martes, 29 de noviembre de 2011

LA ULTIMA TIRADA DEL TAROT

Aquella era la tercera ocasión en la noche que las cartas del Tarot le mostraban a Mery un futuro poco promisorio en la vida de Ulises.
-       ¿Quieres que tire las cartas de nuevo? – Preguntó la mujer
-        Sí, una vez más – porfió el hombre con un aliento desconsolado.


Luego de barajear los naipes por cuarta vez y tirarlos sobre la mesa, aparecieron de nuevo la muerte, la torre, el diablo y el colgado, formando una hilera que desencadenaba en espantosos augurios. La correcta interpretación del tarot pronosticaba un futuro trágico en la vida de Ulises Alarcón, un próspero empresario constructor que llevaba varios años consultándose el futuro con Mery y visitando esporádicamente brujos y pitonisas para hacerse limpias y baños de florecimiento, como parte de un ritual que mantenía desde que se inició en los negocios, pues de esa manera decía que se cuidaba de la envidia y los malos deseos de la gente.
- Esto debe ser un error Mery; creo que hoy no es un buen día para ti – habló Ulises tratando de encontrar una explicación al infortunio mostrado por los naipes – nunca antes las cartas se mostraron tan negativas, porqué debían hacerlo ahora… 
- No lo sé, pero es lo que muestran y creo que deberías tomar en cuenta lo que te digo. Aléjate de esa mujer, que va a terminar por arruinarte la vida…







La mujer se llamaba Alexandra Venturo Rojas y tenía el cuerpo encaramado y cincelado  de curvas. Ulises ya había sabido de ella por boca de la misma Mery, mucho antes de conocerla. Fue una inusual noche lluviosa de enero, cuando agobiado por la incertidumbre de saber si ganaría o no la licitación de una millonaria obra, el hombre se dirigió hacia el norte de la ciudad maniobrando su moderno Hyundai Lantra, cruzó los límites de la urbe y se adentró en la zona campestre de San José, donde crecen enormes pinos y árboles forestales. Frenó su auto justo a la entrada de una plantación de naranjos, dio vuelta hacia la derecha y recorrió el camino terroso de ingreso a la chacra. Se estacionó frente a un rancho, bajó del auto y caminó raudo cubriéndose la cabeza con su casaca para no empaparse. La puerta estaba entreabierta. Detrás de ella una mujer  que acababa de pasar los cuarenta años, pero que aparentaba por lo menos tener un decenio más, lo aguardaba sosteniendo una vela. “Vamos, entra rápido, que la lluvia va a acabar de empaparte”, le dijo con su voz aguardentera. La choza estaba dividida en tres habitaciones y un pequeño cuartito donde Mery atendía a sus clientes y que ella llamaba “la salita”. El techo de esteras, a pesar de haber sido protegido con plásticos, no podía contener la arremetida de la lluvia en su totalidad y en varios puntos de la casa habían tinajas, baldes y cacerolas donde se almacenaba el agua de las goteras. En uno de los ambientes, la mujer dormía junto a sus dos hijos: Arturo y Nancy, ocupando una cama enorme. Pero esa noche nadie podía conciliar el sueño con el estruendo que producía el goteo del agua, así que la llegada de Ulises no resultó incómoda, pero sí causó sorpresa.  
-       Debe ser muy importante lo que quieres saber para venir a esta hora y con toda esta lluvia…
-       Mucho más importante de lo que te imaginas Mery – respondió Ulises mientras se quitaba la casaca húmeda.
-       Vaya hombre, me halaga saber que siempre confías en mí para tus asuntos…
-       Y en quién más podría confiar, si tú eres la bruja más certera de la ciudad…
-       Ya, ya, no me chamulles tanto  y vamos a “la salita”, que a eso viniste ¿no?…




