I
La mayoría de historias de amor están
llenas de mentiras. Desde que escuché esa frase en la letra de la canción Eterno Odio del español Ismael Serrano,
se volvió un estribillo que resonaba en mi mente llegando a aturdirla cada vez
que conocía una nueva mujer y terminaba convenciéndola de iniciar una relación
sentimental o de mantener encuentros sexuales fortuitos. No me costaba mucho
trabajo descubrir la sarta de engaños y la trama engorrosa que cada una de
ellas pretendía llevar a cabo. Todas utilizan el mismo esquema novelesco, están
provistas de las mismas armas y llegan
incluso a emplear frases convertidas en clichés. Es cierto que la historia de
la humanidad está sostenida por una montaña incalculable de falacias. Ahora
mismo se están produciendo en los gabinetes de los regímenes un millón de
nuevas mentiras que ayudarán a sostener el sistema los próximos mil años. Pero
no es de eso de lo que quiero hablar. Estoy lejos de ser un politólogo o un
analista acucioso de la sociedad. ¿Quién soy? ¿Qué soy? Es una definición
inexacta. Jean Jacques Rousseau decía que el hombre nace bueno y
la sociedad lo corrompe. No pretendo excusarme en esa frase, porque admito que
no he pasado tantas penurias como las que le tocó vivir al filósofo sueco. El
mundo me parece horrendo, atestado de crueldad, tan desigual e injusto que he
terminado por convencerme de que Dios no sabe ser Dios. Hace tiempo que debió
renunciar a su trabajo. Tal vez ya lo hizo en silencio pero el hombre se
resiste a creer que finalmente está solo y debe liarse la vida sin esperar un
milagro del cielo. Pero no es mi descontento con la sociedad ni las
desavenencias con Dios las que me llevaron a convertirme en un depurador de
mujeres (prefiero ese calificativo al de asesino). Este efervescente deseo de
venganza, que ha sido calificado por los psiquiatras como un odio
incomprensible hacia las féminas tiene una explicación sencilla basada en el
génesis: La mujer se prestó desde el principio para el engaño, pactó con la
serpiente, confabuló contra el varón para redimirlo y tenerlo por los siglos de
los siglos a sus pies. Durante el tránsito de la historia personajes memorables
sucumbieron a las trampas de la hembra, perecieron o fueron derrocados por sus
mentiras, por esa poderosísima arma que la mujer esconde entre sus piernas. La
vagina femenina posee garras mortales, lubrica un veneno que lentamente va
matando a su víctima. Nunca pretendí cortar ese circuito interminable de
engaños, no puedo ser tan pretensioso, pero sé que al menos evité el
sufrimiento de algunos hombres y vengué mi propio dolor, cobré la humillación
que me hicieron esas víboras. Algunos me calificarán como un psicópata que se
ufana cobardemente de haber aniquilado a mujeres que no tenían la mínima opción
de repeler mi furia. El argumento es válido. Ellas no merecían vivir, por eso
les negué toda opción de perdón. Si alguien me pregunta por qué elegí
precisamente a esas mujeres o por qué no he derramado mi ira contra aquellos
hombres que son tan lacra como ellas no es el momento para responder aún. Si
les interesa conocer esta historia y están aquí persiguiendo mis pasos les
recomiendo sujetarse fuertemente. La compasión no ha sido mi virtud, sin
embargo esas hembras trastocaron mi mente y esa canción, esa bendita música (Si ella se va, no la perdones, si te deja
cultiva bien tu odio, nunca seas generoso en olvido, cultiva tu odio….mirándole
a los ojos regálale eterno tu odio) despertó un monstruo que no puedo
reconocer en el espejo. Ahora me resulta
imposible parar, estoy persiguiendo otra víbora que merece el mismo final que
las anteriores. La tengo rodeada. Es verdad que yo aún la amo, como amé a otras
mujeres. Y aunque por un momento los sentimientos me venzan debo evitar que ese
clítoris mortal siga consumiendo el alma
de otros hombres.