo que trabajar a pocos
días de haberse instalado en una casucha arrendada que tenía la puerta de
entrada venida abajo y un solo dormitorio en el que toda la familia se acomodó
como pudo. Tal y como ocurrió en la selva, donde se vio en la necesidad de
hacerse a las labores del campo apañando el tomate siendo aún una niña, las
circunstancias la obligaron a buscar un empleo. Luego de aquél viaje largo
cruzando ríos, montañas y caminos de herradura, a Severino, su padre, le habían quedado apenas
unos cuantos centavos en el bolsillo. Ahora tendría que ser más fácil encontrar
trabajo, pensaba mientras recorría las calles del pueblo. Ya no era una niñita
de canillas frágiles, el tiempo la había convertido en una radiante adolescente
de ojos claros que atraía la mirada de los lugareños. Ella confiaba en la
fuerza de sus brazos, tenía el temple para resistir cualquier labor, soportar
el maltrato del sol, pelearse incluso con quien osara acercarse con malas
intenciones. A pesar del aura triste impregnada en su alma por los tiempos duros que le tocó vivir
durante su infancia en Carricillo, solía vérsele con una sonrisa chisposa que
la diferenciaba del resto de jovencitas. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoListParagraphCxSpMiddle" style="margin-left: 0cm; mso-add-space: auto; text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoListParagraphCxSpMiddle" style="margin-left: 0cm; mso-add-space: auto; text-align: justify;">
La ciudad tenía alrededor un bosque de pinos, chacras,
sembríos, montañas rocosas y un riachuelo que aunque parecía una representación
en miniatura del río Huallaga, en cuya cuenca alta se erige Tocache, le
recordaban mucho a su tierra natal. En la costa el sol calentaba por las tardes,
pero no tanto como para achicharrar la piel, algo que sí ocurría en Carricillo.
Las primeras semanas Lucecita extrañaba la lluvia interminable de cinco días, la
piedra enorme donde solía sentarse para charlar con la Luna, los cachorros dejados
a su suerte en la selva. Pero no podía quedarse cruzada de brazos, atrapada en
un mar de recuerdos nostálgicos, mientras sus padres se rompían el lomo
trabajando en el campo, sobre todo ahora que eran tres los infantes de la casa.
Sonia, la última integrante de la familia, había nacido hace un quinquenio, cuando
terrorismo y narcotráfico, dos flagelos eternos del Perú, rebrotaban en el alto
Huallaga. El pueblo en el que acababan
de instalarse estaba poblado de gente cálida, bonachona, dedicada en su mayoría
a trabajar en la Azucarera San Jacinto, el gran productor de azúcar en la
región. Otros lo hacían en los campos de cultivo, como peones arando la tierra,
plantando luego las semillas y meses después, en el tiempo de la cosecha, rasgando
el maíz o desenterrando las hortalizas. Las
casas estaban pegadas unas a otras; en Carricillo, por el contrario, el vecino
más cercano se encontraba a quinientos metros, separados uno del otro por
herbazales. En esos primeros días Lucecita recorrió de palmo a palmo los
rincones del pueblo al que acababa de llegar, buscando la escuela. Aquella
huida inesperada la hizo abandonar las clases sin siquiera despedirse de su
maestra y los compañeros. Allí podría estudiar también. Tendría que haber
alguna escuelita, quizás no tan pequeña como la de Carricillo, pero seguro que
la dejarían continuar estudiando, aprender de geografía e historia, conocer más
sobre matemática y lenguaje. Primero se
animó a hablarle a su padre, ese ser fantasmal que propició un escape al que no
le encontraba razones. No habían cruzado más que saludos desde que llegaron, pero igual se acercó a él
una mañana y le pidió, sin rodeos, que la acompañase a la escuela; sólo eso
quería, no iba a pedirle dinero pues para eso tenía manos y piernas fuertes que
le permitían trabajar. Lucecita deseaba mostrarles a todos en ese nuevo lugar, que
también tenía un padre preocupado por sus necesidades, interesado en verla
feliz, dispuesto a defenderla si alguien intentaba propasarse con ella. Sin
embargo volvió a toparse con un ser insensible, mecánico, que debía esconder
debajo de su piel algún prototipo siniestro de hombre. <b><i>“No tengo tiempo para esas cosas.
Si quieres estudiar trabaja. Aquí cada quien debe ganarse el pan”</i></b>.
Dolió mucho, como si un fierro caliente le cayera en el corazón. Ese día volvió
a llorar de amargura. ¿Por qué papá no podía ser como todos los papás del
mundo? Contarle un cuento por las noches, ir con ella a la escuela de la mano o
tan solo abrazarla fuertemente para demostrarle su amor. La mañana siguiente
salió de casa muy temprano, cuando el sol clareaba y las avecillas murmuraban su
canto alegre. Se dirigió al campo, decidida a conseguir un jornal. Sabía que
nadie la conocía allí y que a las chicas de su edad no les permitían trabajar
en los cultivos. Incluso en Carricillo había tenido que demostrar un temple
severo para convencer al capataz de darle trabajo en las plantaciones de
tomate. Si era necesario madrugar, coger una palana o romperse el espinazo
labrando la tierra lo haría. Pero a casa
iba a volver con dinero en las manos; una parte entregaría a mamá Justina,
quien hacía malabares para cubrir los gastos de la comida, pues Severino
aportaba, como siempre, una miseria; otro poco de plata guardaría para
costearse la escuela. Esa tarde, aunque con los dedos ampollados y un terrible
dolor de espalda que la obligó a tomarse un calmante para aligerar la molestia,
retornó feliz. Le había demostrado al capataz de unos maizales que a pesar de
su corta edad podía hacer las mismas tareas que un hombre curtido. Iba a ganar
quince soles por un jornal de diez horas; era poco, pero le habían dicho que si
no le gustaba el pago o el horario podía ir a buscar trabajo en otro sitio. La
pequeña Luz no tardó en acostumbrarse a las tareas del campo, al nuevo pueblo y
su gente bonachona que empezaba a identificarla en las calles de San Jacinto
cuando la veían pasar rumbo al trabajo antes de las seis de la mañana o cuando paseaba
los domingos, junto a sus hermanos, en la plazuela. Aunque estuvieran en otro
lugar, la convivencia ácida con su padre persistía, resultaba irresoluble, volviéndose más peliaguda con el paso de los
años. Ni siquiera durante la navidad podían verse a la cara con buenos ojos. Ya no eran los tiempos pálidos de Carricillo,
ahora la familia esperaba el nacimiento del <b><i>niño Jesús</i></b> reunida en una
pequeña mesa que Lucecita se encargaba de preparar dos horas antes de la
medianoche. La vestía con un mantel blanco, colocaba luego los platos y
cubiertos de una manera tal que parecía iba a realizarse una gran ceremonia. Cerca
de las doce cada quien ocupada su lugar en la mesa. Mamá Justina se encargaba
de servir el chocolate caliente que tan bien le quedaba; traía los panecillos y
dejaba para el final un pollo bien horneado. La explosión masiva de bombardas, cohetones
y fuegos artificiales en la calle anunciaban que la hora de darse el efusivo
abrazo de navidad había llegado. Aquél momento de gratitud se convertía en el
más espinoso para Lucecita. Un cortocircuito le recorría el corazón al
acercarse a su padre. <b><i>“Feliz Navidad Pa’”</i></b>, le decía
palmoteándole apenas la espalda. <b><i>“Feliz Navidad hija”</i></b><i>, </i>respondía el hombre sin ánimo.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoListParagraphCxSpMiddle" style="margin-left: 0cm; mso-add-space: auto; text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoListParagraphCxSpMiddle" style="margin-left: 0cm; mso-add-space: auto; text-align: justify;">
Cada vez que me contaba algún retazo de su historia veía humedecer
sus ojos claros, sentía cómo se removían en su alma los recuerdos inflamados por
una vida atiborrada de tristezas,
marcada por la ausencia espiritual de un padre que aunque habitaba el mismo
espacio parecía vivir a miles de kilómetros de ella. La descomposición de su
rostro era una señal silenciosa para acercarme y abrazarla. Sentía su
respiración convulsionada, por momentos intercalada
con suspiros de amor. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoListParagraphCxSpMiddle" style="margin-left: 18.0pt; mso-add-space: auto; mso-list: l1 level1 lfo2; text-align: justify; text-indent: -18.0pt;">
<!--[if !supportLists]-->-<span style="font-size: 7pt; font-stretch: normal;">
</span><!--[endif]-->Gracias por estar conmigo cuando te necesito,
soy muy feliz a tu lado; me decía
mientras su rostro se apoyaba en mi pecho y yo quería que se quedase
allí por horas, para siempre… <o:p></o:p></div>
<div class="MsoListParagraphCxSpLast" style="margin-left: 18.0pt; mso-add-space: auto; mso-list: l1 level1 lfo2; text-align: justify; text-indent: -18.0pt;">
<!--[if !supportLists]-->-<span style="font-size: 7pt; font-stretch: normal;">
</span><!--[endif]-->No tienes por qué agradecerme, te amo y lo único
que hago es dejar que mi corazón lo demuestre – mis brazos la apretaban con más
fuerza - No importa dónde estés Lucecita, mis oraciones y mi amor siempre te
alcanzarán. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
La noche que recorrí junto a Luz los
súper mercados en busca de obsequios navideños para mis ahijados, me pareció que
caminaba junto a la niña de ojos claros que jugueteaba con sus cachorros en los
campos de Carricillo. Lucecita estaba
radiante, destilando sensualidad con una mini jean celeste que conjugaba muy
bien con una blusa beis; se veía tan linda que me provocaba besarla a cada momento.
En medio del vaivén de la gente imaginé por un instante que esos inmensos
anaqueles donde se exhibían todo tipo de mercaderías eran los gigantescos sauces
selváticos; borré a la multitud bulliciosa y quedamos los dos solos en ese
paisaje que recorríamos como dos niños enamorados. Durante varios minutos me
sentí un osado explorador caminando por la selva junto a su amada compañera.
¡Cuánta imaginación puede desatar el amor! En la sección de juguetes nos topamos con peluches
enormes de perros, osos, tigres y elefantes. Ella se acercó y contempló con
atención a un gracioso perrito afelpado. Le acarició la cabeza como si fuese un
animal de verdad. En ese momento debió acercarse a su niñez, recordar los
tiempos cálidos de Carricillo, sentir a sus pequeños cachorros. “Puedes
llevarlo”, le dije viéndola tan encariñada. Su respuesta fue negativa aunque
insistí hasta en dos ocasiones; así que pensé sorprenderla luego con un bonito
regalo de navidad. Cuando hubimos terminado de comprar los obsequios fuimos a
comer helado en una de las bancas del centro comercial. Ella había elegido uno
con sabor a vainilla y yo otro de lúcuma. Pasamos mucho tiempo allí saboreando el
bocado, sonriendo, mientras veíamos pasar a la gente con sus bolsos repletos de
regalos; a ratos acercaba mi rostro hasta quedar pegado a su nariz de avecilla;
cerraba los ojos, percibía su olor y sincronizadamente uníamos nuestros labios.
En ese momento la caja con el muñeco decapitado dentro era un recuerdo
desvanecido, no me preocupaba por las consecuencias que su aparición podría
traer a mi vida. Disfrutaba la compañía de Luz al máximo, olvidando por
completo que tal vez algún enemigo oculto tramaba desestabilizar mi entorno con
un trabajo de hechicería. Vivía feliz. A su lado pude comprobar que sólo cuando
compartimos nuestro tiempo con la persona ideal, es que podemos experimentar a
plenitud las maravillas del amor. Vivía enamorado
de Lucecita, la pequeña mujer con alma de hierro, que el destino colocó frente
a mí una tarde de febrero hace tres años en el gimnasio. Aunque no era tan
expresiva como yo solía serlo, sus sencillas muestras de amor servían para
endulzar mi vida. Un domingo, que son los días en que suelo prolongar mi sueño
más allá de las nueve de la mañana, llegó a casa de sorpresa a las 7:45 a.m.;
mamá la hizo ingresar, fue a mi cuarto y tocó la puerta insistentemente hasta
que consiguió despertarme. Cuando abrí se abalanzó sobre mí; así de pronto, sin
esperar a que le dijera algo, me besó. Aunque sólo se quedó unos minutos, ya
que debía estar a las ocho en la cevichería donde trabaja como moza, su corta
visita me mantuvo con una sonrisa en los labios durante todo el día. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Esos días previos a la navidad
pasamos mucho tiempo juntos; luego del entrenamiento en el gimnasio Luz retornaba
a casa para mirar películas comiendo galletas dietéticas, gelatina u otro
bocado bajo en calorías. A pesar de que las pelis de terror la espantaban,
terminaba convenciéndola de poner en el DVD algún vídeo terrorífico o sangriento.
Cuando aparecían en el televisor las escenas más aterradoras ella cerraba los
ojos y se acurrucaba a mi lado. Su cabello húmedo olía a una fragancia
deliciosa. Me gustaba sentir su cuerpo tibio
junto al mío, esa cintura y piernas cada día más firmes gracias a las duras
rutinas de pesas a las que se sometía. El jueves, casi una semana después de
haber encontrado el espantoso paquete en el gimnasio, hicimos un viaje
relámpago a Trujillo. Desde que bauticé a Lucas, viajaba cada Diciembre a la
ciudad de la eterna primavera para entregarle sus obsequios navideños. Por
primera vez llegué a casa de mis compadres en compañía de alguien. Unos días
antes les había dicho a través del celular: “Este año llegaré bien acompañado,
así que pongan un cubierto más en la mesa”. Durante el trayecto de ida no
pestañamos un solo minuto en las dos horas y media que tardó el bus para llegar a nuestro destino. Resultó
muy entretenido pasar ese tiempo prodigándonos mimos y caricias; nunca la había
sentido tan expresiva hasta entonces, lo que me hizo suponer que su amor iba
creciendo. Mi corazón bamboleó de felicidad.
Repetimos promesas de amor y repasamos algunos planes para el año entrante que debía
traer una serie de cambios importantes a nuestras vidas. En cada una de sus palabras
notaba la decisión firme de olvidar los sinsabores del pasado y construir un
futuro distinto conmigo. Admiraba su valentía, ese temple que tanto le valió para enfrentarse con las
adversidades que el destino le puso en el camino. Supongo que yo no habría podido
resistir todos esos avatares, no con mis vaivenes emocionales que terminaban
arrastrándome rápidamente al abandono de mi Fe. Ese corto viaje sirvió para
reafirmar que Luz me otorgaba el equilibrio emocional necesario; con ella podía
romper el círculo de tristeza y soledad en el cual me había visto atrapado por
años. Pero más allá de los sentimientos, existía entre nosotros una fórmula
resuelta. Así como el hidrógeno y el oxígeno se juntan para crear el agua; la
reunión de nuestros elementos encajaba a la perfección. Estaba convencido de
que con su fortaleza y voluntad para el trabajo sumado a mi habilidad en los
negocios podíamos incursionar en nuevos proyectos juntos. El gimnasio se había
mantenido en auge la temporada primaveral y según mis cálculos el verano
traería un vendaval de jóvenes dispuestos a mejorar su anatomía con las pesas,
lo que representaba un aumento considerable en mis ingresos. Además escribía
artículos para la revista cultural <b><i>OF</i></b>, entrenaba un equipo de fútbol
juvenil y había comenzado a distribuir la línea de suplementos nutricionales <b><i>Universal
Sport</i></b>. Mis amigos solían decir que me desenvolvía como un verdadero <b><i>mil
oficios</i></b>. La multiplicidad de trabajos permitiría reunir en los próximos
seis meses el capital suficiente para
montar una cevichería, un negocio rentable en la ciudad y que, además, Luz sabía
cómo manejar. Aquella idea venía madurando hace varios años atrás, pero en ese
momento sentía que el fruto estaba listo para ir a la mesa. Mientras
retornábamos a Chimbote, soltábamos algunos nombres con el que podríamos
bautizar el local. Para mí la mejor opción era, en vista de que ella sería
quien manejaría el establecimiento: Restaurant Cevichería <b><i>“Lucecita”</i></b>. Sin embargo
Luz creía que con el tiempo podríamos encontrar una mejor opción. Finalmente,
podía afirmar, que después de un largo periodo atrapado en la soledad, preso de
los apuros económicos, estaba camino a la consolidación económica y sentimental.
Llevaba la vida que siempre quise tener: escribía, me mantenía ligado a los
deportes, mis ingresos aumentaban gracias a ello, y pasaba momentos
maravillosos acompañado de una mujer que se ajustaba como perilla al dedo a mi estilo de vida. Esa noche llegamos a casa cerca de las once. Le pedí que se
quedara. “Está bien, pero no te acostumbres”, respondió con una sonrisa de
complicidad. Ni bien quedamos a oscuras nuestras bocas callaron, dejando que
brotara otro lenguaje. El amor habló por nosotros como otras tantas noches en
las que su cuerpo y el mío siguieron un mismo camino hasta el amanecer. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Por la mañana nos despedimos con
un tierno beso. Ella apuró el paso hacia su habitación para alistarse y salir
rumbo al trabajo mientras que yo me quedé retocando las crónicas que debían ser
publicadas en la edición veraniega de <b><i>OF</i></b>. De mañana suele venir poca gente
a entrenar en el gimnasio, así que dedico las primeras horas a escribir. Tenía que
avanzar rápido, pues faltaban apenas dos semanas para el lanzamiento y Juan
Aquino, director de la revista, llamaba al celular mañana, tarde y noche reclamando
que le enviara pronto los textos. Apenas encendí la laptop un presentimiento
oscuro se disparó en mi corazón. Anteriormente me habían asaltado ese tipo de
sensaciones que anunciaban la cercanía del peligro. Recordé que el año
anterior, cuando sufrí el robo de la computadora portátil, una bocinada
interior sirvió como alerta que ayudó a descubrir la presencia del ladrón en el
dormitorio. Esa vez me encontraba, como todas las tardes, en plena rutina de
pesas, de pronto una palpitación angustiosa en mi pecho rugió como un león
cuando vi pasar por mi lado al “colarao”. “Adiós Marco”, se despidió con un
apretón de manos. El muchacho llevaba una mochila negra en la espalda que a simple
vista se notaba vacía. No había tardado más de cinco minutos desde su llegada,
así que me dio mala espina. A pesar de ello no pensaba seguirlo, pues aún debía
completar dos series más de bíceps. Tomé la barra Z y comencé a levantarla repetidamente
hasta la altura del pecho. “Uno… dos… tres… cuatro…” Inhalaba al esfuerzo y
exhalaba cuando dejaba caer el peso.
Antes de la octava repetición, mi corazón se aceleró como si estuviera
en la última vuelta de una carrera de 1200 metros. Ya no podía seguir más, solté
la barra intempestivamente y bajé a la carrera por las escaleras en busca de
agua. Cuando estuve en el segundo piso me topé de nuevo con el “colorao”. “¡Qué
carajos llevas allí!”, grité al intruso, quien sujetaba con su mano derecha la
mochila negra en la que parecía haber llenado algo. El rostro del muchacho se
encendió al verse sorprendido, adoptando el color de un tomate. “No te muevas”,
me dijo exaltado mostrándome un revólver que sacó de la cintura. Mantuvo el arma contra mí hasta que llegó al
primer piso y salió a la carrera luego de abrir la reja de fierro. ¿Qué carajos
se está llevando? Entré al dormitorio y noté que faltaba mi laptop, el objeto
más valioso que tengo, pues allí están guardados un millar de fotografías
familiares, además de varios cuentos, cientos de poemas y los primeros cinco
capítulos de una novela que espero publicar algún día. Sin dudar fui tras el
ladronzuelo; lo vi doblar la esquina a tranco rápido; corrí lo más rápido que
pude y cerca estuve atraparlo a pesar de que en un inicio me llevaba cien metros
de distancia, pero el cambio de luces en el semáforo ubicado entre las avenidas
Pardo y Balta lo salvó de una segura golpiza. Una hilera de autos circuló a
40km por hora con la luz verde encendida, interrumpiendo mi paso. De no haber sido por
aquél presentimiento que se instaló en mi pecho no hubiese podido sorprender al
ladrón en el momento justo. La recuperación de mi laptop me costó un par de
días en los que llegué a buscar al “colorao” primero en su casa, luego en cada antro
donde se camuflan los drogadictos de la ciudad, hasta que un amigo lo ubicó en
Lima, ciudad donde solía refugiarse luego de sus fechorías. No iba a dar por
perdida mi computadora portátil, así que esa misma noche inicié una campaña de
desprestigio en contra del “colorao”. Descargué una de sus fotos del Facebook y
la difundí en infinidad de muros, incluso en el de sus familiares, acusándolo
de ladrón. Debió sentir la presión masiva, pues antes de las cuarentaiocho horas
devolvió mi equipo. <o:p></o:p></div>
<br />
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
¿Cuál podía ser ahora el motivo
de esta sensación de angustia? ¿La caja? Sí, claro, esto tendría que ver con ese
horrible muñeco decapitado que hallé en el gimnasio. No había pasado mucho
tiempo de aquello, los recuerdos aún estaban frescos. Aunque traté de
concentrarme en lo que escribía, fue difícil completar siquiera una de las
crónicas, así que abandoné la tarea y fui a dar una vuelta por la ciudad. Pasé por la cevichería donde Luz trabaja y la
contemplé en las correrías de su faena. Le hice una seña con la mano y al verme
sonrió. El sólo verla le otorgaba tranquilidad a mi alma. Retorné a casa
sosegado, dispuesto a continuar con la escritura hasta que fueran las cuatro de
la tarde. Aquél viernes no iba terminar con normalidad. Algo oscuro se
anunciaba en mi corazón, pero no tenía la menor idea de lo que podía ser. Luz llegó
como siempre poco antes de las seis, no tardó más de dos minutos en alistarse y
dio inicio a su rutina como de costumbre con diez minutos de calentamiento en
la bicicleta. Le conté que una opresión en el pecho me había perseguido durante
el día. “Debes estar cansado por el viaje. No te preocupes que esta noche dormirás
solo para que descanses tranquilo mi amor”, respondió con una sonrisa pícara. “Sí,
eso debe ser, estos últimos días no he dormido muy bien que digamos”. El gimnasio estaba en su hora pico.
Más de veinte personas hacían sonar las mancuernas, exclamando crujidos de dolor al hacer
explotar sus músculos cargando elevados kilos de peso, mientras sonaba una
compilación de la música electrónica del momento. A pesar del intento por zafarme
de aquella sensación angustiosa, esta empezó a dominar mi estado de ánimo y por
un momento creí que algo realmente espantoso podría ocurrir en ese momento. No
perdía de vista a Luz y trataba de estar lo más cerca posible a ella. Ya en el
inicio del negocio habían ocurrido accidentes que por poco se convierten en
desgracias. A las nueve de la noche terminó su agotadora rutina. Nos sentamos
en la prensa (máquina para piernas) a planear qué hacer el fin de semana. Mi
hermano Pepe cumplía años el día siguiente, así que cabía la posibilidad de
visitar una disco para bailar. No sé en qué momento apareció, pero cuando giré
la cabeza hacia el oeste, el ave estaba
parada sobre una de las barandas de madera con la vista sobre nosotros. ¿Una
paloma? Cómo podía haber llegado una paloma hasta allí si el palomar más
cercano estaba a varios kilómetros. Además
este tipo de ave no vuela por las noches pues su visibilidad es deficiente,
casi como un hombre con astigmatismo crónico. Durante los nueve años de funcionamiento que tenía
el gimnasio nunca había visto un ave de ese tipo posarse en ninguno de los
muros. Estas volaban siempre en dirección al sur o hacia el norte a más de cien
metros de altura. Luz también se había percatado que el animal tenía la vista
fija hacia donde estábamos sentados. Era una mirada desquiciada, impaciente, como
de quien tiene al frente a sus víctimas. Recordaba a las palomas que mi abuela Felipa
criaba en su huerto de frutales, como
aves dóciles, de mirar calmado, casi angelical. Incluso en la Biblia se relata que
estas aves están relacionadas con la divinidad. Esta paloma (blanca), en
cambio, parecía tener una intención premeditada, bastante maléfica para estar
allí justo a esa hora, cuando el gimnasio empezaba a despoblarse. Me acerqué
con cuidado hasta donde se encontraba el ave y pude notar que tenía el plumaje
sucio, parecía haberse revolcado en la tierra o haber sido sometida a algún
tipo de maltrato. A pesar que estuve a solo veinte centímetros de ella ni
siquiera se impacientó. Mantenía su aire psicótico que causaba espanto. ¿Por
qué no tomé uno de los bastones y la golpeé? Si era cierto lo que me contó en
una ocasión la hechicera Diana sobre el poder que tenían algunos brujos pactados
con el diablo, para transmutar su alma al cuerpo de animales, tal vez me
hubiese topado con una desagradable sorpresa. A lo único que atiné fue a
exclamar un ¡usha! ¡usha!, tratando de espantar al animal, pero este ni se
inmutó. Cuando Luz me pidió que regresara a su lado el ave siguió mis pasos, movió
la cabeza de un lado a otro sin perderme de vista. “Nos está mirando”, le dije.
“No exageres mi amor, es sólo una avecita que se extravió en la noche”, trató
de calmarme. Así era ella, buscaba siempre ponerle paños fríos a las
situaciones confusas. Tal y como apareció sin percatarnos, la paloma se marchó perdiéndose
en la noche sin darnos cuenta hacia dónde fue a parar. Para mí la presencia de aquél animal tenía una
estrecha relación con el paquete que había encontrado en el gimnasio una semana
antes y explicaba, además, el porqué de la angustia en mi corazón aquél viernes.
En ese momento pensaba que sucesos oscuros podían ocurrir a mi alrededor.
¿Cuándo? Esa pregunta no tenía respuesta. El maligno tiene sus propios tiempos.
Lo que sí me quedó claro después de ver a aquella paloma es que alguien había
pagado una buena cantidad de dinero por ese trabajo de brujería ¿Pero quién?<o:p></o:p></div>
</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="http://3.bp.blogspot.com/-LRpgp6eVDhk/VAUJoKfpQMI/AAAAAAAAAVI/FVoKpALGOC0/s1600/cabezamiedo.png" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="http://3.bp.blogspot.com/-LRpgp6eVDhk/VAUJoKfpQMI/AAAAAAAAAVI/FVoKpALGOC0/s1600/cabezamiedo.png" height="290" width="320" /></a></div>
<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="http://2.bp.blogspot.com/-C9i5fdxHZDk/VAUMXWsnWhI/AAAAAAAAAVU/xnev-BvOYuM/s1600/paloma.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="http://2.bp.blogspot.com/-C9i5fdxHZDk/VAUMXWsnWhI/AAAAAAAAAVU/xnev-BvOYuM/s1600/paloma.jpg" /></a></div>
<br /></div>
TIRA PIEDRAShttp://www.blogger.com/profile/00515629599509667286noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-8083027458305763274.post-34005270844836999962014-07-18T23:03:00.001-07:002014-12-29T20:13:37.669-08:00EL OCASO DE LA TRISTEZA (Sexto capítulo)<div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;">
<div align="center" class="MsoNormal">
<b><span style="font-family: "Cooper Black","serif"; font-size: 14.0pt; line-height: 115%;">VI<o:p></o:p></span></b></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<div class="MsoNormal">
Dieron las cuatro de la tarde del
día siguiente al hallazgo del muñeco decapitado; a esa hora estuve listo para
subir al gimnasio y empezar con mi faena vespertina de entrenamiento. Toda la
mañana había tratado, como un detective policiaco, de hilvanar las
posibilidades en las que el paquete pudo haber llegado hasta el tercer piso sin
que nadie se percatase. El primer obstáculo - si es que en realidad lo representó
- que debió superar la persona que trajo la misteriosa caja con el trabajo de
brujería, era la puerta de fierro que protegía mi vivienda de los intrusos y
ladrones. Mi hermano Pepe estaba siempre atento, como un guardián infranqueable,
a todos los que ingresaban por allí. Sólo se distraía aquellas tardes en que
algún partido de la Champions League lo hipnotizaba frente al televisor. Pero el
día anterior había sido viernes y la programación televisiva no contemplaba ningún
encuentro deportivo. ¿Viernes? En ese momento reparé en el día que transcurría.
Desbloqueé el celular e ingresé a la opción de calendario. Estábamos sábado 14
de Diciembre. “¡Encontré la caja un viernes 13!”. Mi corazón estalló. Acaso
podría tratarse de una simple coincidencia. “En el mundo del ocultismo nada es
dejado al azar”, me dijo Diana una de esas noches en que la visité para conocer
más acerca de la brujería. Basándome en esa afirmación ya no debían quedar
dudas de que aquél paquete con el muñeco
decapitado dentro fuese un trabajo de hechicería. Según los registros, que se
pueden encontrar navegando en internet, un viernes 13 de octubre de 1307, bajo
las órdenes del Rey Felipe IV de Francia, un grupo de Caballeros Templarios,
fue capturado y llevado a la Santa Inquisición para ser juzgado y condenado por
supuestos crímenes en contra de la cristiandad. Esa misma noche sus cuerpos
terminaron en la hoguera ante la anuencia del Papa Clemente V, en una matanza
colectiva cuestionada por considerarse que no fue un proceso justo. Un Temple
de nombre Jacques de Molay, uno de los últimos en ser quemado en la hoguera,
"emplazó" momentos antes de su asfixia, al propio Felipe IV y al Papa
Clemente V, con estas palabras:"¡Clemente, y tú Felipe, traidores a la fe
cristiana, os emplazo ante el tribunal de Dios!... A ti, Clemente, dentro de
cuarenta días, y a ti Felipe, dentro de este año..."El papa Clemente,
murió a los treinta días y el Rey Felipe, antes de cumplirse un año. Así nacía
la maldición del Viernes 13. Independientemente el número trece desde la
antigüedad ha sido considerado de mal augurio, por ejemplo en la Última Cena de
Jesucristo, trece fueron los comensales; la Cábala enumera a 13 espíritus
malignos, al igual que las leyendas nórdicas; en el Apocalipsis, su capítulo 13
corresponde al anticristo y a la bestia. También existe una leyenda escandinava,
donde se narra que en una cena de dioses en el Valhalla, Loki, el espíritu del
mal, era el treceavo invitado. En el Tarot, este número hace referencia a la
muerte. Y trece es el número que las brujas de la edad media esperaban para
hacer sus pócimas. Aquél trece de
Diciembre había sido el segundo viernes 13 en el año. El primero fue en
setiembre, pero pasó desapercibido. <o:p></o:p></div>
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</div>
<a name='more'></a><br /><br />
<div class="MsoNormal">
Respiré profundo llenando mis
pulmones de oxígeno, contuve el aire apenas un segundo y exhalé por la boca. A
paso lento abandoné el dormitorio y subí por las escaleras que conducen hasta el
gimnasio, en el tercer piso. Ese era el mismo recorrido que debió haber hecho
la persona o brujo que trajo el paquete. No creía que la hechicera hubiese
llegado volando en una escoba y colocado la caja en la parte trasera del
gimnasio sin que nadie se diera cuenta. Las brujas de verdad no hacían eso. Aquél
era un artificio cinematográfico alejado de la realidad. Lo que sí me contó
Diana una vez, es que los brujos pactados con el diablo eran capaces de
trasmutar su cuerpo y asumir la apariencia de animales: gatos, patos, aves,
burros e incluso palomas. Algo que podría sonar fantasioso e irreal dentro de
un mundo abrumado por la lógica; pero a esas alturas de mi vida comprendía que
el mal tenía mucho poder y que la ambición del ser humano lo llevaba a tranzar
con el mismísimo demonio para conseguir sus
anhelos banales. ¿Cabía la posibilidad entonces de que el paquete fuese traído por
uno de estos brujos pactados? Recreaba esa posibilidad, cuando el timbre
musical del celular interrumpió mis pensamientos. Era un mensaje de Luz. Más de
sus palabras tiernas y amorosas que me acompañaban a diario. Nuestro romance bordeaba
el pico más alto que puede alcanzar el amor; ustedes saben, fusión de la piel,
promesas, anhelos compartidos que se convertían en una hermosa posibilidad para
concretar sueños. Queríamos viajar como
dos exploradores que se aventuran a recorrer el mundo con tan solo un mapa,
montar un negocio de comida para que ella lo administrase, con toda seguridad
ninguna empresa de ese rubro podría estar en mejores manos que en las de Luz. Disfrutaba
viéndola sonreír repleta de felicidad. Sentía que estar conmigo se había
convertido en un motivo para estar feliz. Cuando estábamos juntos, solía
repetirme que a mi lado recuperaba la dicha que por muchos años la vida le negó.
La amaba, eso era suficiente para experimentar temor con la idea de perderla. Tan
pronto como pude respondí su mensaje, devolviéndole las frases de amor; luego
me dirigí hasta la zona posterior del gimnasio, pues tenía cosas importantes
que hacer allí. Llegué hasta el mismo lugar donde hace solo unas horas había
encontrado el paquete que contenía un muñeco decapitado y otros objetos que
aparentaban ser un bien elaborado trabajo de brujería. Los recuerdos del
hallazgo eran frescos; la sonrisa desquiciada de aquella cabeza decapitada, las
luces rojas destellantes, la música de adoración diabólica, el olor a cementerio,
todo era tan cercano que aún sentía esa presencia maligna en mis sentidos. Miré
alrededor y el gimnasio parecía estar en orden, sin ningún tipo de alteración
sobrenatural. Estuve en la más completa soledad algunos minutos, revisando en
cada uno de los rincones, pues cabía la posibilidad de que hubiera algún otro
elemento extraño; hasta que aparecieron los primeros muchachos que llegaban
para su entrenamiento vespertino. Vi subir a Julio y Carlos primero; ambos tienen
años acudiendo al gimnasio. Los saludé y luego fueron a cambiarse para iniciar
su rutina. Alguno debió notar mi intranquilidad, porque antes de que empezaran
a ejercitarse se acercaron de nuevo. “¿Pasa algo Marco?”, me preguntó Julio. El
momento de empezar a indagar sobre la extraña aparición de la caja había
llegado. “Anoche encontré un paquete extraño; era una bolsa con el logo de una
tienda de ropa femenina que contenía una caja de zapatos. ¿Ustedes la vieron?”.
Ambos se miraron, seguros de saber a lo que me refería. “Claro, esa bolsa estuvo aquí desde hace dos o tres
días, justo en medio del salón… Todos pasaban por encima de ella pero nadie
decía ser su dueño, así que como estorbaba el paso la puse en un rincón”,
intervino de nuevo Julio. “¿No vieron quién la trajo? Alguien debió dejarla…” Ambos
movieron la cabeza en señal de negación. ¿Hubo algo malo en esa bolsa?”, preguntó
ahora Carlos. No dudé en relatarles todo
lo que pasó la noche anterior. Me escuchaban atentos pero sin temor aparente, hasta
que empecé a narrar el momento en que la cabeza decapitada se encendió con
luces rojas y se escuchó desde su interior hueco una melodía demoniaca. En ese instante
vi en sus rostros sorpresa, espanto. “¡¿Es verdad lo que cuentas?!” “¿Todo es
cierto?”, preguntaron a coro como si estuviesen sincronizados.<span style="color: red;"> </span>A esa
hora el gimnasio se fue poblando. Quienes llegaban se dirigían hasta donde
estábamos reunidos y saludaban con un fuerte apretón de manos. En ese instante
aproveché en preguntar a cada uno si se toparon con el paquete los días
anteriores. Todos decían haberlo visto pero nadie conocía su procedencia ni el
modo en que llegó hasta allí. Una vez más empecé a relatar los sucesos de la
noche anterior, pues al frente tenía un grupo de muchachos con una mirada de
inquietud y sospecha. “Esto es muy extraño, alguien tiene que haberlo traído y
no con muy buenas intenciones”, comento uno de los presentes al final de mi
relato. “Esa huevada es brujería. Te quieren joder”, dijo otro en un tono vulgar.
Finalmente, luego de indagar, no pude obtener ningún dato que me ayudase a
esclarecer la aparición de la caja con el muñeco decapitado dentro. Era como si
el paquete hubiese llegado por “arte de magia”. Tenía una hipótesis, sólo eso. La persona que la
trajo debió ser muy sutil. Nadie la vio aparecer, probablemente el martes por
la tarde, un día en que mi hermano Pepe se distraía con la Champions League.
Traspasó la puerta de fierro de la
entrada principal sin que nadie lo notara, luego subió por las escaleras hasta
el tercer piso con la seguridad de no ser descubierta. Caminó hasta a la parte posterior del gimnasio
y allí dejó caer de golpe el paquete sobre el piso sin que nadie,
absolutamente nadie se percatara de su presencia; luego debió retirarse por el
mismo camino satisfecho de haber logrado su objetivo. Ni siquiera yo, que subía
a diario noté la presencia del paquete sino hasta aquél viernes 13 por la noche,
en que empujado por la curiosidad lo
abrí y me topé con su espantoso
contenido. Si en el ocultismo nada era dejado al azar, como decía la bruja
Diana, podía suponer que el objetivo de aquél trabajo de brujería era afectar
mi vida.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Las siguientes horas de aquél
sábado las pasé ensimismado. Dejé a la mitad mi entrenamiento y cuando Luz
llegó a ejercitarse me notó con un aire meditabundo que la hizo suponer que mis
pensamientos aún seguían atrapados en el hallazgo de la noche anterior. “¿Sigues
pensando en lo que encontraste anoche?”, me preguntó antes de empezar con su
rutina. “Me pasé la tarde tratando de averiguar algo sobre el paquete, pero no
conseguí nada, parece como si un fantasma lo hubiese traído… Nadie,
absolutamente nadie vio quién lo trajo ¿Puedes creer eso? Lo que más me sorprende es que ni siquiera yo haya
notado su presencia sino hasta ayer que fue viernes 13. ¿Te das cuenta? Viernes 13 es un día propicio para que los
brujos realicen sus cochinadas. No creo
que se trate de una simple coincidencia”. Luz permanecía quieta, escuchando
cada una de mis palabras con atención, los ojos le brillaban mucho más que de
costumbre. Tardó en responder, seguro porque como yo, trataba de sacar alguna
conclusión antes de emitir un juicio. “Olvida todo mi amor, es mejor no creer
en esas cosas, si le prestas importancia será peor. Confía en Dios y verás que
nada malo va ocurrir”. Se acercó y me acarició el rostro con ternura. Sentí sus manos tibias, y a través de ellas su
amor. Por un momento recuperé la calma y disfruté de su compañía. Volvimos a
reír como dos niños que se encuentran en un parque para jugar. La contemplaba
mientras se ejercitaba. Ella seguía al pie de la letra mis instrucciones, lo
hacía con esmero pues el deporte de las pesas es su favorito. Al final de esa
noche la acompañé, como de costumbre, hasta la casa donde rentaba un cuarto.
Charlamos un poco antes de despedirnos con un beso que yo prolongaba más de la
cuenta. Antes de irme me pidió prometerle que olvidaría el suceso de la noche
anterior: la caja, el muñeco decapitado y su olor que recordaba al panteón, la
sonaja, todo tendría que desaparecer de mi mente; pero aunque trataba de
esquivar los recuerdos, la mirada desquiciada de esa cabeza seguía apareciendo
cada vez que cerraba los ojos, intentando conciliar el sueño. No lo soporté,
una y otra vez aparecía esa sonrisa diabólica, repetida como una fotografía que
pasaba delante de mí a veinte repeticiones por minuto. Me decidí abandonar mi
cama y fui en busca de un poco de agua. Bajé hasta la cocina cuidando de no
hacer sentir mis pasos al descender por la escalera. Era algo más de la media
noche; aunque fuese sábado mis hermanos habían decidido pasar un fin de semana tranquilo
mirando los programas concurso de la televisión. Papá y mamá dormían, al igual
que Angela, quien por su embarazo se acostaba más temprano que de costumbre. Llené
un vaso hasta el ras y me lo bebí de un solo golpe. Con los labios húmedos retorné
al dormitorio. Encendí la televisión, pero los canales parecían tener su peor
programación aquél día, así que luego de jugar con el control remoto haciendo
zapping la apagué. Me sentía sofocado,
envuelto en una espinosa persecución espiritual. Hice el esfuerzo de dormir
pero la cabeza decapitada volvió a renacer frente a mis narices. Asumí aquello
como un atentado contra mi alma. Quise orar, pero tenía el corazón seco, sin
ánimo para dirigirme al creador como otras veces. Durante el último año mi
relación con el todopoderoso se había marchitado. En ese momento no me di el
tiempo para reflexionar sobre los motivos que habían provocado el
resquebrajamiento del fuerte lazo que llegué a establecer, tiempo atrás, con Dios. Supongo que mi frágil humanidad cedió. De a
pocos fui dejando en el olvido el acto
de orar, tampoco realizaba mis lecturas
matutinas de la Biblia. Ya ni siquiera escuchaba la música de alabanza o
adoración cristiana que tenía guardada en la computadora portátil. Esa primera
noche, después de haber descubierto el contenido aterrador de aquél paquete que
hallé en el gimnasio, mis ánimos podían compararse con los de un toro furioso
en un rodeo. Abandoné irritado una vez más
la cama y me dirigí hacia la parte más alta del inmueble, alumbrado apenas por
la luz que emitía mi celular. Solía hacer eso durante las noches en que el
insomnio aparecía para atormentarme. Caminaba por todo el lugar una y otra vez,
dando vueltas, hasta que por fin sentía la modorra, entonces retornaba al
dormitorio y en menos de cinco minutos caía rendido a la cama. Pero aquella media
noche de domingo tenía un motivo distinto para subir. Quería hacerle frente en
ese mismo instante al aire maligno que aquél trabajo de brujería podría haber
traído consigo. Aquello era un acto de atrevimiento,
pues tratándose de alguna fuerza maligna cualquiera en su sano juicio hubiese
dado por hecho que cometía una insensatez al pretender enfrentármele solo y sin
la preparación debida. Pero, en ese momento, mi tranquilidad no tenía precio. Llegué
hasta el lugar donde había encontrado la caja, decidido a vomitar improperios y
palabras soeces que contrarrestasen la hechicería. Me quedé quieto durante
varios minutos contemplando el gimnasio a plenitud. Era una noche tibia, que anunciaba el pronto
inicio del verano. El cielo estaba cargado de estrellas pestañeando al compás
de una melodía suave. Los altos de mi casa es un lugar místico, del que podría
contar infinidad de historias donde los personajes estelares serían Dios, mi
hermano Juanchi, las fallecidas hermanas Pérez, el ánima al que Marilyn
invocaba cuando hacía uso de sus cartas españolas para viajar a través del
tiempo y una congregación de ángeles y
demonios que han pululado por aquí. Para quienes creen en la divinidad,
omnipotencia y poder de Dios les podrá resultar factible entender lo que
ocurrió una madrugada de Junio del año 2000. Por entonces el último nivel de mi
vivienda se encontraba a medio construir, los muros alcanzaban apenas cincuenta
centímetros de altura y el falso piso era un peligro para quienes solían andar
de prisa; en la parte posterior había un pequeño lavadero y frente a él un soporte
de cemento de dos metros que sostenía un tanque de agua de mil litros. Mi padre
había improvisado allí unos cordeles donde mamá tendía la ropa; algunas noches de
otoño, cuando el viento soplaba con más fuerza que en los otros meses del año, y
a mí me tocaba recoger las prendas del tendedero, bajaba espantado pues el
bailoteo de las sábanas producía extrañas imágenes en los muros y el piso, que
confundía con la presencia de ánimas en el lugar. Cuando Juanchi me veía bajar
corriendo, soltaba una risa burlona. “Te asustaste otra vez…. Marco le tiene
miedo a las sombras. Marco le tiene miedo a las sombras”, se mofaba de mi
espanto. Incómodo por la burla, dejaba la
ropa en su lugar e iniciaba una persecución de nunca acabar, pues mi hermano corría tanto
como una saeta endiablada. La única vez que pude darle alcance ocurrió al caer
de una tarde, semanas antes de su muerte. No puedo decir que aquella ocasión fui
más rápido que él, eso sería faltar a su memoria, pues aunque flacuchas, las
piernas de Juanchi tenían la capacidad de acelerar a gran velocidad. “Te
atrapé”, le dije tomándolo del cuello. Mi hermano estaba quieto al costado del
soporte que sostenía el tanque de agua. “Hay que subir”, me pidió. Nunca
habíamos tenido el atrevimiento de hacerlo, pues mi padre nos lo tenía
prohibido por el riesgo que implicaba treparse por las columnas sin tener una
escalera ni barandas donde sostenerse. “Pero papá dice…..”, traté de argumentar
algo, cuando me di cuenta que Juanchi ya estaba en los altos. Había conseguido
treparse apoyado en dos ladrillos de techo. “Ven, sube, que de aquí se ve toditoooo…”. Fui
tras él y aunque casi resbalo al subir pude llegar a contemplar la ciudad en
toda su amplitud. Las casas más lejanas, que eran las levantadas sobre las faldas del cerro San Pedro se veían
como cajitas de fósforos agrupadas una detrás de la otra. Era la primera vez
que tenía esa perspectiva de la ciudad, del mundo al que pertenecíamos y que en
ese momento se nos era revelado. “Cuántos barrios nos faltaban conocer aún, había
infinidad de calles y jirones donde otros niños, como nosotros, jugarían con la
pelota en las calles. Algún verano podríamos visitar esas zonas y retarlos a una
pichanguita. La apuesta sería a bolitas; por un puñado de canicas éramos
capaces de dejar la piel en la pista. Seguro que tendríamos partidos muy disputados,
pues aunque confiábamos en la capacidad de nuestro equipo, con Mota en el arco,
‘cuchuro’ haciendo dupla conmigo en la defensa, el chato Manuel al centro y
Juanchi acompañado del narigón Fernando en la delantera, allá afuera, en la
ciudad habrían niños que serían dignos rivales”. Aquél día nos quedamos por varias horas
contemplando el cielo clareado de enero, vimos pasar bandadas de aves que se
dirigían hacia algún lugar en busca de alimento, quedamos maravillados con el
alto horno de la empresa siderúrgica que estaba encendido y expendía un humo
naranja. Papá trabajaba allí como electricista, en una de las plantas de
aquella fábrica de acero. Durante un almuerzo había prometido llevarnos a
conocer el lugar donde pasaba hasta dieciséis horas al día en épocas de mucha
producción. “Ojalá que papá nos lleve pronto a conocer Siderperú”, me dijo Juanchi
señalando el humo que iba pintando de naranja partes del cielo. Pero la vida no le alcanzó; seguro que él, así
de intrépido como era hubiese disfrutado el paseo que hicimos el año siguiente
a las instalaciones de la siderúrgica. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Después de la muerte de Juanchi,
evitaba subir hasta el tercer piso de la casa. A mi madre, le inventaba cualquier excusa para no recoger la
ropa de los cordeles. Creía que allá arriba merodeaba ese mal aire o espíritu
maligno que había acabado con la vida de mi hermano. Sin embargo una noche de octubre, poco después
de mi cumpleaños, escuché el susurro de su voz invitándome a subir. Ese
timbrecito suave que se manifestaba cuando iba rumbo a la escuela, comenzaba a
dejarse sentir también en casa. Empujado por esa vocecita volví a trepar hasta
lo más alto. Me senté en el borde del soporte y estuve allí por un largo rato
mirando la luna y las estrellas agolpadas en el cielo. El miedo se había ido.