El pasillo que conducía hacia “la salita” era de tierra y estaba lleno de baches y altibajos; quien visitaba el lugar por primera vez solía tropezar en el trayecto, pero Ulises había recorrido aquél pasadizo tantas veces que sabía andar muy bien por él.
-       ¿Qué olor es ese? - preguntó Alarcón al sentir una fragancia ardiente que le calentó la nariz ni bien puso un pie dentro del cuartito alumbrado con velas.
-       He perfumado la mesa con azahares para levantarla. Estos días han estado algo pesados – respondió la mujer, luego de acomodarse en una vetusta silla de madera que tenía la sentadera forrada con junco.
-       Los míos también han sido complicados – empezó a contar Ulises con un tufo apagado después de sentarse - En el partido hay un pleito bárbaro por los cupos de trabajo. Quienes apoyaron al Alcalde en campaña están reclamando, con justo derecho, la chamba que les prometieron. ¿Te acuerdas de Julio, el gordo? Una vez lo traje para que se consulte por un problema con su mujer…


Mery asintió con la cabeza mientras abría una cajetilla de cigarrillos Inca que luego empezó a regar sobre la mesa, colocándolos en hileras de cinco en cinco una debajo de otra. En total armó cuatro filas. 
-       Pues bien, con él me he asociado para agarrar proyectos grandes – prosiguió Ulises - Ahora que estamos en el gobierno tenemos que aprovechar todo lo que se pueda…Pero ni creas que la cosa es sencilla, así como se pelean por los cupos de trabajo también hay fuertes rencillas por hacerse de las obras.   
-       Ahora entiendo…Ese es el motivo de tu angustia, por eso viniste a verme a esta hora  todo atolondrado – intervino la mujer.
-       Hay mucha plata en juego y es bueno saber sobre qué terreno estoy pisando para tomar una decisión acertada. Yo no decido nada sin antes consultarte y eso lo sabes muy bien…Eres mi asesora predilecta y un consejo tuyo vale más de lo que pueda decirme cualquier ‘abogaducho’ que tengo a mi alrededor.
-       Tú como siempre tan halagador Ulises, pero ni creas que por adularme te vas a ir sin pagar – bromeó la mujer con soltura mientras abría un paquete de velas – Deberías ir pensando en cómo agradecer todos los consejos que te he dado hasta ahora. Las brujas también merecemos tener una vejez digna…   
-       Ya hablaremos en su momento de eso Mery. No soy ningún malagradecido, así que ten por seguro que yo sabré compensar tus años de servicio… Ahora necesito que te concentres al máximo en el Tarot… Quiero que me digas todo lo que ves, sin pelos en la lengua, así como siempre me dices las cosas; necesito saber si hay algún puñalero amenazándome la espalda; sea bueno o malo, debo saberlo todo para actuar…
-       No se diga más entonces y empecemos….


La lluvia había cesado cuando Mery abrió uno de los cajones de la mesa y desenfundó una franela roja plegada cuidadosamente en cuatro pliegues iguales. La mujer tomó la tela en sus manos elevándola hasta la altura de su boca. A partir de ese momento su rostro se configuró con una expresión de rigidez que ni siquiera el aullido desaforado de los gatos ni el chasquido punzante que producía el goteo del agua empozada en el techo del rancho y que caía sobre las cacerolas conseguía romper. Nada lograba sacarla de aquél ensimismamiento místico que aceleraba y desaceleraba su respiración mientras iba regando con su aliento la franela y pronunciando frases que apenas se alcanzaban a oír como un murmullo. Se trataba de una invocación que repetía siempre antes de empezar a utilizar el Tarot, y que para ella resultaba siendo una especie de contraseña que le abría las puertas hacia los territorios del pasado y el futuro. Como en todas las ocasiones en que la bruja hacía uso de sus artes en el misterioso mundo del ocultismo, ni bien terminó de pronunciar el conjuro puso la franela roja sobre la mesa y la desdobló lentamente, hasta que los pliegues quedaron estirados como cuatro brazos, dejando al descubierto una pintoresca baraja. Ulises no dejaba de mirarla impávido, esperando con el corazón sobresaltado los augurios del tarot.
- Parte en tres – le pidió la mujer.


