Si hubiera dejado ayer
de ser un niño;
ya no invitaría a Dios
para jugar canicas.
La pasamos tan bien
jugando juntos;
deja Él siempre que yo gane.
Sé que lo distraigo a veces,
tiene bajo el brazo una larga lista
de asuntos pendientes:
crucificar tantas guerras, sepultar
un millón de miradas tristes,
saciar el hambre de cien naciones,
traer de vuelta mil amores…
Pero nunca falta Él
alguna noche,
provisto de risueños cristales
que perderá conmigo.
¡Sabe que los necesito!
Por eso digo yo: ¡A Dios
le encanta jugar canicas!,
y a mí me gusta sentirme niño.
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