Mientras tenía la cabeza inclinada hacia los astros imaginaba que Juanchi estaría
allá arriba jugueteando con Dios, sonriente, mostrando sus mejillas coloradas,
flacucho pero con la mirada radiante. Por entonces Dios era para mí un
personaje de historias fantásticas que mi profesora de primaria contaba durante
las clases de religión. “Los buenos se van al cielo y los malos al infierno”,
repetía siempre, para sembrarnos un miedo que nos hiciera asumir que si nos
portábamos mal acabaríamos condenados a pasar la eternidad en las llamas del
infierno. “Juanchi ha sido un niño bueno, él debe estar allá arriba en el
cielo. Mi hermano tiene que ser un ángel
que obtiene la venia del creador para visitarme y decir cosas a mi oído. Él está
en las alturas, pero también aquí conmigo. Lo puedo sentir”. Después de ese día se me hizo costumbre trepar
hasta el inmenso tanque de agua y pasar largo rato meditando. Lo hacía porque
ese sencillo acto me conectaba con el aura de mi hermano y rebosaba mi corazón
de una paz divina. Así pasaron muchos años de intimidad prolongada por las
noches, que ni siquiera los inviernos gélidos podían evitar; tampoco el
desvanecimiento de mi Fe que me llevó a una conversión efímera al ateísmo, logró
alejarme de ese bloque de concreto en el que apostaba mi humanidad para mirar
la ciudad y contemplar el cielo. Pero muchos años después, cuando los ataques
de hechicería habían vuelto a aparecer en mi hogar y aquél número 24 rondaba mi
vida como un alacrán venenoso ocurrió algo que transformó mi ser por completo. La
carismática abuela Fausta había dejado de existir el veinticuatro de Junio del
año 2000 a causa de una bronquitis mal tratada por el doctor que la atendió. Su
muerte no tendría por qué ser un suceso extraño sino hubiese acaecido el mismo día en que
murieron el abuelo Daniel (24 de marzo de 1995) y Juanchi (24 de Marzo de 1990).
“¿Quién seguirá ahora? Todo parece repetirse siempre, girar como una gran rueda
circense que termina aplastando la felicidad en mi hogar”. Tendido en mi cama,
un par de noches después del entierro de mi abuela, repasaba los últimos
acontecimientos aciagos de mi vida. Un mes antes, coincidentemente la madrugada
del 24 de mayo, mientras culminaba un trabajo universitario, un fallo eléctrico
inesperado fundió el disco duro de mi PC, desapareciendo todo el material
académico que tenía almacenado, además de varios relatos y poemas que había
escrito con la ilusión de publicarlos en algún momento. Pero esa no era mi
única desazón, pues la bodega que papá instaló como negocio familiar en lo que
antes era nuestra sala, se venía abajo
de manera estrepitosa; los anaqueles lucían cada vez más vacíos y mi madre
atribuía la visible quiebra a la aparición de partículas de sal en la puerta de
ingreso. Hasta en tres oportunidades oí mencionar a mamá que había recogido con
mucho cuidado la sal regada. Lo más tenebroso ocurrió un amanecer de abril;
daban las cinco de la mañana y mi progenitora iniciaba sus labores cotidianas. Luego
de encender la cocina y colocar la olla con agua para el desayuno se dirigió a
la parte delantera de la sala; ya tenía la escoba lista para retirar el polvo
del piso, cuando de pronto la silueta de alguien pegada a la ventana de lunas
catedrales distrajo su atención. Se acercó lentamente a la ventana, sólo uno de
los focos del salón estaba encendido. La persona permanecía inmóvil, sin hacer
ruido para que su presencia no sea descubierta. Mamá era consciente de que desde afuera no
podía ser vista por la intrusa, así que con mucho cuidado quitó el cerrojo y
abrió el corredizo de un solo tirón dejando al descubierto a una mujer vestida
de negro, quien al ser sorprendida dio un grito de espanto y salió corriendo en
plan de fuga. Mi madre contó después de que esta señora tenía el rostro
petrificado y murmuraba algo así como un rezo. No pudo identificarla del todo,
pues llevaba un velo negro que cubría parte de su rostro, aunque ella podía
apostar que se trataba de Doña Paredes, una vecina que
vivía unas casas más al sur, propietaria también de una pequeña bodega. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Esa noche de Junio, la tristeza
tejía en mi corazón su ovillo más grande. La partida de la abuela Fausta hizo
que renaciera mi temor hacia aquél fatídico 24 que yo asociaba directamente con
la muerte. Aunque traté de esclarecer, con la ayuda de las cartas españolas de
Marilyn, el motivo por el que ese par de números apareció, estas sólo se limitaron
a mostrar tinieblas y sinsabores. Mi hogar seguía siendo víctima de hechiceros
y brujas que torcían nuestro destino, derrumbando todo lo que anhelábamos
construir. Tendido en mi cama terminé convenciéndome de que aunque tratase de
cambiar el futuro infortunado nunca lo conseguiría. Resultaba inútil enfrentar
algo que no podía ver, era como tratar de frenar un ventarrón con las manos. ¿Qué
me quedaba por hacer? Los últimos vaticinios de las cartas españolas mostraban la
desintegración familiar. Según ellas mi padre se iría a trabajar lejos sin
mucha fortuna; en casa padeceríamos más apuros económicos de los que ya
atravesábamos, generando enfrentamiento entre mis padres. Como corolario para
sellar los malos augurios, la muerte volvería a hacer su aparición,
probablemente otro 24. Para mí vendría un tiempo prolongado de sinsabores en
los que mis planes de incursionar en un negocio en el que venía proyectándome
hace varios años se derrumbarían con la facilidad como cae una torre de naipes
al ser soplada, además de anunciarme la
aparición de un mal en mi organismo que pondría en riesgo mi vida. Si bien no
todas las predicciones estaban asociadas a la brujería, el destino parecía
haber trabado con las malas artes para que percibiera mi camino como un túnel
sin salida. </div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
A pesar de que ninguna de las
predicciones había ocurrido aún, sentía
su peso en mis espaldas, una carga que cada vez me resultada más difícil de
sobrellevar. Hasta ese momento Marilyn resultó ser muy certera en sus augurios,
así que yo tenía razones suficientes para creerle. “Por qué no haces limpiar tu
casa amigo, eso puede ayudar a que cambie la suerte de tu familia”, me propuso meses
atrás luego de leerme las cartas y mirar en ellas el sendero oscuro de mi
destino. Marilyn planteó la alternativa de recurrir a su madre o a una bruja reputada
que ella conocía de nombre Bruna, para que alguna de ellas deshiciera los
hechizos y malas artes lanzados en contra de mi hogar. Al principio me pareció
una posibilidad sensata, pero cuando me dio el precio de lo que podría costar
uno de esos rituales, tiré la idea por la borda. Mi familia se encontraba en
quiebra para asumir un gasto así. “El mal se impone en este mundo. Sino porqué
tanto dolor allá afuera, guerras, muertes sin sentido, odio, violaciones,
asesinatos. Dios debe haber perdido la batalla hace mucho tiempo. Yo también la
pierdo ahora. ¡¿Dónde estás Dios?!”. Aunque mi ateísmo se había encargado de
negar a Dios en los últimos años, esa madrugada de Junio mi corazón lo llamó
con una fuerza desesperante. Debió ser así, no tengo dudas, porque alguien
respondió del otro lado. Fue un “levántate” que retumbó en mis oídos. ¿Estaba
volviéndome loco o en realidad ese grito de aliento provenía de algún lugar?
Hace mucho rato que la casa se encontraba en tinieblas y aún podía sentirse en
ella el luto por la muerte de la abuela Fausta. Una y otra vez volvió a
repetirse esa voz irreconocible que me alentaba
a salir de la cama. Parecía estar dispuesta a ser mi tormento sino acataba
lo que se oía como un mandato. Por un momento pensé que quien me hablaba era el
ánima invocada por Marilyn para poder conocer el pasado y futuro de las
personas; al haber hecho uso de sus cartas españolas en mi dormitorio, cabía la posibilidad de que el
espíritu estaría oculto en algún rincón. Pero un alma no te habla con tanta
autoridad como lo hacía aquella voz. “¿Eres tú? ¿Eres tú Dios?” Los vientos
de finales de Junio se intensificaron
haciendo tambalear mi puerta y las ventanas. En sólo unos minutos dejé de ser
ese ateo radical con poco fundamento y abrí las puertas de mi corazón para
escuchar. Se trataba de un verdadero acto de Fe, el primero que asumía en mi
vida. “Está bien saldré mi cama”. Lo hice tal y como estaba, descalzo y
ataviado apenas con un pequeño short. Continué escuchando y ahora la indicación
era subir hasta el tercer nivel; me sentía extraño pero decidí confiar, creer en
esa voz imponente; entonces salí de mi habitación y fui hasta la parte más alta
de la casa. Allá arriba, el invierno castigaba con su látigo helado. Sin
embargo mi cuerpo mantenía la temperatura cálida que había obtenido al estar
arropado en la cama. “¿Y ahora qué? Ya estoy aquí, qué debo hacer”. Nadie
respondió. Estuve inmóvil algunos minutos, en los que al mirarme pensé en lo
ridículo que me veía al estar semidesnudo allí parado debajo de un cielo oscuro,
aguardando que ocurriera algo mágico. “Todo ha sido parte de mi imaginación. Será
mejor volver a mi cama”. Debo admitir que hasta antes de esa madrugada le daba
poco crédito a los milagros realizados
por Jesucristo y que son narrados en la Biblia; tanto mi abuela Felipa como mi
madre solían relatar historias donde se demostraba que Dios sigue obrando en la
vida de muchos hombres, milagros de este tiempo les llamaban; de su boca había
sabido acerca de la sanación milagrosa de enfermos, contaban también
testimonios de creyentes quienes encomendándose a Dios vieron resolver problemas
que parecían imposibles. Para mí no eran más que fábulas. Nunca había sido
testigo ni beneficiario de alguna de esas circunstancias divinas en las que se
ponía de manifiesto el poder del creador. O al menos es creía hasta entonces,
pues no reconocía que la vida es el primer milagro que recibimos. ¿Qué estaba
aguardando esa madrugada de Junio? La mayoría de personas (me incluyo entre
ellas) tiene la certeza de que los milagros son sólo sucesos asombrosos
inmediatos: un ciego que de pronto puede ver, el paralítico que se levanta de
la silla de ruedas y comienza a caminar, un sordo que luego de recibir oración
oye con normalidad. Le restamos importancia a los acontecimientos milagrosos
que van obrando con la paciencia de un artesano. Era evidente que mi vida requería de un cambio;
enterrar un pasado tenebroso marcado con hechos oscuros, inexplicables para la
razón, pero que se habían manifestado a lo largo de los años en mi entorno
familiar. Esa madrugada invernal mi Fe
despertó de su letargo. Pude haber retornado a la habitación creyendo que todo
lo que oía sólo ocurría en mi cabeza, asumiendo que algo no andaba bien allí
dentro y necesitaba con urgencia ayuda de un profesional. Hubiese sido una
actitud sensata. Sin embargo decidí permanecer arriba, a pesar del frío; aunque
en ese instante el silencio se había apoderado de la noche, puse por encima de
cualquier duda la certeza de que Dios tendría que manifestarse de algún modo. Y
finalmente lo hizo. El creador derramó
su gracia sobre mi ser, irrigando mi corazón con una sensación de júbilo jamás
vivida. Algo explotó dentro de mí, era una fuerza soberbia la que me invadía, un
fuego desatado que abreviaba la tristeza desterrando, en ese momento, la depresión
que atravesaba por el cúmulo de situaciones adversas que vivíamos en casa, pero
sobre todo por la larga lista de vaticinios negativos que Marilyn pronosticó. Admito
que en ese instante no comprendía nada de lo que estaba ocurriendo; sólo dejaba
fluir la energía que Dios irradiaba en mi interior. Estoy seguro que para los creyentes con una sólida
convicción de la existencia divina una circunstancia como esta les resultará
creíble, incluso familiar. Conforme transcurría el tiempo, fui cediendo,
agazapándome hasta terminar de rodillas en el piso. Recuerdo que cuando niño, en
las pocas ocasiones que acudí a la Misa matutina de los domingos, el sacerdote
que dirigía la ceremonia ordenaba en un momento determinado, que la
congregación se hincara en los reclinatorios de las bancas para orar. En ese tiempo
le restaba importancia a ese acto de Fe y solía parlotear con mis compañeros
con los que acudía a la iglesia, mientras el resto de personas predisponían su
corazón para conectarse con Dios. Sin embargo en las primeras horas de ese
nuevo día de Junio pude al fin establecer contacto con el creador. Me
arrodillé, sin saber en realidad porqué lo hacía, siguiendo un impulso que
provenía de esa fuerza universal llamada Jehová. Agaché la cabeza en señal de reverencia;
por primera vez en mi vida estaba reconociendo la autoridad de Dios. Las primeras palabras que pronuncié fueron para
clamar perdón. En tan solo unos minutos
reconocí una larga lista de malas acciones que había acumulado durante mi
existencia; los pecados más graves que había cometido eran sin duda blasfemar contra
Dios, además de haber recurrido constantemente a la lectura del tarot con
Marilyn y visitado a dos brujas para que adivinara mi futuro con los cigarros, la
hoja de coca, velas, entre otros menjunjes, desafiando así el mandato divino
que prohíbe acudir a brujos o agoreros; pero había algo más, un secreto oscuro
que aún no ha llegado el momento de contar. Esa madrugada clamé de rodillas
durante casi una hora, derramé lágrimas cargadas de arrepentimiento; aquél fue
mi primer diálogo abierto con el creador en el que expuse los pesares y desconciertos
de mi existencia. Aunque desconocía el poder de la oración, fui seducido por el
amor misericordioso de ese majestuoso ser espiritual que había tocado la puerta
de mi corazón esa noche; quizás hace años que estaba llamando, pero mi
incredulidad sumada a la falta de Fe no le permitieron ingresar; sin embargo ya
no podía evadirlo más. Por la mañana fui al dormitorio de mi madre y tomé, sin
que se diera cuenta, la enorme Biblia que ella solía leer por las noches. Vine
con el libro sagrado a mi habitación, lo coloqué sobre la cama y nuevamente me
puse de rodillas. Antes de abrir la
Biblia, oré pidiendo entendimiento para comprender a través de las escrituras
lo que Dios pretendía para mi vida. Sabía que ese era el camino para empezar a
establecer una sólida relación con Él. Las manos me temblaban al sujetar la
gruesa tapa; uno nunca sabe con qué dolorosas verdades puede toparse en las sagradas
escrituras. Cuando al fin las páginas quedaron abiertas y leí los párrafos que
tenía al frente supe que el creador,
como en el madrugada, seguía allí conmigo. Se trataba del Libro de Job. “Por
tanto yo rogaré al Señor, y enderezaré a Dios mi oración; el cual hace cosas
grandes e inescrutables, y maravillas sin cuento. Que derrama la lluvia sobre el
haz de la tierra, y todo lo riega con sus aguas. Que ensalza a los humildes, y
alienta con prosperidades a los atribulados. Que disipa las maquinaciones con
los malignos, para que sus manos no puedan completar lo que comenzaron… <b><i>(Job,
Cap.5, V.8-12)</i></b>. El camino para llegar a la divinidad se encontraba en
el sencillo pero significativo acto de doblar las rodillas para orar. El gran cambio que buscaba consistía en
acercarme a Dios con una Fe inquebrantable, de ese modo si alguien maquinaba
hechicerías en mi contra, Él lo detendría, sería en adelante mi manto protector,
mi roca, mi fortaleza… Conforme avanzaba en la lectura, iba adentrándome en la
vida de Job, una historia donde se ponían de manifiesto las pruebas y
desventuras a las que estamos expuestos los seres humanos. Job, quien llevaba
una vida cómoda, plena, de servicio a Dios, llega a perderlo todo: propiedades,
familia y amigos, terminando a rastras en una esquina, plagado de llagas en el
cuerpo. Aún en ese estado calamitoso nunca dejó de orar. A pesar de que por
momentos su debilidad humana lo hacía dudar de su relación con nuestro padre
celestial, persistió hasta que sus oraciones fueron atendidas, recuperando
siete veces más de lo que había perdido. Ese modelo de Fe inquebrantable era el
que debía seguir. No importaba si sentía la acechanza de brujos alrededor, a
partir de ese día tendría el mejor aliado conmigo. Así comencé una nueva etapa,
que consideraba como un proceso de formación cristiana. Cada noche subía hasta
los altos de mi casa para orar, lo hacía con tal pasión como cuando gritaba un
gol en la polvorienta avenida aviación.
Aunque apenas comenzaba a experimentar el contacto con el espíritu de Dios,
llegué a sentir su presencia durante todas esas noches. Por las mañanas leía la
Biblia, escuchando la melodía suave de
canciones de alabanza cristiana. En cada párrafo encontraba siempre nuevos
conocimientos sobre la Fe y muestras del amor que Jehová demostraba hacia su
creación. Con el tiempo me decidí a asistir a una Iglesia Evangélica Cristiana
ubicada cerca de mi casa. Recuerdo que me recibieron muy efusivos, como si yo
representara el papel del hijo pródigo. Por ese tiempo parecía estar
encaminándome hacia el ocaso de la tristeza. Es cierto que con el transcurrir
de los meses los vaticinios de Marilyn fueron cumpliéndose, sin embargo la fatalidad no llegó a
consumarse; por el contrario las circunstancias me favorecieron y pude
concretar la apertura del gimnasio, el negocio que siempre añoré desde joven.
Incluso conseguí superar la enfermedad que las cartas pronosticaron como un
grave riesgo para mi vida. El médico que me atendió diagnosticó un problema
renal que limitaría todo esfuerzo deportivo. Según el galeno tenía literalmente
los riñones molidos. “Si quieres vivir mucho tiempo, debes evitar cualquier
actividad física”, fue su sentencia. Pasé
meses caminando como un sexagenario, sintiendo en la cintura el peso de dos pelotas
del tamaño de un puño que palpitaban al mínimo esfuerzo, produciendo un dolor
que obligaba a doblarme. Así no podía seguir, sentía que abandonar los deportes
iba a sumirme en una depresión lacerante. Oré mucho en los altos de la casa, pero
también tendido en la cama cuando me era
difícil caminar más de dos metros sin sentir ese dolor intenso. Antes de
empezar a orar por sanidad había decidido abandonar el tratamiento médico, no
por lo caro que pudiera resultar sino porque estaba decidido a confiar
plenamente en que Dios podía sanarme. Puede
parecer increíble, pero al cabo de unas semanas empecé a sentir alivio, mis
riñones comenzaron a funcionar con tanta normalidad que celebré mi mejoría con
un partido de fútbol. La oración tenía poder. Ese contacto personal con Dios podía
sanar, hacer milagros… Aunque los prodigios
del creador en mi vida eran evidentes, mi frágil humanidad volvió a
traicionarme y acabé sucumbiendo en las trampas que el maligno sembraba alrededor.
Sólo bastó que Yahaira decidiera terminar de un momento a otro la relación que
teníamos por entonces para buscar de nuevo a Marilyn. La llamé una noche con el
corazón desconsolado por la ruptura sentimental. Ella accedió a verme de nuevo,
a pesar de que últimamente le había hablado de mi acercamiento con Dios. Creo
que nos acostumbramos demasiado a pasear por los linderos del tiempo que no
medíamos el riesgo al practicar el ocultismo. Ni ella ni yo sabíamos lo que
podría pasar, desconocíamos que en cada jugada abríamos una puerta oscura que
crecía, se hacía tan grande como un inmenso hoyo negro que estuvo cerca de
consumirnos. Sé que fue un mala decisión no persistir en el estado de comunión
con Dios; reconozco que le fui infiel al creador, eso permitió que apareciera
de nuevo el caos, las presencias extrañas que hacían crujir las puertas y
ventanas, los ruidos a media noche que se oían en el gimnasio como si alguien
caminara por allí. Las hermanas Pérez aún vivían, así que no pongan la mira en
ellas. Todo volvía a repetirse, sólo que ahora mi obsesión hacia las cartas
españolas fue mayor. Llamaba constantemente a Marilyn; dos, tres, incluso cuatro veces a la semana.
Al principio nos veíamos en mi dormitorio, hasta que mi madre preguntó
sospechosamente qué tanto hacía con mi compañera de universidad encerrado por las noches. Ya no podía darle
más excusas a mamá, pues estaba en juego la reputación de Marilyn. Cualquiera
podría suponer que vivíamos un romance clandestino, pero lo que hacíamos allí
dentro tenía otras connotaciones. Para evitar falsas especulaciones terminé por
contarle a mi madre la presencia de las
cartas españolas en casa. No se sorprendió, creo porqué en su vida también recurrió
en reiteradas ocasiones ha chamanes para que le adivinaran el futuro. “Ten
cuidado, estos juegos pueden resultar peligrosos”, fue su única advertencia. Igual
no quise exponerme a que en el almuerzo familiar se hablara del tema. “No le cuente a nadie de esto por favor, solo
quiero averiguar algunas cosas sobre mi futuro y dejaré de jugar con las cartas”.
Pero no fue así. Quería saber más, quería saberlo todo, aún si eso significaba
enterarme de las tragedias que el destino preparaba en mi contra. Por decisión de Marilyn trasladamos la lectura
de las cartas españolas a la casa de su padre, en horarios en que este recorría
la ciudad como colectivero. El ritmo de
visitas fue el mismo que cuando nos veíamos en mi dormitorio. Me resistía a perder para siempre el amor de Yahaira,
más aún cuando las cartas mostraron que una de sus ex – parejas había recurrido
a un “amarre” con el fin de traerla a su lado. La desesperación fue
envolviéndome. La quería de vuelta, abrazarla una vez más, estaba enamorado y
por amor el ser humano ha justificado innumerables atrocidades. Aturdido por el desamor terminé adentrándome
en lo más profundo del ocultismo. Nunca imaginé que llegaría a tanto, tampoco
me di el tiempo de reflexionar que en ese momento rompía definitivamente mi
pacto con Dios. Si bien había sido testigo de la forma en que Diana, la madre
de Marilyn, realizaba sus rituales, no establecí ningún arreglo para que
realizara un “trabajo” para mí. Sin embargo con la bruja Bruna fue distinto.
Llegué hasta el rancho que ocupaba en la zona forestal de la ciudad con el
firme propósito de contrarrestar el hechizo que recaía sobre Yahaira. Si aquél
hombre podía tenerla consigo mediante la brujería, yo buscaría recuperarla a
través de ella. Marilyn intervino como
intermediaria en el trato con la hechicera Bruna. Cuánto ha tenido que ver ella
en todo esto. No la culpo, pues fui yo quien la buscaba, el que insistió tantas
veces para que hurgara en mi futuro. Casi sin darme cuenta fui parte de aquello
a lo que debía enfrentar. Terminé inmiscuido en el mismísimo atrio de la
brujería. Supongo que los drogadictos deben sentir la misma ansiedad que yo
experimentaba, ese deseo incontenible que me hacía verme con Marilyn aún en
noches lluviosas; a pesar de la distancia que debía recorrer, nada podía
impedir que las cartas españolas revelasen ante mis ojos las argucias del destino. Permanecimos en ese
vaivén por varios meses, aún mucho después de que decidiera abandonar las visitas nocturnas al rancho de la bruja Bruna.
Ya por ese tiempo extraños ruidos escabrosos se oían durante la madrugada en mi
casa. Eran persistentes, sonaban como el bramido de fieras salvajes. ¿Qué
carajos es eso? Uno de esos días me arriesgué a salir del dormitorio y
averiguar qué se movía allá afuera. Era Agosto, el viento danzaba al compás del
otoño azuzando las prendas de los cordeles, hasta las puertas y ventanas cedían
a su temperamento. Eso tendría que ser. Los vendavales suelen jugarte malas
pasadas en estas épocas. No le di crédito a la posibilidad de que alguna fuerza
espiritual maligna estuviera amenazándome hasta que recibí una llamada de
Marilyn cerca de las once de la noche, un horario en el que suelen llegar las
malas noticias. “Ha ocurrido algo espantoso, creo que debemos parar con esto…”.
Traté de persuadirla para que me contase
algo en ese momento, pero adujo que era mejor hablar del tema por la mañana,
pues de lo contrario iba a resultarme imposible dormir. “Ora amigo, hoy más que
nunca necesitamos la ayuda de Dios”. Hacía muchas noches que no hablaba con
Dios, no iba a ser sencillo recomenzar la relación con el creador; me parecía
que esta vez yo había llegado demasiado lejos. Honestamente no me sentía digno
de su perdón, ese fue el motivo por el que me rehusé a seguir el consejo de
Marilyn. Por la mañana ella apareció sin
la gracia habitual que solía desprender a su paso. Se le notaba distinta,
pálida, lo que hacía evidente su temor. Sin rodeos sacó del bolso la franela
roja donde protegía sus cartas españolas y me la mostró. Justo en el centro de
la tela, se apreciaba una rasgadura que podría compararse con la marca de una garra
felina. “Así amaneció ayer la franela. Esto no es normal, algo malo está
pasando. Creo que hemos abusado de este juego y ahora empieza a revelarse en
nuestra contra”. La quedé mirando, mientras que en mi mente se oían toda la sarta de gruñidos que habían acometido
las últimas madrugadas. ¿Podría existir, entonces, alguna relación entre esa marca
grotesca y los ruidos que me
atormentaban? <o:p></o:p></div>
<div class="MsoListParagraphCxSpFirst" style="margin-left: 18pt; text-indent: -18pt;">
<!--[if !supportLists]-->-<span style="font-size: 7pt; font-stretch: normal;">
</span><!--[endif]-->¿Quién hizo esto?, pregunté intrigado.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoListParagraphCxSpMiddle" style="margin-left: 18pt; text-indent: -18pt;">
<!--[if !supportLists]-->-<span style="font-size: 7pt; font-stretch: normal;">
</span><!--[endif]-->No lo sé. Pero ya no quiero seguir usando estas
cartas. Temo por mi vida Marco… Mi madre cree que el alma está fatigada,
molesta y que esto es solo una señal para dejarla en paz. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoListParagraphCxSpMiddle" style="margin-left: 18pt;">
<br /></div>
<div class="MsoListParagraphCxSpMiddle" style="margin-left: 0cm;">
Miré a Marilyn compadecido. Estaba realmente asustada. Era
la primera vez que la veía así, tan vulnerable como una niña en su primer
contacto con la oscuridad. Tomé la baraja con decisión y la envolví en la
franela. Una grieta de la rasgadura quedó visible. “Deja que me encargue de
esto. Ha sido mi culpa, lo que está ocurriendo es por mi obsesión, nunca debí
alejarme de Dios; me arrepiento de haber perdido la Fe. Tienes razón, debemos
parar con esto, así que esta misma noche le daré solución al problema”. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoListParagraphCxSpMiddle" style="margin-left: 18pt; text-indent: -18pt;">
<!--[if !supportLists]-->-<span style="font-size: 7pt; font-stretch: normal;">
</span><!--[endif]-->¿Qué piensas hacer con ellas?<o:p></o:p></div>
<div class="MsoListParagraphCxSpMiddle" style="margin-left: 18pt; text-indent: -18pt;">
<!--[if !supportLists]-->-<span style="font-size: 7pt; font-stretch: normal;">
</span><!--[endif]-->¡Las quemaré¡<o:p></o:p></div>
<div class="MsoListParagraphCxSpMiddle" style="margin-left: 18pt;">
<br /></div>
<div class="MsoListParagraphCxSpMiddle" style="margin-left: 0cm;">
El paquete con el muñeco decapitado dentro había aparecido
justo al frente donde calciné las viejas cartas españolas de Marilyn. La noche
que les prendí fuego pensé dar por terminado mi vínculo con el ocultismo. Creí
que nunca más iba a verme en la necesidad de recurrir a brujos o espiritistas
en busca de ayuda. Con las cartas calcinadas no sólo alcanzaba mi libertad
espiritual sino que sacaba del hoyo a Marilyn. Ambos tendríamos que haber
empezado una nueva vida, alejados de espíritus arrieros del tiempo; sin embargo
sólo un año después tropezamos de nuevo. El ánima tomó posesión de unas nuevas cartas
españolas que yo adquirí. El juego volvió a iniciarse, prolongando una
temporada de oscuridad, desequilibrio emocional y pánico psicótico que me
acercó peligrosamente al suicidio. Estuve prisionero, encadenado sin encontrar
el modo de librarme. Fue entonces que Dios actúo. Podría llenar cientos de
páginas hablando de la intervención del creador en mi vida, pero ese no ha sido
el propósito al escribir esta historia; lo que sí puedo decir es que si no
hubiese sido por El yo no estaría aquí ahora. Admito que me encantaría saber si
hay algún propósito divino detrás de la aparición de este trabajo de brujería. ¿Podría
haberlo no? Me evitaría de tantos pesares si lo supiera. <o:p></o:p></div>
<br />
<div class="MsoListParagraphCxSpLast" style="margin-left: 0cm;">
<br /></div>
<div class="MsoListParagraphCxSpLast" style="margin-left: 0cm;">
La madrugada del domingo quince de Diciembre, a poco más de
veinticuatro horas de haber hallado aquél paquete terrorífico, me resultaba
imposible conciliar el sueño. Atormentado por la sonrisa desquiciada de la
cabeza de muñeco decapitada, que se repetía en mi mente apenas cerraba los
ojos, subí hasta el gimnasio decidido a hacerle frente a cualquier espíritu
maligno. Caminé hasta la parte posterior y quedé justo en el lugar donde hallé
la caja con el muñeco decapitado. Sin una Fe sólida en Dios, basé mi
atrevimiento en los ímpetus fieros que me arrebatan la calma cada vez que
perdía el control de la situación. En ese momento estaba furioso. Si hay algo
que consigue sacarme de mis casillas es la interrupción abrupta del sueño. Ni siquiera al demonio más temido podía
permitirle eso, así que avalentonado lancé una sarta de improperios e insultos
contra las sombras que se formaban en las paredes producto del reflejo de los
cristales. “No me importa quién carajos seas pero no cumplirás tu cometido”. Ya
había hecho algo parecido tiempo atrás luego de quemar las cartas españolas de
Marilyn. Una vez que la baraja quedó convertida en cenizas maldije al espíritu
que mostraba el pasado y futuro a través de ellas; quizás ese haya sido el
motivo por el cual luego de aquella noche empezó a sentirse la presencia de un
aire malévolo que transitaba justo en la parte trasera del gimnasio haciendo
espantar a quienes entrenaban hasta muy tarde. El volumen del equipo de sonido
subía y bajaba sin que nadie lo manipulase, las mancuernas rodaban arrastradas
por alguien o algo que merodeaba por allí. ¿Qué podía pasar ahora luego de la
aparición de la caja con el trabajo de brujería? En ese momento me preocupaba más
poder dormir tranquilo. Luego de despotricar por varios minutos retorné al
dormitorio, prendí la tele y programé la televisión para que se apagase en
treinta minutos. Antes del cuarto de hora ya me había dormido.<o:p></o:p></div>
</div>
<div class="MsoListParagraphCxSpLast" style="margin-left: 0cm; mso-add-space: auto; text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="http://1.bp.blogspot.com/-aV8Vntyxwgc/VAS9ZdpSifI/AAAAAAAAAU4/S5OdKc88CXQ/s1600/bruja.gif" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="http://1.bp.blogspot.com/-aV8Vntyxwgc/VAS9ZdpSifI/AAAAAAAAAU4/S5OdKc88CXQ/s1600/bruja.gif" /></a></div>
<div class="MsoListParagraphCxSpLast" style="margin-left: 0cm; mso-add-space: auto; text-align: justify;">
<br /></div>
</div>
<div class="MsoListParagraph" style="margin-left: 0cm; mso-add-space: auto; text-align: justify;">
<o:p></o:p></div>
TIRA PIEDRAShttp://www.blogger.com/profile/00515629599509667286noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-8083027458305763274.post-62298493052464466632014-05-31T19:51:00.000-07:002014-12-22T10:52:28.415-08:00EL OCASO DE LA TRISTEZA (Quinto Capítulo)<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;">
<div align="center" class="MsoNormal">
<b><span style="font-family: "Cooper Black","serif"; font-size: 14.0pt; line-height: 115%;">V<o:p></o:p></span></b></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<div class="MsoNormal">
El miedo es una emoción que se
fabrica en algún rincón de la mente y va expandiendo sus tentáculos en todo
nuestro organismo, provocando una descarga de ansiedad que explota en el
corazón. Su máxima expresión es el terror. Existe un miedo real, el cual
podemos medir según la intensidad de la amenaza. Supongamos que camino a casa
nos topamos con una jauría de perros hambrientos, el temor a ser atacados nos
hará cambiar de dirección; si no experimentáramos esa sensación lo más probable
es que acabaríamos en un enfrentamiento
con los animales; pero existe otra forma
de miedo, que Sigmund Freud definió como miedo neurótico, cuando la intensidad del ataque de miedo no
tiene ninguna relación con el peligro; es decir aquél temor que nos produce la
oscuridad, nuestras pesadillas, la soledad o una aparición misteriosa como
aquél paquete con el muñeco decapitado dentro.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
</div>
<a name='more'></a><br /><br />
<div class="MsoNormal">
Durante gran parte de mi vida sentí
que era víctima de una persecución numerológica. Una serie de hechos fatídicos
se repitieron, por más de una década, el mismo día. Todo empezó con la muerte
de Juanchi el 24 de Marzo de 1990; aquella experiencia dolorosa se convirtió en el inicio de una cadena de muertes que
amenazaba terminar con toda la descendencia familiar. Cinco años más tarde mi
abuelo Daniel, luego de cuatro meses de angustiosa agonía, partió de este mundo,
pidiendo en el último minuto de su existencia, perdón a Dios por todos sus
pecados. Sólo hasta el día en que lo enterraron, después que el sepultador
escribió en la tapa de su nicho la fecha de su deceso, pude darme cuenta que mi
abuelo había fallecido el 24 de marzo de 1995. Tuvieron que pasar seis años para que ese
número volviera a repetirse como una señal de muerte; esta vez la tierna abuela
Fausta no pudo resistir una bronquitis adquirida en los gélidos días de invierno
y partió de este mundo el 24 de Junio del 2000. Para entonces ya era consciente
de esa extraña coincidencia en la fecha de las muertes. Cada vez que visitaba
el cementerio para colocar flores a mis parientes y veía aquél número en las
tapas de sus nichos, me preguntaba quién seguiría en esa cadena. Podía ser
cualquiera, incluso yo. Como un modo de precaución trataba de esquivar el 24 en
todas las circunstancias en que podía toparme con él. Evitaba viajar los días
veinticuatro, acudir a reuniones festivas o tan siquiera salir a caminar por la
ciudad; lo único que hacía cuando llegaba esa fecha era encerrarme en mi
habitación y leer hasta el hartazgo o quedarme prendido de la televisión
mirando programas deportivos. Mi temor hacia aquél número superó la barrera del
tiempo y empecé a verlo como una amenaza totalitaria para mi vida. Una vez fui
a la agencia de viajes para comprar un boleto hacia la ciudad de Trujillo; la
mujer de la ventanilla me atendió cortésmente: “Sólo me queda el ASIENTO N° 24”,
me dijo con una sonrisa. Un temblor rotundo me invadió, y aunque tenía prisa
por viajar, le pedí un pasaje para el
ómnibus siguiente en otro número de asiento. Infundado o no mi pánico, sentía
que aquél 24 traía siempre un mensaje tenebroso para mí. Quizás Freud nunca se había topado con una
circunstancia tan extraña como esta en su vida, que le hubiera hecho revertir
sus teorías sobre el miedo, pero a mí las apariciones extrañas de objetos y
animales raros en mi casa, las señales numerológicas ligadas con la muerte, el
deceso de Juanchi sin una argumentación médica razonable y las prolongadas
rachas de mala suerte terminaron convenciéndome que existe algo más moviéndose
a nuestro alrededor, fuerzas del bien y del mal en una pugna por imponerse en
el mundo, ángeles y demonios enfrentados en una batalla milenaria que se lleva
a cabo en una dimensión paralela a la nuestra. El objetivo es siempre el alma
del hombre; por un lado el demonio busca corroer al ser humano, hurtar su
tranquilidad colocándolo en un saco de angustia, exponerlo a infinidad de premuras
e incluso enfermedades físicas o mentales para terminar de arrastrarlo hacia la
muerte. En la orilla de enfrente, con los brazos abiertos, se encuentra Dios,
aguardando a que la humanidad acuda en busca de su amor, que resulta siendo
siempre una decisión salvadora. Aunque muchos investigadores han dedicado sus
años de vida a desacreditar y negar con innumerables pruebas la existencias de
fuerzas que sobrepasan el entendimiento lógico y la percepción de nuestros
sentidos, Dios y el demonio son los únicos que pueden seguir obrando, claro
cada uno con intenciones antagónicas en el mundo, puesto que varios de estos
hombres de ciencia están enterrados varios metros bajo tierra y los que aún no,
en algunos años correrán la misma suerte. Nuestra existencia es tristemente
efímera. ¿Acaso alguien puede negar eso?<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
Hubo una etapa en la que me uní a
ese grupo de ateos cuya vida transcurre tratando de dejar mal parado a Dios, convirtiéndolo en responsable de las
desgracias del planeta, de los holocaustos, masacres y atrocidades cometidas en
su nombre, en algunos casos por el catolicismo y en otros por grupos sectarios.
Fue en los primeros años de mi etapa
universitaria, donde media docena de libros escritos por Engels, Marx y Lenin transformaron
mi endeble conciencia cristiana convirtiéndome en el más antirreligioso de la
clase. El curso de Introducción a la filosofía, que dictaba el Licenciado
Morales, un ateo confeso y sacramentado, despertó mi curiosidad por el
materialismo, la dialéctica, el existencialismo y el socialismo. Fue sencillo
acceder a una buena colección de autores de estas corrientes filosóficas que niegan a Dios,
pues mi padre guardaba en la pequeña biblioteca de casa varios de estos libros,
cuya tenencia en la década del noventa, durante los años de lucha contra la
subversión en el Perú, podría haberte costado una temporada en prisión, por ser
considerados material de lectura de los senderistas. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Negar a Dios significaba negar
también la cara opuesta de la moneda: A Satanás. Esto último resultaba menos
sencillo. El retrato de Juanchi en mi habitación con el cuerpo flaco y ojeroso,
me recordaba siempre que un aire maligno había terminado con su vida. Si en
algún momento tuve dudas de ello, el tiempo se encargaría de poner frente a mis
narices la verdad, cuando a través de un
juego de cartas españolas guiadas por el alma de un hombre muerto en un
accidente, me fueron revelados detalles inéditos de mi pasado y pude conocer
también las desventuras de mi futuro. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
Una noche, durante el break de la
clase de Periodismo, sorprendí a Marilyn en el fondo del aula acomodando algunos
objetos en su bolso. El resto de compañeros se encontraba fuera, así que me acerqué a ella muy quedito para asustarla.
Cuando la toqué por la espalda dio un alarido de espanto y soltó su cartera,
rodando por el piso todo lo que había dentro. “Lo siento amiga, no pensé que te
espantarías, déjame ayudarte a recoger tus cosas”. Mi compañera guardaba todo
un set de maquillaje en el bolso. Pero había algo más. “No toques eso”, me
pidió enojada. Se trataba de una franela roja que envolvía algún objeto que
ella buscaba ocultar. Desde aquella vez me convertí en un inquisidor que trataba
de conocer a toda costa el contenido dentro de la tela. Insistí tanto que
Marilyn terminó por confesarme el más guardado de sus secretos. “Estas son mis
cartas españolas, a través de ellas puedo leer el pasado y el futuro de las
personas. ¿Contento?”. La chica blanquiñosa de cachetes redondos y ojos
pequeños debía estar jugándome una broma. Sólo las brujas tenían la capacidad,
gracias a algún pacto con el demonio, de adentrarse en los linderos del tiempo.
Al menos es lo que yo conocía a través de los relatos de mi abuela Felipa. Mi compañera debía ser una farsante como
muchos de los personajes que aparecen en la televisión o alguien que sólo
jugaba con esa baraja que traía figuras de reyes, reinas, espadas y soles. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
- ¿Estás bromeando verdad? No
puedo tener como compañera a una bruja.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
- No soy bruja tonto. Sólo leo
las cartas. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
- ¿Y eres certera? ¿Le atinas en tus predicciones?
– Marilyn debió notar el tono sarcástico en el que le hablé y guardó silencio
por un instante – No te enojes. Sólo quiero saber algo más de lo que haces.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
- Tú no crees en Dios así que
tampoco debes darle Fe a estas cosas.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
- Quizás tú puedas ayudar a que
crea de nuevo.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
Una semana después Marilyn llegó
a mi casa cerca de las nueve de la noche. Vestía ropa ceñida, maquillaje
mesurado y tacones. Un estilo casual que la distinguía del resto de compañeras
de clase. Nadie podía imaginar que detrás
de esa figura sensual se escondía una vidente. Subimos a mi habitación y apreté
el seguro de la puerta. “Debes ofrendar algo antes de empezar”, fue lo primero
que dijo luego de colocar la franela roja sobre la cama. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
- ¿Te refieres a dinero? <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
- Así es. – respondió con
seguridad - Como eres mi amigo no te
cobraré lo que usualmente me pagan por leer las cartas. Coloca sólo la cantidad
que puedas. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Saqué una moneda de cinco soles
del bolsillo y se la di. “Está bien, con esto bastará, aunque ante los ojos del
almita quedarás como un tacaño”. ¿Almita? ¿Se refería a un espíritu de verdad,
como el alma de Juanchi que en mi niñez me susurraba cosas al oído? Marilyn
acercó la franela hacia sus labios y empezó a pronunciar una suerte de conjuro
mientras hacía girar la tela a cinco centímetro de su boca. La vi cerrar los
ojos y penetrar por un instante en otra dimensión. Quise preguntar lo qué hacía
pero aguardé a que terminara, pues no quería interrumpir su ensimismamiento. ¿Y
ahora qué sigue? – le pregunté cuando se detuvo -. ¿Apago las luces para hacer
esto más tenebroso?, bromeé. “Esto es serio, si quieres que todo salga bien
debes estar atento y no burlarte”. Ya no era la misma chica sensual que se paseaba
coquetamente en los pasillos de la universidad la que tenía al frente; ahora me
encontraba con una pitonisa que asumía su rol con severidad. Marilyn volvió a poner
la franela sobre la cama y la abrió dejándola con cuatro brazos extendidos, quedando
al descubierto el juego de cartas españolas que a partir de ese día se
convirtieron por más de cinco años en reveladoras de mi pasado y anunciadoras
de mi futuro. Tomó la baraja con las manos y la acercó a mi boca. “Sopla”, me
dijo haciendo girar las cartas. Di cuatro soplidos. Desde ese momento seguí sus
instrucciones sin reparos. Colocó de
nuevo la baraja en la cama y continuó con el ritual. “Ahora parte en tres,
hazlo con calma, muy concentrado”. La conocía desde el inicio de la universidad,
pero en ese instante me resultaba irreconocible. “¿Quieres preguntar algo en particular? Sobre
el amor, dinero, tu futuro”. “Quiero que veas mi pasado”, le dije. Supuse que
si le preguntaba por el futuro, no habría forma de comprobar si todo lo que iba
a decirme era cierto; en cambio si mi compañera atinaba a ver al menos un tramo
de mi vida pasada podría saber que no se trataba de una charlatana. Marilyn tomó el grupo de cartas de la derecha y las esparció de forma
horizontal, conformando tres líneas. Miró por varios segundos hacia las figuras
y luego hizo un gesto de preocupación. “Tuviste una infancia muy dolorosa por
la pérdida de un ser querido, alguien muy ligado a ti… Uf, veo enredos, penas,
daño. Vaya vida la que has llevado amigo”. De pronto sentí una punzada en el corazón.
No quise intervenir y dejé que siga con
la jugada. Mientras esparcía los dos siguientes grupos de cartas, Marilyn continuó
viendo en ellas mi pasado triste. Narraba los hechos de mi vida con la
convicción de quien mira un álbum de fotografías y describe foto a foto los
elementos de cada imagen. La escuchaba con atención, observando el movimiento
de sus manos, que llevaban de un lado a
otro las cartas colocadas sobre la cama. Las filas se convirtieron, luego, en
una cruz. “¿Por qué las cambiaste de posición?, me animé a preguntar vencido
por la curiosidad. “Es otra forma de mirar tu pasado”. Durante una hora Marilyn
desentrañó, a través de sus cartas españolas guiadas por ese espíritu anónimo
al que había invocado, mis vivencias
infantiles, la tristeza arraigada en mamá a causa de la muerte de Juanchi, vio también un manto negro de malos deseos esparcido
por años alrededor de nuestro hogar. “Hay mucha envidia contra ustedes, gente
que quiere hacerles daño tirándole cochinadas a su casa”. Entendía perfectamente que se refería a los extraños
hallazgos de un animal raro en el balcón, flores bañadas con fragancias
esotéricas para generar rencillas en la intimidad familiar, piscas de sal y
tierra de cementerio regadas en la frontera de nuestra vivienda con la
finalidad de propiciar un daño mayor (muerte). “Tu mamá sufre demasiado; carga
sola con los problemas que ocurren en tu casa… Llora mucho refugiada en su
soledad”. Eso era cierto. Yo mismo descubrí una mañana a mi madre en la intimidad
de su pena, aferrada a una fotografía de Juanchi; a pesar de los años
transcurridos desde la muerte de mi
hermano, ella seguía sintiendo el peso de su partida. Todo lo que Marilyn había
visto ese día tenía el sello rotulado de verdad. Realmente había hecho un viaje
a mi pasado. ¿Entonces podría también mirar mi futuro con la misma certeza?
Saber lo que va a ocurrir más adelante me ayudaría a tomar mejores decisiones,
evitar los riesgos, anticiparme al destino, cambiarlo si no me favorecía.