Ulises Calderón tembloroso, consumido por sus deseos vanos de poder y riqueza tomó el tarot y lo repartió en tres partes iguales. Su semblante había experimentado una transformación que Mery no podía reconocer ni siquiera en sus recuerdos más lejanos, que la hacían retroceder en el tiempo hasta una fría tarde de junio, cuando Calderón la visitó por primera vez y  quedó estupefacto por la exactitud con la que le narró, a través del tarot, los hechos de su vida pasada.
-       Tranquilo, hombre, quítate esa cara de sapo que aquí nadie se ha muerto.
-       Aún no, pero alguien va a morir si las obras se escapan de mis manos.


Mery tomó el grupo de cartas de la derecha y empezó a esparcirlas sobre la mesa una por una. Apareció primero la imagen de un sol radiante con expresión inquebrantable que dejaba caer sus rayos sobre un puñado de girasoles y la cabeza de un mozalbete montado en un caballo blanco (El Sol). “Con certeza el triunfo es tuyo”, dijo la mujer y a Ulises se le fue desenmascarando el rostro de batracio que traía puesto. Luego aparecieron: un rey sentado en su trono (El Emperador), un ángel sujetando del hocico a un león (La Fuerza) y un príncipe subido en un carruaje empujado por dos esfinges (El carro); naipes que interpretados con la severidad de la bruja confirmaban la buena fortuna del hombre.
-       Si te lo he dicho infinidad de veces, tienes una suerte que hasta el mismísimo diablo debe envidiar – habló la mujer mirando, como quien lee algo, el cuarteto de cartas -  Ese negocio será tuyo hombre. ¡Te vas a hacer rico!


A Ulises le brotó un brillo indecente en los ojos al oír los presagios de prosperidad para su vida inmediata. “Acabas de devolverme la paz al alma”, dijo; y volvió al silencio, aguardando el resto de vaticinios. Antes de proseguir con la lectura del Tarot Mery se paró de golpe y colocó una nueva vela sobre la cera cuya mecha amenazaba con llegar a su fin. En seguida encendió dos velas más y reemplazó a las que había al pie de una fila de pequeños santos de yeso, estampillas de vírgenes, crucifijos de madera y un cráneo que le pertenecía a un joven muerto en un accidente de tránsito varias décadas atrás y al que bautizó como ‘Antuco’. Después regresó a su silla, con la mano izquierda cogió un cigarro y lo prendió en la candela. “Ahora vamos a ver si tu suerte en el amor es tan buena como en el dinero”, habló antes de llevarse el tabaco a la boca, a sabiendas de que a Calderón poco o nada le importaba afianzarse en una relación sentimental, pues él aseguraba que no podía ser “ratón de un solo hueco”. Esa filosofía libertina del amor lo obligó a disolver dos matrimonios, habiendo sido el motivo de las separaciones siempre el mismo: comprobados casos de infidelidad. Ulises estaba convencido de que “con dinero en los bolsillos, a un hombre nunca le faltarán mujeres”. A pesar de que Mery se ofreció a ayudarlo infinidad de veces para que a través de rituales, menjunjes y baños de florecimiento trajese de vuelta a cualquiera de sus ex – mujeres, él siempre creyó innecesario ese “trabajo”. Su alma se desbordaba en un apetito frívolo por amasar fortuna; afán que esa noche sintió satisfecho con los designios que anunciaban su pronta elevación hacia la cima de sus aspiraciones. Por eso aguardaba con un hálito mesurado la resolución final del Tarot.


Luego de darle un par de pitadas toscas al cigarrillo, Mery descubrió, con la mano derecha, una carta del segundo grupo de naipes. A esa hora de la madrugada los gallos anunciaban su despertar con gallardos cacareos, que la mujer interpretaba como señal de buen agüero. Apenas apareció el primer naipe (La Carta de los Enamorados), la bruja se sobresaltó mostrando una expresión de asombro que trató de disimular con una sonrisa. “¡Caramba! Parece que pronto se te acaba la vida de pendejo que llevas”. Ulises no tardó en responder: “Lo pendejo a mí no me lo quita nadie”. A pesar de que en los últimos dos años su figura se había explayado de tal forma que la gordura lo obligó a usar un par de tallas más en sus ropas y el cabello empezaba a abandonarlo silenciosamente, otorgándole una amplitud exagerada a su frente, Calderón conservaba el ego y la elevada autoestima de sus años mozos; le hacía frente a los problemas y circunstancias adversas de la vida con una fiereza encomiable y pocos como él podían jactarse de tener un éxito tan prolífico con las mujeres. En su larga lista de amantes se contaban varias bailarinas de concurridas discotecas, una veintena de agraciadas estudiantes universitarias, a quienes conocía en sus viciosas noches de alcohol en discos y pubs de la ciudad; además se lo vinculó con la mujer de un policía y un par de secretarias del gobierno regional.
- Con firmeza aparece esta mujer – continuó Mery, interpretando el significado de las tres nuevas cartas volteadas sobre la mesa: La Sacerdotisa, La Luna y el Colgado - Es joven, alta, medio morocha. ¡Vaya hombre! Te va a traer loquito esta chiquilla, tanto que estarás rendido a sus pies como un perrito zalamero. Te van a pisar el poncho Ulises, eso lo veo clarito.
- Hembras hermosas tengo a mis pies todos los días – respondió Calderón con aires de presunción – Antes que una mujer me pise el poncho yo ya le habré dado una buena patada en el culo…


En una ocasión los augurios de Mery para la vida de Ulises no se cumplieron, circunstancia que la bruja atribuyó a un poderoso conjuro malicioso que una de sus amantes mandó realizar contra él para vengar el agravio de no convertirla en su esposa a pesar de habérselo prometido delante de sus padres. Aquél había sido un periodo de malas rachas en los que Calderón no atinaba a concretar proyecto alguno; la constructora estuvo a punto de sucumbir ante una inminente amenaza de quiebra y para hacer el asunto más agobiante un extraño mal le llenó la piel de mataduras. Ninguna de esas contrariedades pudo ser prevista en el tarot de Mery, quien por el contrario había pronosticado un periodo calmo en el que la empresa debía salir airosa en un par de licitaciones que por ese tiempo ocupaban el interés del empresario. Cuando Ulises apareció en el rancho desconsolado e irritado por las llagas que le salpicaban desde el cuello hasta la planta de los pies, Mery palideció del asombro al ver en un estado tan deplorable al que ya consideraba uno de sus clientes predilectos; sin preguntar las razones de su visita intempestiva lo hizo ingresar presuroso como si se tratara de un paciente que llega en estado grave a la sala de emergencias de un hospital. La bruja alarmada por la adversidad que vivía Ulises Calderón, tuvo que recurrir a los poderes místicos de la hoja de coca para conocer con certeza la causa de su mal. Echando mano a una cajetilla de cigarros inca, que empezó a fumar de uno en uno mientras chacchaba la coca, fue adentrándose en los rincones más esquivos del tiempo. Así supo que la voltereta en su destino tenía manos de mujer y un origen perverso trabado por el maleficio que un brujo norteño realizó a pedido de la despechada. Desde entonces, para reafirmar los augurios del tarot, una vez terminada la lectura de las cartas, Mery recurría a la coca y a los cigarrillos como medio probatorio de sus predicciones. Por esa razón, luego de que el tarot avizorara el logro de los objetivos empresariales de Calderón y mostrara por primera vez el perfil exótico de Alexandra Venturo, la bruja prolongó el ritual un par de horas más, llenándose la boca con la hoja mágica y fumando una veintena de tabacos Inca, mientras pensaba tenazmente en el futuro de Ulises.      
-       La coca confirma lo que dice el Tarot: Con firmeza el triunfo en los negocios y la aparición de esa mujer que te amansará todo lo pendejo que eres.