Podría utilizar las cartas españolas como un arma para defenderme de la maldad…
Marilyn notó que estaba en silencio. Dejó que permaneciera así hasta que
terminó de recoger su baraja y la envolvió con la franela roja. “! Amigo
despierta!” Su llamado me trajo de vuelta a la habitación. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
– No te sientas mal por todo lo
que te he dicho, confía en Dios, Él siempre está llamándote. Eso es algo que
también vi, y guardé hasta el final para decírtelo…<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
Tendría que haberle creído, pero en
mi corazón colgaba un letrero que decía: CERRADO para Dios. Fue demasiado
presuntuoso de mi parte pretender cambiar el destino con mis propias manos, pero
en ese momento estaba fascinado con la posibilidad de poder viajar a través del
tiempo y voltearle la cara a las circunstancias adversas. Si Dios estaba
llamándome, tendría que aguardar un tiempo más por mi respuesta. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
- Me haz convencido. No sé cómo
pero acertaste en tus visiones, absolutamente todo lo que me has dicho es
cierto. Mi hermano falleció a causa de un trabajo de brujería – Marilyn
escuchaba con atención, podía notar que me miraba con un aire sereno,
satisfecha por su labor - Y toda esa maraña de cochinadas que has
descrito, las hemos soportado en casa muchos años… Es tarde ahora, pero me
gustaría que vinieras otro día para ver qué hay en el futuro para mí…<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
- Puedes contar con eso amigo,
sólo tienes que llamarme – Mi compañera recogió su bolso y abandonamos el lugar
- No olvides acercarte a Dios. Ten Fe en
El, es el único que puede ayudarte a cambiar tu destino, me fue hablando
mientras avanzábamos por la calle rumbo al paradero de autos. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
- Lo haría, pero debe estar
ocupado en asuntos más importantes; algunas noches he tratado de hablarle y me
he topado con un silencio abismal… ¿Por qué ha pasado todo esto? No lo
entiendo. Mi hermano era un alma inocente, lo amaba mucho… <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
No dejé pasar mucho tiempo para volver
a convocar a Marilyn. El mismo lugar, la misma hora, la franela roja otra vez
sobre la cama abriéndose en brazos como un pulpo. Las viejas cartas españolas esparcidas,
guiadas por un ánima que empezaba a familiarizarse con mi vida, hurgaba en ella
y extraía, esa noche, los acontecimientos para mi futuro. Los vaticinios eran
poco alentadores, se avizoraban meses de penurias económicas en la familia, distanciamiento
de mi padre, males del cuerpo y del alma que me impedían avanzar en mis
propósitos, temporadas de soledad, y otra vez, sí otra vez, los trabajos de
brujería acechando la frontera de nuestro hogar. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
- ¿Estás segura que ese es el
futuro que me espera? - interrumpí la lectura de los vaticinios - Porque si es
así, debo ser el tipo con la peor suerte del mundo.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
- Quita esa idea de tu cabeza; lo
que muestran las cartas llega a cumplirse casi en su totalidad, a veces pasan
semanas, meses o años, pero en algún momento se cumplen; sin embargo otras ocasiones
por alguna razón, el destino de la persona cambia, ya sea porque acudieron a un
brujo para que los ayude o porque buscaron a Dios. Ese es uno de los misterios
de la vida que nadie alcanza a entender.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
- ¿Cómo es que sabes tanto? Esto
no lo enseñan en los libros, ¿De dónde lo aprendiste?, pregunté inquieto.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
Marilyn dejó de mover las cartas
y guardó silencio. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
- ¿Eres de los que saben guardar
secretos?<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
- Por supuesto. Soy una bóveda
infranqueable. Allá afuera todos piensan que a esta hora estamos realizando
algún trabajo de la universidad. Te imaginas lo que dirían si les cuento que
tengo una amiga capaz de pactar con un espíritu para poder conocer el futuro de
la gente.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
El rostro de Marilyn endureció. Creí
que se había fastidiado ante mi acoso por saber a fondo su vínculo con la
cartomancia. Parecía entrar otra vez en trance; durante un corto tiempo se
alejó de mi presencia y fue a parar hasta algún lugar donde se hallaban sus
recuerdos más íntimos, aquellos que debían ser prohibidos para la gente de su
alrededor, secretos que tendría que salvaguardar pero que por alguna razón
estaba a punto de revelarme. La vi suspirar con fuerza, como quien asume en ese
momento un compromiso, al cual resulta imposible renunciar. “Terminemos con la
lectura primero, no es bueno dejar el juego a la mitad”. Luego de una avalancha
de sucesos poco agradables para mi vida, las cartas volvieron a escudarse en la
franela roja. Un nuevo secreto de la simpática Marilyn estaba a punto de saltar
la palestra del anonimato. “Mi madre practica las artes del ocultismo; sí, ella
es lo que piensas: una bruja. Aunque suene espeluznante, no todos los que hacen
uso de la brujería son maleros o gente a la que deba temerse, así que no te
imagines a mi madre como una de esas mujeres que aparecen en las películas con
cara de diablas”. Enmudecí. Frente a mí tenía
todo aquello que había estado atrayendo inconscientemente durante años. Desde
la muerte de Juanchi me interesé en averiguar los misterios de la hechicería,
quería saber sobre el trabajo de los brujos y el alcance e influencia de las
artes maléficas. Buscaba información en los diarios, donde aparecían anuncios
de brujos que ofrecían todo tipo de trabajos, desde artificios para sanar
enfermedades incurables, baños de florecimiento que aseguraban el éxito y
atraían la fortuna, hasta amarres que recuperaban al ser querido y lo ponían de
rodillas a tus pies para toda la vida. Los hechiceros más oscuros, quienes se
anunciaban bajo el rótulo de BRUJO PACTADO,
garantizaban acabar en 24 horas con el enemigo más incómodo. ¿Podía ser
posible que cumplieran todo lo que ofrecían? Hasta dónde llegaba el poder de
estos personajes entrelazados con el mismísimo diablo. Mientras más conociera
al enemigo que merodeaba mi hogar, sería más fácil enfrentarlo, era mi lógica
juvenil y entusiasta, que me había llevado una noche a subir hasta los altos de
la casa, donde ahora funciona el gimnasio para lanzar una cargada lista de
improperios en contra de la maldad. Fue un impulso repentino, debía tener
dieciséis o diecisiete años y admito que aún traía el corazón cargado de resentimiento por
la muerte de mi hermano. En ese tiempo la voz que me susurraba al oído se había
silenciado, por lo que recién empecé a sentir el peso de la ausencia de
Juanchi. Sentía una desazón hacia Dios, descontento que atribuía a su nula
intervención para evitar que el mal se ensañara con mi hogar. No podía negarlo,
aceptaba su existencia, pero al mismo tiempo reclamaba y hasta exigía su
presencia resolutoria en mi vida. Sólo
que no sabía cómo hacerlo, puesto que esos años ignoraba la manera de llegar a
establecer una comunicación con Dios. El modo que encontré para hacerle saber
mi disconformidad fue a través de la poesía. Eran los primeros poemas que me
animaba a escribir, aprovechando la intimidad que ofrecía las últimas horas del
día, cuando todos en casa replegaban sus vidas en el sueño. Muchos de los
versos eran desesperanzados, agónicos, tristes. Este poema refleja gran parte
de mi desconsuelo por aquél tiempo: ¿Dónde están tus gracias?/ me digo/
observando cómo cae el madero/ que yacía fuerte y hermoso/ hace nomás un par de
años atrás/ ¿Dónde están tus gracias?/ me repito/ incansable interrogante/ que
revolotea en mi cabeza/ y destrozas las esperanzas/ de mi ser. Recuerdo que escribí ese poema en la época más
crítica de la familia. Papá solía llegar del trabajo con el demonio
revoloteándole en la cabeza y descargaba su mal humor contra mamá, quien
soportaba estoicamente los gritos y hasta manotazos que su esposo le propinaba.
Sin embargo una mañana, cuando desperté y bajé a la cocina para tomar el
desayuno antes de ir a la escuela, encontré a mi padre realizando los
quehaceres matutinos. ¿Y mamá?, pregunté con incertidumbre. “Se fue”. Esa escueta
frase me sonó como un disparo en la cien. No atiné a responderle, pero a pesar
de mi corta edad entendía que la respuesta de mi padre reflejaba el final de un
matrimonio de dieciocho años. Luego de una semana, en la que la intervención de
mi abuela materna Felipa Flores permitió una tregua a los ánimos caldeados,
mamá volvió a casa. Las cosas no fueron diferentes, el clima era tenso, cargado
de una pesadez que hacía de la convivencia familiar una tortura. A la hora del
almuerzo, nos sentábamos a comer sin pronunciar una sola palabra. Existía una
cura de silencio que nadie había pactado, pero que todos asumían como necesaria
para salvaguardar la calma. “No podemos seguir así”, oí refunfuñar a mi padre
una noche desde su habitación. Mamá había ingresado para sacar unas frazadas.
Desde su retorno decidió abandonar el lecho matrimonial y fue a dormir junto a mi
hermana Angela. Me acerqué a la puerta para escucharlos, pero no conseguí enterarme
de lo que hablaban, pues durante gran parte de la plática, el tono de sus voces
disminuía, como si estuvieran protegiendo un secreto que debía quedar atrapado
en aquellas cuatro paredes. Unos días después, cerca de la media noche, la
pitonisa que atribuyó el deceso de Juanchi a un mal aire dejado en nuestro
frontis, se abrió paso por la puerta portando un bolsón de plástico y una vaina
de cuero que la cruzaba la espalda. No la veía desde aquella noche en que su
revelación acerca de la muerte de mi hermano golpeó mi alma. Los años parecían
haberse quedado estancados en su rostro. Antes de empezar a recorrer cada uno de los
niveles del inmueble, la mujer charló algunos minutos con mis padres, se
alivianó las prendas y pidió que “los niños fueran a dormir”. Papá se encargó
de cumplir el pedido. “Ya no soy niño, quiero mirar lo que vino a hacer esta
señora”, le reclamé. “No eres tan fuerte
como para soportar estas cosas hijo, duerme que mañana te contamos todo”. Desde
el interior de mi habitación sentía el olor a incienso filtrándose por las
ranuras de la puerta, escuchaba a ratos los rezos y espasmos de la pitonisa, la
imaginaba batiéndose, sable en mano, contra los malos espíritus que andaban merodeando por
allí, pues para eso debían haberla traído. Aunque quise mantenerme despierto
hasta la culminación del ritual, el sueño me venció una hora después de haber
empezado. En la mañana, la casa había quedado
impregnada con un aroma intenso a loción de flores. “A partir de ahora volverá
la calma a la familia”, nos habló mamá mientras desayunábamos. Es misma tarde cuando la abordé para preguntarle el motivo
por el que había venido a casa la adivinadora, me contó que hace unos meses
atrás venía encontrando residuos de sal en la puerta y que las discusiones con
papá y el clima áspero no era algo normal. “Pero mamá, en serio crees que todas
estas cosas son ciertas”, le pregunté contrariado. Mi madre apretó mi mano. “Marquito,
el daño puede ser real, pero algunas veces puede ser también sugestión de la
mente, es decir pura mentira, sin embargo en ambos casos está actuando el
demonio con sus engaños y predisponiendo las cosas para que vayan mal, así que
siempre es bueno un poco de ayuda para protegernos”. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Los meses siguientes viví
atrapado en una nube de incertidumbre. Invadido por preguntas que estaban
siempre martillándome la conciencia ¿Cuándo volvería a manifestarse de nuevo la
maldad en mi hogar? Me sentía vulnerable, incapaz de enfrentar a un enemigo del
que conocía muy poco. De haber tenido el atrevimiento de hacerle frente a
cualquier mal espíritu en ese momento, lo más probable es que no estaría
contando esta historia, pues con qué armas iba atacarlo, si vivía alejado de
Dios. Ese distanciamiento hacía brotar otra de las preguntas que me sacudía el
alma ¿Acaso Dios permitía todo sentando
cómodamente sentado como un rey todopoderoso en su trono? Fue entonces cuando
me nació en el corazón mi duda y rencor
hacia las bondades del creador. Nunca tuve la Fe como bandera, ni siquiera
entendía el significado de aquél monosílabo que oía pronunciar a mi madre en
sus oraciones y que incluso Marilyn
mencionaba con frecuencia. Al ingresar a la universidad, la desconfianza en
Dios se transformó en un ateísmo alimentado por las lecturas de Engels, Marx y
Lenin, convirtiéndome en un antirreligioso confeso que, aunque desligado de la
vida espiritual, seguía buscando respuestas a la presencia de la maldad en mi hogar.
Cuando apareció el internet, empecé a navegar
en busca de información sobre hechicería, maleficios, el tarot y todo lo que tuviera vínculo con el
ocultismo. Encontré decenas de páginas donde se explicaban los procedimientos y
efectos de la brujería, su vinculación con el príncipe de las tinieblas, quien
según los textos, encabezaba una legión de agentes del mal que recorrían el
mundo sembrando su semilla. También abrí portales que hablaban sobre
cartomancia, así como acerca de las coincidencias numerológicas, toda una
maraña de hechos, en su mayoría fatídicos, repetidos una misma fecha; en ese
momento fui consciente que aquél 24 tenía un significado oscuro en mi vida y el
miedo que experimentaba cada vez que aparecía en el calendario era real. Las webs
religiosas, basadas en las escrituras de la Biblia, alertaban de la ruptura del
vínculo con Dios para todo aquél que llevaba a cabo algunas de estas prácticas,
ya que adentrarse en el territorio tenebroso de la brujería era considerado un
pecado grave. Ninguna advertencia pudo frenar mi cometido y continúe en la búsqueda,
como un sabueso, de cualquier dato que me acercase al conocimiento de la
hechicería. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
Estaba frente a Marilyn, pero mi
mente había hecho un viaje astral hacia el pasado. “Ey amigo, te espantaste”.
La suave voz me hizo reaccionar. “¿Puedo visitar a tu madre?”, fue lo primero
que atiné a decir. Después de años de indagaciones y espera el destino me ponía
al frente la posibilidad de conocer de cerca a una persona vinculada
directamente con el ocultismo; aquella mujer debía conducirme definitivamente
por los linderos de la hechicería para saber cómo actuaban los maleficios y,
desde luego, aprender a contrarrestarlos. “Mi madre es reservada con sus cosas,
sólo atiende a un grupo selecto de personas, la mayoría recomendadas por amigos
cercanos, tendría que preguntarle primero si acepta. No quiero que todos en la
universidad se enteren que tengo como mamá a una bruja, eso podría espantarlos”.
Sólo tuve que esperar un par de días por la
respuesta. “Podemos visitar a mi madre esta noche”. Era viernes, un día en que
las brujas y hechiceras suelen llevar a cabo sus rituales y encantamientos. Una noche brumosa,
inquietante, de esas en las que a todas luces deberías quedarte en casa antes que
salir a caminar por las turbulentas avenidas y jirones de la ciudad, apareció sobre
mí antes de ir al encuentro con la madre de Marilyn. El inmueble se hallaba en
la quinta calle del jirón Derteano, a dos cuadras de la Avenida Gálvez. Tenía
la dirección escrita en un trozo de
papel y las características del inmueble anotadas en mi memoria. La casa resultó
ser más desoladora de lo que me la habían descrito. Era un cajón de dos pisos, sin
detalles que lo distinguieran, con la pintura de la fachada descascarada y una
inscripción grotesca de la barra brava del club Universitario de Deportes que
se leía: Trinchera Norte Y Dale U. Toqué la puerta más pequeña, que debía
conducir al segundo piso como me lo habían señalado. Un hombre apareció por la ventana del segundo nivel y me hizo una
seña de espera. Al rato bajó y abrió la puerta. “Pasa”, me dijo. Arriba se
encontraba Marilyn junto a su madre cenando sopa de verduras y panes, mientras
miraban la televisión. “Deseas un poco de sopita”, me ofreció la mujer
amablemente luego de saludarla. “No señora, muchas gracias, pero ya cené en
casa”. Traía unas gafas gruesas y el cabello amarrado en una cola. Su nariz era
ancha, como un chupón de bebé. La miré por varios segundos y extraje de ella sus
detalles más notorios. Parecía cargar con una tristeza en el alma, una pena
humana, que al parecer su condición de hechicera no la había ayudado a
desterrar. “Las brujas también han de tener problemas como cualquier otro
mortal”, pensé. Luego de cenar, esperamos por varios minutos hasta que terminó
el noticiero de las diez. Esa fue la señal para que la mujer se levantara de la
silla y fuese hasta una habitación donde dejó la chompa de lana que la abrigaba
y retornó acomodándose una pañoleta en la cabeza. “Es hora de empezar” dijo con
un tono serio y caminó por el pasillo rumbo a la parte trasera del inmueble.
“Ven, no te quedes allí, acaso no quieres saber cómo trabaja una bruja”. Sus
palabras me hicieron sentir en confianza. “De seguro que Marilyn le habló sobre
ti, así que Marco camina, avanza, no temas, tienes delante todo lo que haz
buscado por años”. La mujer entró en una pequeña habitación a tientas. “Marlon
alcánzame unos fósforos que no encuentro los que dejé aquí”. Se le escuchaba
tan humana como aquellas mujeres con las que uno se topa en el mercado y reclaman
una rebaja en el precio de los víveres. “No te vayas a espantar con lo que vas
a ver jovencito”, me advirtió antes de
encender un par de velas. El pequeño ambiente tenía un improvisado estante de
un metro de altura compuesto por dos niveles, donde estaban parados varios
santos de yeso, entre los que pude reconocer una imagen de San Martín de Porras
y otra de una Virgen, distinguí también algunos portarretratos con fotos
antiquísimas de hombres y mujeres que debían estar muertos; seguí mirando y clavé
la vista en el primer nivel, allí se encontraba aquello de lo que no debía
espantarme: Un cráneo adulto y otro infantil. La hechicera notó que llevaba
buen rato concentrado en ese par de restos óseos. “Ellos son mis guardianes. En
este negocio hay que estar bien resguardados, de lo contrario tus enemigos terminan por tumbarte”. Seguí observando los detalles de la habitación,
olía a sahumerio; había una pequeña mesa pegada al rincón izquierdo; sobre ella
estaba parado un crucifijo de madera, seguro que para contar con la presencia
de Dios en el lugar. La mujer se apuró en extender un mantel blanco con sumo
cuidado. Todo parecía estar en perfecta
armonía, aquella ambientación con aires tenebrosos debía ser necesaria para
invocar a espíritus, ángeles y quizás hasta demonios. “Toma ese pequeño banco y
siéntate frente a mí. Mary me ha contado que eres un buen muchacho y que estás muy
interesado en conocer sobre brujería y hechizos para escribir una historia; así que esta noche tendrás el privilegio de
ver en primera fila cómo trabaja una bruja. Sólo espero que cuando escribas tu
libro me pongas en él”. Agradecí el gesto con un: “Muchas gracias señora”. Me
senté y permanecí en silencio, mientras observaba detenidamente cada uno de los
movimientos de la mujer. “Marilyn debió haberse inventado que yo escribiría un
libro sobre hechicería para convencer a su madre de permitirme presenciar el ritual”.
Aquello sería solo un pasaje anecdótico de mi presencia allí esa noche. “Deja
de llamarme señora, mi nombre es Diana, tenme confianza muchacho. Mary me ha contado
que eres bien conversador”. Sentí que estaba al descubierto. La hechicera
continuó preparando los elementos para el inicio del ritual; lo hacía con sumo
cuidado, siguiendo un protocolo que iba memorizando, para que, si en algún
momento me animaba a contar una historia sobre brujería y encantamientos,
pudiera describir aquél proceso con suma exactitud. Ya en son de amigos empecé a
preguntar el porqué de cada uno de los objetos que iba colocando sobre la mesa.
Diana, como había querido que la llamase, me explicaba sobre los poderes
adivinatorios de la hoja de coca, cuya presencia era indispensable en todo
ritual de hechicería. “Esta será una noche de endulzamiento para el amor. Rara
vez hago uso de la magia negra, sólo cuando la otra persona se lo merece. Yo
creo en Dios y no me parece correcto dañar a un inocente”. Hasta las brujas pueden
tener, en algunos casos, un código de ética. La mesa se había llenado con
varias hileras de cigarros de la marca Inca. “Son los más fuertes y cuando los
fumas te ayudan a contactarte con las ánimas, así vas mirando si el
encantamiento anda por buen camino o necesita florecerse más”. ¿Y las velas?
Las ceras eran de color blanco, rojo y negro. “Cada una tiene un significado.
Las rojas son para el amor, la pasión, ayudar a que se junten dos personas
distanciadas. Ya verás lo que hago con ellas en un rato… Estas negras se usan
para repeler a los enemigos y las blancas te contactan con la divinidad y acercan
al futuro que anhelas”. Fue una explicación breve pero alcanzó para ilustrarme
sobre lo que en minutos empezaría a ocurrir en ese pequeño ambiente. Diana se
frotó las manos antes de encender un par de velas blancas y las colocó con
cuidado, cada una al costado de los cráneos. Prendió dos más y las puso sobre
la mesa. Sólo en los velatorios había visto tantas ceras encendidas al mismo
tiempo. Me pidió guardar silencio y convertirme en un mero observador. A partir
de ese momento empecé a verla como una bruja a carta cabal. El rostro se le
transfiguró en una especie de ser mitológico que bebía un líquido extraño y lo
escupía sobre la mesa. “No te muevas” me dijo enérgica, cuando traté de
limpiarme del salpicado. “Estoy
floreciendo la mesa. Esto puede ayudar a espantar la mala suerte que te rodea”.
Eso también debía habérselo contado Marilyn. Mis líos con la fatalidad, esa
extraña ligazón que ataba a mi familia con el infortunio y la brujería. El
resto de lo que duró el ritual permanecí inmóvil sin emitir algún juicio o
preguntar a Diana el significado de lo que hacía. La vi sacar un par de
fotografías de una gaveta y las colocó en medio del montón de hojas de coca
esparcidas sobre la mesa. Eran las imágenes de un varón y una mujer. Debían ser
pareja, esposos, quizás novios, atravesando algún problema o ruptura
sentimental. Luego frotó las fotos con el par de velas rojas mientras murmuraba
un rezo secreto. Se le veía impenetrable, cubierta por una coraza espectral que
la conectaba con otra dimensión, un mundo en el que se movían los espíritus.
Seguía el ritual con minuciosidad. “Así debieron haber trabajado los brujos,
que durante años lanzaron sus menjunjes y malas artes en mi hogar”, pensaba, sin
dejar de mirar a la bruja que tenía al frente, quien unía las ceras rojas con
un hilo de cocer del mismo color. Las apretujó tan fuerte que ambas se hicieron
una. Prendió un fósforo y las encendió. El lugar se iluminó intensamente, sentía
calor, sudaba... Miré a los ojos de Diana y me topé con las llamas reflejadas
en los gruesos cristales de sus gafas. Continuaba pronunciando frases
invocatorias, alentado a que las ánimas
hicieran notar su presencia y colaborasen con sus propósitos. El ritual se
prolongó hasta poco más de las cuatro de la madrugada, hora en que los gallos
anunciaron con su cacareo el acercamiento del amanecer. Durante todo el rato
que estuve en esa pequeña habitación vi consumirse el par de velas rojas, que
terminaron al final formando la figura de un corazón, también la vela negra
prendida en medio de las fotos se consumió y mostró una especie de bulto
grotesco; escuché el maullido espantoso de un gato que se movía inquieto por el
techo y sentí el aura intensa de la bruja que conforme avanzaban las horas se
hacía más fuerte y tenebrosa. Cuando el ritual hubo terminado Diana tomó su
celular y realizó una llamada. Al otro lado de la línea telefónica debía estar
el hombre de la foto. “Tu asunto está solucionado. Esta noche los ángeles
estuvieron a tu favor. Esa mujer regresará contigo a pedirte perdón de
rodillas”. No tuve ganas de preguntar nada. Si la mujer que tenía al frente no
mentía, su trabajo había surtido efecto. La brujería era real. Existía. El
demonio servía de aliado a los hechiceros para consumar sus propósitos, pues no
creía que algún ángel hubiera estado presente esa noche. ¿Acaso, tú Marco,
podrías contrarrestar el poderío del rey de las tinieblas? Era demasiado
atrevimiento de mi parte. En realidad yo no tenía las fuerzas para enfrentar
siquiera a un brujo charlatán. Cuando llegué a casa quise contarle a mi madre la
experiencia con Diana, la bruja, pero decidí guardar el secreto, pues creía que
mamá me regañaría por ir demasiado lejos con ese asunto. ¡Si ella supiera lo
lejos que llegué después! <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<br />
<div class="MsoNormal">
Luego de muchos años de haber participado
en el ritual de Diana mis temores hacia la brujería habían vuelto a despertar. La
aparición de la caja con el muñeco decapitado dentro los hizo renacer. En esta
ocasión yo parecería ser el blanco. El objetivo de algún propósito siniestro
que hasta ese momento desconocía. <o:p></o:p></div>
</div>
</div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="http://3.bp.blogspot.com/-Af5cO8NlZy0/VAKj88G76jI/AAAAAAAAAUo/QG6jsrq0WlM/s1600/miedo.jpeg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="http://3.bp.blogspot.com/-Af5cO8NlZy0/VAKj88G76jI/AAAAAAAAAUo/QG6jsrq0WlM/s1600/miedo.jpeg" height="169" width="320" /></a></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
</div>
TIRA PIEDRAShttp://www.blogger.com/profile/00515629599509667286noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-8083027458305763274.post-84103693202416791992014-03-08T11:09:00.001-08:002014-12-22T10:50:39.774-08:00EL OCASO DE LA TRISTEZA (Cuarto Capítulo)<div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;">
<div align="center" class="MsoNormal">
<b><span style="font-family: "Cooper Black","serif"; font-size: 14.0pt; line-height: 115%;">IV<o:p></o:p></span></b></div>
<div class="MsoNormal" style="tab-stops: 10.0cm; text-align: justify;">
<div style="text-align: justify;">
¿Quién pudo
haber dejado ese paquete? Me preguntaba, esa tibia mañana de diciembre,
mientras seguía repasando en mi cabeza todos los nombres de las personas que
llegaban al gimnasio a diario. Recordaba sus rostros, el modo en que solían
mirar, las charlas que compartían mientras tomaban una pausa en su
entrenamiento, la frecuencia con la que acudían a ejercitarse, tratando de descubrir
a través de esos rasgos la nobleza de su corazón y alguna posible complicidad
con la presencia de la caja. Muchas veces los enemigos te tocan el hombro en tu
propia casa. Luz acababa de salir, pero su aroma aún seguía impregnado en la
habitación. Amanecer a su lado tranquilizó mi alma. Pero al marcharse tuve una
ligera sensación de temor que traté de aliviar acercándome hasta la fotografía
tamaño jumbo de Juanchi; la imagen estaba en un portarretrato de vidrio colocada sobre una repisa. Yo mismo había
tomado esa foto en el vivero, un día antes de su muerte, y mostraba a un
Juanchi flacucho de párpados hundidos y
sonrisa forzada. Siempre que padecía alguna adversidad o veía amenazada mi paz
espiritual me acercaba hasta el retrato y le confesaba mis tribulaciones. Se
trataba de un contacto íntimo con mi hermano en busca de su ayuda, para sortear
el mal tiempo. El fuerte lazo que mantuvimos en nuestra niñez se prolongó más
allá de su muerte. Unos meses después del entierro, mientras iba rumbo a la
escuela, oí un susurro nítido que me alertaba del peligro si continuaba el trayecto
usual que solía recorrer rumbo al Politécnico. “Estás alucinando Marco”. No hice caso y seguí por el mismo sendero, pero
unos metros más adelante el anuncio volvió a repetirse; entonces empujado por
esa voz interior tomé la calle opuesta y crucé hasta la avenida Pardo. No entendía por qué había hecho caso a ese
murmullo que parecía provenir de alguien que caminaba a mi costado, hasta que
oí el estruendo de un choque y corrí a mirar, empujado por ese impulso natural
que conducía a todos los transeúntes que circulaban por la zona, hacia el lugar
del siniestro. Justo antes de llegar a la esquina una camioneta de doble cabina
había chocado contra un poste de alumbrado público, trayéndolo abajo. Transitaba
a diario por esa calle para ir a la escuela y solía pasar junto al poste en un
recorrido mecánico que alteré por aquél susurro salvador. Después de ese día, la
vocecita empezó a repetirse con frecuencia; me acompañaba camino a la escuela o
durante las noches mientras realizaba las tareas en mi habitación; era tanta la
intensidad del murmullo que llegué a acostumbrarme a él y empecé a entablar un
diálogo ameno, familiar, compartiéndole mis ideas, congojas, haciendo incluso
preguntas, cuyas respuestas luego se ratificaban en la realidad. Algunas cosas
eran trivialidades, juegos de niños;
como la vez que le pregunté si habría clases de taller electrónico y respondió que
esa tarde disputaríamos una partida de monopolio en casa, pues el profesor al
que apodábamos “Cerebro” por el enorme tamaño de su cabeza, no asistiría al
colegio. Llegué a la escuela y luego de permanecer dos horas junto a mis
compañeros del primero “C”, esperando la
llegada de “Cerebro”, el auxiliar de educación nos mandó de vuelta a nuestros
domicilios pues el docente tenía un problema familiar que atender y no
asistiría. Cuando estuve en mi habitación puse el Monopolio sobre la cama. Ese
día pasé toda la tarde tirando los dados, comprando casas y departamentos en
las principales avenidas de Lima, sintiendo la presencia de mi hermano al
costado. Estaba convencido de que Juanchi me decía cosas al oído, cuchicheaba y
a veces hasta sonreía; su cercanía espiritual servía de consuelo para amenguar
el dolor de su muerte. No le conté a nadie de aquellos diálogos íntimos, pues
lo más probable es que hubiese terminado en un centro de ayuda para personas
con problemas mentales. Por un tiempo creí que el privilegio de sentir su
presencia era sólo mío, hasta que una
mañana encontré a mi madre hablándole a una de sus fotografías, la misma que
luego amplió y puso en un marco para colocarla en nuestra sala. Ella también
debía obtener respuestas u oír el susurro alegre de Juanchi. No recuerdo en qué
momento perdí contacto con él, quizás el hecho de convertirme en adulto distanció
su voz infantil. Lo que hasta ahora
permanece es la presencia fantasmal que se hace notar por las noches en mi
habitación, como si se tratara de un niño juguetón en busca de entretenimiento.
Años atrás las sillas del cuarto eran arrastradas con suavidad y la puerta
crujía durante la madrugada. Juanchi se movía con plena libertad, probando los
objetos nuevos que fui colocando en el dormitorio donde él durmió hasta el día
de su muerte. A pesar de todas las manifestaciones sobrenaturales mi corazón nunca solía llenarse de temor, por
el contrario era invadido con una paz sublime. Una noche, cerca al final del día, mientras leía tendido en mi
cama una colección poética de César Vallejo, escuché golpear el teclado de la
computadora. Me encontraba solo, con la puerta cerrada, pues a esa hora ya
todos dormían en casa. Volteé la vista hacia
mi computador sorprendido, temeroso para ser honestos, pues en una situación
como aquella cualquiera hubiese puesto el grito al cielo. El tecleo se repitió un
par de veces, después sobrevino un silencio que atrajo un aura pacífica, la
misma paz que sentía cuando escuchaba el susurro infantil de Juanchi; sonreí y
continué leyendo. Cosas como esa eran frecuentes en mi habitación; no me
espantaban, por el contrario las sentía como parte de la coexistencia amena con
el alma de mi hermano, aunque una madrugada sus travesuras sí consiguieron
erizarme la piel. Dormía plácidamente después de un agitado día en la universidad que culminó con la
elaboración de un informe para el curso de publicidad. Había llegado a casa con
la premura de culminar el trabajo que debía presentar por la mañana, así que
terminé mi cena en menos de cinco
minutos, subí a mi cuarto y estuve
despierto frente a la computadora hasta pasada la media noche. “Listo, ahora sí
a dormir”. Apagué el computador, las luces y me tiré rendido en la cama sin
siquiera quitarme la ropa del todo. A media madrugada un ruido estrepitoso hizo
que diera un brinco hacia el suelo. El CPU, la impresora matricial y el monitor
se encendieron de golpe, como si hubiesen estado programados para despertar a
esa hora. ¿Juanchi? Fue lo primero que pensé. No podía encontrar otro
responsable. “¡Caramba! Esta vez sí que me asustaste”. Avancé nervioso hasta la
mesa donde estaba colocado el computador y apagué el sistema Windows. Por las
dudas desenchufé el estabilizador de corriente. Si algo volvía a encenderse
seguro que hubiese salido corriendo dando gritos de espanto.<o:p></o:p></div>
<br />
<a name='more'></a></div>
<div class="MsoNormal" style="tab-stops: 10.0cm; text-align: justify;">
<div style="text-align: justify;">
La aparición de
la caja con el muñeco decapitado dentro desentrañó viejos temores, era como si
el ciclo de tranquilidad en mi vida hubiese terminado; suponía que los
sobresaltos volverían a repetirse con ese aparente trabajo de brujería. Sabía lo que eso significaba:
tristeza, enredos, apuros económicos, desamor y muerte. Aunque trataba de
esquivar la sensación de ansiedad, en el fondo de mi ser se tejía la idea de
que algo malo podía ocurrir. <o:p></o:p></div>
</div>
<div class="MsoNormal" style="tab-stops: 10.0cm; text-align: justify;">
<br />
<div style="text-align: justify;">
Tomé el retrato
de Juanchi y lo sostuve por varios minutos. Durante ese rato le hablé con naturalidad,
como quien charla con un amigo que tiene al frente. Sabía que él me escuchaba,
así que con toda seguridad asumiría el papel de intercesor ante Dios para
salvaguardar a mi familia. “Hermano no permitas que perturben el embarazo de
Angela. Protege a nuestra madre y aleja el mal de este tu hogar. Ayúdame a
soportar la adversidad e intercede para que mi relación con Luz no se desmorone
a causa de la envidia o brujería”. Después de algunos años mi corazón se rendía
ante los sortilegios del amor, pasaba una temporada de endulzamiento amoroso
que le había otorgado nuevos bríos a mi vida. Ahora pensaba en el futuro con
optimismo; ya no imaginaba mis días venideros envueltos en una soledad hiriente,
por el contrario hacía planes junto a Lucecita, tratando de pasar el mayor
tiempo posible a su lado. Su aparición cambió
por completo mi rutina. Volví a colocar en mi agenda diaria el nombre de una
mujer (Luz) con el asunto: IMPORTANTE. La amaba, pero sobre todo sentía una
gran admiración por ella. De a pocos había ido contándome la historia de su
infancia. Era fascinante oír cada capítulo de su niñez, por eso le pedía
siempre que me narrase algo nuevo de aquél pasado novelesco, pues sentí que
escucharla reavivó mis ganas de retomar la escritura. Ella estaba ilusionada
con la idea de que su vida sea contada en una novela. Lo percibía en la intensidad
con la que hablaba de su mamá Justina y también del padre que aborrecía por
haber sido el responsable de la debacle familiar que la acompañó en sus
primeros años. Algunas veces tomaba nota de las cosas que me decía, pues no
quería que cuando llegase el momento de escribir algún detalle importante fuera
omitido. Tenía anotada varias líneas en las que resaltaban fechas, nombres de
lugares y personas, hechos trágicos que pusieron a prueba el temple de la
pequeña Lucecita. Pero no sólo el drama familiar la acechaba, sino también un
ambiente donde narcos y terroristas eran los amos y señores del lugar. <o:p></o:p></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
</div>
<div class="MsoNormal" style="tab-stops: 10.0cm; text-align: justify;">
<div style="text-align: justify;">
Lucecita nació
en Carricillo, un anexo de la provincia de Tocache en la Selva peruana. A los
pocos meses de nacida, el hombre que la procreó desapareció por completo; a
pesar de compartir la misma casa y verse a diario, la figura paterna resultó
siendo un espectro, moviéndose como si nadie más que él habitara el lugar. Sólo
cuando alguna necesidad lo apremiaba, parecía darse cuenta que tenía personas
alrededor: Una mujer y una hija que necesitaban de afecto, que lo aguardaban
durante días, a veces semanas, cada vez que abandonada Carricillo para ir a
vender los fardos de hoja de coca a la frontera. Al principio Luz miraba a su
padre con orgullo, lo veía romperse el lomo en los sembríos cocaleros, codearse
con los camaradas de sendero luminoso que merodeaban el pueblo con sus
uniformes grises, cubriéndose el rostro con pasamontañas y llevando a la
espalda fusiles o metralletas de largo alcance. A inicio de los noventa la
selva peruana, especialmente la provincia de Tocache, vivía el boom de la coca;
lo que atrajo a cientos de inmigrantes provenientes de la costa, la sierra,
selva baja del Perú, así como también a mexicanos, colombianos, brasileros e
incluso hasta bolivianos; además de la presencia militar del grupo terrorista Partido
Comunista del Perú Sendero Luminoso que controlaba el mercado del narcotráfico,
desde la fase del cultivo de la hoja de coca, pasando por la producción de la
droga, hasta brindar custodia en las pistas de aterrizaje clandestinas donde se
distribuía la mercadería a los principales cárteles de Sudamérica. Los
liderados por Abimael Guzmán conseguían financiar así la compra de armas, el
abastecimiento de comida y los grandes costos logísticos necesarios para llevar
a cabo los atentados terroristas en las principales ciudades del Perú, que
formaban parte de su plan revolucionario. <o:p></o:p></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
</div>
<div class="MsoNormal" style="tab-stops: 10.0cm; text-align: justify;">
<div style="text-align: justify;">
La pequeña Luz acaba
de cumplir su primer año en el inicio de los noventa, que para mí resultaba siendo
el comienzo de una década triste por la muerte de Juanchi. Mientras yo me las
arreglaba para sobrevivir a la ausencia de mi hermano, ella daba sus primeros
pasos en el campo, jugaba bajo la lluvia torrencial del verano selvático, sin
entender lo que ocurría a su alrededor. El destino había querido que nazca en
medio de esa turbulencia social, un ambiente donde las niñas como ella corrían
el riesgo de ser elegidas por algún padrote que las arrancaba a temprana edad
de sus hogares, para convertirlas en sus mujeres. En aquél lugar los infantes,
sin importar el género, debían colaborar en la cosecha de la coca, dejando a
veces de lado su inclusión en la escuela, que resultaba siendo un privilegio de
unos cuantos. La primera vez que Luz fue consciente del acalorado mundo que la
rodeaba, ocurrió cuando un grupo de sujetos armados ingresó a una de las
viviendas cercanas y sacaron a rastras al hombre de la casa. Después de ese día
nunca más lo volvieron a ver. A partir de entonces empezó a temer por la vida
de sus padres, creyendo que en cualquier momento podrían aparecer esos sujetos
encapuchados y desaparecerlos. Los camaradas senderistas solían ser muy severos
para castigar a quienes incumplían las normas comunitarias que ellos dictaban.
La infidelidad, el hurto, la vagancia y cualquier otra ofensa a sus
disposiciones eran condenadas con castigos que iban desde azotes hasta la
muerte. <o:p></o:p></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
</div>
<div class="MsoNormal" style="tab-stops: 10.0cm; text-align: justify;">
<div style="text-align: justify;">
A pesar de que
por entonces los cocaleros ganaban buenas cantidades de dinero, que obtenían
luego de vender sus sembríos, la mayoría de familias mostraba condiciones
paupérrimas. Los hombres vivían despreocupados de sus hogares y gastaban la
plata en alcohol y mujeres que llegaban a Tocache y otras ciudades de la selva
venidas de la costa, la sierra del Perú y algunos países fronterizos como
Colombia y Brasil, para prostituirse. Aquél desbande era un riesgo que corrían los
hombres del campo, pues sabían que al ser descubiertos sus cabezas terminarían navegando
por los caudales del río Huallaga. Severino, el nombre con el que Luz conocía
al padre que veía cruzar el patio de la casa por las mañanas sin detenerse para abrazarla o darle un beso
de buenos días, desaparecía, cada cierto tiempo, durante más de una semana con
el pretexto de ir a vender la coca. Se marchaba sin dejar las provisiones
necesarias para que su madre y ella
pudieran subsistir. Al principio mamá Justina se las ingeniaba para sobrellevar
la carga de alimentar a su pequeña; ella también trabajaba en el campo, hacía
las mismas labores que cualquier hombre. Era una mujer de un temperamento
fiero, capaz de derrumbar al varón más pintado con un golpe. Unos años más
tarde, cuando nació el segundo retoño de la familia, Luz tuvo que asumir la
responsabilidad de hacerse cargo del pequeño, mientras papá y
mamá se rompían el espinazo en el campo. No era mucho lo que había en ese hogar
humilde: unos muebles viejos, una mesa donde servían las comidas, varias sillas de madera resistiendo el paso
del tiempo, los enseres básicos, un par de camas y una jauría de perros fieles que acompañaban
a Lucecita en sus paseos por el campo. Los
días que su padre se ausentaba y mamá debía trabajar hasta entrada la noche, ella
cuidaba del pequeño Mateo, improvisaba el almuerzo cociendo arroz y sancochando
papas, además de darse el tiempo para alimentar a los perros. A pesar de sus
escasos cinco años, asumía las riendas de un hogar triste, en el que cada uno
de sus integrantes parecía tener una vida totalmente distinta, apartados el uno
del otro. Al caer la tarde Lucecita se apostaba en la ventana y veía
desaparecer el sol entre los cerros. A esa hora sus ojos marrones se cargaban de un brillo intenso mientras su
mente viajaba por lugares desconocidos en los que encontraba al hombre de sus
sueños, uno totalmente distinto al padre que vivía siempre ausente. El llanto del
pequeño hermano la sacaba de su ensimismamiento trayéndola de vuelta a
Carricillo, allí donde el astro rey sancocha la piel, esa tierra prodigiosa
para el sembrío de la coca que se inundaba en los meses de enero a marzo con
lluvias torrenciales que solían durar
cinco o más días; un anexo humilde, como otros de Tocache, en el que los
cocaleros tenían un pacto comercial irrompible con los terroristas. <o:p></o:p></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
</div>
<div class="MsoNormal" style="tab-stops: 10.0cm; text-align: justify;">
<div style="text-align: justify;">
En una ocasión
Severino tardó dos semanas en volver y cuando lo hizo apareció de noche,
ojeroso, con la barba crecida y los bolsillos vacíos. En casa veían pasar los
días atragantados por la angustia, temiendo que hubiese sido presa de una emboscada
del ejército o víctima de una trampa de los narcos, que a veces solían pagar
mal a los cocaleros. Apenas lo vio entrar por la puerta, Lucecita corrió con los
brazos extendidos para sentir el calor paternal, pero se topó con un bloque de
hierro que avanzaba sediento y con un hambre voraz. “Sírvanme un poco de comida
que vengo con el estómago vacío”, reclamó de entrada, acomodándose frente a la
mesa. Mamá Justina amamantaba a Mateo, así que la pequeña Luz fue a la cocina,
removió la olla y sirvió una porción de arroz mazacotudo, que era lo único que
habían comido en los últimos días. El hombre sintió la comida fría y la arrojó
contra el piso dando gritos exasperados y se dirigió al dormitorio refunfuñando
por no haber sido atendido como esperaba. Lucecita se quedó paralizada en medio
de la sala, un hincón puñalero se le hundía en el pecho; aunque quiso contener
las lágrimas, terminó por ceder al dolor que le causaba el rechazo de su padre.
“Toma, no llores, cuida al niño, que
ahora arreglo las cosas con este sinvergüenza”, le ordenó mamá Justina. La
noche era sofocante y en el cielo la luna nueva mostraba su mejor cara, un
semblante diáfano que la niña Luz solía contemplar por horas durante sus
madrugadas de insomnio, susurrándole las penas y deseos que le albergaban en el
corazón; aquél astro brillante era la única amiga y confidente que había
encontrado, nadie más sabía el peso que cargaba en sus espaldas. Para evitar
oír el griterío de papá y mamá, Lucecita salió de casa, se acomodó en una
piedra enorme y sentó a Mateo sobre sus piernas. Pasó mucho rato hablando con
la Luna, contándole lo triste que se encontraba por el desamor de su padre,
hasta que el pequeñín cayó rendido por el sueño, debiendo retornar a casa. A
pesar de la congoja, había otro amor que le transformaba la expresión en el rostro.
Cada vez que pasaba tiempo a solas contemplando el cielo, una silueta
incandescente aparecía delante de ella; se trataba de un hombre cuya apariencia
galante la enamoraba; ella lo veía cruzar la frondosa vegetación hasta que
sentía su mano tibia tomándole la muñeca, suspiraba, sin dejar de mantener fija
la mirada en el rostro de ese ser que la llevaba a conocer lugares que hasta
entonces solo había visto en la televisión; el mundo tenía otra apariencia más
allá de la frontera selvática. Al despertar había una sonrisa pronunciada en su
rostro que le tardaba días en borrar. <o:p></o:p></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
</div>
<div class="MsoNormal" style="tab-stops: 10.0cm; text-align: justify;">
<div style="text-align: justify;">
Luego de esa noche
mamá Justina acrecentó las sospechas de que Severino la engañaba. Desde que lo
conoció sabía de sus mañas y enredos con mujeres; pero se había convencido,
erróneamente, que con la llegada de los hijos al hogar por fin sentaría cabeza.
Sin embargo nada parecía cambiar en la vida de aquél hombre que madrugada para
ir al campo y entregarse a una comunión sublime con las plantaciones de coca, donde
parecía sentirse más a gusto que con los integrantes de su familia; volvía a
casa a la hora de almuerzo y comía en un silencio lapidario, retornaba al campo
hasta el final de la tarde y de allí vagabundeaba por la casa hasta la cena.