Ulises abandonó el rancho aquél amanecer de enero convencido de que los augurios de Mery habrían de cumplirse inevitablemente a su favor; de vuelta a casa conduciendo su Hyundai Lantra por el camino endiablado de la ciudad que se desperezaba tibiamente, alucinaba con reuniones consagratorias en las que se erigía como el mero mero  de la construcción, se veía firmando contratos por millonarias sumas de dinero a favor de su empresa; tomado del volante cocinaba en su conciencia el embrión de un emporio que habría de servirle como trampolín para alcanzar sus apetitos de poder. En la última curva antes de llegar al barrio El Ovelar, donde vivía, su corazón tambaleó ante la posibilidad inminente de verse sometido por aquella imaginaria silueta de mujer que en cualquier momento aparecería frente a sus ojos. “Ni de vainas me va a dominar esa mujercita. Tenga el culo que tenga no me va a cojudear”. Ulises confiaba en sus mañas de zorro matrero, puestas a prueba en reiteradas ocasiones con las mujeres más berrincheras y seductoras de la ciudad, a quienes consiguió domesticar con sus aires de típico machista manipulador, para contrarrestar la arremetida de la doncella anunciada en su vida como un remolino devorador.


A finales de Junio el destino ya había trazado con maestría gran parte de las predicciones anunciadas por Mery. Ulises se lucía como invitado especial del Alcalde Abelardo Deza en las principales actividades protocolares que la Municipalidad incluyó en el Programa Cívico para celebrar las fiestas del  Santo Patrón de la pesca. A Calderón se lo había visto en el palco de honor durante el desfile cívico del veintiocho de Junio, estuvo presente en la inauguración de la Feria Regional, integró, además, el jurado del concurso gastronómico: “El puerto tiene el mejor ceviche del Perú”, participó de las comilonas y borracheras que se hicieron en lugares exclusivos a los que sólo tenían acceso contadas personas del círculo privilegiado del Alcalde. Por entonces Ulises ya controlaba gran parte de las obras que el gobierno municipal estaba ejecutando en la ciudad. Un gigantesco mercado de abastos, varios kilómetros de asfaltado de las vías céntricas del puerto, la escuela policial y una decena de plazuelas  se contaban entre las adjudicaciones que favorecían a su empresa.


Los últimos augurios anunciados en enero por la bruja empezaron a cumplirse una fría mañana de Julio durante la inauguración de una plazoleta en un barrio pobre de la zona oeste del puerto, bautizado como las “Ramas del Litoral”. Un centenar de moradores del sector recibió con los acordes festivos de una banda de músicos y disparos de avellanas a la comitiva encabezada por la máxima autoridad municipal, que llegó acompañado de un par de regidores y la presencia ineludible de Ulises Calderón, representando al ente ejecutor de la obra. La ceremonia fue breve. Luego de que el Alcalde rompiera, de un martillazo, la botella de champán amarrada a uno de los postes de la plaza declarándola inaugurada, un ramillete de jovencitas del lugar se encargó de servirles suculentas viandas a las autoridades. Antes de abandonar “Las Ramas del Litoral”, Ulises, enganchado febrilmente con la belleza natural de la moza que, por mala fortuna, le sirvió la comida al Alcalde y no a él, indagó con ahínco su nombre y paradero.
-       Se llama Alexandra y es la hija del gobernador Anselmo Venturo - le respondió el hombre al que interceptó en plena vía pública para preguntarle por la muchacha  – Vive en la calle Las Carmelitas y anda de enamorada con un muchacho del barrio – terminó de decirle.
-       Tome, esta es mi tarjeta, quiero que se la entregue hoy mismo – le pidió Calderón escribiendo en la espalda el siguiente mensaje: “Tengo un trabajo para ti” - Dígale que me llame con urgencia. Aquí tiene veinte soles por el mandado.


Esa misma tarde Alexandra Venturo, seducida por la oferta laboral que recibió del empresario constructor que le enviaba su tarjeta, se comunicó con Ulises, sin sospechar que el verdadero propósito de Calderón era llevarla a la cama. La mañana siguiente ambos se reunieron en las céntricas oficinas de la Compañía UC S.A. y convinieron en los horarios y el sueldo que debía tener la nueva secretaria de gerencia. Una semana después Alexandra ya ocupaba su puesto de labores emperifollada con un terno beis ceñido a su cuerpo de mulata. No faltaron los comentarios malintencionados de los empleados que cuchicheaban durante el almuerzo sobre los motivos que había tenido su jefe para llevarla a trabajar. Quienes conocían las mañas de Ulises Calderón afirmaban que éste le había echado los perros a la nueva secretaria y que en cualquier momento brincaría sobre ella para hacerla su mujer. En los dos meses que Alexandra duró en el trabajo demostró ser una ineficiente de primer nivel. Desconocía de redacción, ignoraba los principios básicos de la ofimática, se le hacía difícil manejar la agenda del jefe y su timbre callejero de voz desconcertaba a quienes la oían al otro lado del teléfono. La noche que Ulises había decidido ponerle fin a la relación laboral con Alexandra, cansado de sus constantes errores y desilusionado de no haber alcanzado el propósito de arrancarle un suspiro de pasión, la muchacha, informada de la decisión del jefe, apareció en su oficina decidida a prolongar su estancia en la empresa. Ni bien puso un pie delante de él lo miró con desparpajo y soltó una hilera de insinuaciones calenturientas: “Yo sé que usted me tiene ganas. Que se le cae la baba por acariciar mi cuerpo. Pues aquí me tiene. Tómeme”. El hombre se quedó petrificado sin saber cómo enfrentar tan atrevida proposición. “No ponga esa cara, que hace días he notado que me mira con deseo… Hasta ahora le he dicho que no a sus insinuaciones, pero hoy se le acaba la mala suerte”. Calderón se sentía avasallado. Ridiculizado por aquella jovencita de cabellos negros tan largos que le caían peligrosamente por la espalda. Antes de que pudiera decir algo la mujer se abalanzó sobre él y lo dominó por completo con un violento beso. “No se preocupe, nadie va entrar, ya se fueron todos, así que no tiene que esconder sus deseos. Hágame suya, que eso es lo que quiere”, le susurró al oído. Sin demora Alexandra se desembarazó de sus ropas y fue envolviendo a Ulises Calderón en un remolino de caricias, aprisionándolo contra sus pechos dulcísimos y firmes, derrotando con extrañas y acrobáticas formas de amar, la vanidad egocentrista del faldero. Después de esa noche el empresario vivió aturdido por el deseo frenético de encontrarse de nuevo con aquél tren de pasión que lo había arrollado. Su calma se desbarató y en el colmo de sus arrebatos pasionales se enredó febrilmente con Alexandra a toda hora del día en su oficina y el baño de la compañía. Suspendió juntas, canceló reuniones y dejó de verse con sus amantes para acurrucarse como un niño desconsolado en los brazos de la ninfa que lo conducía hacia un paraíso de sensaciones que no pudo alcanzar con ninguna de sus mujeres. En una ocasión, los amantes fueron descubiertos en las postrimerías del sexo y Ulises se vio obligado a terminar el vínculo laboral con su secretaria para frenar las habladurías de los empleados, quienes se habían convertido en espías sigilosos de sus desenfrenos. Consumido por el pánico que le producía la idea de que el final de su tumultuoso romance se acercaba, Calderón le ofreció a Alexandra la posibilidad de convertirse en su pareja oficial, con todos los derechos y obligaciones que eso conllevaba. “No estoy preparada para esas cosas Ulises”, fue la respuesta. Desde entonces su corazón conoció las atrocidades del amor. Vivía suplicándole poder revivir semana a semana sus encuentros amatorios, los que solía agradecer con grandilocuentes favores que iban desde complacerla en todos sus caprichos cachivacheros, entregarle semanalmente sumas de dinero y mejorar las condiciones materiales de su vivienda. Los días en que Alexandra se excusaba para no verlo Calderón experimentaba un viaje aterrador hacia las tinieblas de la depresión y vagaba perdidamente por los caminos inciertos de los celos. No comprendía su absurdo estado de sumisión ni la enraizada dependencia carnal de la que era víctima, pero terminó aceptando que los augurios de Mery se habían cumplido con total exactitud. Una tarde, sentado en el cómodo sillón de su oficina, mientras recreaba en su mente los momentos rijosos con su amante, recordó las palabras de la bruja: “Esa chiquilla te va a quitar todo lo pendejo que eres”. Ulises asintió con la cabeza y esbozó una sonrisa de complacencia.