Así pasaba sus días, en el más completo anonimato, despreocupado de los
problemas cotidianos que afrontaba la familia que él había conformado, pero que
al mismo tiempo lo desconocía. Ni siquiera cuando se marchaba por varios días,
retornaba con un sentimiento de añoranza; no extrañaba nada que lo rodeara,
salvo sus cultivos, a los que se entregaba con ahínco. Tampoco era un hombre responsable. Vivía
despreocupado de todos a su alrededor; apenas y cumplía con los gastos mínimos
de la casa y andaba quejándose siempre por la falta de dinero, a pesar de que
percibía buenas cantidades de plata al vender las hojas de coca. Pero quizás el
rasgo más crudo de Severino, era su falta de sensibilidad, se trataba de un
hombre frío, mecanizado para el trabajo sin la mínima posibilidad de expresar
siquiera una pizca de amor. Daba la impresión de ser inmune al dolor de los
suyos. Si alguno de sus pequeños sufría una caída, sólo atinaba a decirles:
“Levántate”, pero nunca los socorría. A pesar del blindaje de su padre,
Lucecita lo amaba y anhelaba que algún día él se acercara para decirle un: “te
amo hijita” o tan siquiera estrecharla entre sus brazos como una muestra
sencilla de afecto. Repetidas veces le había contado a la Luna aquél deseo íntimo que ni siquiera su
madre conocía; también solía pedirle que lo protegiera en sus prolongados
viajes y guiara con bien en su camino de vuelta por el complicado sendero
selvático. Pero mamá Justina ya no creía en la honestidad de su marido, así que
empezó a hurgar sus pasos. Tenía la plena seguridad de que Severino la
engañaba. Sólo faltaba agarrar al “perro con el hocico en la presa”. En un
arranque de celos que no era más que la lucha interna por recuperar su dignidad
de mujer, visitó a una bruja para conocer el paradero de su marido. En el
pueblo estas mujeres eran conocidas como “seguidoras” por la capacidad que
tenían de rastrear las huellas de una persona y ubicar su paradero con la
exactitud de un satélite. <o:p></o:p></div>
</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
-
Está lejos, a varios kilómetros de aquí, en dirección al norte, búscalo en el
Anexo 14, por allí debe andar. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
-
¿Está sólo?<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
-
Tú sabes que tu marido nunca anda solo.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="tab-stops: 10.0cm; text-align: justify;">
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Eso bastó para
que mamá Justina emprendiera al día siguiente muy de mañana, un viaje a pie
rumbo al Anexo 14, llevando a Mateo en la espalda. Lucecita caminaba junto a
ella, con el rostro impregnado de felicidad porque vería a papá. Luego de andar
durante tres horas bajo un sol que sancochaba la piel, llegaron al lugar
marcado por la “seguidora”. Un pueblo más grande que Carricillo, donde durante
los últimos años se abrieron una hilera de bares y cantinas. Los recorrieron
todos y no encontraron a Severino. ¿Se habría equivocado la seguidora? El único
lugar que les faltaba visitar era un hospedaje ubicado en la esquina de la
plazuela del pueblo. Mamá Justina sujetó fuerte a Mateo y avanzó con firmeza
segura de encontrar allí a su marido. El cuartelero la recibió y aunque al
principio se negó a darle algún dato, terminó por confesar el número de
habitación en la que se encontraba el hombre descrito, pues la mujer le mostró
el puño con el que lo golpearía sino hablaba. La puerta se abrió y la verdad anunciada quedó
a merced de los presentes. Severino libaba alegremente una botella de alcohol
con dos mujeres que debían ser prostitutas. En unos cuantos segundos el
cuartito se convirtió en un campo de batalla. Las féminas corrieron espantadas y
Severino quedó sólo frente a su mujer, paralizado y con las canillas
temblorosas. Hizo un amago de correr pero no tenía el espacio suficiente para
poder ganar la puerta. Mamá Justina lo contemplaba con los ojos incendiados de
ira, preparando el ataque que no demoró en llegar con un gancho derecho que
derrumbó al hombre contra el piso. Luego vinieron una tanda de insultos, reclamos,
improperios y amenazas. La cuestión no quedó allí, pues la ofendida consideró que tamaña afrenta
debía ser castigada por el grupo militar Senderista que imponía un código de
convivencia comunitaria en el que la infidelidad era castiga con el
fusilamiento del perjuro. A pesar de que Severino clamó por su vida, pidió
perdón, prometió nunca más volver a enredarse con mujeres libertinas, la
condena quedó establecida para ser ejecutada en solo unos días. <o:p></o:p></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
</div>
<div class="MsoNormal" style="tab-stops: 10.0cm; text-align: justify;">
<div style="text-align: justify;">
El día de la
ejecución la gente de Carricillo se reunió frente al condenado a la espera que
el camarada Felipe ordenara abrir fuego. Severino miraba a su alrededor
resignado, sin fuerzas para clamar perdón. Desde que lo habían traído del Anexo
14 no quiso probar bocado. Sólo pidió un poco de agua para enjuagarse los labios resecos, luego los cerró y no
volvió a pronunciar palabra alguna. Por primera vez en mucho tiempo dejaba de
ser aquél personaje anónimo que Lucecita buscaba incansable y se convertía en
el protagonista principal de su muerte. Aunque no dijera una sola palabra la
presencia de Severino era más notoria que nunca. Todos a su alrededor hablaban de él. Algunos lo miraban
compadecidos por el final que pronto iba a tener. Las mujeres cuchicheaban
entre ellas que lo tenía bien merecido; salvo una que rompió de pronto el cerco
impuesto por los senderistas y se colocó delante del condenado. “¡No maten a mi
papi!”. “¡Por favor no lo maten!” “¡Perdónelo
señor, se lo pido de corazón, perdónelo!”. Lucecita se convirtió en un escudo. Su
cuerpecito infantil se hizo de hierro y estaba dispuesta, en ese momento, a
morir junto a su padre si el camarada no cambiaba de opinión. “Papito te amo y
no voy a dejar que te maten. Yo me muero aquí contigo”. “¡Señor se lo ruego,
perdone a mi papi, no ordene que lo maten!”. El camarada Felipe sintió un temblor que le
recorrió el cuerpo y estalló justo a la altura del corazón. En sus años de
guerrillero había visto morir mucha gente, casi todos clamaban por sus vidas antes
de ser ejecutados pero terminaba siempre ordenando que los aniquilen; sin
embargo el ruego de la niña de ojos
claros y rostro salpicado con lunares alcanzó a conmoverlo. “Suelten a este hombre y
vayan todos a sus casas que aquí nadie se muere hoy”. Lucecita abrazó a su
padre; por primera vez pudo sentir su
aroma, rozó la piel dura del hombre al que por años había buscado y que al fin pudo
encontrar, justo cuando estaba a punto de morir. “Vamos a casa hija, antes que
el camarada se arrepienta”. Avanzaron tomados de la mano, ante la mirada
compasiva de los terroristas y pueblerinos. Lucecita sonreía a pesar de tener aún los ojos humedecidos;
aquella felicidad le duró pocos días en el rostro, pues una tarde cuando buscó
a su padre para pedirle que la matriculara en la escuela, volvió a toparse con el
desalmado ser que habitaba en su casa. <o:p></o:p></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
</div>
<div class="MsoNormal" style="tab-stops: 10.0cm; text-align: justify;">
<div style="text-align: justify;">
La temporada
escolar había empezado y los niños del pueblo acudían todas las mañanas al
Colegio 170 ubicado en el kilómetro 16 de Carricillo, donde se dictaban clases
del nivel primario. Era un recorrido de dos horas a pie, que los pequeños
debían hacer para recibir conocimientos en las ramas de ciencias naturales, historia,
matemática y lenguaje. Lucecita tenía seis años y, como a todos los niños de
esa edad, le correspondía ingresar al primer grado de primaria. Cada vez que
veía pasar a los niños con sus uniformes grises, llevando en el brazo libros y cuadernos,
crecía en su interior el deseo de acudir también como ellos a la escuela. Una tarde
fue a buscar a su padre en los campos de coca. Mientras Severino hacía una
pausa en sus labores, Lucecita se acercó a él y con voz tierna le pidió que la
matriculara en la escuelita. “Esas cosas cuestan dinero, aquí no estamos para
votar la plata. Quieres estudiar trabaja. Yo me rompo el lomo todos los días
para darles de comer, a mí no me sobra la plata así que no me pidas nada”. Lucecita regresó a casa destrozada, sin
entender por qué le negaban la posibilidad de estudiar. Ir a la escuela no era malo, además tampoco
podía resultar tan caro pues se trataba de un colegio público, pero quizás papá,
como decía, no contaba con el dinero para comprar los cuadernos y libros. Esa noche salió al encuentro de la Luna
acompañada de un par de cachorros, pero densos nubarrones cubrían el cielo. Caminó
varias horas en el campo, a tientas hasta que se topó con un árbol de sauce
enorme. Sin dudar se trepó en él y
alcanzó a divisar los bordes del astro
nocturno que trataba de escapar de aquél manto negro que lo cubría. La pequeña niña estaba decidida a estudiar; no
le importaba si para ello tendría que romperse el espinazo en el campo. <o:p></o:p></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
</div>
<div class="MsoNormal" style="tab-stops: 10.0cm; text-align: justify;">
<div style="text-align: justify;">
Al día
siguiente, muy temprano, Lucecita se dirigió hacia las plantaciones de tomate.
La temporada de cosecha acaba de iniciarse y hacían faltan manos para apañar el
vegetal. “Quiero trabajar en la cosecha”, le dijo al capataz. “Eres una niñita
aún y este es un trabajo para gente grande, corre ve a jugar con tus muñecas o
anda a la escuela”. “Es por eso que quiero trabajar, para pagarme la escuela”.
El capataz la miró y vio que la niña se había plantado firme en la tierra y
tenía la mirada dura. ¿Cuánto podrá resistir en el trabajo?, pensó. “Está bien,
te pondrás a trabajar, pero luego no quiero tener problemas con tus padres”. “A
mi papá no le importa lo que me pase”. Ese
mismo día Lucecita se dio a la tarea de recoger el tomate y colocarlo en cestos. Trabajó hasta las seis
de la tarde, jornada por la que recibiría quince soles. Había calculado que con
una semana de labores podría costear los gastos de la escuela. Cuando llegó a
casa tenía la cintura inflamada de tanto agacharse y la piel sancochada por el
sol. Durante la cena cabeceó; a duras penas pudo terminar de comer un plato de
sopa tibia. Por la mañana, cuando trató de ponerse de pie cayó al piso tumbada
por el dolor intenso de su cintura. Mamá Justina acudió en su ayuda al oír su
llanto clamoroso. “Severino, la niña está mal, necesita que la llevemos al
puesto de salud”. El pedido rebotó en el corazón de hierro del hombre. “Tengo
que trabajar, llévala tú”. Severino cerró de la puerta, sin dejar un solo
centavo para que atendieran a la hija que unas semanas atrás lo salvó de morir.
Desde su cama Lucecita consiguió escucharlo, en ese momento se vino abajo la
montaña de amor que ella sentía por él y apareció en su corazón la semilla de
un odio que fue haciéndose cada vez más grande con el paso de los años. <o:p></o:p></div>
</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="tab-stops: 10.0cm; text-align: justify;">
<div class="MsoNormal" style="tab-stops: 10.0cm; text-align: justify;">
<div style="text-align: justify;">
No conocía a
otra persona que hubiera tenido que soportar tantas adversidades en la vida
como las que sorteó Luz en su niñez. Supongo que yo no habría podido sobrevivir
en medio de toda esa maleza de coca y hombres insanos. Quizás en el mundo
hubieran infinidad de tragedias como la de ella, pero para mí la suya tenía un
valor especial, puesto que mi amor crecía como un tornado cada día. “Quiero que
estés conmigo siempre”, le propuse una noche tocándole el rostro, esa sutil
geografía impregnada de lunares que bajaban hasta su cuello. Ella sintió mi
mano en la mejilla y suspiró. La abracé como se abraza algo que uno no quisiera
perder nunca. Estuve tan cerca que sentí su aliento fresco; alcancé a oír los
latidos de ese corazón mancillado por su propio padre. La besé en la boca y a partir
de ese momento perdimos la noción de todo lo que había a nuestro alrededor. <o:p></o:p></div>
</div>
<div class="MsoNormal" style="tab-stops: 10.0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Times, Times New Roman, serif;"><span style="font-size: 11pt; line-height: 115%; text-align: center;">Quizás la aparición de la caja era un artimaña
maliciosa para romper el amor que nos unía. Aquella era otra de las conjeturas </span><span style="font-size: 11pt; line-height: 115%; text-align: center;"> </span><span style="font-size: 11pt; line-height: 115%; text-align: center;">a las que había llegado como sospecha. ¿Pero acaso
alguien podía conocer el verdadero fin de aquél trabajo de brujería? Mi madre
hubiera dicho que Dios lo sabe todo y que debemos dejar todo en sus manos. Sin
embargo mi Fe en el creador carecía de convicción. En ese momento me aferré a
la imagen de Juanchi, un alma bondadosa que merodeaba </span><span style="font-size: 11pt; line-height: 115%; text-align: center;"> </span><span style="font-size: 11pt; line-height: 115%; text-align: center;">mi casa como un guardián. “Protégeme hermano”,
fue lo último que le pedí, después volví a colocar su foto en la repisa y
abandoné mi dormitorio. </span><span style="font-size: 11pt; line-height: 115%; text-align: center;"> </span><span style="font-size: 11pt; line-height: 115%; text-align: center;"> </span><span style="font-size: 11pt; line-height: 115%; text-align: center;"> </span> </span><o:p></o:p></div>
</div>
<div class="MsoNormal" style="tab-stops: 10.0cm; text-align: justify;">
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
</div>
<div class="MsoNormal" style="tab-stops: 10.0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="http://2.bp.blogspot.com/-C-LfhWybzGM/VAJ6SiRg5uI/AAAAAAAAAUY/177IayLT-Mg/s1600/ni%C3%B1a%2Bcampo.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="http://2.bp.blogspot.com/-C-LfhWybzGM/VAJ6SiRg5uI/AAAAAAAAAUY/177IayLT-Mg/s1600/ni%C3%B1a%2Bcampo.jpg" /></a></div>
<div class="MsoNormal" style="tab-stops: 10.0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
</div>
TIRA PIEDRAShttp://www.blogger.com/profile/00515629599509667286noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-8083027458305763274.post-12215960878297887482014-02-16T21:47:00.000-08:002014-12-22T09:32:00.657-08:00EL OCASO DE LA TRISTEZA (Tercer Capítulo)<div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;">
<div class="MsoNormal" style="text-align: center;">
<div align="center" class="MsoNormal">
<b><span style="font-family: "Cooper Black","serif"; font-size: 14.0pt; line-height: 115%;">III<o:p></o:p></span></b></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Mi habitación es un lugar
pequeño, al que he tratado de convertir con los años en un sitio acogedor. Gran
parte de las cosas que poseo se encuentran aquí: una colección de clásicos de
la literatura, mi computador de mesa y una portátil, archivos importantes, entre
otros objetos que tienen un especial valor emocional para mí. Hace poco compré
muebles nuevos y pinté las paredes de celeste cielo y blanco humo para darle
mayor iluminación; pero hace veintitrés años, cuando había apenas dos camas,
una pequeña mesa donde realizábamos las tareas y un ropero herido por nuestras
travesuras de niño, mi madre se vio obligada a cambiar el orden de las cosas
para borrar el recuerdo de Juanchi. “Si quieres puedes pasarte a otra
habitación, al menos por un tiempo mientras olvidas todo lo que pasó”, me
sugirió mamá una semana después de la muerte de mi hermano. No quise hacerlo. Me
sentí incapaz de abandonar este cuadrado. Sabía que iba a enfrentarme a una
montaña de recuerdos. Las paredes estaban repletas de sus garabatos, mi madre
había querido conservar parte de sus prendas en el ropero, los cuadernos de la
primaria seguían sobre la mesa manteniendo el orden que papá imponía y había,
además, en una de las gavetas del guardarropa, dos álbum de fotografías donde quedó
registrada toda su niñez. Él parecía seguir aquí. A veces solía verlo entrar
por la puerta y recostarse en la cama, mirarme con sus ojos grandes y saltar
sobre mí para jugar a las peleaditas. El fútbol callejero de verano y las
peleas cuerpo a cuerpo, que en ocasiones adquirían tal realismo que acabábamos
con el rostro rasguñado y los brazos repletos de moretones, eran los juegos más felices de ese tiempo. También
nos gustaba ir a trote los sábados muy de mañana, junto a otros niños del
barrio, hasta el río Lacramarca. A veces
papá iba con nosotros y se pasaba todo el trayecto exigiéndonos correr más a
prisa. Lo primero que hacíamos al llegar al río, era armar dos arcos con
piedras en la explanada. Los partidos eran intensos. Juanchi corría mucho,
superaba a todos en velocidad y acababa siempre con las mejillas coloradas. Luego
del juego se hacía necesario un chapuzón. Una vez, mientras nadábamos alegremente,
alguien aprovechó unos minutos de descuido y se apropió de nuestras prendas. Al
salir del agua descubrimos que las zapatillas, los polos y el dinero de papá
habían desaparecido, así que sólo nos quedó retornar a casa descalzos, soportando
el hincón de las pequeñas piedras del camino que hicieron difícil el trayecto. A ratos, mientras las fuerzas me lo permitían,
llevaba en la espalda a Juanchi. Mi padre hacía lo mismo con Pepe, quien tenía
seis años y sufría mucho caminando. <o:p></o:p><br />
<br />
<a name='more'></a></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Durante el verano solíamos pasar el
día juntos, la mayor parte del tiempo haciendo travesuras, algunas de las
cuales eran descubiertas por papá, quien nos castigaba enérgico, tal y como
ocurrió cuando salimos de casa un domingo al medio día sin pedir permiso, y nos
dirigimos hasta la librería la Cultura en el jirón José Olaya (a seis cuadras
de distancia) para comprar figuritas del álbum que coleccionábamos por entonces.
Esa tarde la mala fortuna rondó, pues cinco minutos antes de llegar, la librería había cerrado. Cuando estábamos
listos para pegar la vuelta, Pepe resbaló en una cáscara de plátano y se rompió
la ceja en el filo de la berma. Un
chorro incontenible de sangre empezó a brotar a la altura de su frente. Fueron
minutos de zozobra los que vivimos. Mientras Juanchi sostenía al pequeño Pepe, yo avancé hasta el borde de la pista y le
hacía señas a los vehículos para que se detuvieran. La mayoría pasaba
contemplando la triste escena, algunos se paraban un momento y luego seguían su
rumbo. Creí que mi hermano fallecería desangrado. No sabía qué más hacer. Qué
intentar para conseguir ayuda. Preso de la desesperación solté un llanto
angustioso. Juanchi me acompañó en esa melodía lacónica. Debimos haber llorado muy fuerte, pues fue
recién en ese momento que un grupo de personas se apostó a nuestro alrededor
para socorrernos. “Este niño se ve muy mal…¿De dónde son? ¿Saben cómo llegar a
su casa? ¿Alguien los conoce?”, oía las voces que preguntaban. “Yo los
conozco”, dijo de pronto una mujer que se adelantó a la multitud y ayudó a
contener momentáneamente la hemorragia de mi hermano presionando un pedazo de
papel higiénico contra la herida. Nunca la había visto. Podría tratarse de
alguna amiga de mamá o quién sabe si fue un ángel enviado por Dios para socorrernos. Lo
cierto es que la señora paró un taxi, cargó a mi hermano y lo colocó en la
parte posterior. Luego me pidió que continuara haciendo presión sobre la frente
de Pepe. Juanchi se sentó a mi costado y ella hizo lo propio en la parte delantera. En cinco minutos estuvimos en la puerta de mi
casa. Antes de bajar del vehículo sabía
la que nos esperaba. Mi padre se pondría furioso por haber salido sin su
permiso. Nos recordaría que la desobediencia traía malas consecuencias y para
muestra un botón: la ceja rota de mi hermano. El sermón iría acompañado, desde
luego, de una tunda de latigazos. Tanto
Juanchi como yo sabíamos lo que era eso, lo severo que solía ser papá. ¿A quién
castigaría primero? A mí por ser el mayor, o aplicaría la rectitud para todos
los implicados. <o:p></o:p><br />
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Un soplo de vida brotó en mi
interior al enterarme que papá no se encontraba en casa. Mi madre salió a
recibirnos y con delicadeza agradeció a la mujer que nos trajo. Por un momento
pensé que nos libraríamos del castigo. En el trayecto había venido tramando una
excusa creíble que nos colocara en el bando de los inocentes. La ausencia de
papá me daba tiempo para terminar de hilvanar un buen argumento. Cuando él se apareció a los diez minutos, ya
tenía claro lo que iba a decir. ¡Saldría de esta! Pero no contaba con la honestidad de Juanchi
para decirlo todo, asumiendo su responsabilidad en el incidente. Aunque el
azote dolió, a partir de ese día descubrí la nobleza interior de mi hermano. A pesar de su corta edad tenía un espíritu
bondadoso e intrépido. Lo admiraba en silencio por su valentía. Nunca tuve
tiempo de decírselo, de agradecerle por las veces que estuvo a mi lado para
ayudarme, como aquella ocasión que decidí emprender un negocio de venta de
marcianos de fruta en el estadio Ciudad de Pensacola, aprovechando la
concurrencia masiva de niños en las academias de fútbol de verano. “Voy
contigo”, me dijo sin que yo se lo propusiera. No le había pedido su apoyo pues
consideraba que era muy pequeño para iniciarse en el trabajo. Al principio
supuse que Papá se opondría a mi idea, pero, por el contrario, la avaló e
incluso prestó el dinero para comprar los ingredientes y preparar los marcianos
de fruta. “Si alguna vez han de convertirse
en hombres de trabajo, es bueno que empiecen desde ahora”. Mamá se encargó de
licuar la fruta y darle el toque exacto de azúcar a los néctares de lúcuma,
maracuyá y tamarindo. Juanchi y yo embolsamos el jugo en bolsitas de plástico
que antes solíamos llenar de agua para jugar a los carnavales. Una tarde salimos de casa cargando la caja de
tecnopor que mi abuelita Felipa nos obsequió, repleta con sesenta marcianos
bien helados, duros como una roca. Mi hermano se encargó de venderlos todos. Ofrecía
el producto como un vendedor curtido. Yo cobraba el dinero. Debo admitir que no
hubiese sobrevivido sin su ayuda. Cuando retornamos a casa mamá se sorprendió
del éxito obtenido. “Juanchi es un crack vendiendo marcianos”, le conté emocionado.
El pequeño Juan era muy osado, algo que
mi timidez infantil no me permitía imitar. De niño, tenía por las madrugadas, un
sueño que se apoderaba de mi subconsciente con frecuencia. Nuestro barrio era
un campo de batalla donde se libraba una guerra descomunal. Juanchi combatía a
mi lado. Brincábamos por las azoteas, rifle en mano, para esquivar el tiroteo. Las
balas venían de todas las direcciones.
No identificaba al enemigo con el que combatíamos, tampoco el porqué del
enfrentamiento, parecíamos estar inmiscuidos en un pleito que no era el
nuestro. En un momento del sueño
debíamos saltar para evitar la explosión de una granada lanzada desde un
helicóptero, pero mi hermano decidía quedarse a pelear. Aunque conseguía
sobrevivir al estallido, luego terminaba siendo abatido por un grupo de
soldados. A veces el sueño cambiaba de escenario y el enfrentamiento
se producía dentro de casa. En ambos casos Juanchi era quien peleaba con más
ahínco y sucumbía, siempre, a manos de un enemigo irreconocible. Con los años
llegué a entender que aquél sueño mostraba la personalidad intrépida de mi
hermano y dejaba al descubierto mi temor a la muerte, un miedo que solía
arrastrarme hacia la depresión. No sé si él también le temía al final. Un
mediodía estuvimos a un centímetro de morir aplastados por un automóvil. Mi
madre me había ordenado ir a comprar unos ingredientes que le faltaban para completar
el almuerzo. La tienda estaba volteando la esquina. Un trayecto corto y sin
riesgo que solía hacer con frecuencia. Juanchi, como cada vez que salíamos
juntos, me tomaba de la mano. Al retornar a casa, justo a mitad de la calle,
tropecé con una piedra y caí, jalándolo conmigo. En ese preciso momento un auto
venía de sur a norte a una velocidad permitida. Aunque éramos muy pequeños, el
chofer alcanzó a vernos y frenó justo antes de golpear nuestras cabezas con el
parachoques del vehículo. Mi única reacción fue abrazar con fuerza a mi hermano
y cerrar los ojos. Cuando los abrí, tenía a mi costado al hombre que conducía.
Se le notaba nervioso, asustado. “¿Están bien? ¡Por poco y los mato niños!”.
Miré a Juanchi y respiraba tranquilo, su corazón latía en calma, no como el
mío, cuyas pulsaciones se habían acelerado. Me levanté despacio y lo ayudé a
pararse. Una paz angelical brotaba de sus ojos, como si en ese momento se
hubiera acercado más al cielo. Su mirada nunca se turbaba, ni siquiera en los
momentos de más apremio. Por muchos años, después de su fallecimiento, solía
escuchar su voz al otro lado del teléfono, confundiéndola con la de otros
niños; oía sus carcajadas inundando la casa, percibía su presencia en mi
habitación y llegué a establecer con él una comunicación que las fronteras de
la lógica se encargarían de negar. Pero yo estaba seguro de que era Juanchi quien
me susurraba cosas al oído y respondía las preguntas que le hacía. Sabía que me
visitaba por las noches en esta habitación que compartimos hasta el día de su
muerte. <o:p></o:p><br />
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Mi hermano Juan era un niño sano, alegre, bullangero, travieso
como cualquier infante de nueve años. La única vez que lo vi liarse a golpes
con otro chiquillo, fue cuando le tiraron agua desde un segundo piso. Volvió a
casa furioso, se puso ropa seca y salió a esperar al faltoso en la esquina.
Cuando este apareció se abalanzó sobre él; sin darle opción a reaccionar le dio sus buenas trompadas. Ya de vuelta, la
madre del infante, que había visto todo al
retornar de la tienda, lo interceptó y le dio tremenda regañada dejándolo en
vergüenza. Al ingresar a casa tenía los mentones rojos como el tomate. Pasó de
frente sin decir nada, refugiándose toda la tarde en un pequeño cuarto ubicado
en la parte posterior de nuestra vivienda, donde iban a parar los objetos en
desuso. Allí había una radiograbadora en la que solíamos grabar nuestras voces simulando
la narración de partidos de fútbol o fungíamos de reporteros de guerra que
cubrían sangrientas batallas en el Golfo Pérsico. Varias semanas después de su
muerte, mi madre decidió tirar a la basura toda esa chatarra. “La grabadora no
mamá, quiero conservarla”. Dentro de ella había un cassette, el mismo que
regrabábamos infinidad de veces. Empecé a oírlo. Se escuchaba mi voz con
nitidez, a ratos hacía el ruido de explosiones, balaceras, gritos de heridos. La
cinta siguió corriendo por varios minutos en ese vaivén bélico hasta que se
produjo un corte de golpe. Un chirrido dio paso a la voz de Juanchi, cargada de
ira, lanzando insultos a la mujer que lo había avergonzado, que dicho sea de
paso tenía fama de quita maridos en el barrio. Esa versión de mi hermano me
resultaba inverosímil. Nunca quiso contar qué le dijeron, pero oyendo la
grabación me quedó claro que muchos secretos de Juanchi, terminaron sepultados
con él en su tumba. <o:p></o:p><br />
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
El verano de 1990 fue el último
que compartí al lado de Juanchi. Acababa de terminar la primaria y por primera
vez luego de seis años tendría que ir a la escuela, a partir de abril, solo. Se avecinaba una nueva etapa en mi vida. Mi
padre decidió matricularme en el Politécnico Nacional del Santa, un colegio de
instrucción técnica, exclusivo para varones, que solía conformar una de las
mejores selecciones escolares de fútbol de la ciudad. Papá deseaba que yo continuara con su legado en la
empresa Siderúrgica SIDERPERÚ, donde llevaba dos décadas desempeñándose como
técnico electricista. Admito que acepté estudiar en el “Poli” porque anhelaba
integrar la selección de fútbol, además tenía la ilusión de que el año
siguiente mi hermano también pasara a conformar las filas politecnistas. Iba a costarme ir a la escuela en solitario,
no verlo en los recreos ni esperarlo a la salida para retornar a casa; pero los
nueve meses del periodo escolar pasarían pronto y el próximo abril volveríamos a compartir caminatas rumbo al
colegio. Así pensaba ese verano sofocante que obligaba a dormir con las puertas
y ventanas abiertas por las noches. Mi habitación era literalmente un horno y
aunque abríamos todo, el calor no permitía que conciliáramos el sueño. Por eso desempolvamos
el juego de Monopolio que teníamos guardado sobre el clóset y nos entregamos a
prolongadas horas de compra de casas y hoteles. Daban las tres de la madrugada
y los dados seguían rodando sobre la cama. “Una casa en la Javier Prado”. “Un
departamento en el Jirón de la Unión”. “Una temporada en la Cárcel”. Pepe
también participaba. Tenía siete años y
una mirada pícara que ponía en alerta a quien se topaba con él en su camino,
pues el pequeñín de los hermanos era una bomba de tiempo maquinando bromas
pesadas. El juego se interrumpía cuando papá hacía su aparición y nos enviaba a
la cama regañándonos por la desvelada innecesaria. Sin embargo, aguardábamos
que él se fuera para volver a encender las luces y continuar con la partida
hasta que el sueño nos iba derrotando y terminábamos rendidos sobre el tablero
de monopolio. <o:p></o:p><br />
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="tab-stops: 10.0cm; text-align: justify;">
<div style="text-align: justify;">
Aquél verano nos
hicimos muchas fotografías. La gran mayoría fuera de casa. Existe un grupo de
imágenes tomadas en el estadio Manuel Gómez Arellano, que grafican el cambio de
ánimo en el alma de Juanchi. A mediados de enero llegó a Chimbote el club
Universitario de Deportes, invitado por el equipo de fútbol de mi barrio, Unión
Juventud, para realizar un encuentro amistoso. Gracias a que papá conformó la
comisión organizadora del evento, fuimos de los pocos niños afortunados que
pudieron ingresar al terreno de juego para fotografiarse con los jugadores del
equipo crema. En las fotos se puede apreciar a Juanchi sonriente, su cabello
castaño brillaba y los cachetes se le habían puesto colorados por el sol. Aquél
era el semblante que todos le conocíamos. Siempre risueño y juguetón. Un niño vivaz de nueve años que
nunca había presentado problemas serios de salud. Los primeros días de marzo un
nuevo equipo de fútbol profesional llegó al puerto. Sporting Cristal pisó suelo
chimbotano con algunos jugadores consagrados y un grupo de reservistas como
Flavio Maestri y Pablo Zegarra, que años más tarde integrarían la selección
nacional. Otra vez estuvimos en el centro del campo posando junto a los
futbolistas. Juanchi ya no era el mismo, algo parecía haber trastocado su
alegría. Se le notaba cabizbajo, abstraído en una tristeza que nadie reconocía
en él. En las fotos aparece con un gesto de desgano, mirando incluso hacia otro
lado, como si tuviera una bomba en el cuerpo que podría explotar si sonreía. Tres
semanas más tarde mi hermano dio a conocer un dolor en su pierna izquierda, a
la altura del aductor. Mamá lo examinó un domingo y frotó con amor durante las
dos primeras noches, pero la dolencia no cesaba. El malestar se debía a un
estirón que contrajo al elevar la pierna hasta el filo de un muro de ochenta
centímetros levantado al final de las escaleras del primer piso de la casa. Eso
fue lo que él mismo contó. A simple
vista el esfuerzo no parecía ser tan fuerte como para causarle tanto dolor. Pero
Juanchi lloraba de una manera que nos conmovía a todos. Su llanto angustioso se
hacía más intenso al anochecer. Era como si algo lo torturara por dentro. Mi
madre había probado con frotaciones, paños de agua tibia y emplastos de llantén
para aliviarlo pero ninguna de las recetas caseras sirvió, así que el martes
por la tarde papá llevó a mi hermano hasta Santa, donde un huesero lo estrujó tratando de poner en su lugar algún hueso o
articulación movida por el esfuerzo realizado. Pero ni eso consiguió sosegar su
sufrimiento. Mi madre padeció junto a él los seis días que estuvo en cama. Trasnochaba
cuidándolo, siempre alerta a sus quejidos.
El viernes dio la impresión que al fin las atenciones de mamá habían resultado
aliviadoras, pues Juanchi abandonó la cama cerca de las diez de la mañana y
bajó a pedir su desayuno. Reclamó un par de panes con mantequilla y bebió con
buen ánimo un tazón de quaker. “Mami quiero que vayamos esta tarde de paseo al vivero”, pidió como si
mi madre fuera el genio de la botella. Mamá lo miró entusiasmada. El rostro se
le inundó de amor y allí mismo empezó a organizar el paseo. Llamó por teléfono a
la señora Felicita, madrina de su matrimonio, para pedirle se uniera a la
excursión junto a sus hijos; una vez que obtuvo la respuesta afirmativa ordenó
la sala en un santiamén, preparó el
almuerzo y dio indicaciones para ir a la ducha y ponernos, luego, la ropa nueva
que papá nos había comprado la semana anterior. A las tres estuvimos listos para salir rumbo
al vivero. La señora Felicita llegó acompañada de sus hijos Josué y Elizabeth,
además de su sobrino Coco, con quienes solíamos compartir horas de juego. “No olviden la cámara fotográfica niños”,
recordó mamá, antes de partir. Esa tarde Juanchi fue el niño saludable y
juguetón que todos conocían. Se balanceó en los columpios, giró durante varios
minutos en el trompo, bajó por el tobogán repetidas veces e hizo el papel de fotógrafo. “Posen todos
juntos que yo les haré una foto”, ordenaba como un experto de la fotografía. “Ahora
déjame hacerte unas a ti”. Juanchi se paró en medio del camino, puso los brazos
en jarra y sonrió a medias. Esas fueron las últimas fotos que le hice. Las
fuerzas no le alcanzaban para sacar su mejor sonrisa. Estaba más delgado que
hace una semana, con los pómulos ensombrecidos por las malas noches y una
ligera cojera que no le impidió corretear toda la tarde. Al retornar a casa Juanchi se tendió sobre la
cama y en menos de una hora retomó su lamento lacerante. Así se pasó toda la
madrugada hasta el amanecer del sábado veinticuatro de marzo que despertó con
un tono diferente de piel y una voz fantasmal. Al verlo así mi madre supo que
la muerte ya lo tenía dispuesto para llevárselo.<o:p></o:p></div>
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="tab-stops: 10.0cm; text-align: justify;">
<div style="text-align: justify;">
Aquella
madrugada de sábado tuve el primer sueño premonitorio que puedo recordar.
Fueron imágenes muy nítidas las que llegaron a mi mente; por eso cuando
desperté podía acordarme de todo con exactitud. En medio de nuestra sala había
un pequeño ataúd blanco. Bajé por las
escaleras y corrí espantado a mirar quién se encontraba dentro. Al llegar
descubría que Juanchi estaba encerrado en la caja, tenía los ojos semi abiertos
y los orificios de la nariz taponeados con algodones. Me levanté sobresaltado y
encontré a mamá angustiada junto a mi hermano. “Juanchi está mal, voy a llamar
a tu papá urgente para que venga y lo lleve al médico. Yo lo veo muy mal a tu
hermanito”, me dijo entre sollozos. Mi padre hacía el turno de cinco de la
mañana a una de la tarde en SIDEPERÚ. A las nueve y un poco más estuvo en casa,
sólo veinte minutos después de que mamá lo llamara. Tomó a Juanchi en brazos y salió hacia la
calle para abordar un taxi y enrumbar hacia el doctor Chang, uno de los
pediatras más reconocido de la ciudad. Dos horas más tarde estuvieron de vuelta. Mi hermano traía el
rostro en paz. Yo diría que hasta aliviado de su angustioso dolor. Ingresó
caminando muy tranquilo, llegó a la cocina y se sirvió un vaso con agua, luego
subió las escaleras hasta nuestra
habitación. “El doctor le sacó análisis
de sangre y orina…los resultados me los dará antes de la una. Allí sabremos con
certeza lo que tiene. Mantén la calma María, no dejes que él te vea llorar
porque lo angustias y eso es peor”. Durante las dos horas que tardaron en
llegar los resultados del análisis clínico, mi hermano probó a divertirse
primero con una partida de Monopolio que terminó mucho antes de empezar a tirar
los dados, luego me pidió jugar a las cartas, pero en la segunda ronda bostezó
de aburrimiento. “Juguemos Atari. Voy a ganarte esta vez”. La televisión y el
video juego se encontraba en el cuarto de mis padres, de esa manera papá
regulaba su uso, pero el momento no estaba como para negarle algo a mi hermano.
A la una de la tarde mamá nos subió el almuerzo y sorprendió en medio de un
intenso combate de naves espaciales. “¡Te gané! Es el segundo juego que te
gano”, hablaba triunfante el pequeño Juan. “Hora de comer niños, apaguen la
televisión”. Mientras almorzábamos un plato de arroz con pollo oímos ingresar a
Papá. Apenas oyó su voz, mamá bajó presurosa para saber el resultado de los
análisis. Las noticias no fueron alentadoras
porque cuando mi madre retornó a la habitación, abrazó con tenacidad a Juanchi
y se echó a llorar sobre su hombro. “Qué
tienes hijito. Qué es lo que te pasa”. Mi padre subió tras de ella y la separó.
“Calma María, no te pongas así, sólo asustas a los niños”. Mi hermano estaba
tranquilo. “No llores mami yo voy a estar bien”. Eso no era cierto, a pesar de
que los análisis resultaron negativos, aduciendo que mi hermano se encontraba
en buen estado de salud; su voz se oía desgastada, traía los ojos hundidos y presentaba
unas extrañas manchas marrones a la altura de la cintura y parte de su abdomen.
Durante el día no expresó dolor alguno. Daba la impresión de haberse curado, a
pesar de que su semblante era el de alguien que está a un paso de la muerte. “¿Podemos
seguir jugando?”, me pidió dejando a la mitad su plato. Reiniciamos el
enfrentamiento espacial sin detenernos hasta las tres de la tarde. A esa hora
pronunció sus últimas palabras. “Ya me cansé hermano. Es hora de irme. Cuídate
mucho, sí”. Me quedé espantado al oírlo. ¿A dónde se iría? Caminó hasta nuestra
habitación y se echó en la cama quedando con la mirada fija hacia el techo. Diez
minutos más tarde mi padre retornó de la Farmacia con unos analgésicos en
supositorio que el doctor Chang había recetado para calmarle el dolor de su
pierna. Juanchi parecía estar apartado completamente de la realidad, esperando
un desenlace que quizás él ya conocía. Mamá ayudó a colocar el medicamento.
“Tranquilo hijito te pondrás bien, no te muevas por favor”. Mi hermano no tenía
la menor intención de moverse, su tiempo se agotaba y con él sus fuerzas, la
sonrisa chispeante que lo hacía diferente al resto de niños… Tenía sólo nueve
años y la muerte merodeaba nuestra habitación para llevárselo. Sólo un minuto
después de que el líquido recorrió su cuerpo empezó a convulsionar. Fue un
momento espantoso ver que lo perdíamos, sentir que se nos era arrebatado sin
explicación. ¿Qué cosa podía estar acabando con su vida si los análisis daban a
saber que ninguna enfermedad amenazaba su organismo? Juanchi murió en brazos de
mi padre; su final desató el llanto desconsolado de mamá, quien experimentó por
primera vez la destrucción de su corazón. No sabía dónde esconderme. Los gritos
desolados me hicieron correr. Bajé hasta la cocina y me coloqué en un rincón,
cerré los ojos esperando a que alguien me despertara para decirme que aún
seguía atrapado en el sueño que había tenido esa madrugada. Eso tenía que ser, un horrible sueño. Mi hermano Juan no podía
morirse siendo tan bueno. Alguien me jalaría del cabello en cualquier momento y
haría que despertase de aquella pesadilla. Esperé varios minutos y la bulla fue
haciéndose mayor. Los vecinos habían alcanzado oír los gritos de mis padres y
se apersonaron a ver lo que ocurría. Todos quedaron boquiabiertos. Nadie podía
creer que Juanchi, el niño travieso que en más de una ocasión les robó una
sonrisa, hubiese muerto. <o:p></o:p></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
</div>
<div class="MsoNormal" style="tab-stops: 10.0cm; text-align: justify;">
<div style="text-align: justify;">
Luego del
velatorio y el entierro la casa quedó convertida en un desorden apocalíptico.
Tardamos dos semanas en poner las cosas en su lugar. Mamá se encargó de remover
los objetos que pertenecían a Juanchi. Encajonó sus cuadernos antiguos y guardó
en costales parte de la ropa que no pudo ingresar en el cajón. Yo le pedí
quedarme con algunas prendas y conservar la pequeña radiograbadora. También
guardé las fotografías de nuestra niñez y permanecí en esta habitación a pesar
de enfrentarme a diario con su ausencia. Mi madre era quien más sufría. Bastaba
con ponerse a mirar las fotos de Juanchi para desplomarse en un llanto que la
hundía en una pena que daba la impresión nunca terminaría. Fue por ese motivo
que no me animé a revelar, sino hasta luego de seis años, las últimas fotos que
nos tomamos en el vivero, un día antes de su muerte. <o:p></o:p></div>
</div>
<div class="MsoNormal" style="tab-stops: 10.0cm; text-align: justify;">
<o:p></o:p></div>
<div style="text-align: left;">
<span style="text-align: justify;"><br /></span>
<br />
<div class="MsoNormal" style="tab-stops: 10.0cm; text-align: justify;">
Un final así tan
repentino, sin una explicación médica que argumentase las razones de la muerte
de un niño saludable, generan siempre suspicacias. Mi madre pasaba los días con
la incertidumbre de no saber cuál había sido el motivo real que terminó con la
vida de Juanchi. Consultó con otros
médicos, pero ninguno consiguió dar un veredicto certero. A las luces de la
medicina se trataba de una muerte extraña. “Nadie muere por un estirón en la
pierna. Quizás el niño contrajo alguna bacteria en la comida y eso determinó su
muerte”, trató de explicar uno de los galenos. Otro lanzó la hipótesis de la aparición
de alguna enfermedad desconocida, que estaría presentando sus primeros casos en
la ciudad. Para mi madre, quien había
padecido en su primer año de matrimonio un raro mal que los médicos no consiguieron
sanar, y tuvo que ser atendida por un brujo que la curó con hierbas y brebajes,
las teorías médicas quedaban descartadas. Carcomida por la duda decidió acudir una noche hasta la casa de una curandera
que adivinaba el futuro a través del tarot. Esta mujer era una conocida de la
familia, que solía curarnos del mal de ojo cuando éramos niños recién salidos
del cascarón. Aunque mamá no quiso que la acompañara a la cita, insistí tanto
que al final tuvo que llevarme. “El niño que se quede fuera”, pidió la mujer al
verme llegar junto a mis padres. Pasé media hora sentado en la salita de
espera, hasta que papá y mamá aparecieron por la puerta con el rostro
espantado, como si la respuesta que obtuvieron de la curandera les hubiera
causado un remezón en el alma. Apenas estuvimos en casa, cerraron la puerta y
ventana con llave y cerrojos, luego se reunieron en mi habitación para soltar
la verdad como una guillotina. “A Juanchi lo mató la brujería”. Mi corazón
retumbó, fue como si ocurriera una explosión allí dentro. No sabía aun lo que
eso significaba, pero entendía que nada bueno debía ser. Durante mucho tiempo me
resistí a creer en la posibilidad de que alguien arraigara tanta maldad en el corazón como para realizar
algún hechizo o trabajo de brujería con la finalidad de acabar con la vida de
alguien. Todo indicaba que un malsano ser dejó en nuestro frontis un puñado de
tierra de cementerio, cuyo mal aire fue absorbido por el alegre Juanchi. ¿El
final? Pues ya todos saben que mi hermano falleció el 24 de marzo de 1990. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="tab-stops: 10.0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: 11pt; line-height: 115%;"><span style="font-family: Times, Times New Roman, serif;">Durante casi una década viví incrédulo ante la versión de que aquél trabajo
de brujería había sido la causa que mató a Juanchi. Pero ese muro infranqueable se derrumbó cuando
Marilyn me leyó por primera vez las cartas españolas y describió mi pasado con
la exactitud de un biógrafo. Esa noche supe con certeza, que por alguna razón
que no alcanzaba entender aún, la maldad se había ensañado con nuestro hogar.</span></span></div>
<span style="font-family: "Calibri","sans-serif"; font-size: 11.0pt; line-height: 115%; mso-ansi-language: ES-PE; mso-ascii-theme-font: minor-latin; mso-bidi-font-family: "Times New Roman"; mso-bidi-language: AR-SA; mso-bidi-theme-font: minor-bidi; mso-fareast-font-family: Calibri; mso-fareast-language: EN-US; mso-fareast-theme-font: minor-latin; mso-hansi-theme-font: minor-latin;"><br /></span></div>
</div>
<div class="MsoNormal" style="tab-stops: 10.0cm; text-align: justify;">
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="http://1.bp.blogspot.com/-qh13BMYXyzE/UwGyjXaAPTI/AAAAAAAAATs/Im4hWPjybMw/s1600/juanchi.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="http://1.bp.blogspot.com/-qh13BMYXyzE/UwGyjXaAPTI/AAAAAAAAATs/Im4hWPjybMw/s1600/juanchi.jpg" height="273" width="320" /></a></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<br /></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="http://3.bp.blogspot.com/-cGF5SgCsrqE/UwGyxS5g2oI/AAAAAAAAAT0/H1916GqiuQI/s1600/juanchi2.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="http://3.bp.blogspot.com/-cGF5SgCsrqE/UwGyxS5g2oI/AAAAAAAAAT0/H1916GqiuQI/s1600/juanchi2.jpg" height="320" width="222" /></a></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<br /></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<br /></div>
<br /></div>
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TIRA PIEDRAShttp://www.blogger.com/profile/00515629599509667286noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-8083027458305763274.post-72960530591059707862014-01-26T22:23:00.002-08:002014-12-30T15:01:58.226-08:00EL OCASO DE LA TRISTEZA (Segundo Capítulo)<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;">
<b><span style="font-family: "Cooper Black","serif"; font-size: 14.0pt; line-height: 115%;">II<o:p></o:p></span></b></div>
<div class="MsoNormal">
<div class="MsoNormal">
La mañana siguiente al hallazgo
del paquete abrí los ojos y sentí el cuerpo tibio de Luz a mi costado. Traía
puesto uno de mis polos; aunque
dormida, sus brazos se habían acomodado en mi pecho. Eran menos de las seis de
la mañana, la oscuridad aún reinaba. Podía dormir hasta las siete, la hora en que normalmente despertaba
a diario, pero un sueño me levantó con sobresalto. Había un hombre muerto de
dos tiros en la cabeza, desplomado en una esquina. La calle estaba a dos cuadras
de mi casa. Conocía al sujeto, lo había visto en reiteradas ocasiones e incluso
alguna vez cruzamos un par de palabras. Lo vi tirado y corrí a darle aviso a la
persona con la que solía andar. Cuando esta llegó se abalanzó sobre el cadáver
y dio un grito de dolor al toparse con su amigo muerto. Luego de un momento el
dolido se retiró y dejó el cuerpo allí, tirado en la acera. Aunque quería
correr no podía hacerlo, siempre tenía al muerto frente a mí, parecía seguirme
a todos lados. Desperté transpirado y con una palpitación intensa en la cabeza.
Me tranquilizó sentir los latidos del corazón de Luz, verla tan dócil a mi
lado, tan serena en su dormir. Era muy temprano aún para despertarla. La
contemplé por varios minutos; rocé con las manos su cabello rubio, acaricié su
rostro lunarejo y terminé por besar su frente con ternura. Debió sentirme, pues
de un de repente le brotó un suspiro, pero continuó dormida. Quizás en la profundidad de su sueño,
recordaba aún el extraño incidente de hace unas horas… Nos habíamos dormido
hablando del tema. Para ella la brujería
estaba dirigida hacia mi hermana. “Un muñeco, un chupón, una sonaja. Creo que
le quieren hacer daño a Angela”. Yo
tenía mis dudas al respecto, pues mi hermana nunca subía al gimnasio. Si
alguien tratase de hacerle daño, podrían dejar lo que fuere en el balcón de
nuestra casa, que da justo a la ventana de su habitación. Años atrás, cuando
ese cuarto era ocupado por mis padres, aparecieron allí flores bañadas con
fragancias esotéricas y un animal raro que caminaba en dos patas; algo muy
parecido a un Kiwi, pequeño pájaro no
volador que habita en Nueva Zelanda. ¿Cómo había llegado hasta allí el ave?
Tenía el tamaño de un pato tierno con el pico puntiagudo largo, y un par de
patas con tres dedos que terminaban en
pequeñas garras. Nunca supimos cuánto tiempo estuvo allí el animal. Mi madre
recordaba haber oído durante varias noches ruidos extraños en el balcón, pero
no le tomó importancia, hasta que una madrugada el ave comenzó a picotear con
fuerza el vidrio de la ventana, tratando de ingresar a la habitación. Papá se
levantó de golpe. ¡Quién mierda anda allí!, gritó, pesando que el perturbador
era un ladrón, pues ya antes habían ingresado a robar por esa parte de la casa.
Nadie le respondió, y el picoteo continuó, aunque a un ritmo más lento. Entonces,
a pesar de que mi madre trató de persuadirlo de llamar primero a la policía,
salió furibundo a darle caza al intruso. Cuando se topó con el animal sintió
más temor del que habría experimentado teniendo al frente a un ladrón. El ave
se le quedó mirando y en lugar de espantarse, se paró firme con intenciones de
arremeter si era atacada. Papá contó que aquél fue el pájaro más horrible que
había visto en su vida. Lo primero que pensó fue que se trataba de algún ser
maléfico. “Ese tipo de animal no era de este mundo”, repetía cada vez que se animaba a relatar la
historia durante el almuerzo, aunque nunca habló de un posible responsable o
dijo que se trataba de brujería, no sé si por temor a causar miedo entre sus
pequeños hijos o porque en realidad no
tenía la menor idea de quién podría estar detrás de aquél ataque con hechicería a nuestro hogar. En ese tiempo, con
nueve años, aquella historia me sonaba fantástica. Deseaba en silencio,
enfrentarme a un pájaro como aquél, acabarlo a escobazos como lo hizo papa, o mejor
aún cortarle la cabeza con un hacha, eso resultaría más efectivo para repeler
el mal; luego quemaría el cuerpo en la calle, así como mi padre. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
</div>
<a name='more'></a><br />
<br />
<div class="MsoNormal">
En más de una ocasión me he
preguntado por qué desde siempre han rondado en mi vida este tipo de
apariciones extrañas, artes oscuras o brujería. Cada vez que surgía alguna de
estas manifestaciones yo solía asociarla con la fatalidad. Ocurrió con la
muerte de mi hermano Juan, con la quiebra de un negocio familiar, con una rara
enfermedad que atacó a mi madre antes de cumplir el primer año de casada, con
las malas rachas del gimnasio y con un par de abruptas rupturas sentimentales. No
se trataba de meras supersticiones. Que se te cruce un gato negro, pasar debajo
de una escalera o romper un espejo, esas son supersticiones, debilitadas en el acervo popular por la avalancha
de modernidad que nos ha caído encima los últimos años. En cambio, encontrar una
caja con un muñeco decapitado dentro, junto a otros objetos, tenía otro tipo de
significado. Eso parecía ser un trabajo muy bien elaborado de brujería con un
propósito que desconocía. ¿Alguien podía saberlo acaso? Quizás Marilyn
acudiendo a sus cartas españolas me daría alguna respuesta; pero ella hace
muchos años que había dejado de lado ese tipo de prácticas, pues aseguraba que
al acercarse a los linderos del tiempo ponía en riesgo su felicidad, pues absorbía
las malas vibras y suerte echada de las personas que acudían a verla para
consultar su futuro. ¿Cómo podría averiguar entonces el proceder de ese extraño
paquete? La ciudad estaba llena de chamanes, curanderos, pitonisas y brujos charlatanes.
Agoreros que aprovechaban el pánico de
la gente para sacarles dinero. Mi padre, desde su habitación había gritado: “No
crean en esas tonterías. Debe tratarse de una broma pesada y nada más”. No
quiso abandonar su cama, a pesar del alarido que hicimos. Es cierto que uno elige creer o no creer en
hechicerías, demonios u otro artificio
maléfico. Incluso Dios es para muchos una incógnita que la lógica no tolera
(aunque conozco muchas personas que pasan de un bando al otro con una facilidad
irrisoria). Pero lo que no podemos negar es la existencia milenaria y universal
del bien y el mal, que ha desatado millones de enfrentamientos en la tierra,
mucho antes aún de que apareciera la humanidad. A mí la muerte inesperada de mi
hermano a causa de un mal que los médicos no pudieron determinar y la
adversidad con sus entrampamientos, que cada cierto tiempo aparecía disfrazada
de mala suerte, me habían hecho creer que la brujería existía, que causaba daño
en contra de las personas hacia la que era dirigida y en los que se movían a su
alrededor. Puede ser que a papá, con lo duro que es de carácter, ya no le
afectasen este tipo de apariciones misteriosas, o, tal vez, su confianza en
Dios iba más allá de cualquier ataque espiritista maligno. Es el poder que
todos llaman Fe, algo que había visto fortalecer a mi padre durante los últimos
meses, en los que pasaba tiempo leyendo la Biblia y escuchando mensajes
espirituales en la televisión. Yo, en
cambio, cojeaba, sí, cojeaba no sólo de una sino de las dos piernas cuando
debía fortalecer mi espíritu y darle la contra a los hechizos mal intencionados. Mi relación con Dios tenía altas y bajas. Mucho más bajas, lo que propiciaba que cayera
en un pozo de tristeza y confusión. Sin respuestas, sintiéndome perdido y a
merced de la brujería recurrí una noche
a buscar soluciones en las afueras de la ciudad, donde una mujer de mirada indescifrable me
esperaba en su rancho para ayudarme a sortear mi mala fortuna. La visité durante varios fines de semana en
primavera, cerca de la media noche. Salía de casa pasada las diez con una
mochila, en la que llevaba los objetos, utensilios y materiales como hoja de
coca y cigarros Inca, que la bruja me pedía para realizar los rituales de
limpieza espiritual. ¿Otra vez irás a la casa de Lázaro?, preguntaba mi madre, sin
la menor sospecha del lugar a donde iba. “Sí. Ya falta poco para terminar su
proyecto. Ya sabes que él no puede hacer nada sin mi ayuda”. Tomaba un auto de la línea 42 en la avenida
Gálvez y bajaba en el último paradero, a partir de donde crecía una hilera de
árboles y chacras en las que se cultivaban arroz y frutales. Desde allí debía
ir a pie veinte minutos por la carretera, pegado a una acequia que discurría
junto al camino. A veces una luna
brillante acompañaba mi trayecto, pero otras noches hacía la marcha en la más
completa oscuridad. Así me involucré por primera vez con las artes esotéricas. El
miedo, la soledad y mi falta de Fe me hicieron acudir a esa mujer de nombre Bruna.
Fueron muchas cosas las que vi y sentí en las cinco sesiones espiritistas en
las que participé. Creer o no creer seguía siendo la encrucijada. La bruja me
pedía tener Fe para derrocar el infortunio. Fe en las manifestaciones que se
producían en una pequeña mesa donde había velas, cruces, imágenes de santos,
fotos en blanco y negro de personas muertas y el cráneo de un joven fallecido
en un accidente de tránsito, que parecía ser la clave para demostrar que las
almas pueden servir de conexión entre este mundo y la misteriosa dimensión del
más allá. Al principio me mostraba incrédulo, no le daba crédito a los gestos y
movimientos lúgubres que la mujer hacía. La primera noche quise dar marcha
atrás, por el temor a estar siendo timado. Aunque haya sido Marilyn quien me
recomendó a la bruja, no confiaba del
todo en la honestidad de los hechiceros. Sin embargo una revelación casi al
final del ritual me impactó. “Tienes un angelito que está contigo siempre,
cuidando de ti y de tu familia. ¿Puedes notar la forma humana que han tomado
las velas? Es un niño hincado con las manos pegadas en posición de oración. ¿Lo
ves? Está clarísimo…”. Ya casi eran las cuatro de la madrugada y nos
encontrábamos en lo que iba a ser la última media hora de conjeturas e
interpretación de la colilla de los cigarros que iba fumando la bruja y de la
forma en que se iba consumiendo la cera de las velas, que a veces terminaba
regada en la mesa como gotas de agua y otras acababa en figuras poco
reconocibles. La mujer debía haberse fumado al menos veinte cigarrillos y se
habían consumido seis velas, que eran prendidas de par en par luego de frotarme
de la cabeza a los pies con ellas (una representaba mi lado físico, el cuerpo;
y la otra mi alma, mis deseos, el espíritu). ¿Lo ves?, repitió de nuevo la mujer,
ahora con más énfasis, tratando de convencerme
de que lo que mostraba la cera era una figura humana. “Pues sí parece
ser una persona”, le respondí incrédulo. “Tú no me crees. No tienes Fe, por eso te pasa
todo esto”, me regañó. “Si vas a estar así te recomiendo que no vuelvas más,
sólo perderás tu tiempo y dinero”. Luego de darme ese breve sermón la mujer se levantó de golpe y abandonó la
mesa. Los minutos que estuve solo frente a los santos, las fotos de muertos y
el cráneo de aquél pobre muchacho, me los pasé mirando fijamente a las llamas. El
fuego se quebraba adoptando la silueta de un cuerpo. La cera seguía
derritiéndose. Había algo allí que se mostraba. Una figura, un mensaje, una
revelación. ¿Mi hermano Juan? Tenía que ser él. Quién más podría salvaguardar
mi hogar de la presencia maligna. La bruja no mentía. En ese momento sentí un
hálito de paz dentro del cuartito donde llevábamos a cabo el ritual. Aquella
misma sensación la había experimentado varias noches en mi habitación y también
cuando caminaba en la parte posterior del
segundo piso de la casa, donde mi padre, luego de abrir un negocio en el primer
nivel de la vivienda, improvisó allí una sala, en la que colocó los muebles y cuadros
familiares, entre los que resaltaba un retrato de setenta centímetros de mi
hermano Juanchi, tomado un año antes de su muerte. Recordaba bien el día que hice
la foto. Había sido una de esas tardes de verano en que sacábamos la pequeña
cámara Kodak de papá y nos retratábamos en todos los rincones de la casa. En la
foto (tomada en plano busto) Juanchi
aparecía en nuestra habitación ataviado con un sombrero de paja y una camisa
blanca, con el ceño fruncido y una mirada dura. Luego de su muerte mi madre
eligió el retrato y lo mandó ampliar; lo enmarcó colocándolo luego sobre
nuestra biblioteca en la sala. Allí permanece hasta ahora, erigido como un
guardián. Mamá se encargó de colocar junto a la imagen un puñado de canicas, una
cruz y fotografías de todos los integrantes de la familia. Decía que era para
que nos cuidase. “El alma de Juanchi es milagrosa”, repetía constantemente. Quizás
la bruja había percibido la presencia de mi hermano - tal y como lo decía mi
madre - , en la colilla de su cigarro y lo había visto graficado en la
cera de las velas. “¿Ya pudiste verlo?”
me preguntó la mujer de entrada una vez que volvió a sentarse. “Te dejé un buen
rato solo para que el almita se manifieste sobre ti”. Tardé varios segundos en responder. No quería
romper la sensación de paz que estaba sintiendo. “Sí, sí, pude ver algo, pero
lo más extraño es que cuando usted salió de aquí noté la presencia de mi hermano. Ya me ha
pasado antes en mi casa, pero no creí que pudiera seguirme hasta este lugar. Él
está aquí con nosotros, ¿verdad? ”. Ahora
fue la mujer quien demoró en darme una respuesta. Antes encendió un nuevo
cigarro y comenzó a darle bocanadas. “Entonces
se trata de tu hermano… Es una presencia muy intensa. Ustedes debieron haber tenido un lazo muy fuerte”. A esa hora, cerca del amanecer, me convencí
de que la decisión de visitar a esa mujer en busca de ayuda había sido
acertada. “Fuimos inseparables desde pequeños. Íbamos tomados de la mano a la
escuela, nos bautizaron el mismo día, hacíamos casi todo juntos y hasta la
tarde en que murió dormimos en la misma habitación”. La armonía se convirtió
por un momento en nostalgia al recordar mi niñez junto a Juanchi. “El cuida de ti
y tu familia, ronda tu casa… No dejes de venir muchacho, que tú no mereces
tener tanta mala suerte”. Abandoné el lugar cuando el sol alumbraba con
tibieza, seguro de volver la semana siguiente. Nadie en casa sospechaba el
porqué de mis salidas los viernes por la noche. Fueron cinco sesiones
espiritistas que me acercaron al mundo del ocultismo. La bruja siempre aclaraba
que hacíamos magia blanca, de la buena que le llaman, la que se usa para sanar
o repeler los ataques malignos. “Si tú quieres podemos devolver el mal a la
persona que te hizo daño”, dijo una vez. No me interesaba. El corazón jamás me lo
hubiese permitido. Buscaba paz, socorrer mi alma de la tristeza, dejar atrás la
presencia de las malas artes. A eso había ido y aunque fuera tentado a pagar
con la misma moneda a quien inquietaba mi tranquilidad espiritual, descarté esa
opción y puse en las manos de Dios ese trabajo. No puedo negar que en algún
momento rondaron mi mente ideas macabras, un deseo de venganza que pugnaba por
apoderarse de mi corazón, pero siempre busqué esquivar esos pensamientos. Aquella era otra lucha que debía lidiar. El
bien y el mal dentro de mí, combatiendo, buscando imponerse el uno al otro. Al
final cumplí mi cometido tal y como lo había querido desde el principio:
Completar los rituales para recuperar la paz, sentir que el mal se alejaba de
mi camino, estar seguro de que los obstáculos que aparecían en mi vida eran
obra de Dios y no motivados por la brujería que algún enemigo oculto mandada a
realizar en mi contra. Pasaron varios años sin tener alguna novedad
que sobresaltase mi espíritu, hasta que esa noche de diciembre todo volvió a
repetirse con la aparición de ese extraño paquete que contenía el muñeco
decapitado. ¿Acaso nunca iba a dejar de rondar por aquí la brujería? ¿A quién
querían hacerle daño?<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Seguí contemplando a Lucecita
(así la llamaba por lo pequeña y radiante). Continuaba tendida en la cama
aferrada a mi pecho, suspirando a ratos. Era feliz sintiendo sus latidos, teniéndola
tan cerca, en ese amanecer incierto. La conocí hace tres años y desde el primer
día en que la vi, tuve deseos de saber de ella. No es frecuente toparse con
alguien que despierte tanta inquietud en un solo instante. Solemos conocer
infinidad de personas, intercambiar temas de conversación, ideas, compartir
espacios, salir a caminar, pero, a veces, nada de eso consigue despertar
aquella chispa en el alma que nos anuncia que hemos encontrado alguien
especial. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Luz apareció en el gimnasio una sofocante
tarde de febrero. Tenía apenas un par de semanas en Chimbote y andaba en busca
de un lugar donde ejercitarse. El cuarto que había rentado para vivir junto a
su hermana quedaba a seis cuadras de mi casa; eso facilitó su aparición aquél
día. No parecía ser de esta ciudad. El color rosado de su piel, sus ojos
claros, la mirada vivaz, el montón de lunares esparcidos en su rostro y parte
de su cuello, además del dejo musical de su voz, me presentaron a una mujer de
otra región. “Soy de la selva”, me respondió con una sonrisa cuando la interrogué
por su procedencia. Traté desde el principio de saber más de ella, por eso me
ofrecí a acompañarla hasta su habitación luego del entrenamiento. La ciudad
suele ser peligrosa por las noches, fue mi excusa. Al final terminamos
acostumbrándonos a aquellas caminatas nocturnas. Hablaba mucho de su madre y
sus tres hermanos, afincados ahora en San Jacinto; recordaba con frecuencia la niñez
tormentosa que le tocó vivir, los tiempos difíciles vividos en Carricillo, un
distrito de Tocache, donde nació, justo en el apogeo del sembrío de la hoja de coca
y el terrorismo; mencionaba con amargura a un padre que a pesar de estar
presente, sentía que la había abandonado desde niña. Me gustaba escucharla, lo
disfrutaba. A veces era vencida por la
tristeza y sus ojos se humedecían, entonces yo estiraba mi brazo rodeando su
espalda con ternura, quería sentirla así, tan cerca. Me costó mucho convencerla
de acudir juntos a una fiesta; luego del quinto intento al fin accedió y fuimos
a bailar hasta el amanecer. Ese día descubrí que tenía un swing muy coqueto. Fue más difícil aún robarle un beso, que ella
terminó por aceptar porque, como me confesó luego, su corazón empezaba a ceder
a mis intenciones de enamorarla. El tiempo que pasábamos juntos en el gimnasio
y que solíamos prolongar con las caminatas se había encargado de unirnos,
despertando un sentimiento que ninguno terminó
por rehusar. Hasta ese momento no me animaba a hablarle del extraño vínculo que
mantenía con la brujería. Un capítulo oscuro que constantemente se repetía en
mi destino. No quería asustarla. Prefería prestar atención a los
acontecimientos que ella me contaba sobre su vida. A veces ponía en una balanza
todo lo que le tocó vivir durante su niñez frente a los estragos que pasé con
el ocultismo y terminaba convenciéndome de que ella tuvo una vida realmente
trágica. Una tarde de noviembre, le propuse escribir su historia, contarla a
través de una novela que titularía: “El ocaso de la tristeza”. Se puso feliz,
los ojos le brillaron como nunca antes mientras agradecía el interés que le
prestaba a su vida. Me encantaba verla así, sonriente, mostrando los agujerillos
que le brotaban en el rosto cuando reía. Lucecita representaba la oportunidad para
embarcarme de nuevo en el amor, un sentimiento abandonado en el rincón más
oscuro de mi corazón. No creía que
podría volver a enamorarme luego de los constantes fracasos que había tenido.
Pero claro, nadie puede ser enteramente feliz pasando el resto de su vida en la
más completa soledad. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<o:p></o:p></div>
La aparición de ese muñeco
decapitado con retazos de prendas de hombre y mujer me hizo pensar que podría
tratarse de una amenaza para nuestra unión, fue una idea que rondó mi cabeza como
una ráfaga antes de que ella despertara. Era poco más de las siete y tenía
apenas el tiempo justo para volver a su habitación, darse una ducha y alistarse
antes de salir al trabajo. Algo apurado le conté el sueño del hombre que yacía
muerto a balazos en una esquina. Debió notarme preocupado. “Tranquilízate mi
amor. Nada va a pasar si dejas de pensar en eso. Olvida lo de anoche, es mejor
no darle importancia”. Me abrazó, dejando que sintiera sus pechos; olfateé su
olor, acaricié su rostro con ternura y junté mi boca con la suya suavemente. “Debo
irme, es tarde”, me apuró. Salió rauda a preparase para sus labores. Por la
tarde volvería, como de costumbre, a ejercitarse. </div>
</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="http://3.bp.blogspot.com/-Zyw2x3kwo0c/UuX8vcKQrCI/AAAAAAAAATY/4xVd5TsQ2AM/s1600/ritual.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="http://3.bp.blogspot.com/-Zyw2x3kwo0c/UuX8vcKQrCI/AAAAAAAAATY/4xVd5TsQ2AM/s1600/ritual.jpg" height="320" width="320" /></a></div>
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TIRA PIEDRAShttp://www.blogger.com/profile/00515629599509667286noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-8083027458305763274.post-3955295840924109662014-01-12T20:03:00.001-08:002016-11-08T22:30:48.615-08:00EL OCASO DE LA TRISTEZA (Primer Capítulo)<div class="MsoNormal">
<div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;">
<div class="MsoNormal">
<b><span style="font-family: "cooper black" , "serif"; font-size: 14.0pt; line-height: 115%;">I<o:p></o:p></span></b></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<b><i>Viernes 23 de Enero del 2014
(00:40 a.m.)<o:p></o:p></i></b></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Hoy he decido, por fin, empezar a
contar esta historia. No persigo fama, tampoco atraer la atención de alguien
que pudiera sentir compasión o piedad hacia mí. Sólo sé que debo extirpar un
tumor que crece en mi alma. Estos últimos días los he vivido de manera
aterradora, envuelto en una maraña de dudas, miedos e incertidumbre por la repetición
constante y cíclica de acontecimientos oscuros que podrían servir de
inspiración a cualquier novelista aficionado a las historias de terror. Debo
reconocer que hasta ahora no había visto algo similar, salvo en las películas
de espanto o en alguna de las novelas de Stephen King. A pesar de haber transcurrido dos décadas desde
la primera vez que metí mis narices en el mundo del ocultismo, ha sido hasta ahora
que pude toparme cara a cara con el terrorífico rostro del mal. Sería
apresurado intentar describir en estas
primeras líneas lo que aconteció hace pocas semanas. Sólo puedo adelantar que he sido víctima de un
muy bien elaborado trabajo de hechicería. Alguien tramó un ardid en mi contra;
puedo intuir que motivado por un odio que no alcanzo descifrar, pues he sido
siempre muy cortés y diplomático con mis amigos y en cierta medida con quienes
se han puesto del lado de la enemistad. Sin embargo el corazón del hombre puede
anidar rencores enfermizos. Quien haya sido el artífice de este entripado
macabro debió gastar una muy buena cantidad de dinero. Esto no parece ser obra
de un aprendiz o charlatán, aquí ha metido la mano alguien que sabe pactar con
el maléfico demonio. Los incrédulos podrán decir que pretendo armar una trama
basándome en una superstición. Puede que, incluso, acerquen mi estado emocional
con la locura y sugieran un tratamiento psiquiátrico para alejar de mi mente
todo tipo de apariciones fantasmales. Supongo que no es frecuente toparse con
alguien que toda su vida ha estado involucrado con sucesos paranormales. Admito que soy ese sujeto. Un ser humano cuya
existencia se vio amenazada desde su infancia por eventos misteriosos
vinculados con el esoterismo y la hechicería. Pero hoy mi temor no es el mismo
de años pasados, esta vez he llegado a creer que me encuentro ante la antesala
de una hecatombe. No estoy exagerando,
lo que ocurrió días atrás es mucho más que una señal de mal augurio. Si me han seguido hasta aquí puedo decirles
que nunca antes sentí esta escalofriante sensación que me acompaña esta
madrugada. Seguro estarán preguntándose qué ha ocurrido…<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
</div>
<a name='more'></a><br />
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Todo volvió a comenzar con la
aparición de un extraño paquete a mediados de diciembre del año anterior (2013),
en el tercer nivel de mi casa, donde funciona un pequeño lugar de entrenamiento con
pesas (gimnasio) que logré construir con mucho esfuerzo hace nueve años. En ese
espacio suelen entrenar durante el verano hasta cuarenta personas al día. He
sido un aficionado a los deportes desde que era un niño. Jugaba fútbol en las
calles, aún sin asfaltar, del convulsionado barrio de Pueblo Libre donde he
vivido desde que nací; luego en la selección de mi escuela, también en el
equipo de la universidad, e incluso tuve un corto paso por algunos equipos de
la Liga de Fútbol. Hasta antes que me detectaran un mal en los riñones que
limitó mis aventuras atléticas, solía despertar a las 5:30 a.m. para ir a trote
rumbo al río Lacramarca.
Eran algo de 3 kilómetros de distancia que cubría en menos de veinte minutos. Mi
pasión por la actividad física hizo que con ingenio colocara cemento en cuatro
baldes de manjar blanco y los uniera con bastones de veinte centímetros,
obteniendo así un par de curiosas
mancuernas. Por si eso fuera poco solía colgarme del marco de mi puerta para
realizar barras. Alguno de ustedes lo
habrá intentado también. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Una noche allá por el año 2003,
mientras iba camino a la universidad en el automóvil, divisé en los altos de un
edificio, el movimiento incansable de un gimnasio. La gente se movía,
transpiraba, cargaba barras con discos de hierro a los costados, jalaba poleas,
mientras que algunos se movían al ritmo de una música acelerada. En ese momento
me nació el bichito de montar un lugar de entrenamiento con pesas. No uno tan
grande como aquél, pero si algo modesto y acogedor. Tardé un año en hacer
realidad aquél anhelo, gracias a unos ahorros que había guardado a lo largo de
mi vida universitaria en los que aprendí a ganar dinero asesorando proyectos y
digitando a computadora los trabajos de la mayoría de mis compañeros de clase.
Ayudó también un préstamo que gentilmente me hizo papá. Una noche de febrero
del 2004 bautizamos el local con el nombre de “GYM CARLITOS; una vecina religiosa se encargó de rezar el
rosario y echar agua bendita ante la ausencia de un sacerdote. Desde entonces han pasado temporadas buenas y
malas, veranos candentes donde el lugar lucía atiborrado de gente y había que
esperar un buen rato para poder entrenar; tiempos de duelo cuando fallecieron,
en un trágico accidente automovilístico, las hermanas Pérez, quienes habían
pasado dos meses entrenado aquí. Recuerdo un año muy malo, lleno de
circunstancias tenebrosas; al parecer la mala suerte se había instalado en el
gimnasio pues en poco menos de un mes se produjeron cinco accidentes, uno de
ellos muy serio en el que casi pierde la vida un amigo ingeniero, al que por
poco se le destapa el cráneo al caérsele encima una barra con sesenta kilos de
peso, mientras hacía sentadillas. El resultado del accidente fue una ceja
abierta que tuvieron que suturar con ocho puntos. Las semanas siguientes la
gente se ausentó por la presencia de un invierno endemoniado que se extendió
hasta noviembre aquél año; lloviznas intensas, vientos helados y densas
neblinas caracterizaron la friolera estación.
Para mí fue la peor de las temporadas; los ingresos que obtenía a diario
eran irrisorios. Había pasado de una época de bonanza a un tiempo marchito en
el que apenas podía reunir los soles
suficientes para mi manutención. A pesar de la racha incómoda, nunca me pasó por
la cabeza cerrar el negocio. Tenía una ligación emocional muy fuerte con ese
montón de discos de bronce, mancuernas y bancos de pecho que no permitía que
optara por el cierre. Por el contrario, siempre buscaba incorporar algo nuevo;
eso me había llevado a pedir un crédito bancario con el fin de hacer mejoras y
comprar algunos aparatos para el gimnasio. Atrincherado por aquella deuda fui
en busca de un empleo temporal. Trabajé como ayudante de un electricista y
también empadronando viviendas durante el censo. Estudiar la secundaria en un colegio
técnico y haber pasado unos años en la universidad servían de algo a la hora de
conseguir trabajo. Una vez saldada la deuda y con la llegada del verano las
cosas en el negocio tuvieron un mejor semblante. Por entonces mantenía una
relación sentimental con Yamilé, una chica cuyos ojos tenían un color parecido a
la miel fresca; durante las noches ese par de luceros brillaban con tal
intensidad que se hacía difícil escapar de su mirada. Aunque mi realidad
económica no era como para sonreír, su presencia me consolaba. El amor resulta
ser una buena medicina en los momentos agrios. ¿Pero qué ocurre cuando se
acaba? O cuando acaba la dosis en un corazón pero el otro aún conserva resquicios
de amor. Al parecer no existe una relación lógica ni uniforme entre el inicio y
el término de este sentimiento en una pareja. Eso lo entendí una mañana de
agosto cuando Yamilé se paró frente a mí y con dos palabras destrozó algo en mi
interior. Podría decir que hasta mis huesos sufrieron el impacto de su
contundente: ¡SE ACABÓ! Acaso podía terminar todo de esa manera, así como se acaba la mantequilla, el azúcar o
la leche. En medio de aquella terrible
confusión sentimental, recurrí por
enésima vez a Marilyn, la única mujer que conoce a profundidad mis traspiés por
el ocultismo. Aunque hace mucho que le perdí el rastro, sé que aún perdura en
su memoria las noches en que nos aventuramos a viajar a través del tiempo,
guiados por un ánima que se manifestaba mediante un grupo de cartas
españolas. Ella fue quien me acercó a
las artes esotéricas. No se consideraba una tarotista, menos una bruja, decía
que poseía un don y que lo empleaba para ayudar a las personas. Hubo una época
en la que no tomaba una decisión sin antes consultarle. Aunque trababa de librarme
de aquella dependencia, terminaba por convocarla cuando los problemas parecían
tener un origen oscuro. Para entonces ninguno sospechaba que aquella práctica
traería consecuencias funestas más adelante. Nos dejábamos llevar por la
tentación de truncar las intenciones del destino. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
La partida intempestiva de Yamilé me hizo buscar de nuevo a Marilyn y sus cartas españolas. La hice venir a mi
casa una noche, como de costumbre pasada las nueve. Llegó puntual, vestida con
un jean que ponía en aprietos a los hombres cuando la veían pasar. Usaba
maquillaje discreto y solía pintarse el cabello al menos un par de veces al año.
Esa ocasión lo traía de un tono amarronado que particularmente no me gustaba.
“El tono rojizo te va mejor”, le dije una vez. Cuando tiró las cartas sobre mi
cama la expresión de su rostro se adelantó a decirme que no iba a escuchar
buenas noticias. “Te han jugado sucio amigo. Veo mucha envidia a tu alrededor y
a un hombre que tiene un odio enfermizo hacia ti. Esta persona quiere verte
truncado, abatido…”. Es cierto que la mayoría de enemigos se los gana uno
gratuitamente; en la primaria, por ejemplo, había un niño que siempre me
buscaba a la hora de recreo para golpearme. No entendía por qué me había
elegido. Quizás le desagradaba que la guapa profesora Nancy me tuviera una
consideración especial por mis buenas calificaciones. Estaba harto de sus
ataques, tanto que durante varios días pensé en la manera de librarme de él. Sólo
se me ocurría tomarlo por el cuello y cortárselo con una navaja, pero no tenía el
valor para ejecutar mi plan macabro. En verdad me sentía frustrado, capaz de un
acto salvaje dirigido a terminar con su abusiva conducta en mi contra. Hasta
que por fin, durante un recreo, llegó la oportunidad de arreglar cuentas con
Diego Osorio. Sí, ese era el nombre del niño pegalón. La pelota cayó en mi
cabeza mientras comía una manzana sentado en las gradas del estrado. “Pensaste
que hoy te librarías de mí”. Levanté la mirada y estaba parado a medio metro. Su sonrisa burlona era otra forma de castigo. No
quería seguir soportándolo. A pesar de su gran tamaño, tenía que acabar con el
abusivo Diego Osorio en ese instante. No iba a tener otra oportunidad. El balón
había caído justo al costado de mi pierna derecha; sabía que podía golpear la
pelota tan fuerte como para remecer el travesaño de los arcos de fulbito. Me
paré, tomé el balón y le di un puntapié, el más duro que había dado hasta
entonces. Fue un golpe de ira, conteniendo meses de congoja y llanto nocturno. La cabeza de Diego se tambaleó de un lado a
otro como un muñeco inflable. Luego vino un llanto, la retirada, mi alegría, mi
libertad… Sin embargo, el enemigo que aparecía en las cartas de Marilyn era
distinto, se trataba de un ser astuto que buscaba en las artes del ocultismo el
arma perfecta para derrocarme, o al menos eso pretendía. “Ahora te toca
preguntar”. Aquella era la parte más atractiva en todo el ritual de
cartomancia. “¿Quién es esa persona? Puedes decirme algo de él, porqué quiere hacerme
daño. ¿Lo conozco?... Tantas preguntas
juntas no abatían nunca a Marilyn. Conocía muy bien su trabajo y sabía actuar
en cualquier circunstancia como una verdadera profesional. Muy resuelta recogió
las cartas y volvió a barajarlas, luego las agrupó y me pidió cortar la baraja
en tres. El sujeto detrás de las
artimañas maléficas era una ex- pareja de Yamilé. Un hombre que, al parecer, no
podía olvidar la curvatura casi perfecta de su silueta ni el brillo intenso de
sus ojos. Yo representaba un obstáculo en el camino que se había trazado para
recuperar su amor. Sin proponérmelo me convertí en el blanco de un psicópata
obsesionado. Desde entonces me hice una idea monstruosa de todas las ex –
parejas. El desamor debía convertirlos en tipos resentidos capaces de recurrir
a cualquier método – incluso la brujería – con tal de traer de vuelta a sus
mujeres. Una actitud enfermiza, desesperante… ¿Yo también me convertiría en alguien así? <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Cuando Marilyn enfundó sus cartas
y estaba a punto de marcharse la tomé del brazo. No quería que se fuera. Sentía
miedo, como un niño que acaba de ver una película de terror y necesita de
alguien a su costado para poder dormir. “¿Qué crees que debería hacer?”, le
pregunté contrariado. Ella me miró con ternura, tomó mi mano y pronunció las
palabras exactas. Aquellas que necesitaba oír en ese momento. “Ten Fe en Dios.
Si Él está contigo nadie podrá contra ti”. Por entonces mis lazos con el creador
estaban resquebrajados; podría decirse que me encontraba más cerca del agnosticismo
que de ser un cristiano fervoroso, algo que en mi juventud había practicado con
tesón. Esa ruptura con Dios influyó en mi decisión de enfrentar al enemigo con
las mismas armas que él empleaba. Todo se pactó muy rápido, con la urgencia de
un paciente que necesita ser intervenido quirúrgicamente para salvarle la vida.
Sólo una semana después de conocer el acecho de fuerzas del mal en mi contra visité
una hechicera en las afueras de la ciudad. No quería correr ningún riesgo. Antecedentes
tenía de sobra para prestarle la atención debida a los vaticinios de las cartas
españolas. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Durante mi infancia vi morir a mi
hermano Juanchi, víctima de un extraño mal que ningún doctor logró
diagnosticar. Mi madre, devastada por la muerte de su pequeño hijo de nueve
años, recurrió a una pitonisa para que ésta descubriera a través de la hoja de
coca el verdadero motivo de su tempranera desaparición. “Al niño lo ha matado le brujería”, le dijo.
Esa frase quedó grabada como un estribillo que sonaba en mi cabeza con un
ímpetu avasallador. “Brujería”. “Brujería”. A pesar de que por entonces no
entendía el significado ni la magnitud de esa palabra, creo que empecé a
vincularme con ella por el simple hecho de haber acompañado a mi madre a
conocer la verdad. Desde entonces un
halito tenebroso inundó nuestra morada. Cada cierto tiempo aparecían ramos de
flores marchitas en nuestro balcón, piscas de sal en el borde de nuestra puerta
y ventana que daban a la calle; algunas ocasiones la casa se llenaba de ruidos
extraños, como si alguien más habitara con nosotros, alguien que era capaz de
mover las sillas levemente o soltar objetos desde lo alto, pero que también
podía cambiar de humor y convertirse en una fiera que chocaba contra la puerta
de mi habitación, como si tratara de ingresar a la fuerza. Mis intentos de
gritar pidiendo ayuda resultaban inútiles. Tenía atorada la garganta, con
claros síntomas de estar asfixiándome. Ni siquiera podía bajar de la cama
porque el cuerpo no atendía las órdenes de mi cerebro. Ese terrible momento
duraba sólo unos segundos; el invasor parecía cansarse y emprendía la retirada
dejando ver su silueta oscura a través de la ventana que daba al pasillo. ¿Por qué no conseguía entrar? Algo debía
detenerlo, impedir que penetrara y me hiciera algún tipo de daño. La única
explicación que pude encontrar a lo largo de todos estos años se basa en la
presencia implacable de Juanchi, quien como un escudero se paraba delante de mi
puerta e impedía que aquella fuerza siniestra ingresara. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Situaciones como aquella ocurrieron
cada cierto tiempo a mi alrededor; fue justamente esa repetición cíclica la que
acrecentó mis dudas y temores, resultando determinante a la hora de optar por recurrir
a una hechicera en busca de ayuda. Sé que recibiré muchas objeciones; censura e
incluso desmérito de quienes estén aquí siguiendo este relato; pero sí he tomado
la decisión de contar mis entretelones con el ocultismo debo ajustarme a la
verdad sin reparos morales; tampoco debo permitir que la presión de algunos
personajes involucrados merme mi deseo de ser lo más exacto posible en hechos y
circunstancias. Con Marilyn, por ejemplo, no mantengo ningún tipo de contacto
por este tiempo; a pesar de haber sido grandes amigos hace varios años que no
recibo un mensaje de texto al celular ni un saludo por alguna red social de su
parte. Pero sé que ella aprobaría esta decisión de contar cada detalle de lo
que compartimos en las artes esotéricas. Al resto le pido disculpas anticipadas
por vulnerar parte de su intimidad. Si desean saber qué pasó con Yamilé,
otorgaré unas líneas para explicar que la ex – pareja finalmente consiguió el
propósito de someterla de nuevo a su lado, porque el amor se convierte
justamente en eso, una forma de sometimiento involuntario cuando se hace uso de
la hechicería para traer al ser “amado” de vuelta. A mí me tocó resignarme,
aunque costó varios meses de nostalgia en los que recurrí al método más eficaz
que conozco para dejar atrás un amor: la poesía. Ya ha sido suficiente, por ahora, de remontarnos
al pasado; más adelante seguro que aparecerán relatos espantosos, es mi
compromiso, no voy a dejarlos con ninguna duda sin resolver; pero es momento de
volver al extraño paquete que apareció en diciembre del año pasado en el
gimnasio…</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<o:p></o:p>Era poco más de las once de la noche;
al parecer, todos habían abandonado el gimnasio una hora antes. En ese momento
me encontraba compartiendo una reparadora cena cargada de proteínas y calorías con
Luz, la pequeña mujer de ojos pardos con quien mantenía un romance prometedor. Llevaba
tres años de conocerla y poco más de quince meses de relación, tiempo
suficiente como para tomar la decisión de ir en serio. Disfrutaba el tiempo a su lado, coincidíamos
en el gusto por el deporte de las pesas, y aunque era varios años mayor que
ella teníamos un alto grado de compatibilidad. Aquél viernes de diciembre,
mientras recuperábamos las energías gastadas durante el día con una taza de
avena acompañada con panes y queso, oí de pronto música allá arriba. A esa hora
resultaba imposible que alguien estuviera ejercitándose. Salvo mi hermano
Carlos, que solía subir en ocasiones y quedarse hasta la media noche. Pero a él
lo había visto ingresar a su habitación media hora antes. ¿Quién podría estar?
Tuve que interrumpir mi charla con Luz y subí raudo a cerciorarme si aún había
gente entrenando. El lugar estaba vacío. Todas las luces encendidas y la música
a regular intensidad de volumen. Recorrí con la mirada el gimnasio de palmo a
palmo y efectivamente sólo las almas de las hermanas Pérez podrían estar merodeando
por allí, pero no algún mortal. Caminé hasta la zona posterior. Siempre empiezo
por el interruptor de esa parte y prosigo hasta llegar a la entrada. Antes de que
apagara el primer foco, vi un paquete arrimado a la pared del fondo. Supuse que
algún despistado se lo había olvidado en la tarde, aunque era demasiado grande
y colorido para que eso ocurriera. A pesar de estar dentro de una bolsa de
plástico con el logo de un súper mercado, podía notarse que se trataba de una
caja de zapatos. Por el color de la bolsa, deducirse que eran zapatos de mujer.
En un santiamén pasaron varios nombres por mi cabeza. Conozco a todas las
personas que concurren a ejercitarse y sospechaba de tres o cuatro que podrían
ser los propietarios del paquete. Pensé dejarlo allí hasta el día siguiente,
pero claro la curiosidad puede más, así que me animé a ver lo que contenía en
su interior. Di unos pasos hacia delante y tomé la bolsa por el aza, retirando
la caja lentamente hacia un costado. El viento que ingresaba por el ventanal
movió el plástico varios centímetros dando la sensación de que no me encontraba
solo. Destapé la caja lentamente y permití que mi mano derecha explorara su
contenido. Lo primero que sentí fue la tersura de unas telas. Al retirar la
tapa pude ver retazos de una camisa a rayas. ¿Una camisa de hombre? En una caja
de ese tipo era muy extraño. Quise extraer
la tela pero el ruido de una sonaja me sobresaltó. Di un brinco hacia atrás y
solté el paquete de golpe. ¡Pánico! Estoy seguro que cualquiera de ustedes lo
hubiera sentido. Golpeé la caja con el pie izquierdo varias veces (según mi
abuela debe usarse esa pierna o la mano del mismo lado para que la brujería no
te afecte). La sonaja hizo un ruido musical. “Tranquilo Marco, esto debe ser un
juego de niños. El hijo de alguien debió olvidar esto por la tarde”. Pensaba
que las hechiceras, pitonisas y espíritus malignos habían quedado en el pasado.
Tenía que abrir esa caja y demostrarme que podía vivir sin el karma de la
brujería rondándome. Recogí el paquete del suelo y lo abrí con decisión. De
pronto la parte más terrorífica de mi vida estuvo una vez más frente a mis
narices. ¡Qué carajo es esto! Era una imagen horrorosa; ningún niño podría ser
propietario de aquello. Los pequeños no jugaban con muñecos de plástico sin
cabeza. El juguete estaba vestido con un traje a colorines, parecido a los que
usan en el circo los payasos. A su costado se hallaba la sonaja y envuelto
entre las telas una tijera con dedales naranja. Traté de mantener la calma y
darle un último chance a la posibilidad de que todo fuera una broma. Me apuré
en dejar el paquete como lo encontré y decidí bajar con él para obtener una respuesta
sobre su aparición. Tal vez mi madre o alguno de mis hermanos conocía su
procedencia. Apagué las luces lo más
rápido que pude, mientras mi estómago empezó a producir ruidos extraños,
parecidos al chasquido de una puerta con las bisagras oxidadas. Supongo que era
una reacción natural de mi organismo por el miedo que estaba sintiendo. Cuando el
gimnasio estuvo a oscuras bajé las escaleras brincando como un saltamontes; no
quería permanecer solo allá arriba con ese muñeco decapitado. Fue un descenso rápido
hasta el primer piso; paré justo en la cocina, donde Luz me esperaba inquieta
por la demora. “Hallé esto en el
gimnasio, es una caja de zapatos con un muñeco decapitado adentro. Creo que se
trata de brujería”. Su rostro reflejó el impacto de mis palabras. No quería asustarla,
pero el miedo se transmite a través del aire, al igual que una gripe. Mi
pequeña compañera retrocedió unos centímetros ante la presencia evidente de
algo dañino. “¡Suelta esa cosa, no debes tomarla con las manos, podría pasarte el
daño¡”. Sabía exactamente lo que podía suceder si confirmaba que la caja contenía
brujería. La única manera de revertir esa idea era comprobando que el paquete
fue dejado allí por un niño despistado que llegó al gimnasio acompañando a su
madre. Usualmente no abandonaba el negocio por las tardes; salvo ocasiones en
las que alguna invitación para jugar fulbito me sacaba de mis labores cotidianas.
Sólo el miércoles había escapado de mi ajetreada rutina para reunirme con unos
amigos de la universidad y darle a la pelota. Pepe suplía mis escapadas ocasionales. Él
tendría que saber algo. Salí hacia el
patio de lavandería y llamé repetidamente a mi hermano. Tardó en responder,
porque a esa hora se deleitaba mirando los programas deportivos del cable y resulta
difícil sacarlo de su encantamiento con el resumen de goles de la Champions
Leagge. ¡Qué pasa!, preguntó asomándose al patio, dejando ver primero su
pronunciado abdomen, que durante los últimos meses adoptó la forma de una
sandía gigante. ¡Mira lo que había en el gimnasio!, respondí soltando la caja
en el suelo. Mi hermano vio caer el
paquete y retrocedió algunos metros en un intento de guarecerse. Supongo que imaginó que se trataba de alguna
bomba. Durante los últimos años la ciudad sufrió el incremento de
extorsionadores que solían amedrentar a sus víctimas colocando explosivos en
sus viviendas o negocios, para tal fin empleaban cajas muy parecidas a la que
yo encontré esa noche. Lo que acababa de caer no iba a explotar, al menos no en
ese momento. La tapa se deslizó al contacto con el piso y otra vez el muñeco
decapitado quedó al descubierto. El rostro de Pepe comenzó a mutar, pasando del
espanto al asombro ¡Qué mierda es eso! Temía que fuera lo mismo que yo pensaba,
lo que creía Luz, lo que cualquiera en su sano juicio hubiese asegurado que
contenía ese extraño paquete: ¡BRUJERÍA! Mi hermano tomó una escoba y empezó a remover
las telas, golpeó la sonaja y esta produjo ese ruidito musical que a esa hora
sonaba como una melodía escalofriante, finalmente dio vuelta al muñeco
desordenando todo el contenido. Un olor desagradable se dejó sentir, un olor a
cementerio que provenía de las profundidades de la caja, justo donde asomaba
una cabeza calva. Era la pieza que le faltaba al muñeco, un rostro con una
mirada dura, de esos que te espantan si los vez en la oscuridad. Hay un lugar
en México, en la zona paradisiaca de Xoximilco, que llama la atención por el
decorado macabro que ha recibido a manos de un hombre llamado Julián Santa Ana
Barrera. Es una pequeña isla en la que más de cien muñecas se lucen colgadas en
la rama de los árboles, además adornan espantosamente el interior de la humilde
morada de este extraño tipo muerto hace algunos años atrás. Pueden saber más
del sitio colocando en internet la “Isla de las Muñecas”, allí podrán apreciar cabezas
de muñecos tan horrorosos como el que acabábamos de descubrir. Ya no hacía
falta hacer preguntas. Quedaba claro que teníamos frente a nosotros un
maleficio. Pepe intentó reprender la hechicería golpeando con más fuerza;
mientras lo hacía lanzaba exabruptos que terminaron por despertar a mis padres
y a mi hermana Angela (quien atravesaba el cuarto mes de gestación). “¡Qué
pasa! ¡Qué pasa!, preguntaron las mujeres de la casa a coro, asomándose por el
segundo piso del inmueble, que tiene una vista hacia la lavandería. ¡Encontré
esto en el gimnasio!, les respondí, mostrándole la caja. Se espantaron al
contemplar el muñeco decapitado y todo ese montón de trapos revoloteados. Mucho más mi hermana, quien debido a su embarazo
era sensible hasta al zumbido de una mosca. Pepe no dejaba de golpear. Conté
más de veinte escobazos, todos lanzados con ira. ¡Hay que quemar esta mierda”,
le dije. Antes de que mi hermano respondiera la cabeza calva se iluminó. Unas
luces rojas empezaron a palpitar, allí mismo se escuchó una melodía que brotaba
desde el interior de esa circunferencia hueca con mirada aterradora. Se oía “<i>Vamos a cantar. Vamos a jugar. Adoremos
cantando. Adoremos cantando”</i>. ¡Golpea
más fuerte!, le pedí. La escoba caía justo en la cabeza sin poder silenciarla. Esa cosa tenía vida propia. Los intentos por callarla fueron vanos. No se
apreciaban cables, ni pequeñas luminarias, tampoco una pila; la luz tendría que
provenir de algún lugar. ¿Pero de dónde? Cómo podía ser posible que estuviera ocurriendo
un hecho como aquél frente a nuestras narices. Ese tipo de cosas sólo se veían
en las películas de terror. A pesar de los golpes continuos la canción siguió
sonando, incluso más fuerte que al inicio. Debía ser una especie de maleficio,
un rito musical que tenía que culminar para silenciarse. El ambiente olía a
miedo. ¿A qué nos enfrentábamos? “Vamos a quemar esto ahora mismo”; volví a
pedir, pero esta vez con un tono más airado. Pepe no quería moverse, así que yo
tuve que ir por los fósforos y algún líquido inflamable que pudiera desatar el
fuego. No llegué muy lejos, pues una rata de veinte centímetros y pronunciada
cola se cruzó en mi camino. El animal se escurrió entre mis piernas y trató de
ingresar a la cocina, donde Luz permanecía atónita. “Cierra la puerta, que no
entre…” Por un momento nos desentendimos del muñeco decapitado y fuimos a darle
caza al roedor. Lo acorralamos en el baño y allí le dimos muerte. “Quemémosla
junto con la caja”, sugirió mi hermano. Los relojes marcaban las 12:07 a.m. A
esa hora la cabeza volvió a oscurecerse. Fueron más de tres minutos que
escuchamos esa cancioncita maliciosa. El muñeco se mostraba, ahora, como un
combatiente caído en un campo de batalla, con los brazos extendidos; mientras
que la cabeza a su costado, conservaba la mirada perturbadora. Pepe recogió el
roedor y lo soltó sobre el paquete. La rata cayó justo en una esquina de la
caja de zapatos; había muerto con los ojos abiertos y su larga cola sorteó el
cuerpo del juguete de plástico. Eso hizo más horrenda la escena. Mi madre,
impávida, seguía nuestros movimientos desde el segundo piso. Se encontraba en
silencio, como quien mira con atención su película favorita. Angela, en cambio,
había retornado a su habitación, nerviosa, temblorosa, con las manos
humedecidas por los nervios. No era para menos… Mi hermano tomó la iniciativa y
empujó el paquete con la escoba, dirigiéndolo hacia la calle por el callejón. En
ese momento pude ir por los fósforos y algo inflamable. A buena hora que mi
padre guardaba una botella con petróleo en su pequeño almacén; con eso
bastaría. La consigna era incinerar el paquete para contrarrestar la
hechicería.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Mientras roseaba el combustible
sobre la caja, tirada en medio de la pista, trataba de entender por qué todo
volvía a repetirse. Una vez más me sentía atenazado por la presencia de
maleficios. Estaba seguro que aunque el paquete quedara convertido en cenizas
la mirada macabra de aquella cabeza calva persistiría en mi mente muchos días
más. El hechizo tampoco iba a deshacerse con el fuego; así que debía prepararme
para librar una batalla espiritual que no tardaría en empezar. Aquella noche de
viernes fue el inicio de una nueva historia de terror. Los días siguientes tuve
la sensación de estar convertido en el protagonista de la trama de algún
escritor maldito que narraba la más oscura de sus novelas. Sin embargo no podía
negar la realidad, aquél paquete que empezaba a consumirse por el fuego era,
sin dudas, un muy bien elaborado trabajo de hechicería. No tenía la menor idea
de quién pudo haberse tomado el tiempo, además de gastar varios billetes para
torcer mi suerte y verme apabullado. Descifrar esas interrogantes no era
prioritario en ese momento. Los primeros minutos del día sábado transcurrían a
un ritmo solemne. Tic Tac, Tic Tac, en todos los relojes de la curvilínea cuadra
once de Espinar. El fuego intenso propulsado por el chorreo del petróleo desató
una humareda que fue expandiéndose cuesta abajo en dirección a la avenida
aviación, donde un grupo de jóvenes parlaban entretenidos. Sólo habían treinta metros
de distancia desde nuestra casa, así que el paquete podía distinguirse con
claridad; pero claro, ellos no tenían la menor idea de lo que estaba
consumiéndose en su interior. Desde la puerta del callejón mi madre, Ángela,
Pepe y Luz observaron la escena petrificados. Nadie quería ser partícipe de
aquello, sabían que manteniéndose lo más lejos posible del muñeco decapitado corrían
menos riesgos de ser tocados por el mal agüero. Pero aun así, para nadie iba
resultar sencillo conciliar el sueño aquella noche, salvo mi padre, quien ni
siquiera puso un pie fuera de su cama. Cuando ingresamos a casa, luego de que el
paquete quedara convertido en cenizas, lo encontramos prendido de los
noticieros de media noche. Al sentir nuestro andar acompañado de murmuraciones soltó
una frase con su voz tosca. “¡Ya dejen de creer en esas cosas y vayan a dormir!”.