Varios meses más tarde Ulises Calderón había vuelto a visitar a la bruja, turbado por la desestabilización de sus negocios, producto del resquebrajamiento del gobierno de Abelardo Deza. Luego de tirar por cuarta vez las cartas del tarot Mery ratificó los augurios desventurados para su futuro y le aconsejó enfáticamente: “¡Aléjate de esa mujer que va a terminar por arruinarte la vida!”. Calderón la miró decepcionado y hasta se arrepintió de haberla visitado esa noche. “Ya una vez te equivocaste en tus predicciones, así que esta será la segunda ocasión en que eso ocurra”, le dijo antes de abandonar intempestivamente el rancho decidido a torcerle el brazo al destino que desdibujaba su porvenir. En otro tiempo Ulises hubiera esperado a que Mery confirmara sus vaticinios chacchando la mística hoja de coca, pero su templanza parecía haber sido succionada por la extravagante forma de amar de Alexandra; se sentía tan encolerizado con la advertencia repetida de tener que dejarla, que el desenlace final del ritual le sonaba como un atropello a sus devaneos sexuales. Antes de apagar las velas de “la salita” la bruja encendió un cigarro inca y tomó un puñado de hojas de coca que se llevó a la boca. Mientras masticaba la hierba y le daba pitadas al cigarro pensaba con fuerza en Ulises, ayudada por los poderes mágicos de la coca emprendió un viaje hacia los pasadizos del tiempo, buscando las incidencias de la vida futura del empresario. El resultado trágico de sus visiones le produjo una compulsión en el corazón que la obligó a acostarse de prisa. Por la mañana aún no se había liberado de la opresión en el pecho. Impacientada descubrió las cartas y realizó una nueva jugada a nombre de Calderón. Los presagios eran los mismos, comprendió, entonces, que aquella había sido la última tirada del tarot  para Ulises.


El semáforo en rojo frenó la acelerada marcha del vehículo en la intersección de las céntricas avenidas Los Héroes y La Marina. Ulises aprovechó la parada del auto para mirar su reloj: 10:05 p.m. Llevaba cinco minutos de retraso en su cita con Alexandra, pero respiraba tranquilo pues se hallaba cerca al Karaoke El Abuelo, donde iban a encontrarse. Aunque en ese momento le hubieran dado mil razones que lo indujesen a abandonar aquél encuentro, Calderón se sentía imposibilitado de renunciar a ese par de vigorosos muslos que se unían en una vertiente de fuego donde él había sacrificado su alma. Toda esa maquinaria del amor llamada Alexandra Venturo Rojas lo esperaba en las afueras del local, aderezada con un enterizo negro y unos tacones del mismo color que elevaban su noble figura. Se sentaron como siempre en una de las mesas exclusivas del local. Bebieron una botella de whisky con hielo. Fumaron cigarrillos Marlboro. Cantaron, se abrazaron y besaron como dos mozos enamorados, en lo que era el preludio de una faena endiablada. A las 12:45 a.m. los amantes abandonaron el lugar. El Hyundai Lantra se disparó a 120 km. por hora sobre el asfalto en dirección a un elegante hotel sureño. Alexandra, incendiada de pasión, se encarameló al cuello de Ulises y no se detuvo hasta que desenvainó su sexo y lo tuvo entre las manos; casi al instante empezó a acariciarlo tiernamente con los labios. Calderón, anestesiado por el placer, nunca pudo ver el poste de alumbrado público contra el que él y su amante se descerebraron. Los augurios del tarot habían vuelto a cumplirse con una precisión espantosa.





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