Antes de que eso ocurriera invité a todos a subir hasta el gimnasio para
graficar insitu el lugar exacto donde hallé el paquete, algo parecido a una reconstrucción
de los hechos policiaca. Las miradas de los presentes denotaban espanto, el
viento ajetreaba las esteras elevándolas ligeramente como hojas de papel. Varios
de los amarres de fierro eran víctimas del óxido y terminaron por ceder a la
presión de la lluvia y el calor sofocante de más de diez veranos. El clima nocturno no era el de los mejores
días veraniegos, así que la primera en desertar fue mi hermana, quien a pesar de
abrigarse con una casaca de lana, decidió bajar a su habitación para proteger
del frío al bebé que llevaba dentro. “Allí estaba”, señalé en dirección a una
esquina. “Era demasiado grande como para pasar desapercibido”, expliqué avanzando
por todo el lugar como un perro sabueso que olfatea en busca de obtener alguna
pista. “Alguien debió ver el paquete. Acaso nadie notó algo sospechoso. Tal vez
tú Pepé, que estás toda la tarde cuidando el internet viste a alguien que por
primera vez llegó a entrenar…”, la ausencia de respuestas empezaba a alterarme.
Mi madre respondió que no había visto nada extraño; era comprensible pues por
la tarde solía darse una siesta de dos horas. Pepe también dio una respuesta
negativa, excusándose en que los días anteriores se tomó varios minutos de la
tarde en ordenar su habitación. “No averiguarás nada ahora, cálmate y mañana temprano
preguntas a los chicos que vienen a entrenar”; a pesar de permanecer en
silencio desde que empezamos a desmantelar la caja, Luz logró tranquilizarme
con sus palabras. “Será mejor que duermas mi amor”. Luego de mucho rato volví a tomarme el tiempo
de contemplar fijamente sus ojos teñidos del color de la miel. “Sólo dormiré
tranquilo si me acompañas esta noche”. Mi pequeña compañera aceptó con una
sonrisa cómplice. Ya en mi habitación me acomodé como siempre al lado derecho de
la cama; ella aligeró sus prendas para recostarse. Cuando estuvo a mi costado apoyó
su cabeza sobre mi pecho y me pidió no hablar más del tema. En ese espacio en
el que se desnudaban nuestras almas sucumbí una vez más su perfume, dejando en
el olvido por esas horas todo intento de brujos y hechiceros que se esmeraban
en robar mi tranquilidad. </div>
</div>
</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<o:p></o:p><br />
<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="http://3.bp.blogspot.com/-n6gTrv99-sU/UtNlI6GUorI/AAAAAAAAATM/JibNGuAKrBQ/s1600/mu%25C3%25B1eco.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://3.bp.blogspot.com/-n6gTrv99-sU/UtNlI6GUorI/AAAAAAAAATM/JibNGuAKrBQ/s1600/mu%25C3%25B1eco.jpg" /></a></div>
<br /></div>
TIRA PIEDRAShttp://www.blogger.com/profile/00515629599509667286noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-8083027458305763274.post-11229707340672386742012-06-30T06:27:00.001-07:002012-07-03T18:13:10.554-07:00EL DEPURADOR DE MUJERES<br />
<div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;">
<b><span style="font-family: 'Times New Roman', serif; font-size: 14pt; line-height: 115%;">I<o:p></o:p></span></b></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="http://1.bp.blogspot.com/-yoEIAfHwrsQ/T-7-pMTC4AI/AAAAAAAAAQE/xs60pVfRvDU/s1600/hombre-misterioso.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="http://1.bp.blogspot.com/-yoEIAfHwrsQ/T-7-pMTC4AI/AAAAAAAAAQE/xs60pVfRvDU/s1600/hombre-misterioso.jpg" /></a></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
La mayoría de historias de amor están
llenas de mentiras. Desde que escuché esa frase en la letra de la canción <i>Eterno Odio</i> del español Ismael Serrano,
se volvió un estribillo que resonaba en mi mente llegando a aturdirla cada vez
que conocía una nueva mujer y terminaba convenciéndola de iniciar una relación
sentimental o de mantener encuentros sexuales fortuitos. No me costaba mucho
trabajo descubrir la sarta de engaños y la trama engorrosa que cada una de
ellas pretendía llevar a cabo. Todas utilizan el mismo esquema novelesco, están
provistas de las mismas armas y llegan
incluso a emplear frases convertidas en clichés. Es cierto que la historia de
la humanidad está sostenida por una montaña incalculable de falacias. Ahora
mismo se están produciendo en los gabinetes de los regímenes un millón de
nuevas mentiras que ayudarán a sostener el sistema los próximos mil años. Pero
no es de eso de lo que quiero hablar. Estoy lejos de ser un politólogo o un
analista acucioso de la sociedad. ¿Quién soy? ¿Qué soy? Es una definición
inexacta. <b><i>Jean Jacques <span style="background-color: white;">Rousseau</span></i></b><span style="background-color: white;"> decía</span> que el hombre nace bueno y
la sociedad lo corrompe. No pretendo excusarme en esa frase, porque admito que
no he pasado tantas penurias como las que le tocó vivir al filósofo sueco. El
mundo me parece horrendo, atestado de crueldad, tan desigual e injusto que he
terminado por convencerme de que Dios no sabe ser Dios. Hace tiempo que debió
renunciar a su trabajo. Tal vez ya lo hizo en silencio pero el hombre se
resiste a creer que finalmente está solo y debe liarse la vida sin esperar un
milagro del cielo. Pero no es mi descontento con la sociedad ni las
desavenencias con Dios las que me llevaron a convertirme en un depurador de
mujeres (prefiero ese calificativo al de asesino). Este efervescente deseo de
venganza, que ha sido calificado por los psiquiatras como un odio
incomprensible hacia las féminas tiene una explicación sencilla basada en el
génesis: La mujer se prestó desde el principio para el engaño, pactó con la
serpiente, confabuló contra el varón para redimirlo y tenerlo por los siglos de
los siglos a sus pies. Durante el tránsito de la historia personajes memorables
sucumbieron a las trampas de la hembra, perecieron o fueron derrocados por sus
mentiras, por esa poderosísima arma que la mujer esconde entre sus piernas. La
vagina femenina posee garras mortales, lubrica un veneno que lentamente va
matando a su víctima. Nunca pretendí cortar ese circuito interminable de
engaños, no puedo ser tan pretensioso, pero sé que al menos evité el
sufrimiento de algunos hombres y vengué mi propio dolor, cobré la humillación
que me hicieron esas víboras. Algunos me calificarán como un psicópata que se
ufana cobardemente de haber aniquilado a mujeres que no tenían la mínima opción
de repeler mi furia. El argumento es válido. Ellas no merecían vivir, por eso
les negué toda opción de perdón. Si alguien me pregunta por qué elegí
precisamente a esas mujeres o por qué no he derramado mi ira contra aquellos
hombres que son tan lacra como ellas no es el momento para responder aún. Si
les interesa conocer esta historia y están aquí persiguiendo mis pasos les
recomiendo sujetarse fuertemente. La compasión no ha sido mi virtud, sin
embargo esas hembras trastocaron mi mente y esa canción, esa bendita música (<i>Si ella se va, no la perdones, si te deja
cultiva bien tu odio, nunca seas generoso en olvido, cultiva tu odio….mirándole
a los ojos regálale eterno tu odio)</i> despertó un monstruo que no puedo
reconocer en el espejo. Ahora me resulta
imposible parar, estoy persiguiendo otra víbora que merece el mismo final que
las anteriores. La tengo rodeada. Es verdad que yo aún la amo, como amé a otras
mujeres. Y aunque por un momento los sentimientos me venzan debo evitar que ese
clítoris mortal siga consumiendo el alma
de otros hombres.<o:p></o:p></div>TIRA PIEDRAShttp://www.blogger.com/profile/00515629599509667286noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8083027458305763274.post-86730748421945851482012-04-08T18:28:00.001-07:002012-04-08T18:29:08.356-07:00Repaso en el humor virginal del verano…<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="http://3.bp.blogspot.com/-9m-xUG7USFs/T4I69zQs54I/AAAAAAAAAN0/cJPMIIEqCqQ/s1600/IMG_0820.JPG" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="300" src="http://3.bp.blogspot.com/-9m-xUG7USFs/T4I69zQs54I/AAAAAAAAAN0/cJPMIIEqCqQ/s400/IMG_0820.JPG" width="400" /></a></div><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">Repaso en el humor virginal del verano <o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">todos los galopes que emprendí<span style="mso-spacerun: yes;"> </span><o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">tratando de alcanzar una quimera<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">buscando inútilmente escribir<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">una línea a la que pudiera llamar verso,<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">queriendo ser una cosquilla en tu ombligo…<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">La ciudad estuvo siempre llena de cuervos<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">y yo me he quedado sin ojos -<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">ahora vivo tropezando con el desconcierto <o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">de las tarántulas -<o:p></o:p></span><br />
<br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: justify;"><span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">No voy a someter al corazón <o:p></o:p></span></div><span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">a un destierro para acurrucarme<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">en la más tierna nostalgia,<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">voy a buscar en el aire <o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">los resquicios del cotorrear <o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">de las palomas que huyen <o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">hacia el sur <o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">allá donde tu mano me espera<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">abierta como el hocico de un cocodrilo.<o:p></o:p></span><br />
<br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">Antes de que el invierno me atropelle<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">seré un pájaro<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">y pronto – tan pronto – <o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">como se rinda el verano<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">llegaré hasta tu cruz<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">con un ramillete de rosas rojas<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">me sentaré a tus faldas<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">a cantarte mis poemas<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">y abriré mi pecho en dos <o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">para entregar los últimos<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">suspiros que le quedan a mi corazón.<o:p></o:p></span>TIRA PIEDRAShttp://www.blogger.com/profile/00515629599509667286noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8083027458305763274.post-38861469758266610602012-03-08T18:07:00.008-08:002012-03-17T19:09:40.338-07:00LA HORA DE LA MUERTE<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: justify;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial; mso-themecolor: text1;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><span style="background-color: white; color: black;">La muerte no se anda con rodeos, por eso yo le tengo mucho respeto. No es por exagerar pero aquí en el pueblo todos le temen; algunos le llaman <b style="mso-bidi-font-weight: normal;"><i style="mso-bidi-font-style: normal;">“la parca”,</i></b> otros <b style="mso-bidi-font-weight: normal;"><i style="mso-bidi-font-style: normal;">“la pelona”</i></b>. El caso es que desde la otra vez en que se paseó<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>un mes enterito y se cargó en hombros - Dios sabe para dónde - a nueve de mis paisanos, la gente le agarró un miedo único. Cuando alguien se muere, ya sabemos que la muerte nunca viene por uno solo, es por eso que del puro espanto nadie quiere moverse de sus casas. Las mujeres no bajan hasta la quebrada - por donde pasa el río - a lavar sus ropas, pues les asusta pensar que <b style="mso-bidi-font-weight: normal;"><i style="mso-bidi-font-style: normal;">“la parca”</i></b> ande rondando por allí y de puro antipática como es ella, las empuje contra las aguas que de tiempo en tiempo se ponen bravas. Los machos, por muy bravos y fuertes que estos sean, se niegan a subir hasta la montaña a cortar leños, porque allá sí que uno anda a salto de mata con tanto zorro y <b style="mso-bidi-font-weight: normal;"><i style="mso-bidi-font-style: normal;">pishtaco</i></b> suelto y para la muerte resulta más fácil hacer su trabajo. El pueblo se vuelve por un tiempo silencioso y hasta parece que nadie viviera aquí; si no fuera por el cura de la iglesia – que por cierto no es de este lugar sino de la costa y es, además, el único al que la muerte no le parece un asunto tan grave - que todas las mañanas toca la campana del templo a golpe de las siete, la gente que cruza por El Sauce (mi pueblo) para ir hasta los caseríos detrás de la montaña, pensarían que <b style="mso-bidi-font-weight: normal;"><i style="mso-bidi-font-style: normal;">“la pelona”</i></b> ya arrasó con todos por aquí. </span></span></span><br />
<span style="background-color: white;"><br />
<span style="color: black;"></span></span><br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="http://2.bp.blogspot.com/-vYTTQwzU2Fs/T1lmsfgnLBI/AAAAAAAAANc/Zsxbn63E6U0/s1600/muerte2.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><span style="background-color: white; color: black;"><img border="0" src="http://2.bp.blogspot.com/-vYTTQwzU2Fs/T1lmsfgnLBI/AAAAAAAAANc/Zsxbn63E6U0/s1600/muerte2.jpg" /></span></a></div><span style="background-color: white;"><br />
<span style="color: black;"></span></span><br />
<span style="background-color: white;"><br />
<span style="color: black;"></span></span></div><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><span style="background-color: white; color: black;"> </span></span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><span style="background-color: white; color: black;"></span></span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><span style="background-color: white; color: black;"><a name='more'></a></span></span><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: justify;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial; mso-themecolor: text1;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><span style="background-color: white;"><span style="color: black;">El otro día, cuando a Teobaldo Ponce se le atragantó un trozo de carne en la garganta que terminó por asfixiarlo, se armó un lío muy grueso en la puerta de la iglesia; una multitud encabezada por el gobernador Abundio Quino fue entrada la noche a exigirle al curita Anselmo que se dejara de tanto rodeo religioso y llevara a cabo uno de esos rituales donde se sacan los malos espíritus y demonios que se le meten al cuerpo a la gente. Los demonios ingresan también a las casas o se afincan en los pueblos para hacer daño. Con Teobaldo, eran siete los que se morían en poquito menos de un mes en el pueblo y quien haya visto la cara de mis paisanos podrá decir que el pánico estaba tallado en sus rostros. Ante tanta muerte seguida, se llegó a creer que algún mal aire o demonio debiera andar rondando por El Sauce, por eso es que medio pueblo fue a tirarle la puerta al cura para que de una buena vez botara al maligno que nos estaba despoblando. <o:p></o:p></span></span></span></span></div><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><span style="background-color: white; color: black;"> </span></span><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: justify;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial; mso-themecolor: text1;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><span style="background-color: white;"><span style="color: black;">- ¡Silencio! ¡Silencio! – reclamó el curita Anselmo a la multitud - Si hablan todos juntos no voy a entender lo que me dicen, y ultimadamente esta no es la forma de venir a gritar aquí. ¡La casa de Dios se respeta señores! <span style="mso-spacerun: yes;"> </span><o:p></o:p></span></span></span></span></div><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br />
<span style="background-color: white;"><span style="color: black;"> </span></span></span><span style="background-color: white;"><span style="color: black;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> </span><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> </span><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial; mso-themecolor: text1;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El gobernador Abundio apoyó la petición del sacerdote y pidió silencio a la muchedumbre. Luego, con su acostumbrado respeto para decir las cosas, soltó la lengua:<o:p></o:p></span></span></span></span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br />
<span style="background-color: white;"><span style="color: black;"> </span></span></span><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: justify;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial; mso-themecolor: text1;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><span style="background-color: white;"><span style="color: black;">- Perdone el alboroto señor cura, tiene mucha razón en lo que dice, pero la gente no grita por la puras – dijo de entrada - si hemos venido a molestar su tranquilidad es porque, como usted bien sabe, en el pueblo se ha producido tal racha de muertos que todos aquí andan noche y día suspirando purito miedo. Hay muchos que aún no están preparados para morirse, pues les falta recibir el perdón de Dios y temen por eso ir a parar al <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>infierno…<o:p></o:p></span></span></span></span></div><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br />
<span style="background-color: white;"><span style="color: black;"> </span></span></span><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: justify;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial; mso-themecolor: text1;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><span style="background-color: white;"><span style="color: black;">- No entiendo el pánico Abundio, todos vamos a morir algún día, sino es mañana será pasado, el otro mes o el año que viene, eso ya lo tiene previsto Dios, así que sólo queda esperar su voluntad – habló más tranquilo el cura – Nadie puede ir contra los designios del Altísimo; además si tanto temen ir al infierno, aprovechen este momento para arrepentirse de sus pecados, la casa de Dios les abre sus puertas ahora mismo.<o:p></o:p></span></span></span></span></div><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br />
<span style="background-color: white;"><span style="color: black;"> </span></span></span><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial; mso-themecolor: text1;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><span style="background-color: white;"><span style="color: black;">- No creo que la gente vaya a calmarse así…<o:p></o:p></span></span></span></span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br />
<span style="background-color: white;"><span style="color: black;"> </span></span></span><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial; mso-themecolor: text1;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><span style="background-color: white;"><span style="color: black;">- ¿Pero qué cosa quieren entonces, para qué es toda esta bulla?, replicó el curita.<o:p></o:p></span></span></span></span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br />
<span style="background-color: white;"><span style="color: black;"> </span></span></span><span style="background-color: white;"><span style="color: black;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> </span><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> </span></span></span><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: justify;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial; mso-themecolor: text1;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><span style="background-color: white;"><span style="color: black;">El Abundio ahora sí se animó a sacarse el sombrero, que se lo había estado moviendo como quien lo acomoda desde que llegó a <st1:personname productid="la Iglesia. Por" w:st="on">la Iglesia. Por</st1:personname> un momento se aguantó en lo que iba a decir, un poco por respeto al cura, un poco porque él no se creía mucho el cuento ese de que un demonio estaba obrando en “El Sauce”, pero sobretodo porque si algo le daba más miedo que toparse con la muerte, era ofender a Dios con sus palabras y despertar la ira del Altísimo contra el pueblo; sin embargo siendo él la autoridad, no le había quedado más remedio que encabezar la marcha. <i style="mso-bidi-font-style: normal;">“Hay de nosotros si ofendemos a Dios, allí sí que no habría ni santo ni cura que nos libre”</i>, susurró el gobernador antes de animarse a hablar de nuevo, cosa que hizo más por la presión del gentío que no lo dejaba de mirar que por voluntad propia.<span style="mso-spacerun: yes;"> </span><o:p></o:p></span></span></span></span></div><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br />
<span style="background-color: white;"><span style="color: black;"> </span></span></span><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: justify;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial; mso-themecolor: text1;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><span style="background-color: white;"><span style="color: black;">- Lo que la gente quiere es que usted se encargue de correr al demonio que está despoblándonos.<o:p></o:p></span></span></span></span></div><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br />
<span style="background-color: white;"><span style="color: black;"> </span></span></span><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial; mso-themecolor: text1;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><span style="background-color: white;"><span style="color: black;">- ¿Demonio? ¿De qué demonio hablan? – preguntó extrañado el cura.<o:p></o:p></span></span></span></span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br />
<span style="background-color: white;"><span style="color: black;"> </span></span></span><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial; mso-themecolor: text1;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><span style="background-color: white;"><span style="color: black;">- Es que tanta muerte seguida no puede ser otra cosa que obra de algún maligno que se ha ensañado con nosotros, y el único que puede librarnos de él es usted. <span style="mso-spacerun: yes;"> </span><o:p></o:p></span></span></span></span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><span style="background-color: white; color: black;"> </span></span><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: justify;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial; mso-themecolor: text1;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><span style="background-color: white;"><span style="color: black;">- ¡Caramba! Encima de tener que soportar todo este alboroto, debo escuchar tamaña barbaridad – replicó el cura ofuscado - <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>Yo estoy en “El Sauce” para hablarles de Dios, de su amor, de su misericordia, del plan de salvación que nuestro Señor tiene para los que deciden vivir conforme a su palabra y no para hacerme líos con demonios…<o:p></o:p></span></span></span></span></div><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br />
<span style="background-color: white;"><span style="color: black;"> </span></span></span><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: justify;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial; mso-themecolor: text1;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><span style="background-color: white;"><span style="color: black;">- Pero …(trató de decir algo el Abundio, sin que el sacerdote lo dejara terminar).<o:p></o:p></span></span></span></span></div><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br />
<span style="background-color: white;"><span style="color: black;"> </span></span></span><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial; mso-themecolor: text1;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><span style="background-color: white;"><span style="color: black;">- ¡Qué alejados de Dios están en este pueblo! En vez de andar promoviendo revueltas que no tienen sentido, deberías incentivar a toda esta gente para que vaya a<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>misa los domingos. Tú eres la autoridad Abundio ¡Tú podrías!<o:p></o:p></span></span></span></span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br />
<span style="background-color: white;"><span style="color: black;"> </span></span></span><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: justify;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial; mso-themecolor: text1;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><span style="background-color: white;"><span style="color: black;">- Es que … (Quiso hablar de nuevo el gobernador pero otra vez lo dejaron con la palabra en la boca)<o:p></o:p></span></span></span></span></div><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br />
<span style="background-color: white;"><span style="color: black;"> </span></span></span><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: justify;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial; mso-themecolor: text1;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><span style="background-color: white;"><span style="color: black;">- Ya está bueno de andar buscando excusas para todo. A mí me preocupa mucho que el pueblo se haya ausentado de la iglesia los últimos meses. Tú, Abundio, eres de los pocos que asiste a la misa del domingo y eres testigo de lo desolado que luce el templo, así que no podrán decir que ando inventado cosas – increpó el sacerdote - <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>La falta de Fe provoca que aparezcan los miedos, que uno se espante hasta de su sombra. No se han puesto a pensar que haberse alejado de Dios es lo que causa en ustedes ese temor injustificado a la muerte. ¡Piénsalo Abundio! ¡Este pueblo urge de la palabra de Dios, así que hay que hablarles de Dios ahora mismo!...<o:p></o:p></span></span></span></span></div><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br />
<span style="background-color: white;"><span style="color: black;"> </span></span></span><span style="background-color: white;"><span style="color: black;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> </span><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> </span><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial; mso-themecolor: text1;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Apenas terminó de hablar, el cura Anselmo ingresó raudo a la iglesia dando pasos largos como de garza y al poco rato estuvo de vuelta con su sotana blanca montada sobre el cuerpo, sosteniendo en manos la impresionante Biblia de tapa dorada que todos los domingos se lucía en el púlpito del templo; se paró frente a la multitud mirándola con compasión, respiró hondo y dijo: <b style="mso-bidi-font-weight: normal;"><i style="mso-bidi-font-style: normal;">“!No le teman a la muerte hermanos, ábranle sus corazones a Jesús y Él les dará vida en abundancia!”</i></b>. Luego se dirigió al Abundio: <b style="mso-bidi-font-weight: normal;"><i style="mso-bidi-font-style: normal;">“Qué desatento es usted gobernador, no pensará que voy a pasarme toda la noche con <st1:personname productid="la Biblia" w:st="on">la Biblia</st1:personname> en brazos… Vamos hombre, mande a traer una mesa que así no puedo empezar la misa”</i></b>.<o:p></o:p></span></span></span></span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br />
<span style="background-color: white;"><span style="color: black;"> </span></span></span><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br />
<span style="background-color: white;"><span style="color: black;"> </span></span></span><span style="background-color: white;"><span style="color: black;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> </span><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial; mso-themecolor: text1;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El gobernador avergonzado por su falta de atención se encogió de hombros y pidió disculpas. Luego le ordenó <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>a un par de muchachitos de la multitud <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>que fueran por una mesa y una silla del local comunal. La misa duró poquito menos de una hora. El cura se la pasó haciendo mención a las bienaventuranzas de los hombres que respetan los mandatos Divinos. De rato en rato soltaba algún versículo de la Biblia para tranquilizar a la gente que lo miraba con recelo. Una vez que terminó su sermón, la muchedumbre que se había silenciado por un momento para oírlo, se puso de nuevo en marcha y una silbatina se escurrió por la calle en señal de que el pueblo no se creyó nadita la cháchara religiosa que se esforzó en dar. Aunque el Abundio trató de calmarlos la gente estaba enfurecida. Pedro Cabrejos, el matarife del pueblo, fue el primero en dar un paso al frente y lanzar su amenaza contra el cura: <b style="mso-bidi-font-weight: normal;"><i style="mso-bidi-font-style: normal;">“¡Si no espanta al demonio hasta el domingo, le traemos abajo el templo!”</i></b>. Después lo siguió el viudo Abelardo Contreras, a quien recientemente se le había muerto la mujer de una rara fiebre que le puso la piel amarilla. <b style="mso-bidi-font-weight: normal;"><i style="mso-bidi-font-style: normal;">“¡Espántenos al maligno del pueblo o de lo contrario el próximo muerto va ser usted!”</i></b>. Después ya todo se volvió un griterío tremendo que se mezclaba con el silbido del viento que repiqueteaba embravecido y no dejaba oír los ruegos piadosos del curita, quien se dobló de rodillas y alzó las manos al cielo como queriendo recibir la ayuda de Dios en ese momento. Pero nada hizo cambiar el ánimo de mis paisanos. O se comprometía en hacer el ritual o ya pronto su cabeza iría a parar al fondo de una fosa.<o:p></o:p></span></span></span></span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br />
<span style="background-color: white;"><span style="color: black;"> </span></span></span><span style="background-color: white;"><span style="color: black;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> </span><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> </span><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial; mso-themecolor: text1;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El viernes de esa misma semana, el curita Anselmo encargó al gobernador Abundio reuniera a la población en el descampado que bordea la quebraba - por donde cruza el río para perderse en ese confín de montañas y abismos que circundan la entrada a nuestro pueblo - con el propósito de llevar a cabo el ritual espanta demonios.<o:p></o:p></span></span></span></span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br />
<span style="background-color: white;"><span style="color: black;"> </span></span></span><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><span style="background-color: white;"><span style="color: black;"><span lang="ES" style="mso-fareast-font-family: Arial; mso-themecolor: text1;"><span style="mso-list: Ignore;">-<span style="font-size-adjust: none; font-stretch: normal; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: normal; line-height: normal;"> </span></span></span><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial; mso-themecolor: text1;">¿A golpe de diez estará bien? – preguntó la autoridad.<o:p></o:p></span></span></span></span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br />
<span style="background-color: white;"><span style="color: black;"> </span></span></span><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><span style="background-color: white;"><span style="color: black;"><span lang="ES" style="mso-fareast-font-family: Arial; mso-themecolor: text1;"><span style="mso-list: Ignore;">-<span style="font-size-adjust: none; font-stretch: normal; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: normal; line-height: normal;"> </span></span></span><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial; mso-themecolor: text1;">Sí hombre, así me dan tiempo de reunir todo lo que necesito para el ritual – El curita se paró de pronto en seco frente al gobernador y se le quedó mirando con una seriedad irreconocible - <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>Tú sabes Abundio que esta no es mi voluntad, así que te hago responsable de lo que me pueda pasar con toda esa gente embravecida allá afuera.<o:p></o:p></span></span></span></span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br />
<span style="background-color: white;"><span style="color: black;"> </span></span></span><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0pt 18pt; mso-list: l0 level1 lfo1; text-align: justify; text-indent: -18pt;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><span style="background-color: white;"><span style="color: black;"><span lang="ES" style="mso-fareast-font-family: Arial; mso-themecolor: text1;"><span style="mso-list: Ignore;">-<span style="font-size-adjust: none; font-stretch: normal; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: normal; line-height: normal;"> </span></span></span><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial; mso-themecolor: text1;">Yo lo sé padrecito, sé que lo estamos obligando a hacer esto, pero le ruego que por un momento se ponga usted en el lugar de que fueran su mujer y sus hijos los que se están muriendo. Sienta tantita pena por nosotros… <o:p></o:p></span></span></span></span></div><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br />
<span style="background-color: white;"><span style="color: black;"> </span></span></span><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0pt 18pt; mso-list: l0 level1 lfo1; text-align: justify; text-indent: -18pt;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><span style="background-color: white;"><span style="color: black;"><span lang="ES" style="mso-fareast-font-family: Arial; mso-themecolor: text1;"><span style="mso-list: Ignore;">-<span style="font-size-adjust: none; font-stretch: normal; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: normal; line-height: normal;"> </span></span></span><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial; mso-themecolor: text1;">Si no sintiera pena por ustedes hace tiempo que me hubiera marchado de este pueblo. Eso que te quede bien claro.<o:p></o:p></span></span></span></span></div><span style="background-color: white;"><span style="color: black;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> </span><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> </span><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> </span></span></span><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: justify;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial; mso-themecolor: text1;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><span style="background-color: white;"><span style="color: black;">Ni bien el gobernador anunció por el altoparlante que el ritual se llevaría a cabo a las diez, “El Sauce” empezó a convulsionar en un fragor popular que sólo se vive durante la semana de festividades en honor a la virgencita de Las Mercedes, patrona de nuestro pueblo. El anuncio se esparció en pocas horas hasta los pueblos vecinos y a golpe de las ocho un tropel de comunitarios de “La Cascada”, “La Pampa” y “Casapalpa” se apostó en la plazuela portando crucifijos, velas, dientes de ajos a montones y afiches de cuanto santo se conocía en la región. Cuando el curita Anselmo atravesó la plaza, cabizbajo y con un hálito desconsolado, rumbo a la quebrada, recibió los vítores de aliento de la muchedumbre que siguió sus pasos alentándolo con cantos religiosos y oraciones. <o:p></o:p></span></span></span></span></div><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><span style="background-color: white; color: black;"> </span></span><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0pt 18pt; mso-list: l0 level1 lfo1; text-align: justify; text-indent: -18pt;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><span style="background-color: white;"><span style="color: black;"><span lang="ES" style="mso-fareast-font-family: Arial; mso-themecolor: text1;"><span style="mso-list: Ignore;">-<span style="font-size-adjust: none; font-stretch: normal; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: normal; line-height: normal;"> </span></span></span><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial; mso-themecolor: text1;">Dios nos perdone por esto señor Gobernador – le dijo al Abundio que se movía a su lado escoltándolo - Rituales como el que vamos a llevar acabo son considerados un sacrilegio para la Iglesia y ustedes me están obligando a ir contra mis principios eclesiásticos. ¡Lo menos que me espera es la excomulgación!<o:p></o:p></span></span></span></span></div><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br />
<span style="background-color: white;"><span style="color: black;"> </span></span></span><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0pt 18pt; mso-list: l0 level1 lfo1; text-align: justify; text-indent: -18pt;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><span style="background-color: white;"><span style="color: black;"><span lang="ES" style="mso-fareast-font-family: Arial; mso-themecolor: text1;"><span style="mso-list: Ignore;">-<span style="font-size-adjust: none; font-stretch: normal; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: normal; line-height: normal;"> </span></span></span><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial; mso-themecolor: text1;">Pierda cuidado, que aunque lo echen del clero usted puede quedarse en “El Sauce” todo el tiempo que quiera. Nomás espántenos al demonio y verá que hasta Pedro Cabrejos y el Abelardo Contreras le ofrecen su morada. <o:p></o:p></span></span></span></span></div><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br />
<span style="background-color: white;"><span style="color: black;"> </span></span></span><span style="background-color: white;"><span style="color: black;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> </span><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> </span></span></span><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: justify;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial; mso-themecolor: text1;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><span style="background-color: white;"><span style="color: black;">Pasada las diez de la noche cientos de personas, entre hombres, mujeres y niños, habían atiborrado las lomas allá arriba en la quebrada. Desde el pueblo se dejaban ver las lucecillas inquietantes de los cirios que resistían tercamente al ataque del viento. La noche estaba endemoniada, crecía en lo alto como una interminable capa negra que escondía la luna y las estrellas, anunciando con su aliento los primeros latigazos del crudo invierno serrano; pero aun así nadie quiso renunciar a seguir de cerca el ritual. La muchedumbre permaneció quietecita, atrapada en una extraña sensación de sosiego, casi casi como si estuvieran en trance. Al curita Anselmo le temblaban las manos mientras iba desenvainando los objetos que había traído para la ocasión en un costalito de felpa. Primero sacó una crucecita de madera, que se la dio a sostener al gobernador, luego un bolso negro repleto con hojas de romero que dejó caer al suelo, también una botella con agua bendita, un collar hecho de dientes de ajos y un pequeño sable de acero. ¡<b style="mso-bidi-font-weight: normal;"><i style="mso-bidi-font-style: normal;">¡Por ningún motivo permitas que alguien se acerque!”.</i></b> <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>En medio del vendaval que no dejaba de azuzar los cabellos de la gente, el cura Anselmo dio inicio al ritual formando un montículo con las hojas de romero. Para que el viento no esparciera la hierba, el gobernador tuvo que armar, antes, una barricada con pedruscos. “<b style="mso-bidi-font-weight: normal;"><i style="mso-bidi-font-style: normal;">Ahora enciende las hojas”</i></b>, le ordenó el curita al Abundio, quien siguió sus órdenes como un servicial monaguillo. Cuando el olor del romero alcanzó a la muchedumbre, el bramido de los zorros se disparaba en los montes produciendo punzadas de miedo en las mujeres y los niños. El humo había ganado las montañas empujado por el viento y ese olorcito recalcitrante que se esparcía inquietaba a los animales. <b style="mso-bidi-font-weight: normal;"><i style="mso-bidi-font-style: normal;">“¡La sangre que nuestro Señor Jesucristo derramó en la Cruz limpie este pueblo de los demonios y malos espíritus!”</i></b>, profirió desde sus entrañas el cura con una voz que debió oírse hasta muy lejos; en ese momento se había desprendido de los nervios y agitaba con su mano derecha la botella del agua bendita salpicando goterones en el terruño mientras que con la otra sostenía un pequeño libro que sacó de uno de los bolsillos de su gabardina y empezó a leer en latín: <span class="tema-content1"><i style="mso-bidi-font-style: normal;"><span style="line-height: 150%; mso-ansi-font-size: 12.0pt; mso-bidi-font-size: 12.0pt;">crux sancti patris benedicti<b style="mso-bidi-font-weight: normal;">/</b>crux sacra sit mihi lux/non dracco sit mihi dux/!vade retro satana¡/numquam suade mibi vana/sunt mala quae libas/ipse venena bibas<b style="mso-bidi-font-weight: normal;"> </b>(</span></i></span><span class="tema-content1"><span style="line-height: 150%; mso-ansi-font-size: 12.0pt; mso-bidi-font-size: 12.0pt;">cruz del santo padre Benito/mi luz sea la cruz santa/ no sea el demonio mi guía/!apártate Satanás¡/pues maldad es lo que brindas/bebe tú mismo el veneno/). La muchedumbre se sobresaltó al oír el tono lúgubre del sacerdote y a algunos se les metió el miedo por los poros, tanto que retrocedieron varios pasos, quedando listos para echarse a correr en caso el demonio se apareciera para enfrentar al cura Anselmo. Francisco Pulido, el chofer del pueblo que cubría casi todas las rutas de la zona con su combi blanca, trató de convencer a su prometida Marcelina Poma para quedarse hasta el final del rito, pero a ella se le habían bajado por completo los ánimos y hace rato que sudaba frío y balbuceaba palabras que nadie alcanzaba entender. “Mejor la bajas Panchito antes que el demonio acabe por tomarla”, le habló su compadre Venancio Robles. Mientras Francisco hacía el camino cuesta abajo rumbo al pueblo, llevando en el lomo a la mujer que en unos meses debía convertirse en su esposa; el curita Anselmo alzó el sable de acero y empezó a batirse en combate como un espadachín, enfrentando a las truculentas sombras de la noche que se hacía más negra y fría. “¡Fuera Satanás! ¡Largo de este pueblo demonio!, repetía una y otra vez mientras trataba de cortar el aire con el arma. Al rato nomás inició la caminata de retorno rumbo al pueblo pronunciando oraciones en latín, seguido de la multitud que iba regando a su paso dientes de ajo por todo el camino.<o:p></o:p></span></span></span></span></span></span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="http://2.bp.blogspot.com/-2Z6P8LJvFjM/T1lnEKy9tSI/AAAAAAAAANk/Uere06NLImw/s1600/muerte1.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><span style="background-color: white; color: black;"><img border="0" height="241" src="http://2.bp.blogspot.com/-2Z6P8LJvFjM/T1lnEKy9tSI/AAAAAAAAANk/Uere06NLImw/s320/muerte1.jpg" width="320" /></span></a></div><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br />
<span style="background-color: white;"><span style="color: black;"> </span></span></span><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><span style="background-color: white; color: black;"> </span></span><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br />
<span style="background-color: white;"><span style="color: black;"> </span></span></span><span class="tema-content1"><span lang="ES" style="line-height: 150%; mso-ansi-font-size: 12.0pt; mso-bidi-font-family: Arial; mso-bidi-font-size: 12.0pt; mso-themecolor: text1;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><span style="background-color: white;"><span style="color: black;">Exactamente nueve días después del ritual, en la “La Cascada” se dio inicio a las celebraciones en honor a la virgencita Santa Eulalia, patrona del pueblo. El caserío, decorado con cadenetas y armajos que colgaban en los balcones de las casas estaba animado para la bailanta al compás de la Banda de Músicos de “Los Hermanos Agapito”, quienes estiraban sus notas en la plazoleta, paseándose también por las empedradas calles seguidos de los mayordomos y comunitarios, quienes bailaban, bebían chicha de jora y desparramaban la cerveza a su paso. El primer día del jolgorio llegaron varios centenares de personas de todos los rincones de la comarca y el número se duplicó durante los tres días consecutivos que duró la calurosa fiesta. Para el cierre del festejo el Francisco ya había hecho más de cincuenta viajes yendo y viniendo por los caminos serpentineros de la región. “Hoy me toca celebrar a mí”, le dijo a su compadre Venancio, quien tenía dos días de haberse embotado libando sin control. “Véngase compadre, únase a la fiesta”. Ambos se sentaron en una de las mesas colocadas alrededor de la plazuela y pidieron una ronda de cervezas, luego otra y otra más. Bebieron hasta el amanecer, degustaron los últimos platillos que sobraron de la quermés y cerca de las seis de la mañana salieron abrazados dando tumbos en dirección a la gobernación, donde estaba estacionada la combi del Panchito. Alguien que los vio pasar por la plaza soltó la frase: “Si no fuera porque el cura Anselmo espantó a la muerte de “El Sauce” juraría que este par no llegan a cruzar la quebrada”. Con Francisco y el Venancio fueron nueve los que se murieron en poquito más de un mes en el pueblo. Después del accidente a mí me quedó clarito que cuando llega la hora de la muerte, de tu muerte, de mí muerte no hay santo ni cura que nos libre. <span style="mso-spacerun: yes;"> </span><o:p></o:p></span></span></span></span></span>TIRA PIEDRAShttp://www.blogger.com/profile/00515629599509667286noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8083027458305763274.post-21481344403591472622011-12-20T20:21:00.000-08:002011-12-20T20:21:32.041-08:00NO VENGAS<span lang="ES">No vengas huésped despiadado<o:p></o:p></span><br />
<span lang="ES">a cortejar mis linos <o:p></o:p></span><br />
<span lang="ES">con tu guante seductor;<o:p></o:p></span><br />
<span lang="ES">aparta de mí tu dulce calvario<o:p></o:p></span><br />
<span lang="ES">y que corran tus sonrisas<o:p></o:p></span><br />
<span lang="ES">lejos de mi corazón.<o:p></o:p></span><br />
<br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt;"><span lang="ES">No<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>vengas a sembrar tu pasto<o:p></o:p></span></div><span lang="ES">a la luz del rocío;<o:p></o:p></span><br />
<span lang="ES">no despiertes las ansias<o:p></o:p></span><br />
<span lang="ES">de mis brazos asfixiados<o:p></o:p></span><br />
<span lang="ES">en el cruel olvido.<o:p></o:p></span><br />
<br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt;"><span lang="ES">No quiero que vengas<o:p></o:p></span></div><span lang="ES">aunque persista en mí<o:p></o:p></span><br />
<span lang="ES">una extrañeza de tu mano<o:p></o:p></span><br />
<span lang="ES">y sobreviva en el invierno <o:p></o:p></span><br />
<span lang="ES">la longevidad del deseo.<o:p></o:p></span><br />
<span lang="ES">No, no vengas tú <o:p></o:p></span><br />
<span lang="ES">que te haces llamar amor..<o:p></o:p></span><br />
<br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt;"><br />
</div>TIRA PIEDRAShttp://www.blogger.com/profile/00515629599509667286noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8083027458305763274.post-28932850012569570402011-12-14T12:21:00.000-08:002011-12-14T12:21:01.161-08:00A ESTA HORA DEL DIA<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="http://4.bp.blogspot.com/-InqLQ--CqeU/TukFCdy_D5I/AAAAAAAAAMA/z_ERgI1u18k/s1600/ausencia.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="http://4.bp.blogspot.com/-InqLQ--CqeU/TukFCdy_D5I/AAAAAAAAAMA/z_ERgI1u18k/s1600/ausencia.jpg" /></a></div><br />
<span lang="ES-MX" style="line-height: 200%; mso-bidi-font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-style: italic;">A esta hora del día mis manos <o:p></o:p></span><br />
<span lang="ES-MX" style="line-height: 200%; mso-bidi-font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-style: italic;">solían recorrer en cruz tus caminos.<o:p></o:p></span><br />
<span lang="ES-MX" style="line-height: 200%; mso-bidi-font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-style: italic;">Bajaban rectas y firmes hacia la fosa<o:p></o:p></span><br />
<span lang="ES-MX" style="line-height: 200%; mso-bidi-font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-style: italic;">donde hierven tus deseos.<span style="mso-tab-count: 1;"> </span><o:p></o:p></span><br />
<br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; margin: 0cm 0.9pt 0pt 0cm; mso-layout-grid-align: none; mso-pagination: none; text-align: justify;"><span lang="ES-MX" style="line-height: 200%; mso-bidi-font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-style: italic;">A esta hora del día me hundí como<o:p></o:p></span></div><span lang="ES-MX" style="line-height: 200%; mso-bidi-font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-style: italic;">un puñal sobre tu cuerpo<o:p></o:p></span><br />
<span lang="ES-MX" style="line-height: 200%; mso-bidi-font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-style: italic;">y dejé crecer mis raíces en torno a él.<o:p></o:p></span><br />
<br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; margin: 0cm 0.9pt 0pt 0cm; mso-layout-grid-align: none; mso-pagination: none; text-align: justify;"><span lang="ES-MX" style="line-height: 200%; mso-bidi-font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-style: italic;"><o:p> </o:p></span><span lang="ES-MX" style="line-height: 200%; mso-bidi-font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-style: italic;">A esta hora del día siento tu ausencia<o:p></o:p></span></div><span lang="ES-MX" style="line-height: 200%; mso-bidi-font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-style: italic;">como un ciclón<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>que me arroja <o:p></o:p></span><br />
<span lang="ES-MX" style="line-height: 200%; mso-bidi-font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-style: italic;">hacia el vacío de la soledad.</span><span lang="ES-MX" style="mso-bidi-font-style: italic;"><o:p></o:p></span>TIRA PIEDRAShttp://www.blogger.com/profile/00515629599509667286noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8083027458305763274.post-48823910717578821942011-12-13T05:19:00.000-08:002011-12-13T05:59:47.959-08:00INSOMNIO<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="http://3.bp.blogspot.com/-hfFW9YGrSSI/TudQZY6PokI/AAAAAAAAAL4/ZLS1m2fL4ek/s1600/Insomnio.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="254" src="http://3.bp.blogspot.com/-hfFW9YGrSSI/TudQZY6PokI/AAAAAAAAAL4/ZLS1m2fL4ek/s320/Insomnio.jpg" width="320" /></a></div><span style="mso-ansi-language: ES-PE;"></span><br />
<span style="mso-ansi-language: ES-PE;">Mis ojos se entreabren de madrugada</span><br />
<span style="mso-ansi-language: ES-PE;">frente a un río caudaloso<o:p></o:p></span><br />
<span style="mso-ansi-language: ES-PE;">donde viajan<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>a toda prisa tus recuerdos..<o:p></o:p></span><br />
<span style="mso-ansi-language: ES-PE;">me busco en ellos sin fortuna;<o:p></o:p></span><br />
<span style="mso-ansi-language: ES-PE;">debo ser la página olvidada en un cuartel<o:p></o:p></span><br />
<span style="mso-ansi-language: ES-PE;">desguarnecido,<o:p></o:p></span><br />
<span style="mso-ansi-language: ES-PE;">el fusil rendido en un campo de batalla <o:p></o:p></span><br />
<span style="mso-ansi-language: ES-PE;">con miles de muertos.<o:p></o:p></span><br />
<br />
<span style="mso-ansi-language: ES-PE;">Tu fragancia trasciende las aguas,<o:p></o:p></span><br />
<span style="mso-ansi-language: ES-PE;">me habla de tus amores furtivos,<o:p></o:p></span><br />
<span style="mso-ansi-language: ES-PE;">del pétalo quebrantado <o:p></o:p></span><br />
<span style="mso-ansi-language: ES-PE;">con otras caricias, <o:p></o:p></span><br />
<span style="mso-ansi-language: ES-PE;">del grito que te nace en<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>el vientre<o:p></o:p></span><br />
<span style="mso-ansi-language: ES-PE;">y que alimenta otro orgullo.<o:p></o:p></span><br />
<br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt;"><span style="mso-ansi-language: ES-PE;">Por qué despierto a esta hora<o:p></o:p></span></div><span style="mso-ansi-language: ES-PE;">sin saber correr contra la corriente,<o:p></o:p></span><br />
<span style="mso-ansi-language: ES-PE;">Para qué se encienden todas las luces<o:p></o:p></span><br />
<span style="mso-ansi-language: ES-PE;">del universo si sólo he de verte pasar,<o:p></o:p></span><br />
<span style="mso-ansi-language: ES-PE;">jugueteando con tus dones,<o:p></o:p></span><br />
<span style="mso-ansi-language: ES-PE;">sonriéndole al caporal de tu dicha.<o:p></o:p></span><br />
<span style="mso-ansi-language: ES-PE;">Oscurézcanse mis ojos <o:p></o:p></span><br />
<span style="mso-ansi-language: ES-PE;">y que con el amanecer se vaya mi voz..</span>TIRA PIEDRAShttp://www.blogger.com/profile/00515629599509667286noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8083027458305763274.post-43432722580846846132011-12-12T19:09:00.000-08:002011-12-13T05:08:21.212-08:00URGENCIA<div class="separator" style="clear: both; text-align: left;"><span lang="ES">Déjame encontrarte esta noche<o:p></o:p></span></div><span lang="ES">o cualquiera de estos días,<o:p></o:p></span><br />
<span lang="ES">no tardes en aparecer, <o:p></o:p></span><br />
<span lang="ES">que depende de tu sonrisa<o:p></o:p></span><br />
<span lang="ES">la vida mía…<o:p></o:p></span><br />
<span lang="ES">Asoma tu primavera a mis ojos,<o:p></o:p></span><br />
<span lang="ES">ábreme la puerta de tus tardes<o:p></o:p></span><br />
<span lang="ES">para colgarme de ellas<o:p></o:p></span><br />
<span lang="ES">como un infante.<o:p></o:p></span><br />
<span lang="ES">Tengo tantas ganas de correr <o:p></o:p></span><br />
<span lang="ES">en tus pasillos,<o:p></o:p></span><br />
<span lang="ES">de escribir contigo<o:p></o:p></span><br />
<span lang="ES">mi biografía..<o:p></o:p></span><br />
<span lang="ES">En qué cielo, <o:p></o:p></span><br />
<span lang="ES">al compás de qué palabras,<o:p></o:p></span><br />
<span lang="ES">bajo que insinuaciones<o:p></o:p></span><br />
<span lang="ES">te rendirás a mis brazos…<o:p></o:p></span><br />
<span lang="ES">Déjame abrazarte<o:p></o:p></span><br />
<span lang="ES">ahora que se desbordan los ríos<o:p></o:p></span><br />
<span lang="ES">y se enciende la tormenta<o:p></o:p></span><br />
<span lang="ES">en mi pecho<o:p></o:p></span><br />
<span lang="ES">y siento esta urgencia <o:p></o:p></span><br />
<span lang="ES">de encontrarte.</span><br />
<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="http://3.bp.blogspot.com/-curuDC60AcM/TubBh5tXVeI/AAAAAAAAALw/Me37bm-exUQ/s1600/urgencia.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="221" src="http://3.bp.blogspot.com/-curuDC60AcM/TubBh5tXVeI/AAAAAAAAALw/Me37bm-exUQ/s320/urgencia.jpg" width="320" /></a></div>TIRA PIEDRAShttp://www.blogger.com/profile/00515629599509667286noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8083027458305763274.post-29544142705311273392011-12-06T04:58:00.000-08:002011-12-06T04:58:40.852-08:00MAL INCURABLE<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="http://1.bp.blogspot.com/-gK8ickdjRBg/Tt4RWfrZdrI/AAAAAAAAALY/O0Xbj4xEqfc/s1600/corazonroto.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="http://1.bp.blogspot.com/-gK8ickdjRBg/Tt4RWfrZdrI/AAAAAAAAALY/O0Xbj4xEqfc/s1600/corazonroto.jpg" /></a></div><span lang="ES"></span><br />
<span lang="ES">Una vez más he fracasado <o:p></o:p></span><br />
<span lang="ES">en el intento de abandonar<o:p></o:p></span><br />
<span lang="ES">tus huellas en algún rincón oscuro <o:p></o:p></span><br />
<span lang="ES">para ver si éstas dejan de perseguirme;<o:p></o:p></span><br />
<span lang="ES">No entiendo por qué tarda tanto <o:p></o:p></span><br />
<span lang="ES">en llegar el ocaso de este amor<o:p></o:p></span><br />
<span lang="ES">que ya no tiene ni sueños ni esperanza,<o:p></o:p></span><br />
<span lang="ES">que es sólo un reflejo desdibujado<o:p></o:p></span><br />
<span lang="ES">de la dicha pasada…<o:p></o:p></span><br />
<span lang="ES">He seguido cuanta receta me han dado<o:p></o:p></span><br />
<span lang="ES">para curarme de ti;<o:p></o:p></span><br />
<span lang="ES">come y bebe de otros cuerpos me han dicho;<o:p></o:p></span><br />
<span lang="ES">en lo posible no pases las noches solo,<o:p></o:p></span><br />
<span lang="ES">acompáñate con la sonrisa de una guapa muchacha;<o:p></o:p></span><br />
<span lang="ES">cuando te aceche la nostalgia,<o:p></o:p></span><br />
<span lang="ES">tómate un buen vino <o:p></o:p></span><br />
<span lang="ES">y una vez entrado en la somnolencia<o:p></o:p></span><br />
<span lang="ES">de la<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>embriaguez<o:p></o:p></span><br />
<span lang="ES">pégale un tiro en la frente.<o:p></o:p></span><br />
<span lang="ES">Pero poco o nada me han servido estas ínfulas terrenales,<o:p></o:p></span><br />
<span lang="ES">pues vivo en el fracaso de nombrarte <o:p></o:p></span><br />
<span lang="ES">mientras me acuesto sobre un país desconocido<o:p></o:p></span><br />
<span lang="ES">y despierto abrazando la certeza<o:p></o:p></span><br />
<span lang="ES">de lo incurable de mi mal.<o:p></o:p></span>TIRA PIEDRAShttp://www.blogger.com/profile/00515629599509667286noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-8083027458305763274.post-66252533114672384922011-12-02T06:52:00.000-08:002011-12-02T06:52:53.712-08:00La vida está en las calles<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="http://4.bp.blogspot.com/-wfX8YwmSOD8/TtjmHFCdyjI/AAAAAAAAALQ/0nkA0qEvjK0/s1600/DESPEDIDA.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="302" src="http://4.bp.blogspot.com/-wfX8YwmSOD8/TtjmHFCdyjI/AAAAAAAAALQ/0nkA0qEvjK0/s320/DESPEDIDA.jpg" width="320" /></a></div><br />
<br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">La vida está en las calles<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">extendida como una plataforma de fuego<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">donde aplacan el vuelo las palomas;<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">yo la he visto codearse con <o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">un bufete de demonios,<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">defender su territorio de las arpías.<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">Conozco también a los verdugos del cordero</span><span lang="UK" style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: UK;"><o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">que han tomado por asalto<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">los condominios de la patria<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">y sembraron sus tumores en la tierra.<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">Sé de verdades flotando en el aire<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">y que los cuervos pinchan como globos.<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">No tengo una metáfora para este mundo<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">quizás la alcancen los obreros,<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">las comadronas o los viejos,<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">tal vez se encuentre en las cicatrices del invierno<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">o en las maromas que conducen <o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">a los muertos a su cementerio. <o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">La vida está en las calles<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">es una efeméride abierta<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">una soledad chorreando su dolor<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">a cuentagotas <o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">un grito solitario en medio de un desierto<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">Triste y solitaria<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">avanza la vida<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">codeándose con el infierno.<o:p></o:p></span><br />
<br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: justify;"><br />
</div>TIRA PIEDRAShttp://www.blogger.com/profile/00515629599509667286noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-8083027458305763274.post-84054551092046601332011-11-29T19:36:00.000-08:002011-12-01T13:27:26.077-08:00LA ULTIMA TIRADA DEL TAROT<span style="font-family: "Helvetica Neue", Arial, Helvetica, sans-serif;">A<span style="font-size: 12pt;">quella era la tercera ocasión en la noche que las cartas del Tarot le mostraban a Mery un futuro poco promisorio en la vida de Ulises. <o:p></o:p></span></span><br />
<span style="font-family: "Helvetica Neue", Arial, Helvetica, sans-serif;"><span style="font-size: 12pt; mso-bidi-font-family: Calibri;"><span style="mso-list: Ignore;">-<span style="font-size-adjust: none; font-size: 7pt; font-stretch: normal; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: normal; line-height: normal;"> </span></span></span><span style="font-size: 12pt;">¿Quieres que tire las cartas de nuevo? – Preguntó la mujer<o:p></o:p></span></span><br />
<span style="font-family: "Helvetica Neue", Arial, Helvetica, sans-serif;"><span style="font-size: 12pt; mso-bidi-font-family: Calibri;"><span style="mso-list: Ignore;">-<span style="font-size-adjust: none; font-size: 7pt; font-stretch: normal; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: normal; line-height: normal;"> </span></span></span><span style="font-size: 12pt;"><span style="mso-spacerun: yes;"> </span>Sí, una vez más – porfió el hombre con un aliento desconsolado.<o:p></o:p></span></span><br />
<span style="font-family: "Helvetica Neue", Arial, Helvetica, sans-serif;"><br />
</span><br />
<span style="font-size: 12pt;"><span style="font-family: "Helvetica Neue", Arial, Helvetica, sans-serif;">Luego de barajear los naipes por cuarta vez y tirarlos sobre la mesa, aparecieron de nuevo la muerte, la torre, el diablo y el colgado, formando una hilera que desencadenaba en espantosos augurios. La correcta interpretación del tarot pronosticaba un futuro trágico en la vida de Ulises Alarcón, un próspero empresario constructor que llevaba varios años consultándose el futuro con Mery y visitando esporádicamente brujos y pitonisas para hacerse limpias y baños de florecimiento, como parte de un ritual que mantenía desde que se inició en los negocios, pues de esa manera decía que se cuidaba de la envidia y los malos deseos de la gente.<o:p></o:p></span></span><br />
<span style="font-size: 12pt;"><span style="font-family: "Helvetica Neue", Arial, Helvetica, sans-serif;">- Esto debe ser un error Mery; creo que hoy no es un buen día para ti – habló Ulises tratando de encontrar una explicación al infortunio mostrado por los naipes – nunca antes las cartas se mostraron tan negativas, porqué debían hacerlo ahora…<span style="mso-spacerun: yes;"> </span><o:p></o:p></span></span><br />
<span style="font-size: 12pt;"><span style="font-family: "Helvetica Neue", Arial, Helvetica, sans-serif;">- No lo sé, pero es lo que muestran y creo que deberías tomar en cuenta lo que te digo. Aléjate de esa mujer, que va a terminar por arruinarte la vida…<o:p></o:p></span></span><br />
<br />
<span style="font-family: "Helvetica Neue", Arial, Helvetica, sans-serif;"> </span><br />
<span style="font-family: "Helvetica Neue", Arial, Helvetica, sans-serif;"></span><br />
<span style="font-family: "Helvetica Neue", Arial, Helvetica, sans-serif;"><a name='more'></a><br />
</span><br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="http://4.bp.blogspot.com/-3LURRTOC9J4/TtWkSOj1J7I/AAAAAAAAAK4/YRukvZ7oGKE/s1600/cartas_tarot.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><span style="font-family: "Helvetica Neue", Arial, Helvetica, sans-serif;"><img border="0" height="209" src="http://4.bp.blogspot.com/-3LURRTOC9J4/TtWkSOj1J7I/AAAAAAAAAK4/YRukvZ7oGKE/s320/cartas_tarot.jpg" width="320" /></span></a></div><br />
<span style="font-family: "Helvetica Neue", Arial, Helvetica, sans-serif;"> </span><br />
<span style="font-size: 12pt;"><span style="font-family: "Helvetica Neue", Arial, Helvetica, sans-serif;">La mujer se llamaba Alexandra Venturo Rojas y tenía el cuerpo encaramado y cincelado<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>de curvas. Ulises ya había sabido de ella por boca de la misma Mery, mucho antes de conocerla. Fue una inusual noche lluviosa de enero, cuando agobiado por la incertidumbre de saber si ganaría o no la licitación de una millonaria obra, el hombre se dirigió hacia el norte de la ciudad maniobrando su moderno Hyundai Lantra, cruzó los límites de la urbe y se adentró en la zona campestre de San José, donde crecen enormes pinos y árboles forestales. Frenó su auto justo a la entrada de una plantación de naranjos, dio vuelta hacia la derecha y recorrió el camino terroso de ingreso a la chacra. Se estacionó frente a un rancho, bajó del auto y caminó raudo cubriéndose la cabeza con su casaca para no empaparse. La puerta estaba entreabierta. Detrás de ella una mujer <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>que acababa de pasar los cuarenta años, pero que aparentaba por lo menos tener un decenio más, lo aguardaba sosteniendo una vela. <b style="mso-bidi-font-weight: normal;"><i style="mso-bidi-font-style: normal;">“Vamos, entra rápido, que la lluvia va a acabar de empaparte”</i></b>, le dijo con su voz aguardentera. La choza estaba dividida en tres habitaciones y un pequeño cuartito donde Mery atendía a sus clientes y que ella llamaba “la salita”. El techo de esteras, a pesar de haber sido protegido con plásticos, no podía contener la arremetida de la lluvia en su totalidad y en varios puntos de la casa habían tinajas, baldes y cacerolas donde se almacenaba el agua de las goteras. En uno de los ambientes, la mujer dormía junto a sus dos hijos: Arturo y Nancy, ocupando una cama enorme. Pero esa noche nadie podía conciliar el sueño con el estruendo que producía el goteo del agua, así que la llegada de Ulises no resultó incómoda, pero sí causó sorpresa. <span style="mso-spacerun: yes;"> </span><o:p></o:p></span></span><br />
<span style="font-family: "Helvetica Neue", Arial, Helvetica, sans-serif;"><span style="font-size: 12pt; mso-bidi-font-family: Calibri;"><span style="mso-list: Ignore;">-<span style="font-size-adjust: none; font-size: 7pt; font-stretch: normal; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: normal; line-height: normal;"> </span></span></span><span style="font-size: 12pt;">Debe ser muy importante lo que quieres saber para venir a esta hora y con toda esta lluvia…<o:p></o:p></span></span><br />
<span style="font-family: "Helvetica Neue", Arial, Helvetica, sans-serif;"><span style="font-size: 12pt; mso-bidi-font-family: Calibri;"><span style="mso-list: Ignore;">-<span style="font-size-adjust: none; font-size: 7pt; font-stretch: normal; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: normal; line-height: normal;"> </span></span></span><span style="font-size: 12pt;">Mucho más importante de lo que te imaginas Mery – respondió Ulises mientras se quitaba la casaca húmeda.<o:p></o:p></span></span><br />
<span style="font-family: "Helvetica Neue", Arial, Helvetica, sans-serif;"><span style="font-size: 12pt; mso-bidi-font-family: Calibri;"><span style="mso-list: Ignore;">-<span style="font-size-adjust: none; font-size: 7pt; font-stretch: normal; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: normal; line-height: normal;"> </span></span></span><span style="font-size: 12pt;">Vaya hombre, me halaga saber que siempre confías en mí para tus asuntos…<o:p></o:p></span></span><br />
<span style="font-family: "Helvetica Neue", Arial, Helvetica, sans-serif;"><span style="font-size: 12pt; mso-bidi-font-family: Calibri;"><span style="mso-list: Ignore;">-<span style="font-size-adjust: none; font-size: 7pt; font-stretch: normal; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: normal; line-height: normal;"> </span></span></span><span style="font-size: 12pt;">Y en quién más podría confiar, si tú eres la <i style="mso-bidi-font-style: normal;">bruja </i>más certera de la ciudad…<o:p></o:p></span></span><br />
<span style="font-family: "Helvetica Neue", Arial, Helvetica, sans-serif;"><span style="font-size: 12pt; mso-bidi-font-family: Calibri;"><span style="mso-list: Ignore;">-<span style="font-size-adjust: none; font-size: 7pt; font-stretch: normal; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: normal; line-height: normal;"> </span></span></span><span style="font-size: 12pt;">Ya, ya, no me chamulles tanto<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>y vamos a “la salita”, que a eso viniste ¿no?…<o:p></o:p></span></span><br />
<br />
<span style="font-family: "Helvetica Neue", Arial, Helvetica, sans-serif;"> </span><br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="http://4.bp.blogspot.com/-BWGJ-GtyxP0/TtWlumXUUsI/AAAAAAAAALA/aEJWVgk4BIY/s1600/rancho.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><span style="font-family: "Helvetica Neue", Arial, Helvetica, sans-serif;"><img border="0" src="http://4.bp.blogspot.com/-BWGJ-GtyxP0/TtWlumXUUsI/AAAAAAAAALA/aEJWVgk4BIY/s1600/rancho.jpg" /></span></a></div><br />
<span style="font-family: "Helvetica Neue", Arial, Helvetica, sans-serif;"> </span><br />
<span style="font-size: 12pt;"><span style="font-family: "Helvetica Neue", Arial, Helvetica, sans-serif;">El pasillo que conducía hacia “la salita” era de tierra y estaba lleno de baches y altibajos; quien visitaba el lugar por primera vez solía tropezar en el trayecto, pero Ulises había recorrido aquél pasadizo tantas veces que sabía andar muy bien por él. <o:p></o:p></span></span><br />
<span style="font-family: "Helvetica Neue", Arial, Helvetica, sans-serif;"><span style="font-size: 12pt; mso-bidi-font-family: Calibri;"><span style="mso-list: Ignore;">-<span style="font-size-adjust: none; font-size: 7pt; font-stretch: normal; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: normal; line-height: normal;"> </span></span></span><span style="font-size: 12pt;">¿Qué olor es ese? - preguntó Alarcón al sentir una fragancia ardiente que le calentó la nariz ni bien puso un pie dentro del cuartito alumbrado con velas.<b style="mso-bidi-font-weight: normal;"><i style="mso-bidi-font-style: normal;"><o:p></o:p></i></b></span></span><br />
<span style="font-family: "Helvetica Neue", Arial, Helvetica, sans-serif;"><span style="font-size: 12pt; mso-bidi-font-family: Calibri;"><span style="mso-list: Ignore;">-<span style="font-size-adjust: none; font-size: 7pt; font-stretch: normal; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: normal; line-height: normal;"> </span></span></span><span style="font-size: 12pt;">He perfumado la mesa con azahares para levantarla. Estos días han estado algo pesados – respondió la mujer, luego de acomodarse en una vetusta silla de madera que tenía la sentadera forrada con junco. <o:p></o:p></span></span><br />
<span style="font-family: "Helvetica Neue", Arial, Helvetica, sans-serif;"><span style="font-size: 12pt; mso-bidi-font-family: Calibri;"><span style="mso-list: Ignore;">-<span style="font-size-adjust: none; font-size: 7pt; font-stretch: normal; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: normal; line-height: normal;"> </span></span></span><span style="font-size: 12pt;">Los míos también han sido complicados – empezó a contar Ulises con un tufo apagado después de sentarse - En el partido hay un pleito bárbaro por los cupos de trabajo. Quienes apoyaron al Alcalde en campaña están reclamando, con justo derecho, la chamba que les prometieron. ¿Te acuerdas de Julio, el gordo? Una vez lo traje para que se consulte por un problema con su mujer…<o:p></o:p></span></span><br />
<span style="font-family: "Helvetica Neue", Arial, Helvetica, sans-serif;"><br />
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: justify;"><span style="font-size: 12pt;"><span style="font-family: "Helvetica Neue", Arial, Helvetica, sans-serif;">Mery asintió con la cabeza mientras abría una cajetilla de cigarrillos <b style="mso-bidi-font-weight: normal;"><i style="mso-bidi-font-style: normal;">Inca</i></b><i style="mso-bidi-font-style: normal;"> </i>que luego empezó a regar sobre la mesa, colocándolos en hileras de cinco en cinco una debajo de otra. En total armó cuatro filas.<span style="mso-spacerun: yes;"> </span><o:p></o:p></span></span></div><span style="font-family: "Helvetica Neue", Arial, Helvetica, sans-serif;"><span style="font-size: 12pt; mso-bidi-font-family: Calibri;"><span style="mso-list: Ignore;">-<span style="font-size-adjust: none; font-size: 7pt; font-stretch: normal; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: normal; line-height: normal;"> </span></span></span><span style="font-size: 12pt;">Pues bien, con él me he asociado para agarrar proyectos grandes – prosiguió Ulises - Ahora que estamos en el gobierno tenemos que aprovechar todo lo que se pueda…Pero ni creas que la cosa es sencilla, así como se pelean por los cupos de trabajo también hay fuertes rencillas por hacerse de las obras. <span style="mso-spacerun: yes;"> </span><span style="mso-spacerun: yes;"> </span><o:p></o:p></span></span><br />
<span style="font-family: "Helvetica Neue", Arial, Helvetica, sans-serif;"><span style="font-size: 12pt; mso-bidi-font-family: Calibri;"><span style="mso-list: Ignore;">-<span style="font-size-adjust: none; font-size: 7pt; font-stretch: normal; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: normal; line-height: normal;"> </span></span></span><span style="font-size: 12pt;">Ahora entiendo…Ese es el motivo de tu angustia, por eso viniste a verme a esta hora <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>todo atolondrado – intervino la mujer.<o:p></o:p></span></span><br />
<span style="font-family: "Helvetica Neue", Arial, Helvetica, sans-serif;"><span style="font-size: 12pt; mso-bidi-font-family: Calibri;"><span style="mso-list: Ignore;">-<span style="font-size-adjust: none; font-size: 7pt; font-stretch: normal; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: normal; line-height: normal;"> </span></span></span><span style="font-size: 12pt;">Hay mucha plata en juego y es bueno saber sobre qué terreno estoy pisando para tomar una decisión acertada. Yo no decido nada sin antes consultarte y eso lo sabes muy bien…Eres mi asesora predilecta y un consejo tuyo vale más de lo que pueda decirme cualquier <b style="mso-bidi-font-weight: normal;"><i style="mso-bidi-font-style: normal;">‘abogaducho’</i></b> que tengo a mi alrededor.<o:p></o:p></span></span><br />
<span style="font-family: "Helvetica Neue", Arial, Helvetica, sans-serif;"><span style="font-size: 12pt; mso-bidi-font-family: Calibri;"><span style="mso-list: Ignore;">-<span style="font-size-adjust: none; font-size: 7pt; font-stretch: normal; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: normal; line-height: normal;"> </span></span></span><span style="font-size: 12pt;">Tú como siempre tan halagador Ulises, pero ni creas que por adularme te vas a ir sin pagar – bromeó la mujer con soltura mientras abría un paquete de velas – Deberías ir pensando en cómo agradecer todos los consejos que te he dado hasta ahora. Las brujas también merecemos tener una vejez digna…<span style="mso-spacerun: yes;"> </span><span style="mso-spacerun: yes;"> </span><o:p></o:p></span></span><br />
<span style="font-family: "Helvetica Neue", Arial, Helvetica, sans-serif;"><span style="font-size: 12pt; mso-bidi-font-family: Calibri;"><span style="mso-list: Ignore;">-<span style="font-size-adjust: none; font-size: 7pt; font-stretch: normal; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: normal; line-height: normal;"> </span></span></span><span style="font-size: 12pt;">Ya hablaremos en su momento de eso Mery. No soy ningún malagradecido, así que ten por seguro que yo sabré compensar tus años de servicio… Ahora necesito que te concentres al máximo en el Tarot… Quiero que me digas todo lo que ves, sin pelos en la lengua, así como siempre me dices las cosas; necesito saber si hay algún puñalero amenazándome la espalda; sea bueno o malo, debo saberlo todo para actuar…<o:p></o:p></span></span><br />
<span style="font-family: "Helvetica Neue", Arial, Helvetica, sans-serif;"><span style="font-size: 12pt; mso-bidi-font-family: Calibri;"><span style="mso-list: Ignore;">-<span style="font-size-adjust: none; font-size: 7pt; font-stretch: normal; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: normal; line-height: normal;"> </span></span></span><span style="font-size: 12pt;">No se diga más entonces y empecemos….<o:p></o:p></span></span><br />
<br />
<span style="font-family: "Helvetica Neue", Arial, Helvetica, sans-serif;"> </span><br />
<div class="MsoListParagraphCxSpMiddle" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 0pt; mso-add-space: auto; text-align: justify;"><span style="font-size: 12pt;"><span style="font-family: "Helvetica Neue", Arial, Helvetica, sans-serif;">La lluvia había cesado cuando Mery abrió uno de los cajones de la mesa y desenfundó una franela roja plegada cuidadosamente en cuatro pliegues iguales. La mujer tomó la tela en sus manos elevándola hasta la altura de su boca. A partir de ese momento su rostro se configuró con una expresión de rigidez que ni siquiera el aullido desaforado de los gatos ni el chasquido punzante que producía el goteo del agua empozada en el techo del rancho y que caía sobre las cacerolas conseguía romper. Nada lograba sacarla de aquél ensimismamiento místico que aceleraba y desaceleraba su respiración mientras iba regando con su aliento la franela y pronunciando frases que apenas se alcanzaban a oír como un murmullo. Se trataba de una invocación que repetía siempre antes de empezar a utilizar el Tarot, y que para ella resultaba siendo una especie de contraseña que le abría las puertas hacia los territorios del pasado y el futuro. Como en todas las ocasiones en que la bruja hacía uso de sus artes en el misterioso mundo del ocultismo, ni bien terminó de pronunciar el conjuro puso la franela roja sobre la mesa y la desdobló lentamente, hasta que los pliegues quedaron estirados como cuatro brazos, dejando al descubierto una pintoresca baraja. Ulises no dejaba de mirarla impávido, esperando con el corazón sobresaltado los augurios del tarot.<o:p></o:p></span></span></div><span style="font-size: 12pt;"><span style="font-family: "Helvetica Neue", Arial, Helvetica, sans-serif;">- Parte en tres – le pidió la mujer.<o:p></o:p></span></span><br />
<span style="font-family: "Helvetica Neue", Arial, Helvetica, sans-serif;"><br />
</span><br />
<div class="MsoListParagraphCxSpMiddle" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 0pt; mso-add-space: auto; text-align: justify;"><span style="font-size: 12pt;"><span style="font-family: "Helvetica Neue", Arial, Helvetica, sans-serif;">Ulises Calderón tembloroso, consumido por sus deseos vanos de poder y riqueza tomó el tarot y lo repartió en tres partes iguales. Su semblante había experimentado una transformación que Mery no podía reconocer ni siquiera en sus recuerdos más lejanos, que la hacían retroceder en el tiempo hasta una fría tarde de junio, cuando Calderón la visitó por primera vez y <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>quedó estupefacto por la exactitud con la que le narró, a través del tarot, los hechos de su vida pasada.<o:p></o:p></span></span></div><span style="font-family: "Helvetica Neue", Arial, Helvetica, sans-serif;"><span style="font-size: 12pt; mso-bidi-font-family: Calibri;"><span style="mso-list: Ignore;">-<span style="font-size-adjust: none; font-size: 7pt; font-stretch: normal; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: normal; line-height: normal;"> </span></span></span><span style="font-size: 12pt;">Tranquilo, hombre, quítate esa cara de sapo que aquí nadie se ha muerto.<o:p></o:p></span></span><br />
<span style="font-family: "Helvetica Neue", Arial, Helvetica, sans-serif;"><span style="font-size: 12pt; mso-bidi-font-family: Calibri;"><span style="mso-list: Ignore;">-<span style="font-size-adjust: none; font-size: 7pt; font-stretch: normal; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: normal; line-height: normal;"> </span></span></span><span style="font-size: 12pt;">Aún no, pero alguien va a morir si las obras se escapan de mis manos.<o:p></o:p></span></span><br />
<br />
<span style="font-family: "Helvetica Neue", Arial, Helvetica, sans-serif;"> </span><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: justify;"><span style="font-size: 12pt;"><span style="font-family: "Helvetica Neue", Arial, Helvetica, sans-serif;">Mery tomó el grupo de cartas de la derecha y empezó a esparcirlas sobre la mesa una por una. Apareció primero la imagen de un sol radiante con expresión inquebrantable que dejaba caer sus rayos sobre un puñado de girasoles y la cabeza de un mozalbete montado en un caballo blanco (El Sol). <b style="mso-bidi-font-weight: normal;"><i style="mso-bidi-font-style: normal;">“Con certeza el triunfo es tuyo”</i></b>, dijo la mujer y a Ulises se le fue desenmascarando el rostro de batracio que traía puesto. Luego aparecieron: un rey sentado en su trono (El Emperador), un ángel sujetando del hocico a un león (La Fuerza) y un príncipe subido en un carruaje empujado por dos esfinges (El carro); naipes que interpretados con la severidad de la bruja confirmaban la buena fortuna del hombre. <o:p></o:p></span></span></div><span style="font-family: "Helvetica Neue", Arial, Helvetica, sans-serif;"><span style="font-size: 12pt; mso-bidi-font-family: Calibri;"><span style="mso-list: Ignore;">-<span style="font-size-adjust: none; font-size: 7pt; font-stretch: normal; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: normal; line-height: normal;"> </span></span></span><span style="font-size: 12pt;">Si te lo he dicho infinidad de veces, tienes una suerte que hasta el mismísimo diablo debe envidiar – habló la mujer mirando, como quien lee algo, el cuarteto de cartas -<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>Ese negocio será tuyo hombre. ¡Te vas a hacer rico! <o:p></o:p></span></span><br />
<br />
<span style="font-family: "Helvetica Neue", Arial, Helvetica, sans-serif;"> </span><br />
<div class="MsoListParagraphCxSpMiddle" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 0pt; mso-add-space: auto; text-align: justify;"><span style="font-size: 12pt;"><span style="font-family: "Helvetica Neue", Arial, Helvetica, sans-serif;">A Ulises le brotó un brillo indecente en los ojos al oír los presagios de prosperidad para su vida inmediata. <b style="mso-bidi-font-weight: normal;"><i style="mso-bidi-font-style: normal;">“Acabas de devolverme la paz al alma”</i></b>, dijo; y volvió al silencio, aguardando el resto de vaticinios. Antes de proseguir con la lectura del Tarot Mery se paró de golpe y colocó una nueva vela sobre la cera cuya mecha amenazaba con llegar a su fin. En seguida encendió dos velas más y reemplazó a las que había al pie de una fila de pequeños santos de yeso, estampillas de vírgenes, crucifijos de madera y un cráneo que le pertenecía a un joven muerto en un accidente de tránsito varias décadas atrás y al que bautizó como ‘Antuco’. Después regresó a su silla, con la mano izquierda cogió un cigarro y lo prendió en la candela. <b style="mso-bidi-font-weight: normal;"><i style="mso-bidi-font-style: normal;">“Ahora vamos a ver si tu suerte en el amor es tan buena como en el dinero”</i></b>, habló antes de llevarse el tabaco a la boca, a sabiendas de que a Calderón poco o nada le importaba afianzarse en una relación sentimental, pues él aseguraba que no podía ser “ratón de un solo hueco”. Esa filosofía libertina del amor lo obligó a disolver dos matrimonios, habiendo sido el motivo de las separaciones siempre el mismo: comprobados casos de infidelidad. Ulises estaba convencido de que “con dinero en los bolsillos, a un hombre nunca le faltarán mujeres”. A pesar de que Mery se ofreció a ayudarlo infinidad de veces para que a través de rituales, menjunjes y baños de florecimiento trajese de vuelta a cualquiera de sus ex – mujeres, él siempre creyó innecesario ese “trabajo”. Su alma se desbordaba en un apetito frívolo por amasar fortuna; afán que esa noche sintió satisfecho con los designios que anunciaban su pronta elevación hacia la cima de sus aspiraciones. Por eso aguardaba con un hálito mesurado la resolución final del Tarot. <o:p></o:p></span></span></div><br />
<span style="font-family: "Helvetica Neue", Arial, Helvetica, sans-serif;"> </span><br />
<div class="MsoListParagraphCxSpMiddle" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 0pt; mso-add-space: auto; text-align: justify;"><span style="font-size: 12pt;"><span style="font-family: "Helvetica Neue", Arial, Helvetica, sans-serif;">Luego de darle un par de pitadas toscas al cigarrillo, Mery descubrió, con la mano derecha, una carta del segundo grupo de naipes. A esa hora de la madrugada los gallos anunciaban su despertar con gallardos cacareos, que la mujer interpretaba como señal de buen agüero. Apenas apareció el primer naipe (La Carta de los Enamorados), la bruja se sobresaltó mostrando una expresión de asombro que trató de disimular con una sonrisa. <b style="mso-bidi-font-weight: normal;"><i style="mso-bidi-font-style: normal;">“¡Caramba! Parece que pronto se te acaba la vida de pendejo que llevas”</i></b>. Ulises no tardó en responder: <b style="mso-bidi-font-weight: normal;"><i style="mso-bidi-font-style: normal;">“Lo pendejo a mí no me lo quita nadie”</i></b>. A pesar de que en los últimos dos años su figura se había explayado de tal forma que la gordura lo obligó a usar un par de tallas más en sus ropas y el cabello empezaba a abandonarlo silenciosamente, otorgándole una amplitud exagerada a su frente, Calderón conservaba el ego y la elevada autoestima de sus años mozos; le hacía frente a los problemas y circunstancias adversas de la vida con una fiereza encomiable y pocos como él podían jactarse de tener un éxito tan prolífico con las mujeres. En su larga lista de amantes se contaban varias bailarinas de concurridas discotecas, una veintena de agraciadas estudiantes universitarias, a quienes conocía en sus viciosas noches de alcohol en discos y pubs de la ciudad; además se lo vinculó con la mujer de un policía y un par de secretarias del gobierno regional. <o:p></o:p></span></span></div><span style="font-size: 12pt;"><span style="font-family: "Helvetica Neue", Arial, Helvetica, sans-serif;">- Con firmeza aparece esta mujer – continuó Mery, interpretando el significado de las tres nuevas cartas volteadas sobre la mesa: La Sacerdotisa, La Luna y el Colgado - Es joven, alta, medio morocha. ¡Vaya hombre! Te va a traer loquito esta chiquilla, tanto que estarás rendido a sus pies como un perrito zalamero. Te van a pisar el poncho Ulises, eso lo veo clarito.<o:p></o:p></span></span><br />
<span style="font-size: 12pt;"><span style="font-family: "Helvetica Neue", Arial, Helvetica, sans-serif;">- Hembras hermosas tengo a mis pies todos los días – respondió Calderón con aires de presunción – Antes que una mujer me pise el poncho yo ya le habré dado una buena patada en el culo… <o:p></o:p></span></span><br />
<br />
<span style="font-family: "Helvetica Neue", Arial, Helvetica, sans-serif;"> </span><br />
<div class="MsoListParagraphCxSpMiddle" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 0pt; mso-add-space: auto; text-align: justify;"><span style="font-size: 12pt;"><span style="font-family: "Helvetica Neue", Arial, Helvetica, sans-serif;">En una ocasión los augurios de Mery para la vida de Ulises no se cumplieron, circunstancia que la bruja atribuyó a un poderoso conjuro malicioso que una de sus amantes mandó realizar contra él para vengar el agravio de no convertirla en su esposa a pesar de habérselo prometido delante de sus padres. Aquél había sido un periodo de malas rachas en los que Calderón no atinaba a concretar proyecto alguno; la constructora estuvo a punto de sucumbir ante una inminente amenaza de quiebra y para hacer el asunto más agobiante un extraño mal le llenó la piel de mataduras. Ninguna de esas contrariedades pudo ser prevista en el tarot de Mery, quien por el contrario había pronosticado un periodo calmo en el que la empresa debía salir airosa en un par de licitaciones que por ese tiempo ocupaban el interés del empresario. Cuando Ulises apareció en el rancho desconsolado e irritado por las llagas que le salpicaban desde el cuello hasta la planta de los pies, Mery palideció del asombro al ver en un estado tan deplorable al que ya consideraba uno de sus clientes predilectos; sin preguntar las razones de su visita intempestiva lo hizo ingresar presuroso como si se tratara de un paciente que llega en estado grave a la sala de emergencias de un hospital. La bruja alarmada por la adversidad que vivía Ulises Calderón, tuvo que recurrir a los poderes místicos de la hoja de coca para conocer con certeza la causa de su mal. Echando mano a una cajetilla de cigarros inca, que empezó a fumar de uno en uno mientras chacchaba la coca, fue adentrándose en los rincones más esquivos del tiempo. Así supo que la voltereta en su destino tenía manos de mujer y un origen perverso trabado por el maleficio que un brujo norteño realizó a pedido de la despechada. Desde entonces, para reafirmar los augurios del tarot, una vez terminada la lectura de las cartas, Mery recurría a la coca y a los cigarrillos como medio probatorio de sus predicciones. Por esa razón, luego de que el tarot avizorara el logro de los objetivos empresariales de Calderón y mostrara por primera vez el perfil exótico de Alexandra Venturo, la bruja prolongó el ritual un par de horas más, llenándose la boca con la hoja mágica y fumando una veintena de tabacos Inca, mientras pensaba tenazmente en el futuro de Ulises. <span style="mso-spacerun: yes;"> </span><span style="mso-spacerun: yes;"> </span><span style="mso-spacerun: yes;"> </span><span style="mso-spacerun: yes;"> </span><o:p></o:p></span></span></div><span style="font-family: "Helvetica Neue", Arial, Helvetica, sans-serif;"><span style="font-size: 12pt; mso-bidi-font-family: Calibri;"><span style="mso-list: Ignore;">-<span style="font-size-adjust: none; font-size: 7pt; font-stretch: normal; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: normal; line-height: normal;"> </span></span></span><span style="font-size: 12pt;">La coca confirma lo que dice el Tarot: Con firmeza el triunfo en los negocios y la aparición de esa mujer que te amansará todo lo pendejo que eres.<o:p></o:p></span></span><br />
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<span style="font-family: "Helvetica Neue", Arial, Helvetica, sans-serif;"> </span><br />
<div class="MsoListParagraphCxSpMiddle" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 0pt; mso-add-space: auto; text-align: justify;"><span style="font-size: 12pt;"><span style="font-family: "Helvetica Neue", Arial, Helvetica, sans-serif;">Ulises abandonó el rancho aquél amanecer de enero convencido de que los augurios de Mery habrían de cumplirse inevitablemente a su favor; de vuelta a casa conduciendo su Hyundai Lantra por el camino endiablado de la ciudad que se desperezaba tibiamente, alucinaba con reuniones consagratorias en las que se erigía como el mero mero <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>de la construcción, se veía firmando contratos por millonarias sumas de dinero a favor de su empresa; tomado del volante cocinaba en su conciencia el embrión de un emporio que habría de servirle como trampolín para alcanzar sus apetitos de poder. En la última curva antes de llegar al barrio El Ovelar, donde vivía, su corazón tambaleó ante la posibilidad inminente de verse sometido por aquella imaginaria silueta de mujer que en cualquier momento aparecería frente a sus ojos. <b style="mso-bidi-font-weight: normal;"><i style="mso-bidi-font-style: normal;">“Ni de vainas me va a dominar esa mujercita. Tenga el culo que tenga no me va a cojudear”</i></b>. Ulises confiaba en sus mañas de zorro matrero, puestas a prueba en reiteradas ocasiones con las mujeres más berrincheras y seductoras de la ciudad, a quienes consiguió domesticar con sus aires de típico machista manipulador, para contrarrestar la arremetida de la doncella anunciada en su vida como un remolino devorador. <o:p></o:p></span></span></div><br />
<span style="font-family: "Helvetica Neue", Arial, Helvetica, sans-serif;"> </span><br />
<div class="MsoListParagraphCxSpMiddle" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 0pt; mso-add-space: auto; text-align: justify;"><span style="font-size: 12pt;"><span style="font-family: "Helvetica Neue", Arial, Helvetica, sans-serif;">A finales de Junio el destino ya había trazado con maestría gran parte de las predicciones anunciadas por Mery. Ulises se lucía como invitado especial del Alcalde Abelardo Deza en las principales actividades protocolares que la Municipalidad incluyó en el Programa Cívico para celebrar las fiestas del <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>Santo Patrón de la pesca. A Calderón se lo había visto en el palco de honor durante el desfile cívico del veintiocho de Junio, estuvo presente en la inauguración de la Feria Regional, integró, además, el jurado del concurso gastronómico: “El puerto tiene el mejor ceviche del Perú”, participó de las comilonas y borracheras que se hicieron en lugares exclusivos a los que sólo tenían acceso contadas personas del círculo privilegiado del Alcalde. Por entonces Ulises ya controlaba gran parte de las obras que el gobierno municipal estaba ejecutando en la ciudad. Un gigantesco mercado de abastos, varios kilómetros de asfaltado de las vías céntricas del puerto, la escuela policial y una decena de plazuelas <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>se contaban entre las adjudicaciones que favorecían a su empresa. <o:p></o:p></span></span></div><br />
<span style="font-family: "Helvetica Neue", Arial, Helvetica, sans-serif;"> </span><br />
<div class="MsoListParagraphCxSpMiddle" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 0pt; mso-add-space: auto; text-align: justify;"><span style="font-size: 12pt;"><span style="font-family: "Helvetica Neue", Arial, Helvetica, sans-serif;">Los últimos augurios anunciados en enero por la bruja empezaron a cumplirse una fría mañana de Julio durante la inauguración de una plazoleta en un barrio pobre de la zona oeste del puerto, bautizado como las “Ramas del Litoral”. Un centenar de moradores del sector recibió con los acordes festivos de una banda de músicos y disparos de avellanas a la comitiva encabezada por la máxima autoridad municipal, que llegó acompañado de un par de regidores y la presencia ineludible de Ulises Calderón, representando al ente ejecutor de la obra. La ceremonia fue breve. Luego de que el Alcalde rompiera, de un martillazo, la botella de champán amarrada a uno de los postes de la plaza declarándola inaugurada, un ramillete de jovencitas del lugar se encargó de servirles suculentas viandas a las autoridades. Antes de abandonar “Las Ramas del Litoral”, Ulises, enganchado febrilmente con la belleza natural de la moza que, por mala fortuna, le sirvió la comida al Alcalde y no a él, indagó con ahínco su nombre y paradero. <o:p></o:p></span></span></div><span style="font-family: "Helvetica Neue", Arial, Helvetica, sans-serif;"><span style="font-size: 12pt; mso-bidi-font-family: Calibri;"><span style="mso-list: Ignore;">-<span style="font-size-adjust: none; font-size: 7pt; font-stretch: normal; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: normal; line-height: normal;"> </span></span></span><span style="font-size: 12pt;">Se llama Alexandra y es la hija del gobernador Anselmo Venturo - le respondió el hombre al que interceptó en plena vía pública para preguntarle por la muchacha <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>– Vive en la calle Las Carmelitas y anda de enamorada con un muchacho del barrio – terminó de decirle.<o:p></o:p></span></span><br />
<span style="font-family: "Helvetica Neue", Arial, Helvetica, sans-serif;"><span style="font-size: 12pt; mso-bidi-font-family: Calibri;"><span style="mso-list: Ignore;">-<span style="font-size-adjust: none; font-size: 7pt; font-stretch: normal; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: normal; line-height: normal;"> </span></span></span><span style="font-size: 12pt;">Tome, esta es mi tarjeta, quiero que se la entregue hoy mismo – le pidió Calderón escribiendo en la espalda el siguiente mensaje: “Tengo un trabajo para ti” - Dígale que me llame con urgencia. Aquí tiene veinte soles por el mandado.<o:p></o:p></span></span><br />
<br />
<span style="font-family: "Helvetica Neue", Arial, Helvetica, sans-serif;"> </span><br />
<div class="MsoListParagraphCxSpMiddle" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 0pt; mso-add-space: auto; text-align: justify;"><span style="font-family: "Helvetica Neue", Arial, Helvetica, sans-serif;"><span style="font-size: 12pt;">Esa misma tarde Alexandra Venturo, seducida por la oferta laboral que recibió del empresario constructor que le enviaba su tarjeta, se comunicó con Ulises, sin sospechar que el verdadero propósito de Calderón era llevarla a la cama. La mañana siguiente ambos se reunieron en las céntricas oficinas de la Compañía <b style="mso-bidi-font-weight: normal;">UC S.A. </b>y convinieron en los horarios y el sueldo que debía tener la nueva secretaria de gerencia. Una semana después Alexandra ya ocupaba su puesto de labores emperifollada con un terno beis ceñido a su cuerpo de mulata. No faltaron los comentarios malintencionados de los empleados que cuchicheaban durante el almuerzo sobre los motivos que había tenido su jefe para llevarla a trabajar. Quienes conocían las mañas de Ulises Calderón afirmaban que éste le había echado los perros a la nueva secretaria y que en cualquier momento brincaría sobre ella para hacerla su mujer. En los dos meses que Alexandra duró en el trabajo demostró ser una ineficiente de primer nivel. Desconocía de redacción, ignoraba los principios básicos de la ofimática, se le hacía difícil manejar la agenda del jefe y su timbre callejero de voz desconcertaba a quienes la oían al otro lado del teléfono. La noche que Ulises había decidido ponerle fin a la relación laboral con Alexandra, cansado de sus constantes errores y desilusionado de no haber alcanzado el propósito de arrancarle un suspiro de pasión, la muchacha, informada de la decisión del jefe, apareció en su oficina decidida a prolongar su estancia en la empresa. Ni bien puso un pie delante de él lo miró con desparpajo y soltó una hilera de insinuaciones calenturientas: <b style="mso-bidi-font-weight: normal;"><i style="mso-bidi-font-style: normal;">“Yo sé que usted me tiene ganas. Que se le cae la baba por acariciar mi cuerpo. Pues aquí me tiene. Tómeme”</i></b>. El hombre se quedó petrificado sin saber cómo enfrentar tan atrevida proposición. <b style="mso-bidi-font-weight: normal;"><i style="mso-bidi-font-style: normal;">“No ponga esa cara, que hace días he notado que me mira con deseo… Hasta ahora le he dicho que no a sus insinuaciones, pero hoy se le acaba la mala suerte”. </i></b>Calderón se sentía avasallado. Ridiculizado por aquella jovencita de cabellos negros tan largos que le caían peligrosamente por la espalda. Antes de que pudiera decir algo la mujer se abalanzó sobre él y lo dominó por completo con un violento beso. <b style="mso-bidi-font-weight: normal;"><i style="mso-bidi-font-style: normal;">“No se preocupe, nadie va entrar, ya se fueron todos, así que no tiene que esconder sus deseos. Hágame suya, que eso es lo que quiere”, </i></b>le susurró al oído. Sin demora Alexandra se desembarazó de sus ropas y fue envolviendo a Ulises Calderón en un remolino de caricias, aprisionándolo contra sus pechos dulcísimos y firmes, derrotando con extrañas y acrobáticas formas de amar, la vanidad egocentrista del faldero. Después de esa noche el empresario vivió aturdido por el deseo frenético de encontrarse de nuevo con aquél tren de pasión que lo había arrollado. Su calma se desbarató y en el colmo de sus arrebatos pasionales se enredó febrilmente con Alexandra a toda hora del día en su oficina y el baño de la compañía. Suspendió juntas, canceló reuniones y dejó de verse con sus amantes para acurrucarse como un niño desconsolado en los brazos de la ninfa que lo conducía hacia un paraíso de sensaciones que no pudo alcanzar con ninguna de sus mujeres. En una ocasión, los amantes fueron descubiertos en las postrimerías del sexo y Ulises se vio obligado a terminar el vínculo laboral con su secretaria para frenar las habladurías de los empleados, quienes se habían convertido en espías sigilosos de sus desenfrenos. Consumido por el pánico que le producía la idea de que el final de su tumultuoso romance se acercaba, Calderón le ofreció a Alexandra la posibilidad de convertirse en su pareja oficial, con todos los derechos y obligaciones que eso conllevaba. <b style="mso-bidi-font-weight: normal;"><i style="mso-bidi-font-style: normal;">“No estoy preparada para esas cosas Ulises”</i></b>, fue la respuesta. Desde entonces su corazón conoció las atrocidades del amor. Vivía suplicándole poder revivir semana a semana sus encuentros amatorios, los que solía agradecer con grandilocuentes favores que iban desde complacerla en todos sus caprichos cachivacheros, entregarle semanalmente sumas de dinero y mejorar las condiciones materiales de su vivienda. Los días en que Alexandra se excusaba para no verlo Calderón experimentaba un viaje aterrador hacia las tinieblas de la depresión y vagaba perdidamente por los caminos inciertos de los celos. No comprendía su absurdo estado de sumisión ni la enraizada dependencia carnal de la que era víctima, pero terminó aceptando que los augurios de Mery se habían cumplido con total exactitud</span><span style="font-size: 12pt;">. </span><span style="font-size: 12pt;">Una tarde, sentado en el cómodo sillón de su oficina, mientras recreaba en su mente los momentos rijosos con su amante, recordó las palabras de la bruja: <b style="mso-bidi-font-weight: normal;"><i style="mso-bidi-font-style: normal;">“Esa chiquilla te va a quitar todo lo pendejo que eres”</i></b>. Ulises asintió con la cabeza y esbozó una sonrisa de complacencia.<o:p></o:p></span></span></div><br />
<span style="font-family: "Helvetica Neue", Arial, Helvetica, sans-serif;"> </span><br />
<div class="MsoListParagraphCxSpMiddle" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 0pt; mso-add-space: auto; text-align: justify;"><span style="font-size: 12pt;"><span style="font-family: "Helvetica Neue", Arial, Helvetica, sans-serif;">Varios meses más tarde Ulises Calderón había vuelto a visitar a la bruja, turbado por la desestabilización de sus negocios, producto del resquebrajamiento del gobierno de Abelardo Deza. Luego de tirar por cuarta vez las cartas del tarot Mery ratificó los augurios desventurados para su futuro y le aconsejó enfáticamente: <b style="mso-bidi-font-weight: normal;"><i style="mso-bidi-font-style: normal;">“¡Aléjate de esa mujer que va a terminar por arruinarte la vida!”</i></b>. Calderón la miró decepcionado y hasta se arrepintió de haberla visitado esa noche. <b style="mso-bidi-font-weight: normal;"><i style="mso-bidi-font-style: normal;">“Ya una vez te equivocaste en tus predicciones, así que esta será la segunda ocasión en que eso ocurra”, </i></b>le dijo antes de abandonar intempestivamente el rancho decidido a torcerle el brazo al destino que desdibujaba su porvenir. En otro tiempo Ulises hubiera esperado a que Mery confirmara sus vaticinios chacchando la mística hoja de coca, pero su templanza parecía haber sido succionada por la extravagante forma de amar de Alexandra; se sentía tan encolerizado con la advertencia repetida de tener que dejarla, que el desenlace final del ritual le sonaba como un atropello a sus devaneos sexuales. Antes de apagar las velas de “la salita” la bruja encendió un cigarro inca y tomó un puñado de hojas de coca que se llevó a la boca. Mientras masticaba la hierba y le daba pitadas al cigarro pensaba con fuerza en Ulises, ayudada por los poderes mágicos de la coca emprendió un viaje hacia los pasadizos del tiempo, buscando las incidencias de la vida futura del empresario. El resultado trágico de sus visiones le produjo una compulsión en el corazón que la obligó a acostarse de prisa. Por la mañana aún no se había liberado de la opresión en el pecho. Impacientada descubrió las cartas y realizó una nueva jugada a nombre de Calderón. Los presagios eran los mismos, comprendió, entonces, que aquella había sido la última tirada del tarot <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>para Ulises.<o:p></o:p></span></span></div><br />
<span style="font-family: "Helvetica Neue", Arial, Helvetica, sans-serif;"> </span><br />
<div class="MsoListParagraphCxSpMiddle" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 0pt; mso-add-space: auto; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;"><span style="font-family: "Helvetica Neue", Arial, Helvetica, sans-serif;">El semáforo en rojo frenó la acelerada marcha del vehículo en la intersección de las céntricas avenidas Los Héroes y La Marina. Ulises aprovechó la parada del auto para mirar su reloj: 10:05 p.m. Llevaba cinco minutos de retraso en su cita con Alexandra, pero respiraba tranquilo pues se hallaba cerca al Karaoke El Abuelo, donde iban a encontrarse. Aunque en ese momento le hubieran dado mil razones que lo indujesen a abandonar aquél encuentro, Calderón se sentía imposibilitado de renunciar a ese par de vigorosos muslos que se unían en una vertiente de fuego donde él había sacrificado su alma. Toda esa maquinaria del amor llamada Alexandra Venturo Rojas lo esperaba en las afueras del local, aderezada con un enterizo negro y unos tacones del mismo color que elevaban su noble figura. Se sentaron como siempre en una de las mesas exclusivas del local. Bebieron una botella de whisky con hielo. Fumaron cigarrillos Marlboro. Cantaron, se abrazaron y besaron como dos mozos enamorados, en lo que era el preludio de una faena endiablada. A las 12:45 a.m. los amantes abandonaron el lugar. El Hyundai Lantra se disparó a 120 km. por hora sobre el asfalto en dirección a un elegante hotel sureño. Alexandra, incendiada de pasión, se encarameló al cuello de Ulises y no se detuvo hasta que desenvainó su sexo y lo tuvo entre las manos; casi al instante empezó a acariciarlo tiernamente con los labios. Calderón, anestesiado por el placer, nunca pudo ver el poste de alumbrado público contra el que él y su amante se descerebraron. Los augurios del tarot habían vuelto a cumplirse con una precisión espantosa.</span> </span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="http://1.bp.blogspot.com/-1ynaxC6URIk/TtWmbRCMnEI/AAAAAAAAALI/XY2L4ZeIAaQ/s1600/CALABERA.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="320" src="http://1.bp.blogspot.com/-1ynaxC6URIk/TtWmbRCMnEI/AAAAAAAAALI/XY2L4ZeIAaQ/s320/CALABERA.jpg" width="246" /></a></div><br />
<br />
<br />
<br />
<div class="MsoListParagraphCxSpLast" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 0pt; mso-add-space: auto; text-align: justify;"><br />
</div>TIRA PIEDRAShttp://www.blogger.com/profile/00515629599509667286noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8083027458305763274.post-63761888272364621662011-11-19T19:09:00.000-08:002011-11-19T19:09:24.755-08:00Peregrinaciones mundanas<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="http://1.bp.blogspot.com/-ABbi9_DvYf0/TshvL_lpAII/AAAAAAAAAKw/HC9EXGsJSXM/s1600/barados.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="239" src="http://1.bp.blogspot.com/-ABbi9_DvYf0/TshvL_lpAII/AAAAAAAAAKw/HC9EXGsJSXM/s320/barados.jpg" width="320" /></a></div><span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">He dejado los recuerdos<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">asándose junto a un remolino <o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">de palabras ansiosas por vivir,<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">dejé también mis tenazas,<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">la bilis removida por <o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">el cordero ausente;<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">me entrego a la ciudad<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">y sus ventrículos enfermos;<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">coqueteo con las niñas <o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">que ofrecen sus sonrisas<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">en un plan de feria;<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">más allá la muerte <o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">fumándose un puchito<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">en una esquina,<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">sus manos tibias<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">el hambre en sus ojos<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">que me persiguen,<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">pero es temprano aún <o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">para hablar con ella..<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">Busco en los postes pegoteados<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">la mejor oferta del día;<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">de pronto una puta en su palacio <o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">lanza la típica pregunta,<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">yo voy de prisa persiguiendo<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">el suspiro de la poesía<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">para incendiar mis palabras…<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">¡Fuego! ¡Fuego! desde las gargantas<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">de los cocodrilos,<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">es hora de fingir que el dolor de las cucarachas<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">es también mi dolor.<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">es momento de comprar un chicle<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">y endulzar el tufo del alma.<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">En las vidrieras de la ciudad <span style="mso-spacerun: yes;"> </span><o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">soy un peón de la noche mal retratado.<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">el coronel derrotado en mil batallas… <o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">Aquí viene la muerte a seducirme de nuevo<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">cargando en la espalda <o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">su costal lleno de zopilotes.<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">La tomo del hombro <o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">y no es tan fiero su aliento<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">Volvemos juntos por<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">el camino endiablado de la vida<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">mientras el día enciende <o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">su foco interminable…<o:p></o:p></span>TIRA PIEDRAShttp://www.blogger.com/profile/00515629599509667286noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8083027458305763274.post-90725241183373807672011-11-16T06:53:00.000-08:002011-11-27T18:18:18.763-08:00Excepto por el color naranja de tus manos<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;"> </span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;"><div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: justify;"><span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">Excepto por el color naranja de tus manos<o:p></o:p></span></div><span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">todo en ti tenía humor de golondrinas negras,<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">tus fuegos, <o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">esas brasas en las que se recalienta<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">el pan de la mañana<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">cerraban las persianas del día<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">para abstraer las hojas secas<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">y dejar correr un río almidonado<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">con sueños.<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">Éramos dos mundos perdidos<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">buscando encontrarse en un terraplén<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">para hundir sus querencias.<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">La urgencia del reloj dominando<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">al cien pies que correteaba <o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">para alcanzarte en una esquina.<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">El fango traspasado de puntillas<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">una y otra vez<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">en un recurrir constante<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">por alcanzar la gloria de Afrodita.<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">Qué le ha pasado ahora a tu voz<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">que se oye tan lejana en la garganta<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">del viento.<o:p></o:p></span><br />
</span><br />
<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="http://2.bp.blogspot.com/-KQJw6bRmY6k/TsPODgp5R6I/AAAAAAAAAKo/vHW3UfcaKdk/s1600/IMG_8675.jpg" imageanchor="1" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="213" src="http://2.bp.blogspot.com/-KQJw6bRmY6k/TsPODgp5R6I/AAAAAAAAAKo/vHW3UfcaKdk/s320/IMG_8675.jpg" width="320" /></a></div>TIRA PIEDRAShttp://www.blogger.com/profile/00515629599509667286noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-8083027458305763274.post-22227612510631539232011-11-15T05:31:00.000-08:002011-11-15T05:31:50.800-08:00Ahora todo es tuyo...<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="http://4.bp.blogspot.com/-sKHh33v5MyY/TsJpVws35hI/AAAAAAAAAKg/ShJ4_p3iXqQ/s1600/Imagen+3337.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="240" src="http://4.bp.blogspot.com/-sKHh33v5MyY/TsJpVws35hI/AAAAAAAAAKg/ShJ4_p3iXqQ/s320/Imagen+3337.jpg" width="320" /></a></div><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: justify;"><span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">Ahora todo es tuyo:<o:p></o:p></span></div><span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">los tallos fermentados<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">en el aguacero de diciembre<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">el longevo reloj<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">que sacude su polvo siempre a las seis,<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">los juguetes rotos,<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">la luna pestañeando <o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">en su dormitar cíclico<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">un hollín que se irriga<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">en todas las direcciones.<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">Todo es tuyo,<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">tómalo entre tus manos<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">y vuelve a forjar el barro.<o:p></o:p></span>TIRA PIEDRAShttp://www.blogger.com/profile/00515629599509667286noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8083027458305763274.post-21685842351939282482011-11-13T08:46:00.000-08:002011-11-13T08:49:35.089-08:00Juanito<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="http://1.bp.blogspot.com/-nw62HGLdZZs/Tr_0H4E989I/AAAAAAAAAKY/Apu_wuMV2II/s1600/nino-de-la-calle.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="221" src="http://1.bp.blogspot.com/-nw62HGLdZZs/Tr_0H4E989I/AAAAAAAAAKY/Apu_wuMV2II/s320/nino-de-la-calle.jpg" width="320" /></a></div><span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">Cuando te vi sonreír supe que no eras<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">un espantapájaros crucificado en esta ciudad dentuda.</span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">Tenías esa mueca triste con la que el mundo<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">disfraza su dolor eterno.<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">Corriste con la garganta apretada<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">para no asfixiarte en el aliento oscuro del mar.<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">Tu cajita de dulces hablo por ti,<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">seguro porque tu lengua se la comieron los ratones.<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">¿Por qué te ignoran en la calle los estetas <o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">y los límpidos se espantan con tus ojitos puercos?<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">¡Si eres carne de algún barrio olvidado por Dios!<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">Juanito. Juanito. Balbucea.<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">Su voz abre una grieta en el universo<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">y ese nombre: JUANITO <o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">se empoza en el aire como el clamor<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">hiriente de un fantasma<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">condenado al cautiverio de su propia sombra.<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">Cuántos kilómetros de tierra<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">adelgazan esos mugrosos llanques</span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">que te llevan hasta el corazón mismo del dolor.<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">Quizás no hemos aprendido a mirar aún<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">lo que hay en el lomo de Dios,<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">Somos fantasmas también<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">cohabitando en las penumbras <o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">de la misma cloaca.<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">Camina Juanito, piérdete en <o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">el silencio brutal de los hombres<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">que no escuchan el tic – tac<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12pt; mso-ansi-language: ES-PE;">doloroso de tu corazón.<o:p></o:p></span>TIRA PIEDRAShttp://www.blogger.com/profile/00515629599509667286noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8083027458305763274.post-33434249366650101592011-05-08T19:32:00.000-07:002011-05-08T22:25:02.055-07:00TRAVESIAS EN LA JUNGLA<div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Es noche de sábado y en todas las arterias de la ciudad un gentío de jóvenes y adolescentes se alistan para salir de rumba. Los motivos sobran: El cumpleaños del amigo, la dicha porque al fin la hembrita que tanto le gustaba se decidió a darle el sí, el gran triunfo de los cremas sobre su clásico rival Alianza Lima, haber conseguido “chamba” luego de varios meses de intensa búsqueda o simplemente el deseo de querer ‘pegársela’ hasta que alumbre el gringo. En fin, una diversidad de razones y sin razones que alborotan la mente de miles de jóvenes que esperan hacerla “linda” una noche sábado. </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"></span><br />
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;"></span><br />
<a name='more'></a></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Richi tiene 21 años y a su edad ha recorrido todos los centros de diversión habidos en la ciudad. Los “bacanes” y los “monses”. Aquellos donde no pasa nada con las flacas y los otros donde se encuentran buenos “lomos”. Él se las sabe todas, pues empezó a salir con sus “patas” del barrio “El Acero” desde que tenía dieciséis y para este tiempo cuenta con la “cancha” suficiente para sacarle el máximo provecho a un fin de semana.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br />
</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Su rutina empieza a las nueve de la noche. Luego de echarle una mirada al ropero y probarse un par de camisas, se decide finalmente por el polo strech, que resalta su atlética figura. Contabiliza los billetes y monedas disponibles: hay suficientes para asegurar el éxito de la faena nocturna. Durante la semana le fue bien con los cachuelos. Pintó una casa y ayudó a su tío albañil en una obra. La juerga es, a todas luces, merecida. Se mira al espejo y levanta el cabello imitando a un puercoespín. Es un look que está de moda y quien no anda a la moda está en nada. Una roseada con el desodorante spray en todo el cuerpo y listo. ¡A la calle! Los “patas” ya esperan en la esquina. Este no es cualquier sábado. “Juaneco”, el integrante más joven de la collera ingresó a la policía y, por ello, no hay mejor opción para celebrar tamaño logro que visitar “La Jungla”, una discoteca, que más se asemeja - por su reducido tamaño - a un bar o taberna, ubicada en la primera cuadra de la avenida Elías Aguirre y donde Richi tiene un “jale” único con las meseras. </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br />
</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">En pocos minutos el taxi está parado frente al local. Nadie se anima a bajar de él aún. El portero, un tipo que debe pesar más de cien kilos y viste con un pantalón gris y una chompa Jorge Chávez se levanta del banco donde descansa y sale al encuentro del vehículo.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">- Hay charapitas ricas muchachos, pasen, pasen…., ofrece pegándose a la ventana del tico.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">- Habla “Botija”, qué pasa ya no reconoces a los patas, responde Richi desde el auto. </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br />
</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Richi ingresa primero a sondear el ambiente. Sus amigos lo esperan ansiosos en las afueras de la disco. Adentro, no falta alguien que le levanta la mano y lo saluda. Las meseras del local se le acercan, le sonríen; las más cariñosas lo besan en la mejilla y le piden que se quede. Sus ojos se entretienen en el acostumbrado alboroto que se desata al interior de “La Jungla” los sábados por la noche. Marcia, una mujer veinteañera le hace un ademán mientras baila una salsa jugosa con un tipo que por su aspecto parece ser pescador. Richi sabe que basta una seña para que Marcia abandone la mesa donde se encuentra y pase a ocupar la suya. Pero a ella la conoce de tiempo y ya no le resulta excitante posarse sobre un cuerpo que ha poseído tantas veces; además “El Botija” le recomendó un par de chiquillas “pititas” que acaban de llegar de la selva. Hay que comer carne fresca esta noche, piensa mientras se acerca a la barra para preguntar por las mozas recién llegadas. Lupe es quien atiende siempre allí. Para tener treinta años luce bastante bien y más de un visitante desearía hurgar mañosamente entre sus prendas y meterse una encerrona con ella toda una noche. A veces la acompaña “el gringo”, su marido; pero si no está ahora es porque seguro anda revolcándose con Berta, la amante que todos le conocen en el Bar. </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">- Hola Lupe, ¿solita otra vez?, saluda Richi. </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">- Holaaaaaa cariño… ¿Y este milagro? Me has tenido abandonada buen tiempo.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">- Así son los milagros muñeca, además si uno no se ausenta nunca lo extrañan…</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">- Tú siempre tan galante Richi. Si así fuera “el gringo”; pero a ese lo que le gusta es revolcarse con cualquier mugrosa que le aparece en el camino…</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">- No te sulfures Lupita seguro ya no tarda en venir y si no llega afuera está un amigo que fácil te hace olvidar las penas…</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">- ¡Pues qué esperas, hazlo pasar….!</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">- Ja,ja,ja,ja Claro, claro ahora lo llamo…Pero dime, ¿hay hembritas nuevas?</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">- ¡Por supuesto cariño! Aquí en “La Jungla” siempre tenemos primicias; además tú eres un cliente vip y para ti te reservamos lo mejor…</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br />
</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Dos timbradas al celular de Carloncho y la señal está dada para que el grupo ingrese a la discoteca. Melany, la mesera más risueña, los atiende. “Cuatro cervezas para empezar”, lanza el pedido “Peluche”, quien ha prometido agasajar como se debe a su compadre “Juaneco”. La mesa donde se ubican está cerca de la barra. Desde allí Richi puede monitorear todo lo que ocurre, pedir la música que le gusta y ser el primero en pisar la pista de baile; sentirse como un faraón en su reino, demostrar que allí en “La Jungla” nadie es más “bacán” que él. Los cuatro vasos se llenan de la espumante cerveza. El primer brindis es por el futuro policía. Uno más por la collera. ¡Salud! ¡Salud!. Luego cada quien se sirve el licor a su antojo. Cuatro cervezas más. Risas. Hileras de recuerdos flotando en el aire. Una cajetilla de cigarros aparece sobre la mesa, después un cenicero. Todos fuman y el ambiente se envuelve en una máscara de humo. La música invita a seguir libando: ”Amigos traigan cerveza/quiero tomar para olvidar/Amigos traigan cerveza/quiero matar este dolor…” Los ritmos musicales no se detienen. Suena otra cumbia, luego una salsa brava, un reggaetón, también un merengue… “Peluche” mueve las manos y golpea la mesa acompañando el ritmo de las canciones. ¿Y las chicas?, pregunta Juaneco. ¡Quiero mujeres!, reclama Carloncho exacerbado por el alcohol. Richi pide calma esbozando una sonrisa. Levanta la mano y le hace un ademán a Lupe, quien interpreta la seña a la perfección. Entonces aparecen en escena dos personajes, hasta esa noche inéditos. Tienen el rostro pintarrajeado, los labios embadurnados de colorete rojo y emanan un olor a loción de rosas que se esparce con fluidez en el ambiente. Las miradas en “La Jungla” cambian de órbita y se concentran, ahora, en el par de jovencitas que avanzan contorneándose con un amaestramiento y coordinación tal que se puede pensar que su aparición ha sido ensayada con anterioridad. El par siluetas cortan los rayos de luz multicolor que emiten las dos bolas giratorias incrustadas en el techo y se acomodan en la mesa de Richi y sus amigos. Los integrantes de la collera se paran de sus asientos y saludan a las mozas con un delicado beso en la mejilla. ¿Cuáles son sus nombres preciosas?, pregunta “Peluche”. “Mi nombre es Lucy”, responde con acento selvático, la moza de minifalda negra y blusa floreada, mientras trata de estirar con las manos la diminuta mini que muestra sus encantadoras piernas y descubre, a ratos, el color blanco de su ropa interior. “Marilyn, pero de cariño me dicen Mary”, contesta – luego - coquetamente la menuda muchacha de ojos claros, jean azul apretado y top negro. Su mirada tiene un aire de timidez natural que contrasta con el atrevido maquillaje que lleva. No ha de tener más de diecisiete años pero ella ha dicho tener veinte. </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">- Me invitas un trago, le pide Lucy a “Carloncho”, hablándole delicadamente al oído. </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">- Claro mi amor, todos los que quieras - responde el muchacho apresurándose en sujetarle la cintura a la moza - Hueles delicioso, le susurra. </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br />
</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Mary está sentada entre Richi y Juaneco. El primero es un viejo cazador de féminas, un zorro matrero que difícilmente deja escapar su presa y termina convenciéndolas siempre de aceptar sus propósitos carnales. “Esta chibolita es mía” le susurra a Juaneco, quien ensaya una sonrisa de complacencia avizorando el éxito de su compañero. Richi no tarda en poner a trabajar su acaramelada lengua. Sus brazos cobran un ímpetu acalorado y rodean la espalda de la muchacha. “Yo soy pataza con la dueña, siempre vengo por acá pero no te había visto antes…Tienes unos ojos preciosos; eres la chica más linda de aquí…” La muchacha escucha incrédula. “No creas lo que te cuentan los hombres que vienen aquí, todos querrán impresionarte, ofrecerte cosas, proponerte que estés con ellos. La mayoría tienen mujer, hijos o son casados. Sígueles el juego, hazlos gastar, eso es lo que nos conviene. Si te vas con alguien al amanecer, ese ya es tu negocio”, le dijeron en “La Jungla” a poco de empezar como mesera. Un par de meses atrás su tía Gertrudis, con quien se crió en la selva le había advertido antes de viajar: “La gente de la costa es bien sabida, tienes que andarte con cuidado y no confiar en cualquiera que te pinte las muelas. Allá ven a una jovencita sola y bonita y ya quieren aprovecharse. Por mí no te fueras, pero tú estás decidida a ir y no quiero que después andes diciendo que yo trunqué tu futuro. No te olvides de nosotros Rosita y llama siempre o escríbenos que aquí te extrañaremos mucho”. La muchacha apretaba fuertemente las manos de la mujer mientras ella le hablaba. Cuando la tía Gertrudis le dijo todo lo que el corazón le mandaba en ese momento, Rosita la soltó, le dio un beso en la mejilla y se subió al ómnibus que la llevaría hasta Lima, donde la esperaba Lourdes, una ex compañera de la secundaria en Saposoa, su pueblo. La muchacha nunca antes había abandonado su terruño; todo lo que sabía de la capital, de la costa, lo conocía por las noticias que miraba en la televisión o leía en los diarios. La angustia le recorría el estómago como una serpiente la madrugada que pisó por primera vez Lima. Lourdes la tranquilizó: “Los periódicos siempre exageran, la costa no es como la pintan. Cuando estemos en Chimbote verás que todo es diferente. Allá haremos mucha plata Rosita”. Ese día recorrieron juntas a pie el centro de Lima, visitaron la Plaza de Armas, estuvieron en las afueras del Congreso, caminaron por calles que a Rosita le parecían interminables. “Qué bonita es Lima”, pensaba desprendiendo un brillo mágico de sus ojos. Antes de enrumbar hacia Chimbote cenaron chifa al paso en una carreta. Rieron mucho recordando los tiempos pueriles en su tierra, las travesuras de la escuela, los enamorados que tuvieron, las acaloradas fiestas de San Juan. Una mañana cálida les abrió los brazos en el puerto. Por la tarde se entrevistaron con Lupe en “La Jungla”. La mujer las observaba detenidamente mientras les iba sacando información con preguntas inquisitivas. Decenas de jóvenes y adolescentes de diferentes partes del país y del mismo Chimbote llegaban todas las semanas a pedirle trabajo, pero ella sabía reconocer casi al instante quien daba fuego para el negocio y quien no. Nunca arriesgaba en contratar a cualquiera. No desde la vez en que se metió en un lío bárbaro por darle cabida a una voluptuosa piurana que había fugado de su casa y que llegó a rogarle la contratara como mesera. Lupe accedió pues la muchacha según ella “valía oro”; y no se equivocaba ya que la noche que Melany- nombre con el que la bautizó - debutó en “La Jungla” causó tal sensación que todos querían tenerla sentada en su mesa y mirar de cerca aquellos prominentes pechos parecidos a dos melones gigantes y aquellas anchas y orquestadas caderas que se balanceaban con sincronismo cada vez que recorría el local de palmo a palmo. La Piurana consiguió que le invitaran más de treinta tragos aquella vez y los próximos días la cosa no fue distinta. Melany terminaba su faena con los brazos enmarañados de ligas que Lupe le iba colocando cada vez que alguien le compraba un trago. Al amanecer canjeaba las ligas por dinero. Cada una equivalía a dos soles, lo que representaba el veinticinco por ciento del valor de cada bebida; el resto del dinero quedaba para “La Jungla”. Lupe se sentía contentísima con su adquisición, tanto que llegó a convencer a Melany de ofrecer algo más que compañía. “Doscientos soles el que quiera pasar la noche con ella. Y no digan que es mucho porque bien que los vale”, empezó a promocionarla entre sus clientes. La aparición de la piurana se hubiera convertido en un éxito total de no haber sido por la insospechada aparición de sus padres una madrugada, quienes llegaron a Chimbote después de varios días de andar siguiéndole el rastro a la hija fugitiva. Ese día se armó tremendo escándalo; llegó la policía, los agentes municipales, el representante del Ministerio Público y la prensa; el local fue clausurado y a Lupe le costó mucho dinero poder reabrir el negocio. Desde entonces se preocupaba demasiado en averiguar hasta el detalle más mínimo de las chicas que buscaban trabajo como mesera. No recibía madres solteras, menores de edad ni mujeres con embrollos familiares, cosa que se tomaba su tiempo en sonsacar. Las selváticas le parecieron encantadoras. Tenían gracia, bonito cuerpo y un candor que las convertía en una fresca tentación para los hombres.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">- ¿Qué te parecen estas chiquitas “gringo”. Están lindas, no? </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">- Si gorda, muy lindas las charapas - le respondió el hombre quien hace rato que venía mirándole las piernas a Lourdes - Contrátalas y que empiecen hoy mismo si quieren.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br />
</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El encuentro de aquella tarde tuvo buen fin. Lupe quedó encantada con las selváticas. A Lourdes la bautizó como Lucy, mientras que a Rosita, la chica de los ojos radiantes, la llamó Marilyn. Luego de explicarles los pormenores del trabajo las jovencitas salieron del local y retornaron al día siguiente listas para empezar a laborar como meseras en “La Jungla”. </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br />
</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">************</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br />
</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Richi no deja ni un solo instante de adular a Marilyn. Por momentos le toma la mano empalagosamente y se queda atrapado en la luminosidad desprendida de los ojos de la muchacha. “Invítame otro trago cariño”, vuelve a pedir Mary. Esa es la quinta bebida de la noche. Richi piensa un poco antes de responder; él conoce muy bien las mañas de las meseras y sabe que su negocio es conseguir que los hombres les inviten el mayor número posible de tragos. “Bailemos primero y después seguimos tomando”. Mary acepta. La pista de baile los recibe con un show de luces multicolores y el sonido rumbero de una salsa de los The Latin Brother: “Báilame como quieras/Gózame como quieras/No me vengas con cuento que te duele la cadera, porque la salsa que traigo se te mete en la sangre de veras/ Báilame como quieras/ Gózame como quieras…”. “Peluche” aplaude desde la mesa y el resto de la collera se anima a llevar el ritmo de la música con un golpe de manos. A esas horas “La Jungla” se sofoca con las calenturientas pasiones de sus visitantes. Los tragos y las cervezas salen disparados desde la barra. El vaivén de las meseras se hace más agitado y los besos asolapados y candentes son una escena repetida en los oscuros rincones del local. Luego de varios minutos de darle al baile, Richi y Mary vuelven a la mesa. “!Cuatro cervezas más, que de aquí no nos movemos hasta que alumbre el gringo carajo!”, exclama un ensalzado Carloncho dejando caer un billete de veinte soles. Richi lo mira y sonríe. Levanta la mano y le pide a Lupe otro trago para su acompañante. Mary se le acerca de golpe y le habla al oído: “A qué hora nos vamos cariño”. Su armoniosa voz sonó como la melodía sublime de un paraíso que empezaba a abrir sus puertas. “Dame un par de minutos para despedirme de la gente y salimos mi amor”. La despedida es breve. Todos miran con orgullo el avizorado triunfo del amigo. Juaneco lo abraza y le suelta una frase entusiasta: “Dale duro, duro con ella”. Antes de salir Mary y Lucy cuchichean entre ellas. Una aconseja a la otra, mientras le pasa con cautela un sobrecito gris. Un pensamiento recorre la mente de la muchacha de los ojos radiantes: “Si te vas con alguien al amanecer, ese ya es tu negocio”. Todo listo. Lupe da el visto bueno para la salida y los dos cuerpos abandonan “La Jungla” perseguidos por las miradas de los mortales que desean en silencio estar en el lugar de Richi.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br />
</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Un taxi. Besos y arrumacos al interior del vehículo que viaja a ochenta kilómetros por hora, cortando la neblina que cae sobre la ciudad, rumbo al Hostal “Sahara”, el lugar preferido de Richi para “coronar” sus affaires. Una habitación amplia ambientada con pinturas y artes plásticas alusivas al sexo tántrico los recibe. Cama redonda, espejos en las paredes y el techo, un curioso sofá en forma de caballito, luces ambientales, música suave... El cuarto es toda una alegoría del sexo. Mary saca el paquetito gris de su bolso sin que Richi se percate y lo esconde en los pliegues de su pantalón. </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br />
</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">- Brindemos antes de empezar, sugiere la muchacha. </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">- Está bien pero sólo una botella…</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">- Sí cariño, sólo una, después haremos lo que tú me pidas.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br />
</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El sonido de la puerta. Richi abre y recibe la cerveza de manos del cuartelero. “Yo sirvo cariño, déjame atenderte como un Rey”. El golpe de los vasos se deja oír un par de veces. Después una danza de jadeos se confunden con las suaves melodías de la radio y se van disipando con los minutos. </span><br />
<br />
<span style="color: black; font-family: Verdana, sans-serif; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="color: black; font-family: "Verdana", "sans-serif"; mso-ansi-language: ES-PE; mso-bidi-font-family: Arial; mso-bidi-language: AR-SA; mso-fareast-font-family: "Times New Roman"; mso-fareast-language: ES-PE;">El amanecer no se deja ver al interior de la habitación que permanece a oscuras a pesar de la iluminada mañana. Las horas pasan y el cuerpo de Richi sigue inerte sobre la cama. Desnudo. Cubierto a medias por las sábanas. Como al medio día alguien toca la puerta insistentemente. A los pocos minutos ya son varias las voces que se escuchan fuera de la habitación 202. La puerta se abre de golpe y las personas ingresan preocupadas por el siniestro silencio al interior del cuarto. <b style="mso-bidi-font-weight: normal;"><i style="mso-bidi-font-style: normal;">¡Está muerto! ¡Está muerto!</i></b>, exclama alguien. <b style="mso-bidi-font-weight: normal;"><i style="mso-bidi-font-style: normal;">“No, sólo es otro huevón que ha sido pepeado”</i></b>, responde otro. En un rato más llega la policía. Richi despierta confundido, aturdido por el bullicio de la gente que le hace preguntas. Intenta pararse pero se da cuenta que está desnudo. Busca sus ropas pero no las encuentra. Su celular y su billetera han desaparecido también. En otro punto de la ciudad dos jovencitas duermen plácidamente, agotadas por la intensa faena de la madrugada.</span></span></div>TIRA PIEDRAShttp://www.blogger.com/profile/00515629599509667286noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8083027458305763274.post-21557827928658031072010-05-03T20:49:00.000-07:002011-05-08T19:37:50.125-07:00HISTORIA DE UN AMOR<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="http://4.bp.blogspot.com/_ScQ0RFDuSAY/S9-ZWVW5aSI/AAAAAAAAAGw/2wkYwAy72u8/s1600/AMOR.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="http://4.bp.blogspot.com/_ScQ0RFDuSAY/S9-ZWVW5aSI/AAAAAAAAAGw/2wkYwAy72u8/s320/AMOR.jpg" tt="true" /></a></div><br />
En medio de un verano te encontré<br />
¿o fuiste tú la que me encontró?<br />
Sabe siempre Dios ser tan exacto <br />
con el tiempo para cruzar miradas<br />
y encaminar destinos.<br />
¿Recuerdas la primera vez que<br />
estuvimos frente a frente?<br />
Traías en los labios la delgada sonrisa <br />
de una muñeca<br />
mientras que yo soportaba en los ojos <br />
la tristeza de un juguete roto. <br />
<a name='more'></a><br />
El oleaje de tu risa me arrastró<br />
hacia un mundo de islas dóciles,<br />
de nobles criaturas, donde la tierra<br />
floreció al primer beso. <br />
¡Qué sabor tan dulce tuvo aquél <br />
contacto de labios<br />
embadurnado de ternura e inocencia! <br />
Parecíamos dos niños descubriendo<br />
el encanto del amor.<br />
Nuestras manos eran tímidas<br />
y tímidos también nuestros labios.<br />
La calidez desbordante de tu mocedad<br />
se convirtió en verdugo de mi pena<br />
y ésta fue muriendo despacio, lento, leve…<br />
Abrazado a tus dóciles pétalos <br />
posé en ellos mi enjambre.<br />
¡Al fin un rayo de luz rajando la coraza <br />
azul de mi corazón!<br />
¡Al fin la niebla fue desterrada <br />
a un estanque repleto de silencio!<br />
Tus manos de cisne derrumbaron <br />
con dulzura los muros de la nostalgia<br />
y aprendí a quererlas en su paso<br />
perpendicular a través de mi llanura.<br />
Serviste sobre mi mesa <br />
un recital de sonrisas, delicioso convite <br />
que no me he cansado de probar.<br />
Has repleto nuestras noches con candelabros <br />
para guiar mis excursiones hacia las cuevas<br />
donde se hayan tus tesoros…<br />
¡Amarte es soñar!<br />
Sí, soñar prolongadamente<br />
con el último capítulo de esta historia<br />
donde mudados a un mundo sin pecado<br />
la eternidad de Dios <br />
santificará este amor.TIRA PIEDRAShttp://www.blogger.com/profile/00515629599509667286noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8083027458305763274.post-56833992097087974932010-04-06T12:49:00.000-07:002011-05-08T19:36:57.779-07:00UNA NOCHE INOLVIDABLE<div class="ecxMsoNormal" style="font-family: inherit; text-align: justify;">Si el logro más valioso que uno puede alcanzar en la vida es la felicidad, que a nadie le quepa la menor duda que el pasado viernes 19 de mayo Lenin Castillo y Enver Lavado - hasta ese día dos desconocidos en el ambiente futbolero chimbotano - gozaron e hicieron delirar a la fanaticada que se dio cita en las instalaciones del Polideportivo de Casuarinas en Nuevo Chimbote, con una demostración majestuosa de vergüenza deportiva, buen toque y goles fantásticos que los encumbró hasta la final del tradicional cuadrangular de fulbito entre periodistas. </div><br />
<div class="separator" style="clear: both; font-family: inherit; text-align: center;"><a href="http://2.bp.blogspot.com/_ScQ0RFDuSAY/S7uPJbJL2AI/AAAAAAAAAF4/r5EQNzEWLuY/s1600/envercito.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="http://2.bp.blogspot.com/_ScQ0RFDuSAY/S7uPJbJL2AI/AAAAAAAAAF4/r5EQNzEWLuY/s320/envercito.jpg" /></a></div><div class="ecxMsoNormal" style="font-family: inherit; text-align: justify;"><div style="text-align: center;"><i><b> Enver Lavado</b></i><br />
<a name='more'></a></div><br />
Como ya se ha vuelto costumbre, la comunidad de periodistas chimbotanos se reunía un viernes más – a partir de las 8:00 p.m. - en el Polideportivo de Casuarinas para disfrutar de un momento de relajo y sano esparcimiento, luego de una agobiante jornada informativa. La antesala al juego, ofrecía, como siempre, un festín de sonrisas y chacota medicinales que ayudaban a combatir el estrés previo a los partidos. A un costado del grupo, en una especie de aislamiento voluntario, Castillo y Lavado, esperaban en silencio ser tomados en cuenta por algún capitán para integrar uno de los equipos. A pesar de que su pasado deportivo más reciente estaba marcado por la derrota, este par de futbolistas sin fama ni gloria se resistía a colgar los chimpunes, sin antes haber saboreado el éxito. La elección de los equipistas fue rápida, pues los capitanes optaron por mantener la base de sus escuadras, respetando la continuidad y trayectoria de jugadores como Reynaldo, Lucho Angulo, Manuel Sarango y Gilmer Bacilio entre los más destacados. Lenin y Enver observaban desde su rincón solitario el calentamiento previo de los dos primeros equipos, en el terreno de juego. <b><i>¿Jugaremos?</i></b>, parecían decirse mientras cruzaban miradas. En otro tiempo Enver había sido un velosísimo puntero derecho del club “La última estrella” de Casma. Tuvo en el “cojo marino” a su descubridor y mentor.<b><i> “Todo lo que sé me lo enseñó ‘el cojo’”</i></b>, me dijo una vez. Viéndolo jugar, supe que no mentía. Rápido para encarar por la banda y superar a sus rivales, pero poco efectivo en la definición, Lavado tuvo que abandonar temprano el fútbol competitivo, al detectársele un serio problema con las mujeres. A Lenin, en cambio, se le pasó la juventud como un rayo veloz; alumno aplicado y responsable en la universidad, dedicaba su tiempo libre a la música y a coleccionar revistas deportivas de antaño que releía incansablemente. Tocaba en la banda de rock “praxis”; durante la semana ensayaba dos o tres veces, según lo disponía el líder del grupo; llegado el sábado su presencia fantasmagórica se confundía con la de otros tres jóvenes más, subidos en un escenario armado con estructuras de metal y tablones viejos sabían ponerle el suin necesario a las verbenas u otros eventos artísticos, en los que participaban. En medio de ese itinerario agotador, los años fueron durmiendo el sueño que siempre tuvo de niño: jugar al fútbol y hacer muchos goles. Ahora todo era distinto para ambos. Cada quien tomó un rumbo diferente apenas culminaron la carrera de periodismo en la universidad; Lenin, hombre cauto y ordenado, siguió el camino convencional de la vida: consiguó un trabajo estable, se comprometió y tuvo un hijo con la mujer de la que vive enamorado; Enver, en cambio, terminó convenciéndose de que era imposible luchar contra algo que disfrutaba tanto, así que canceló el tratamiento que había iniciado para superar su adicción a las mujeres; convertido en mil oficios, Lavado deambula en los placeres clandestinos de una enfermedad que al parecer ya resulta irremediable. Aunque distintos, esa noche en el corazón de este par, florecía un sentimiento que los unía: reverdecer sueños pasados ligados a un balón de fútbol. Sin pensarlo dos veces, Lenin se autoproclamó capitán del cuarto equipo de la noche y empezó el peregrinaje en busca de jugadores para completar su escuadra. No tardó mucho en conseguir aquél objetivo, pues para su fortuna, Delmer “la muralla” Lara y Manuel “nigeriano” Saldarriaga llegaron tarde al Polideportivo y se encontraban sin equipo. Otro de los que esperaba su oportunidad, sentado en las graderías del ‘Poli’, era Paolín, quien pagaba con su suplencia, el precio por haber fallado innumerables oportunidades de gol la semana anterior. Una vez reclutados estos tres peloteros, sólo quedaba por cubrir el puesto de arquero. <b><i>¿Dónde encontrar un portero que brinde la garantía y seguridad necesarias para jugar con tranquilidad?</i></b>, se preguntaba Castillo mientras paseaba la vista de un lado a otro. Entonces fue que, de entre los aficionados, se oyó una voz áspera que dijo. <b><i>“Toma mi dos lucas, yo tapo”</i></b>. Robert “el perro” Gómez dio un paso hacia delante, entregó la moneda a Lenin, se quitó la casaca, encargó sus pertenencias a un amigo y de dos zancadas llegó hasta el ras de la cancha y estuvo listo para defender su portería.</div><div class="ecxMsoNormal" style="font-family: inherit; text-align: justify;"><br />
</div><div class="ecxMsoNormal" style="font-family: inherit; text-align: justify;">Como era previsible, el equipo de Lucho Angulo y compañía logró un triunfo de manera holgada en el primer partido. Un contundente 6 – 2 los clasificó a la final. La hora de Enver y Lenin había llegado. Cuando la pelota se puso en movimiento, dando inicio al segundo partido de la noche, nadie podía presagiar que este par se consagraría de manera indiscutible. El primer toque del balón lo hizo Lavado. Un pase certero hacia delante del “flaco” mostró a un Castillo chisposo, que ganó la posición de la pelota a su rival con un ágil movimiento de caderas para luego dar un taco que dejó en posición de gol a Paolín, pero éste remató desviado. La escuadra contraria pareció no tomar demasiada importancia a aquél arranque furibundo y empezó a rotar el balón de un lado a otro, a la espera que Enver, quien cumplía labores de marca, se desgaste en el correteo por tratar de recuperar el esférico. Sin embargo, de manera inteligente Lenin y Paolín ejercían presión por los costados, tirándose al piso en carretilla, obstruyendo, a veces, con el cuerpo el avance de sus adversarios; un desgaste generoso que se complementaba con la solvencia defensiva de Lara y Saldarriaga. <b><i> “Tírenla para arriba. Lánzenla”</i></b>, empezó a pedir Castillo con la confianza de un titán. Entonces llovieron los balonazos de diferentes lados y con ellos se inició un festival de piruetas y goles fantásticos que dejó boquiabiertos a los espectadores. Durante treinta minutos, los asistentes al “Poli” disfrutamos de un show, que parecía tener como actores estelares a dos malabaristas del balón: el brasileño Ronaldinho Gaucho y el sueco Zlatan Ibrahimovic. Pero no eran ellos, sino su magia transportada por una especie de encantamiento sublime a los pies de Enver Lavado y Lenin Castillo, dos irresolutos con la pelota que esa noche se disfrazaron de estrellas del balompié y demolieron a sus rivales a punta de pases milimétricos, tacos, huachas, goles de larga distancia, temperamento e inteligencia. </div><div class="ecxMsoNormal" style="font-family: inherit; text-align: justify;"><br />
</div><div class="separator" style="clear: both; font-family: inherit; text-align: center;"><a href="http://1.bp.blogspot.com/_ScQ0RFDuSAY/S7uP0aiyLII/AAAAAAAAAGI/8aKL3C-QjaM/s1600/LA+VIEJA.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="http://1.bp.blogspot.com/_ScQ0RFDuSAY/S7uP0aiyLII/AAAAAAAAAGI/8aKL3C-QjaM/s320/LA+VIEJA.jpg" /></a></div><div class="ecxMsoNormal" style="font-family: inherit; text-align: justify;"><div style="text-align: center;"><i><b> Lenin Castillo</b></i></div><br />
<br />
El resultado fue un azotador 5 – 1 a favor del equipo de Castillo. Enver sumó, en este partido, sus dos primeros goles desde que empezó a asistir al Polideportivo. Lenin hizo lo propio anotando dos veces también y hasta Paolín se aunó al festín inflando las redes en una ocasión. Cada gol era celebrado a pecho inflado, en un desborde de pasión y alegría que contagió a todos los asistentes al Poli. Hubiese sido suficiente con tamaña demostración de garra y talento para aplaudir lo hecho por este dúo, muy bien complementado con el resto de integrantes del equipo; además luego del desgaste realizado en el primer encuentro, nadie podía suponer que aún les quedaba arresto físico para ir por más. Me pregunto si esa mañana, al despertar, uno de ellos habrá levantado de la cama con la certeza de que aquél sería un día especial. Si algún sueño premonitorio les habrá inundado la mente para hacerles saber que sus anhelos infantiles estaban cerca de cumplirse. Imagino a Lenin durante la semana caminando a paso raudo, transpirado, soportando las espadas del sol sobre su rostro, bregando por llegar primero al lugar de los hechos y tener la primicia informativa. Llegado el viernes, como todos los viernes que estaban colgados en el paredón de sus recuerdos, se dijo: <b><i>“Hoy toca fútbol, qué chévere”</i></b>. Su corazón adquirió otro ritmo cardiaco. Llegó a casa, como siempre, más allá de las siete de la noche, alistó sus cosas con prisa y luego de despedirse con un tierno beso en los labios de su esposa y abrazar a su hijo enrumbó hacia “El Poli”. Supongo que Enver pasó los días previos al partido haciendo cualquier cosa o quizás haciendo nada; despreocupado de todo asunto, empecinado en ligarse alguna hembrita nueva, o, dada la contracción del mercado femenino, tal vez tuvo que recurrir a la lista de viejas conquistas para calmar su febril e incontrolable apetito por las mujeres. Total, después de su perfecta actuación futbolística, cualquiera que hayan sido sus pecados, estos tendrían que haberle sido perdonados. </div><div class="ecxMsoNormal" style="font-family: inherit; text-align: justify;"><br />
</div><div class="ecxMsoNormal" style="font-family: inherit; text-align: justify;">El partido final fue un calco del encuentro anterior. La inspiración de Lenin y Enver se prolongó en un desborde incontenible de magia que rebasó los esfuerzos del rival para contenerlos. Ni la habilidad de Reynaldo, ni el temperamento de Manuel Sarango, ni el empuje de Lucho Angulo pudieron frenarlos. Un indiscutible 6 – 2 catapultó al equipo de Castillo hacia una nube diáfana de felicidad incontrastable. Todo era júbilo. La boca se les pudría en sonrías. El aire se calentó con los gritos eufóricos de triunfo desprendidos, seguro, desde el centro mismo del corazón. El abrazo heroico de los vencedores contrastaba con las miradas desconsoladas y atónitas de los vencidos. Aunque resulta poco probable que los héroes de la noche repitan una actuación tan descollante como la mostrada, la imagen titánica de este dueto perdurará mucho tiempo en la mente de los que tuvimos la dicha de verlos. Esta ha sido una muestra más, de que la luz de los sueños tiene una llama que sólo puede apagar la muerte. Finalmente, tarde o temprano, canas más, canas menos, el universo termina volviéndose cómplice de los tiernos deseos del corazón. </div><div style="font-family: inherit;"><br />
</div><hr style="font-family: inherit;" />TIRA PIEDRAShttp://www.blogger.com/profile/00515629599509667286noreply@blogger.com0